La tribu es déspota, la tribu carece de pudor, la tribu sólo busca su beneficio. Las palabras de la tribu son palabras mágicas, severas, firmes. El chamán de la tribu mundial es Obama. Es el chamán y es el censor. A su antojo se mece el mundo. Montaigne escribió que la palabra es mitad de quien la pronuncie y mitad de quien la escucha. Así que hay una responsabilidad intelectual que deriva de la acústica del verbo. Oímos a Obama sobre la mezquita de la zona cero y creamos una opinión. Inevitablemente. Los entrevistados a pie de obra dicen que es una provocación o que es un acercamiento. Todo se deja manejar por la ambigüedad de las palabras. Hubo árabes enterrados bajo las torres. El chamán profetiza que la construcción de la Córdoba House podría unir y apoya el proyecto en base a la libertad religiosa que proclama la Constitución de su país. Cuando Obama dice la palabra América está sacudiendo el corazón de un pueblo entero. No hay otro país en donde una sola palabra, pronunciada con convicción, aireada con el énfasis de un predicador al que jalean su parroquia, llegue tan alto, alcance tan lejos, agite tantas conciencias. Obama tiene una voz profunda. La que no tenía Bush hijo. El político es en esencia un arengador. Un político que tenga la exacta certeza de que lo es por encima de casi cualquier otra circunstancia arenga con más efecto, llega más lejos, agita con más hondura. Obama, en representación de la tribu, no tiene pudor, no da explicaciones, se limita a proclamar su discurso y esperar que la tribu a la que gobierna acepte la invocación. Son éstas las decisiones más críticas de un político como Obama. La religión nunca une: separa, dispersa, enfrenta. Lo sagrado, al ser profanado, llama a la batalla. Los muertos son sagrados en todos los reinos de este mundo. Los muertos del 11-s son mercancía electoral. En todo caso, abastecen ahora portadas, rellenan el vacío del verano, crean en la tribu la sensación de que está siendo saqueada.
La zona cero es un territorio sagrado sobre el que se va a construir una aberración cultural que bien podría haber sido levantada diez manzanas más allá, habida cuenta de que hay cientos de mezquitas en un país en donde se respeta sin límite la libertad de culto. El léxico de Obama desconoce la tolerancia. Al menos aquí la ha dejado de lado. Indigna la falta de sensibilidad del jefe con mando en esa plaza. Crea polémicas innecesarias y, a la postre, dañinas, peligrosas. Sobre el altar del dolor de los 3.000 muertos van a levantar un parque temático en donde se va a poder comer pizza italiana, ver cine en 3-D o rezar a los muertos, a los vivos, a los dioses impasibles que presiden este desatino. Y no es cosa de criminalizar al pueblo islámico. Es obvio que fue una facción la que instigó el acto infame, aunque a su término diera gracias a Alá por la sangre vertida. Es cosa, bien al contrario, de manejar la cordura y no caer en el absurdo de abrir heridas que llevaban mucho tiempo cerradas. Son dolores de una gratuidad hiriente. Es hacer daño sin medir los alcances de ese daño. Yo sigo pensando qué estamos haciendo en Occidente con respecto a ese entramado jurídico llamado libertad religiosa: dejamos a todas las confesiones que funden templos en donde les place, pero no censuramos que se prohíba construir en los países originarios de esa confesión algún templo que represente la nuestra. Sí en mi casa, no en la tuya. Es como si invitamos a un amigo a casa a cenar todas las noches y un día descubrimos que todavía no hemos visto la suya. Y expone esto quien no tiene ninguna vocación religiosa y se siente muy a gusto en este descreimiento vital. Tal vez más, conforme advierto que soy feliz prescindiendo de ese imaginario metafórico, lírico, firme como la voz del chamán en la tribu.
Aquí, en ese plano de lo simbólico, las huestes socialistas asienten, abren, crean un ilusorio estado del Bienestar en cuyo magma hay una ausencia dolorosa de bienestar. Conviven mansa y alegremente pueblos, confesiones y adeptos a una u otra forma de folclor, pero a falta de mezquitas de la discordia, hay recortes en libertades de otro tipo y se nos prohíbe, desde la voz profunda y cavernosa del chamán local, fumar en exceso, beber en exceso, hablar castellano en donde uno quiera, torear en donde uno quiera, comer hamburguesas mastodónticas, tirarse de la peña del pueblo al mar bajo multa, interferir en el aborto de una menor aunque sea el mismo padre el que lo exige y así hasta registrar decenas de actividades que, a los ojos de quien rige el patio, no comulgan con el progreso, con ese credo nuevo de bondades cívicas que parecen entrar a cañonazos, sin atender al pueblo, al arengado, al que se deja y al que se rebela. Y no me causa extrañeza, está ya uno hecho a ver mucho y a acatar indefenso mucho, que el relevo en el poder, caso de que llegue, no flaquee tampoco y saca a subasta democrática excentricidades de este tipo, políticas excéntricas, eso es, insostenibles, carentes de fondo real, izadas para agitar conciencias, para tapar los agujeros del pasado, para aliviar quién sabe qué dolor histórico. Somos tribu y nos movemos por el fervor del verbo. Aquí, cuando un político dice la palabra España, ahuyenta, en ocasiones, a pesar de Iniesta, al público. No agita conciencias, no remueve corazones, no hace tal vez nada bueno. Qué difícil es todo esto.
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Aquí, en ese plano de lo simbólico, las huestes socialistas asienten, abren, crean un ilusorio estado del Bienestar en cuyo magma hay una ausencia dolorosa de bienestar. Conviven mansa y alegremente pueblos, confesiones y adeptos a una u otra forma de folclor, pero a falta de mezquitas de la discordia, hay recortes en libertades de otro tipo y se nos prohíbe, desde la voz profunda y cavernosa del chamán local, fumar en exceso, beber en exceso, hablar castellano en donde uno quiera, torear en donde uno quiera, comer hamburguesas mastodónticas, tirarse de la peña del pueblo al mar bajo multa, interferir en el aborto de una menor aunque sea el mismo padre el que lo exige y así hasta registrar decenas de actividades que, a los ojos de quien rige el patio, no comulgan con el progreso, con ese credo nuevo de bondades cívicas que parecen entrar a cañonazos, sin atender al pueblo, al arengado, al que se deja y al que se rebela. Y no me causa extrañeza, está ya uno hecho a ver mucho y a acatar indefenso mucho, que el relevo en el poder, caso de que llegue, no flaquee tampoco y saca a subasta democrática excentricidades de este tipo, políticas excéntricas, eso es, insostenibles, carentes de fondo real, izadas para agitar conciencias, para tapar los agujeros del pasado, para aliviar quién sabe qué dolor histórico. Somos tribu y nos movemos por el fervor del verbo. Aquí, cuando un político dice la palabra España, ahuyenta, en ocasiones, a pesar de Iniesta, al público. No agita conciencias, no remueve corazones, no hace tal vez nada bueno. Qué difícil es todo esto.
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2 comentarios:
Emilio, ya empezamos a tener sinergia entre nosotros. Pensamos igual tema: la zona 0 y su mezquita.
http://lamiradaperpleja.blogspot.com/2010/08/una-mezquita-en-la-zona-0.html
El órdago de Obama me parece loable. Lo creo porque el tiempo sopla en su espalda, que no es poco, y pretende transformar la América blanca y cristiana en un entendimiento entre culturas. No le creo del todo, como a ningún gurú, pero este salmo se me antoja más sexy. Prefiero un gerente del mundo libre que quiera entenderse culturalmente con el Islam, que revierta, joda, retoque, aliente, suscite... Bush jodía también, pero sin baselina.
Eso está bien. De todas maneras, es un asunto espinoso. Veo (incluso) que el bueno de Obama, al que siempre vi fiable, hacedor de bondades, todo eso, empieza a obrar con desarraigo de lo prometido. O quizá lleves algo de razón y sea todo esto un intento por acrisolar culturas y dar forja a un mundo nuevo en donde todos vivamos a gusto y bla bla bla... El gerente conciliador... Paso a leer tu escrito, amigo.
La vaselina, en política, es siempre dañina: la jodienda hace efecto al final, aunque al principio se reciba la engañifa con agrado. A ver en el próximo artículo si hay sinergia. El mío va de... Un abrazo fuerte.
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