I
Nadie se acuerda de las pin-ups, las chicas cheesecake de pandero oceánico y sonrisa sublime., el alivio lúbrico de los hijos del Tío Sam a la vuelta del frente, en las barricadas del pueblo, en las fiestas de los sábados con el jukebox zumbando a las hermanas Andrews. Se las inventaron para que el ciudadano de a pie se encabritara con moderación y así no razonara más de la cuenta el quebranto de la guerra y la miseria de una sociedad fatalmente abonada a lo precario. Venían a ser como las folclóricas de aquí, pero en versión cárnica, sin ninguna historia que contar salvo la historia de las curvas que mostraban. Las modelos contribuyeron al bienestar del país igual que Hoover contribuyó a su entenebrecimiento. En España, a falta de chicas vintage de formas generosas y gestos promiscuos, se creó un sólido ministerio de distracciones populares que convino la necesidad de que unos cuantos niños cantores y unas cuantas mozas copleras entretuvieran la hambruna del pueblo. Esta facción del poder a la que se le he encomendaba el distraimiento de la gleba ha durado hasta hace bien poco. Ignoro si todavía hoy en algún recoveco de las Instituciones se fomenta este destape modestito como fármaco subliminal que mengüe las penurias que lamentablemente persisten. España ha crecido en libertades y ya no sobreviven los corsés morales que antaño educaron a nuestros ancestros. Los míos, a fuerza de no conocer otra visión del mundo, carecen de la perspectiva suficiente como para entender este relativismo (en palabras teológicas) que nos azota. Ahora preocupa el iva sangrante, el despegue económico que no llega, el paro criminal, pero hay de vez en cuando ramalazos de radicalismo, toros que se venden como si fuesen vacas indias y tradiciones (la de la fiesta, que no comparto, pero que respeto) que se borran del mapa de las costumbres a golpe de soberanismo rancio, de políticos que todavía no han aprendido que todas las banderas vienen de Hong-Kong, como dibujaba una vez El Roto, que es un pincel sensible a las borriquerías del pueblo ensimismado, roto por sus vicios, tozudo, torpe, minimalista.
II
Hace poco, en unas jornadas de cata de cerveza, un oktoberfest asturiano o algo así, sacaron en el cartel de rigor a una señora con escote agreste y ubres como campanas burgalesas. Los reacios a ese uso de la mujer (escote, tetas, mohín descarado) pidieron la retirada del cartel. Sexismo. La tiranía del macho. Los que lo sacaron se emperraron en dejarlo. En Alemania, donde no sólo cuelgan cartelería promiscua sino que las jarras las sirven alegremente mozas bien servidas de mamas, llevan años con estas nobles tradiciones populares. Creo yo que hacen falta pin-ups, sean hembras, sean machos, y que no hay que llevar al Parlamento asuntos tan triviales. Porque lo son, a pesar de todo. Triviales como una portada del Hola. Lo que es innecesario es la prohibición cansina. Toros, humo de tabaco, escotes de vértigo o lo que vaya viniendo, que me temo que es mucho todavía. Cansa, aturde, sonroja en ocasiones, demuestra este estado quisquilloso de las cosas que estamos a punto de entrar en una época turbia, de vicios desmedidos, de gente clandestina, furtiva, buscando pin-ups en las paredes, en las calles, aduciendo en su defensa que están las leyes duras y que hay que buscar alivio (moral, ético, lúbrico) en donde sea. Malos tiempos para la lírica. Me tomo una cerveza para celebrarlo todo. Sin alemana ubérrima que me anime. Como leí en una camiseta hoy: a mí no me hace falta divertirme para beber.
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II
Hace poco, en unas jornadas de cata de cerveza, un oktoberfest asturiano o algo así, sacaron en el cartel de rigor a una señora con escote agreste y ubres como campanas burgalesas. Los reacios a ese uso de la mujer (escote, tetas, mohín descarado) pidieron la retirada del cartel. Sexismo. La tiranía del macho. Los que lo sacaron se emperraron en dejarlo. En Alemania, donde no sólo cuelgan cartelería promiscua sino que las jarras las sirven alegremente mozas bien servidas de mamas, llevan años con estas nobles tradiciones populares. Creo yo que hacen falta pin-ups, sean hembras, sean machos, y que no hay que llevar al Parlamento asuntos tan triviales. Porque lo son, a pesar de todo. Triviales como una portada del Hola. Lo que es innecesario es la prohibición cansina. Toros, humo de tabaco, escotes de vértigo o lo que vaya viniendo, que me temo que es mucho todavía. Cansa, aturde, sonroja en ocasiones, demuestra este estado quisquilloso de las cosas que estamos a punto de entrar en una época turbia, de vicios desmedidos, de gente clandestina, furtiva, buscando pin-ups en las paredes, en las calles, aduciendo en su defensa que están las leyes duras y que hay que buscar alivio (moral, ético, lúbrico) en donde sea. Malos tiempos para la lírica. Me tomo una cerveza para celebrarlo todo. Sin alemana ubérrima que me anime. Como leí en una camiseta hoy: a mí no me hace falta divertirme para beber.
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5 comentarios:
Pan y circo nuevamente. Lo de las tías con las cervezas por las calles de Hamburgo yo lo he vivido y juro que fue un momento sublime. No se puede olvidar. Lo que han hecho en Avilés es tener cabeza, y deben pasar de estas mojigatas y de estos mojigatos. Qué pasa en España, coño. Yo ya estoy harto de tanta prohibición. Hoover en los cincuenta, de acuerdo, pero nuestro Hoover es ZP, amigo Emilio. Rafa
¡Qué sería de nosotros si no tuviéramos una pin-up u otro placebo con el que refrescar el alma y, ¡por qué no!, los cuerpos! Da igual si vienen empaquetadas por una multinacional, el ejército o Benedicto XVI, con tal de que refresquen.
Ya ves, Emilio, con el calor que está cayendo me dejo llevar por cualquier sirena que me sople.
Estamos rigurosamente vigilados. No podemos excedernos, dañarnos, querernos mal. Eso se desprende de todo lo visto hasta ahora. No sé si Hoover se puede comparar a Zapatero, no están en la misma línea de acción, pero ya preocupa que puedan compararse.
Sin placebos, Ramón, no hay vida. Da igual que vengan como vengan. Que vengan. Pin-ups, a cientos. El verano exige estos tributos. No estoy pasando calor este verano (ando por el norte norteño) pero han sido tantos abajo, en el tórrido y exagerado sur, que entiendo a la perfección eso de las sirenas...
A veces me he imaginado en un hospital viviendo mis últimos días con una grave enfermedad. No tendría, pienso yo, profundos asuntos existenciales en que pensar -o tal vez sí-, pero lo que es seguro es que seguiría persiguiendo la belleza y la sensualidad de mis cuidadoras a las que miraría con deleite. Eros siempre. Thanatos es inevitable, pero que no ofusquen nuestra visión. No me gusta compartir mis pensamientos sobre ello. Lo considero de mal gusto, pero haberlos haylos, como las meigas. El eros es una necesidad existencial.
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