Estamos confiando en exceso en las máquinas. De hecho el camino que va desde lo que estoy pensando a lo que estás entendiendo discurre por algún algoritmo con muchos corchetes y montones de ceros y de unos que uso a diario para establecer este diálogo con el exterior. Contado de otro modo, razono que el exterior y el interior están enlazados por cables. Fritz Lang alucinaría si le explicaramos en detalle el alcance de la expresión Wi-fi. Anoche vi en televisión a cientos de ciudadanos de la cosmopolita ciudad de Berlin viendo en una macropantalla al aire libre una versión digitalizada del clásico Metrópolis. Ya circula por la red una edición fantástica de la obra de Lang en varios DVD's. Leída con atención, mirada con arrobo, sentida con embeleso intelectual y vicio estético, Metrópolis es una obra maestra absoluta. Cuenta con una anticipación prodigiosa la crónica de este recién alumbrado siglo 21. Si aquellos visionarios de entonces visitaran este mundo de ahora, contarían el mundo del futuro. Hay gente así. De ellos dependemos para que la ciencia-ficción no sea una extensión precaria de la ciencia. Va la ciencia tan aprisa y ofrece golosinas tan alucinantes que el creador de ilusiones necesita más talento que nunca. Hacen falta más Fritzlangs. Cameron no lo es: su boceto de anticipación es un festín óptico, pero no profundiza en el texto. Avatar es una simpleza asombrosa. Avatar es un artefacto fascinante que nos hunde en la butaca y nos transporta a ese otro mundo que el cine garantiza en su declaración de principios. Después, a pie de calle, Cameron es sólo el ilusionista. El alumno aventajado que ha puesto encima de la mesa todas esas influencias (Eisenstein, Tarkovski, Lang, Scott, Asimov, Clarke) y ha facturado un híbrido comestible, fantástico en algunos tramos, pero hueco (en el fondo) y escasamente dotado para contarnos, en estos tiempos de sobreabundancia en los que estamos, qué nos deparará el futuro. Imposible estar en el espectador de Metrópolis en aquellos años veinte. Ése era (sin margen de duda) el beneficiario inmediato de los alcances del genio.
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4 comentarios:
La tecnología siempre ha producido en los espectadores-usuarios una doble sensación, en apariencia ambivalente, la misma que generan los trasuntos religiosos. Por un lado, una admiración acrítica, pirotécnica, ante aquello que a nuestros ojos roza la ficción o el milagro. Por otro, la sospecha infundada, el recelo de que nada bueno puede traer algo tan espectacular y ajeno a lo ya conocido.
Este binomio dialéctico queda representado en ocasiones de manera magistral en el arte cinematográfico. Lang, Kubrick, Spielberg, hasta Romero o Carpenter...
Sin embargo, tanto una actitud como otra están fundadas en la sensación de estar ante algo que nos supera, que desconocemos y nos requiere. El miedo o la admiración son caras de igual moneda: el misterio, o como diría Otto Rank, la presencia de lo numínico, lo que nos trasciende.
Existe visionarios que ven las mundos que vendrán. Es algo que poca gente pude hacer. Es cierto Avatar es una simpleza absoluta, mira lo presente y le añade tecnología, sin mas. No sé lo que hubiera sentido, el ver Metrópolis en su época, como ciudadana en un entorno en el que lo mas avanzado era la luz sin mas. Eso es se visionario, y no aprendiz de electrónica.
Mi nombre es María José,te he visitado con frecuencia, menos de la que yo quisiera por la falta de tiempo que tenemos los que nos embullimos en esta sociedad tecnificada, y hace un tiempo que me animé a comentar tus entradas, con cierto miedo, he de confesarte, por tus escritos, yo soy mas de andar por casa, pero es un placer. Somos vecinos cercanos, mi tierra es Granada.
Magnífico comentario, Ramón. No conozco a Otto Rank. Buscaré. Insisto en lo de magnífico. Olvidé a Kubrick, es cierto, en mi lista de influencias...
Gracias, María Jesús. Me gusta nombrar a las personas. Ex-compi, pues queda vago, demasiado frío.
Avatar me gustó mucho, no creas. Eso no significa que sepa a qué atenerme en cuanto se la ve con frialdad. Eso falta tal vez, frialdad. Un saludo grande.
Vi hace pocos años, y volví a sorprenderme, el "Metropolis" de Lang. El tiempo no sólo no la ha descatalogado, sino que ha aportado galones a su ajustado metraje. Todo en ella es prodigioso. "Avatar" me aburre incluso sin llevar encima las gruesa gafas de plástico que prometían un nuevo Eden y proporcionaron un nuevo agujero en los bolsillos que tapar sin contrapartida emocional. Hay otros mundos, desde luego, y no son Pandora.
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