Vastos y nocturnos,
17.10.24
Advocación primera
Vastos y nocturnos,
16.10.24
De lo que no se sabe
al tiempo le incumbe el vacío
su limbo sin sustancia
ahí en ese festín de lo solo
adquieren rango de flecha las horas
en ese espacio de clausura
donde está la primera
sustancia de las cosas
sucede la luz consecutiva
sucede lo oscuro sin aristas
detrás está el cansancio
el cansancio con su ejército furioso
su discurso muy triste
no sabemos nunca
nada del tiempo
en cuál de sus arteras tramas
ofrece su piel más tosca
cuándo a capricho de su antojadizo soplo
va a importunarnos
si nos hará sentir flaqueza en el ánimo
si vendrán como veneno los días
y los prodigios levantarán iglesias
ir así viviendo
sin otra certidumbre
que la noticia de las horas
persiguiéndose sin otra servidumbre
que la misma sombra
proyectada en el suelo
aun a pesar nuestro
como si fuese de otro y otro
en la sombra la gobernase
13.10.24
No pienses
Primera instrucción: no pienses. Si desde que empiezas a tener tus propias ideas, alguien te las censura, vivirás más feliz. Que otros piensen por ti es el primer paso a que no tengas que pensar por nadie. Se puede vivir en esa asepsia idílica, en ese limbo puro. No pensar es un no-cáncer. La enfermedad es pensar. Si no tienes la voluntad de tener un criterio propio, sólo tienes que dejarte conformar por el criterio ajeno. Dependiendo de a cuál te arrimes serás más o menos feliz, pero puedes ser igualmente feliz si viras de uno a otro y coges de aquí a allá, sin permanecer más tiempo de la cuenta en ninguno. Hoy israelí; mañana, palestino. Ateo, creyente. Vale incluso que no te importe carecer de cierta personalidad, no es algo que importe más que un buen par de zapatos y una cama en la que dormir. La idea de que no pienses es la más golosa para ciertas autoridades. Quien piensa, los cuestiona. No van por ahí los tiros, no si los otros han urdido un plan y se obcequen en hacer que germine y sea duradera su aplicación. Disentir es un verbo prohibido. Discrepar no es un verbo conjugable. En esa plácida ignorancia la vida discurre con absoluta mansedumbre. De hecho, disentir no te hace medrar; bien al contrario, sólo perturba tu idilio con la realidad. No pensar es mejor que pensar en exceso. El hecho de que a todo le pongas objeciones hace que tú mismo seas una objeción. Esa marca no se borra. Está impregnada en todo lo que haces, llega antes de que tú mismo llegues, habla por ti, aunque tú no le des voz.
El discrepante es un espécimen descarriado. Según el grado de disención, se te adjudica al grupo de los reinsertables o al de los perdidos irremisiblemente. Es seguro que habrá una taxonomía a la que pertenezcas. No hay nadie que actúe gregariamente, todos estamos adscritos a un gremio, el sistema se esmera en hacer estadísticas precisas de la comunidad a la que legisla. Tiene que haber un registro de cada pieza del puzle. El subversivo (he aquí el hallazgo semántico, la palabra rotunda y definitiva) es un apestado, no se le pone en contacto con los mantenidos a salvo de la pandemia. Las palabras se enredan y tornan oscuras las buenas ideas, lo dijeron en una canción. No pensar, ya está dicho, no tener responsabilidad en el negociado de la cosa pública, ni demasiado afán en la privada. Que la administren otros, que a mí me dejen en la limpia confección de mi rutina. Que nada importune mi plácida estancia en el mundo. Que la adversidad no se me acerque. Que padezcan los demás. Las demás instrucciones se coligen de la primera. Lo terrible es que hacen fácil no pensar. Creo que hoy he dicho en algún sitio que es más fácil callar que decir algo. He ahí la golosina. Una vez que se ha estado callado mucho tiempo cuesta incluso abrir la boca. Puede suceder que irrumpa alguna palabra inconveniente que malogre nuestro bienestar. Hay palabras que pueden echar abajo una vida entera de silencios. Se nos prefiere indiferentes.
Todo lo que sucede alrededor nuestra (la televisión, los tiktoks, los instagrams y cualquier otra eclosión de una pantalla) está pensado para evitar que pienses tú. Ellos lo hacen por ti. Se complacen en su trabajo, se esmeran en vaciarte, en hacer que aburrirte sea la cosa más terrible del mundo. Han construido una sociedad hueca que no sanciona su oquedad, una civilización poco hecha a mirar hacia atrás y ver de dónde vino y cuánto costó llegar aquí, aunque algunas de las cosas que se ven hagan pensar que no se ha avanzado nada, que no se ha hecho nada, que no hemos aprovechado la luz de los grandes ideales o que no hemos sabido apreciar el bienestar (son estos los mejores tiempos, eso dicen) y nos abalanzamos de cabeza a la desgracia, que es a veces un olvido programado. El pulso del pensar, como escribía María Zambrano, requería de un sujeto en conflicto. El acto del pensamiento es el percutor de cualquier otro acto. Si se malogra su advenimiento, si se dan las circunstancias precisas para que se desacredite toda su vocación de fulgor y de atrevimiento, el hombre es un objeto entre los objetos, uno que no cuestionará su lugar en el mundo, que requerirá el pan y el circo y mantendrá el cerebro en standby. Razonar es descubrir la imposibilidad de que razonar salde las preguntas que continuamente nos hacemos, pero qué hermosa aventura la de aplicarnos en esa incertidumbre, qué vuelo más alto y qué limpio. Nos da todo igual porque preocuparse por algo exige un peaje que no se está dispuesto a pagar. No queremos: no sabemos. Querremos menos, acabaremos por ni siquiera considerar que algo malo nos suceda.
12.10.24
Un atlas del asombro
11.10.24
Calendario
Benditos los días
No sé qué se necesita para ser feliz. Ni siquiera poseo una idea leve, transportable, de fácil asiento en la cabeza. Todo lo que uno puede saber sobre la felicidad no suele servir para que otros la disfruten. La que yo siento escuchando Kind of blue, el antológico disco de Miles Davis, nunca lo he visto en el rostro de quienes han compartido conmigo la experiencia de meter el cedé en la bandeja y darle al play del reproductor, pero tampoco quiere eso decir mucho. De hecho hablo sin saber, apenas consciente de que los demás, a su secreto modo, viven la felicidad con la intensidad que yo a veces no percibo en ellos. Anoche vi a un hombre, en la esquina de mi calle, contemplar las evoluciones de un gato. Juro que le prestaba una atención máxima. Era un espectáculo el hombre de la esquina, un hombre mayor que suelo ver por las mañanas, cuando tiro la basura o me dirijo al trabajo. El gato no tendrá importancia alguna. Podía haber sido el vuelo de una golondrina o un muchacho dándole patadas a un balón. Hay quien siente el placer y no lo manifiesta, una especie de placer privado y compartimentado, inaudible casi, como si lo reprimiese y, contenido adentro, lo disfrutara con mayor firmeza. Lo que me fascina de esta fotografía, cuyo autor desconozco, es la felicidad que transpira, toda esa rudimentaria evidencia de que podemos convivir en este mundo sin tener que hacer lo que hacen los otros, sin acabar ejecutando ceremonias ajenas, simplemente dejándose llevar por algún volunto inargumentable, imposible de vestir con palabras. No sabemos qué piensa el cerdo. Ojalá pudiéramos. De verdad que aprenderíamos algo. Ahora me retiro a mis cuarteles del sueño. Juro ahora que el día ha sido de una intensidad maravillosa. Los días, en ocasiones, nos abrazan tan animadamente que acaban por molernos. Benditos ellos.
10.10.24
The river
Pudo haber sido una de esas canciones viriles y melancólicas de Bruce Springsteen de náufragos en la ciudad y novias de diecisiete años en asientos traseros de Cadillacs prestados, pero acabó siendo un estremecedor testimonio sobre la pérdida de la inocencia y el desencanto del porvenir. La escribió para su hermana y su cuñado, aunque la escribiera para cualquiera que sepa que tiene un lugar al que regresar cuando no tenga ningún lugar adonde ir. El río, que siempre es de Heráclito, dejaba en las orillas su manso inventario de prodigios cotidianos, su temblor íntimo, su sangre rota y nueva, su himno perfecto. A lo lejos parpadeaban las calles y Mary dijo que estaba embarazada. No hubo flores en la boda. Ni viaje a moteles junto al mar. Ni siquiera el novio llevó un buen traje. Al acabar la ceremonia fueron al rio a zambullirse, y el río, aunque seco y triste, todavía los llama, les invita a que aparquen el Cadillac y vean las estrellas de New Jersey por los cristales empañados en sudor. Bruce la canta como si no hubiese otra canción en el mundo. Como si las canciones empezasen y acabasen en ella. En una versión de uno de sus discos en directo la inicia con un largo parlamento que siempre me estremece al escucharlo. Nombra al padre, con el que, cuando joven, discutía continuamente y recuerda el festivo calor de los veranos y el duro frío en los inviernos. Hace memoria y trae a los que se fueron a la guerra y no volvieron y fija su alegría, la escasa que le dejasen, en una cabina a la que acudía cada noche para decirle a su amada la verdad de su corazón y el peso del deseo. Yo la escucho también como si fuese la primera vez. Hago que no sé, me fuerzo a no tener ningún recuerdo y así comienzo el día como si fuese el primer día.
9.10.24
Breviario de vidas excéntricas / 53 / Máquina 1
Ralenticé mi metabolismo, llené de puertas cerradas mi estancia, abrigué la esperanza de que esas drásticas medidas harían más felices mis días en la tierra. Pensé que si vivía como si no viviese, yendo y viniendo por las cosas sin detenerme mucho en ninguna, no sufriría pesadillas ni tendría la conciencia enferma como la tengo. Consumir una energía mínima sin que las funciones vitales se deterioren y se colapse el sistema: tal era mi noble propósito. Eso fue lo que le dije a Máquina 2 antes de darle al botón del panel y empezar el proceso. La noche de antes, sentados frente al Gran Ordenador Central, el GOC, en adelante, me refirió la historia de otro de nuestra raza, Máquina 16, que traicionó los ideales con los que se nos educó y se hizo uno de ellos. Nada nuevo, le dije. Yo mismo he comenzado esa mudanza a hombre varias veces. No digo ya el aspecto, que en eso no se aprecia variación alguna, salvo algunos momentos en que nuestros ojos permanecen minutos enteros sin parpadear, sin que podamos hacer nada al respecto. Eran los sentimientos, la forma de abrazarse, el modo en que se dicen algunos palabras que a nuestro entender carecen de todo significado. El problema es ese, el significado. Hacemos las cosas sin entender bien para qué se hacen. Máquina 13 se enamoró de una terrestre y todavía lleva una doble vida en un dúplex a las afueras de Madrid. Le visitamos la Navidad pasada, le llevamos una botella de buen vino, le saludamos en la puerta, le dijimos que si iba todo bien, pero parpadeó más de lo deseable y no mostró interés en saber de Casa, en que le contáramos novedades sobre la familia que dejamos allí. Ahora soy feliz, ahora vivo como ellos, hasta me he metido en una cofradía del barrio, nos confesó en la puerta, sin invitarnos a pasar, temeroso quizá de que reveláramos su naturaleza. En cierto modo envidié su confort, su pijama con asteroides y la barba de tres días, el olor que provenía de la cocina. Tarta de queso, me dijo Máquina 2. Fue esa envidia la que me hizo mirar el Manual y buscar un modo de no sufrir más de lo necesario. Llevamos mucho tiempo en este planeta como para echarlo todo a perder por un acceso de sentimentalismo o de solidaridad, no sé. En Casa vigilan que no caigamos en la tristeza, en la melancolía, en ese estado cercano a la hibernación del que a veces no se sale. Hay por ahí compañeros que no son ni una cosa ni otra, ya me van entendiendo. Hablan como hombres, pero el corazón no es humano. Aman como hombres, pero el amor no es sincero. Si nos afectamos mucho de lo que vemos, acabaremos derrotados. Esa es la premisa de la que partió toda la expedición a la Tierra. No os involucréis demasiado, no miréis a los ojos de la gente, te dan miedo, siempre mienten. No salgas a la calle cuando hay gente, ¿y si no vuelves? ¿Y si te pierdes? Escóndete en el cuarto de los huéspedes. Los humanos tiene sobrecogedoras muestras de talento poético, aunque nosotros no demos casi nunca con el percutor que acciona el mecanismo de la sensibilidad
7.10.24
El corazón y el pulmón
No saber qué hacer cuando no se escribe, no tener paliativo, no aducir cansancio, ni siquiera colar la idea de que la musa se ha fugado o que de cuando en cuando conviene un receso, un armisticio, un hoy soy ágrafo, una especie de vacaciones de uno mismo, que es escritor enfermizamente y a todo le adjudica una conjetura de texto y que se cree roto o huérfano o triste o tal vez esas tres cosas a la vez cuando pasa un día y no da con una frase desde la que armar otra y otra hasta que ese texto irrumpa en lo real, se imponga, haga de la nada un cuerpo, si es que lo hace y el cuerpo se vale solo y no es suyo. Hay algunos textos que salen si se les llama: están en la cabeza y la abandonan cuando no se espera. Un escritor es alguien que se plagia a sí mismo. Tengo un amigo que escribe y tiene periodos de infertilidad, como casi todos los que escribimos. Cuando le sobreviene la pájara, M. nada o corre o monta en bicicleta o pasea. Escucha clásica o ve series de espías en la tele o lee atemorizado de que lo leído haga resurgir al escritor y se acabe la feliz estancia en la pereza. Mi cuerpo no nada ni corre ni monta en bicicleta. A lo sumo, pasea o va martes y jueves al gimnasio a descubrir la orfandad de los músculos. El hecho de pasear o de levantar pesas o de ver series de espías es un preámbulo de la escritura. Uno va anotando cosas que dan para empezar algo. Al principio es una frase. Puede estar hasta enteramente armada o tan sólo insinuar un comienzo, un lugar desde donde partir. Lo que derrota cualquier posible prestigio de caminar es que una circunstancia insólita (o una familiar que no se ha visto en detalle) tenga la facultad de interrumpirlo. Creo no haber caminado jamás movido únicamente por la voluntad de desplazarme. Todos los movimientos suceden antes en la cabeza: el cuerpo es un actor secundario. Toda la memoria es una formulación de esa idea de lo estático. A veces refrenda lo que gesta la imaginación, pero no es fiable nunca. Hay países en los que he estado sin haber puesto un pie en ellos. Pero sigue la escritura. Ocupa lo que la realidad en ocasiones no consigue. Por oír la luz la boca estraga su latido. Por reparar el dolor el corazón se desoye. Una sinestesia orgánica. Una alquimia. A M. anoche se le ocurrió no escribir y leer más: un Borges convencido. Tal vez lleve razón. Que escribir no sea algo de lo que pueda uno jactarse. Que probablemente acabe cobrando algún peaje. Que no tenga otra utilidad que la de distraerse, no la de entender ni la de guiar, sino la de entenderse o guiarse. Esa pequeña contribución a la felicidad. Pero escribir es un pulmón que continuamente se ocupa y se desocupa de aire. Un corazón que da a la sangre el sublime recado de ser únicamente sangre. A Bukowski le pasaba que si se tiraba una semana sin escribir enfermaba. "No puedo caminar, me mareo. Me tumbo en la cama y vomito. Me levanto por las mañanas con arcadas, necesito escribir. Si me cortaras las manos, escribiría con los pies". Era su mala vida, ese rango de perdedor sublimado, el que lo impulsaba a hacer algo que lo reconciliara con la belleza o con la franqueza o con cualquier consideración moral que lo extrajera de la sencilla rutina de vivir y arrimara algo más hondo, quién sabrá qué cosa será la arrimada y qué es la hondura. "La creación es un don y una enfermedad". Se escribe porque no queda otra, se vale el escritor de esa ocurrencia paradójica porque tal vez no sepa hacer otra cosa o, si es de verdad severa la enfermedad, crea que escribiendo podrá sanarse. Y empieza el lunes y vamos a ver qué escribimos hoy.
6.10.24
La belleza
Hay una disciplina en la belleza.
Un orden secreto.
Una urdimbre sin usura.
Voz adentro,
donde el alma,
el olvido arde,
lo inasible arde.
El tiempo, el de hierro,
tiende su trampa terca;
artero, gesta
su mecánica precisa de imprevistos,
su pulso loco de óxido y frío,
toda esa costumbre de negar
la cordura, sus evidencias.
Así un cansancio dulce nos invade.
Así la belleza cela su códice exacto,
su fuente ávida, su caudal de asombros,
el vértigo, la fiebre, el río infinito
donde la luz es un festejo de vida.
Lucena, 11-12-1999
He borrado un verso, reemplazado por otro. En 25 años repetiré la operación.
Advocación primera
Vastos y nocturnos, fieros y secretos, copulan invisibles jinetes en el temblor del aire y la luz fluye desde la respiración primera...
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