17.10.24

Advocación primera


 Vastos y nocturnos, 
fieros y secretos, 
copulan invisibles jinetes 
en el temblor del aire 
y la luz fluye 
desde la respiración primera, 
leve pulso, signo animal, 
único testigo fiable del tiempo.


16.10.24

De lo que no se sabe



al tiempo le incumbe el vacío

su limbo sin sustancia

ahí en ese festín de lo solo

adquieren rango de flecha las horas

en ese espacio de clausura

donde está la primera 

sustancia de las cosas

sucede la luz consecutiva

sucede lo oscuro sin aristas

detrás está el cansancio

el cansancio con su ejército furioso

su discurso muy triste


no sabemos nunca

nada del tiempo

en cuál de sus arteras tramas

ofrece su piel más tosca

cuándo a capricho de su antojadizo soplo

va a importunarnos

si nos hará sentir flaqueza en el ánimo

si vendrán como veneno los días 

y los prodigios levantarán iglesias


ir así viviendo

sin otra certidumbre 

que la noticia de las horas

persiguiéndose sin otra servidumbre 

que la misma sombra

proyectada en el suelo

aun a pesar nuestro

como si fuese de otro y otro 

en la sombra la gobernase

13.10.24

No pienses

 


Primera instrucción: no pienses. Si desde que empiezas a tener tus propias ideas, alguien te las censura, vivirás más feliz. Que otros piensen por ti es el primer paso a que no tengas que pensar por nadie. Se puede vivir en esa asepsia idílica, en ese limbo puro. No pensar es un no-cáncer. La enfermedad es pensar. Si no tienes la voluntad de tener un criterio propio, sólo tienes que dejarte conformar por el criterio ajeno. Dependiendo de a cuál te arrimes serás más o menos feliz, pero puedes ser igualmente feliz si viras de uno a otro y coges de aquí a allá, sin permanecer más tiempo de la cuenta en ninguno. Hoy israelí; mañana, palestino. Ateo, creyente. Vale incluso que no te importe carecer de cierta personalidad, no es algo que importe más que un buen par de zapatos y una cama en la que dormir. La idea de que no pienses es la más golosa para ciertas autoridades. Quien piensa, los cuestiona. No van por ahí los tiros, no si los otros han urdido un plan y se obcequen en hacer que germine y sea duradera su aplicación. Disentir es un verbo prohibido. Discrepar no es un verbo conjugable. En esa plácida ignorancia la vida discurre con absoluta mansedumbre. De hecho, disentir no te hace medrar; bien al contrario, sólo perturba tu idilio con la realidad. No pensar es mejor que pensar en exceso. El hecho de que a todo le pongas objeciones hace que tú mismo seas una objeción. Esa marca no se borra. Está impregnada en todo lo que haces, llega antes de que tú mismo llegues, habla por ti, aunque tú no le des voz.

 El discrepante es un espécimen descarriado. Según el grado de disención, se te adjudica al grupo de los reinsertables o al de los perdidos irremisiblemente. Es seguro que habrá una taxonomía a la que pertenezcas. No hay nadie que actúe gregariamente, todos estamos adscritos a un gremio, el sistema se esmera en hacer estadísticas precisas de la comunidad a la que legisla. Tiene que haber un registro de cada pieza del puzle. El subversivo (he aquí el hallazgo semántico, la palabra rotunda y definitiva) es un apestado, no se le pone en contacto con los mantenidos a salvo de la pandemia. Las palabras se enredan y tornan oscuras las buenas ideas, lo dijeron en una canción. No pensar, ya está dicho, no tener responsabilidad en el negociado de la cosa pública, ni demasiado afán en la privada. Que la administren otros, que a mí me dejen en la limpia confección de mi rutina. Que nada importune mi plácida estancia en el mundo. Que la adversidad no se me acerque. Que padezcan los demás. Las demás instrucciones se coligen de la primera. Lo terrible es que hacen fácil no pensar. Creo que hoy he dicho en algún sitio que es más fácil callar que decir algo. He ahí la golosina. Una vez que se ha estado callado mucho tiempo cuesta incluso abrir la boca. Puede suceder que irrumpa alguna palabra inconveniente que malogre nuestro bienestar. Hay palabras que pueden echar abajo una vida entera de silencios. Se nos prefiere indiferentes. 


Todo lo que sucede alrededor nuestra (la televisión, los tiktoks, los instagrams y cualquier otra eclosión de una pantalla) está pensado para evitar que pienses tú. Ellos lo hacen por ti. Se complacen en su trabajo, se esmeran en vaciarte, en hacer que aburrirte sea la cosa más terrible del mundo. Han construido una sociedad hueca que no sanciona su oquedad, una civilización poco hecha a mirar hacia atrás y ver de dónde vino y cuánto costó llegar aquí, aunque algunas de las cosas que se ven hagan pensar que no se ha avanzado nada, que no se ha hecho nada, que no hemos aprovechado la luz de los grandes ideales o que no hemos sabido apreciar el bienestar (son estos los mejores tiempos, eso dicen) y nos abalanzamos de cabeza a la desgracia, que es a veces un olvido programado. El pulso del pensar, como escribía María Zambrano, requería de un sujeto en conflicto. El acto del pensamiento es el percutor de cualquier otro acto. Si se malogra su advenimiento, si se dan las circunstancias precisas para que se desacredite toda su vocación de fulgor y de atrevimiento, el hombre es un objeto entre los objetos, uno que no cuestionará su lugar en el mundo, que requerirá el pan y el circo y mantendrá el cerebro en standby. Razonar es descubrir la imposibilidad de que razonar salde las preguntas que continuamente nos hacemos, pero qué hermosa aventura la de aplicarnos en esa incertidumbre, qué vuelo más alto y qué limpio. Nos da todo igual porque preocuparse por algo exige un peaje que no se está dispuesto a pagar. No queremos: no sabemos. Querremos menos, acabaremos por ni siquiera considerar que algo malo nos suceda.


12.10.24

Un atlas del asombro

 





Algunas nubes hacen de su ocupación del aire una lanza o una catedral o un exhiben un gesto de gárgola. La de ayer, en su afán vertical, sancionaba al azul que la acogía, pugnaba por zafarse de algo que la arrimaría a la tierra, cuando ella es sustancia del cielo. Carecemos de intendencia para comprender a las nubes. La misma que se echa en falta al preguntarnos por el mar o por los árboles. Esa impericia es hermosa. Nos provee de asombro, nos faculta para desentendernos incluso de nuestra propia naturaleza, que es una lanza o una catedral o exhibe gesto de gárgola o se alza o se encoge según las circunstancias que la cercan y anhela la vastedad del cielo o la cercana rotundidad de la tierra.


11.10.24

Calendario

 

Los días precisan su obediencia, el acatamiento de su discurso, la anuencia de su herida.

Benditos los días

 



No sé qué se necesita para ser feliz. Ni siquiera poseo una idea leve, transportable, de fácil asiento en la cabeza. Todo lo que uno puede saber sobre la felicidad no suele servir para que otros la disfruten. La que yo siento escuchando Kind of blue, el antológico disco de Miles Davis, nunca lo he visto en el rostro de quienes han compartido conmigo la experiencia de meter el cedé en la bandeja y darle al play del reproductor, pero tampoco quiere eso decir mucho. De hecho hablo sin saber, apenas consciente de que los demás, a su secreto modo, viven la felicidad con la intensidad que yo a veces no percibo en ellos. Anoche vi a un hombre, en la esquina de mi calle, contemplar las evoluciones de un gato. Juro que le prestaba una atención máxima. Era un espectáculo el hombre de la esquina, un hombre mayor que suelo ver por las mañanas, cuando tiro la basura o me dirijo al trabajo. El gato no tendrá importancia alguna. Podía haber sido el vuelo de una golondrina o un muchacho dándole patadas a un balón. Hay quien siente el placer y no lo manifiesta, una especie de placer privado y compartimentado,  inaudible casi, como si lo reprimiese y, contenido adentro, lo disfrutara con mayor firmeza. Lo que me fascina de esta fotografía, cuyo autor desconozco, es la felicidad que transpira, toda esa rudimentaria evidencia de que podemos convivir en este mundo sin tener que hacer lo que hacen los otros, sin acabar ejecutando ceremonias ajenas, simplemente dejándose llevar por algún volunto inargumentable, imposible de vestir con palabras. No sabemos qué piensa el cerdo. Ojalá pudiéramos. De verdad que aprenderíamos algo. Ahora me retiro a mis cuarteles del sueño. Juro ahora que el día ha sido de una intensidad maravillosa. Los días, en ocasiones, nos abrazan tan animadamente que acaban por molernos. Benditos ellos. 

10.10.24

The river

 



Pudo haber sido una de esas canciones viriles y melancólicas de Bruce Springsteen de náufragos en la ciudad y novias de diecisiete años en asientos traseros de Cadillacs prestados, pero acabó siendo un estremecedor testimonio sobre la pérdida de la inocencia y el desencanto del porvenir. La escribió para su hermana y su cuñado, aunque la escribiera para cualquiera que sepa que tiene un lugar al que regresar cuando no tenga ningún lugar adonde ir. El río, que siempre es de Heráclito, dejaba en las orillas su manso inventario de prodigios cotidianos, su temblor íntimo, su sangre rota y nueva, su himno perfecto. A lo lejos parpadeaban las calles y Mary dijo que estaba embarazada. No hubo flores en la boda. Ni viaje a moteles junto al mar. Ni siquiera el novio llevó un buen traje. Al acabar la ceremonia fueron al rio a zambullirse, y el río, aunque seco y triste, todavía los llama, les invita a que aparquen el Cadillac y vean las estrellas de New Jersey por los cristales empañados en sudor. Bruce la canta como si no hubiese otra canción en el mundo. Como si las canciones empezasen y acabasen en ella. En una versión de uno de sus discos en directo la inicia con un largo parlamento que siempre me estremece al escucharlo. Nombra al padre, con el que, cuando joven, discutía continuamente y recuerda el festivo calor de los veranos y el duro frío en los inviernos. Hace memoria y trae a los que se fueron a la guerra y no volvieron y fija su alegría, la escasa que le dejasen, en una cabina a la que acudía cada noche para decirle a su amada la verdad de su corazón y el peso del deseo. Yo la escucho también como si fuese la primera vez. Hago que no sé, me fuerzo a no tener ningún recuerdo y así comienzo el día como si fuese el primer día.

9.10.24

Breviario de vidas excéntricas / 53 / Máquina 1

 Ralenticé mi metabolismo, llené de puertas cerradas mi estancia, abrigué la esperanza de que esas drásticas medidas harían más felices mis días en la tierra. Pensé que si vivía como si no viviese, yendo y viniendo por las cosas sin detenerme mucho en ninguna, no sufriría pesadillas ni tendría la conciencia enferma como la tengo. Consumir una energía mínima sin que las funciones vitales se deterioren y se colapse el sistema: tal era mi noble propósito. Eso fue lo que le dije a Máquina 2 antes de darle al botón del panel y empezar el proceso. La noche de antes, sentados frente al Gran Ordenador Central, el GOC, en adelante, me refirió la historia de otro de nuestra raza, Máquina 16, que traicionó los ideales con los que se nos educó y se hizo uno de ellos. Nada nuevo, le dije. Yo mismo he comenzado esa mudanza a hombre varias veces. No digo ya el aspecto, que en eso no se aprecia variación alguna, salvo algunos momentos en que nuestros ojos permanecen minutos enteros sin parpadear, sin que podamos hacer nada al respecto. Eran los sentimientos, la forma de abrazarse, el modo en que se dicen algunos palabras que a nuestro entender carecen de todo significado. El problema es ese, el significado. Hacemos las cosas sin entender bien para qué se hacen. Máquina 13 se enamoró de una terrestre y todavía lleva una doble vida en un dúplex a las afueras de Madrid. Le visitamos la Navidad pasada, le llevamos una botella de buen vino, le saludamos en la puerta, le dijimos que si iba todo bien, pero parpadeó más de lo deseable y no mostró interés en saber de Casa, en que le contáramos novedades sobre la familia que dejamos allí. Ahora soy feliz, ahora vivo como ellos, hasta me he metido en una cofradía del barrio, nos confesó en la puerta, sin invitarnos a pasar, temeroso quizá de que reveláramos su naturaleza. En cierto modo envidié su confort, su pijama con asteroides y la barba de tres días, el olor que provenía de la cocina. Tarta de queso, me dijo Máquina 2. Fue esa envidia la que me hizo mirar el Manual y buscar un modo de no sufrir más de lo necesario. Llevamos mucho tiempo en este planeta como para echarlo todo a perder por un acceso de sentimentalismo o de solidaridad, no sé. En Casa vigilan que no caigamos en la tristeza, en la melancolía, en ese estado cercano a la hibernación del que a veces no se sale. Hay por ahí compañeros que no son ni una cosa ni otra, ya me van entendiendo. Hablan como hombres, pero el corazón no es humano. Aman como hombres, pero el amor no es sincero. Si nos afectamos mucho de lo que vemos, acabaremos derrotados. Esa es la premisa de la que partió toda la expedición a la Tierra. No os involucréis demasiado, no miréis a los ojos de la gente, te dan miedo, siempre mienten. No salgas a la calle cuando hay gente, ¿y si no vuelves? ¿Y si te pierdes? Escóndete en el cuarto de los huéspedes. Los humanos tiene sobrecogedoras muestras de talento poético, aunque nosotros no demos casi nunca con el percutor que acciona el mecanismo de la sensibilidad

Ninguna recomendación es fiable, cualquier consideración sobre lo humano puede venirse abajo si te rozan en un descuido, si te buscan el lado tierno y lo encuentran y atacan por ahí hasta que te desarman. Son increíbles. Es una raza como no he visto otra en mis viajes, que no son pocos. Han debido sobrevivir porque el amor que se profesan es muy fuerte, aunque se odien y se destrocen a la menor oportunidad. Nosotros no tenemos esos comportamientos. No nos amamos. Desconocemos absolutamente el grado de fiabilidad emocional del amor. Nos vale un cierto afecto, que casi nunca llega lejos y, por supuesto, jamás deriva en amor. Tampoco nos odiamos. Desconocemos también el odio. Nos vale un cierto desapego, una especie de desafecto por otros congéneres que casi nunca (hay casos registrados, anomalías conductuales) fomenta el odio. Hemos sobrevivido porque no nos dejamos influenciar por la realidad que nos circunda. Vivir como si no viviésemos, yendo y viniendo por las cosas, sin detenernos mucho en nada, no sufriendo pesadillas, no teniendo jamás conciencia exacta de lo que nos rodea, disfrutando de un modo elemental, pero puro y muy ameno, de la vida, que es un concepto que compartimos con ellos. No nos emociona el olor de una tarta de queso, por decirlo de un modo prosaico. Nada, en realidad, nos emociona mucho. Pequeñas oleadas de emoción, dice Máquina 2. De alguna, bien analizada, podría deducirse que acabaremos como Máquina 13, que no es ni por asomo la deserción más notable de nuestras filas.

Máquina 23 se afilió a un partido político y hasta fue concejal de un municipio de menos de cinco mil habitantes. Llevaba la corporación de fiestas, creo. Máquina 43, uno de los más leales a la causa, se enamoró de una taxidermista que le intentó vender una urraca disecada. La tienen encima del televisor, en recuerdo del momento en que sus miradas se cruzaron. La suya, que dura más que la del resto, al no parpadear, fue interpretada como una evidencia manifiesta de amor sincero y directo. Siguen juntos. Tenemos un par de vigilantes que los tienen controlados. Por si se va de la lengua, por si revela nuestra situación y los planes que tenemos. No siendo violentos, no hacemos nada con la disidencia que evidencie saña o incluso venganza. Ese concepto nos es ajeno. No los acorralamos en un callejón oscuro y los molemos a palos. Eso lo hacen los humanos, que aman y odian a partes iguales y son capaces de dar la vida por los suyos y de arrebatársela, sin que en ninguna de esas circunstancias extraordinarias se entiendan las causas. Tienen incluso una especie de Dios, que murió por ellos y resucitó y les mira desde una lejanía inargumentable. Llenan los templos y se arrodillan para rezar. Nosotros no hablamos con nadie a quien no veamos, carecemos de ese fervor, no tenemos fe, pero escuché que un Máquina, el 67 puede ser, se hizo sacerdote y lleva una congregación de fieles en un departamento apartado del Perú, haciendo una labor evangélica. Imagino que no mostrará su singularidad, el lado alienígena, Porque es uno de ellos y es uno de los nuestros. Y no sé qué pensará Dios de todo esto que cuento, si es que lee mis palabras conforme las escribo. Quién sabe. Uno nunca sabe.
Yo soy Máquina 1, llegué el primero, me instalé solo, no importa cuándo, el tiempo no lo medimos con la misma tasa que ellos. Los demás vinieron sin prisa, no les entusiasmé con lo que fui contando. No entra el entusiasmo en nuestras emociones. Les pareció bien, sin más, me dijeron que vendrían. Por curiosidad, por entender, más que nada. Solemos vernos alrededor del GOC, que está bien custodiado, disimulado entre otros ordenadores, controlado por Máquina 29, uno de los más fiables de los nuestros. Carecemos de sentido del humor o lo tenemos poco acentuado, pero nos hace echar unas risas, nada escandalosas, si se me permite esa apreciación, no poseemos esa inocencia de los humanos, tan antigua, que no desaparece por muy lejos que lleguen cuando se ponen violentos. Y juro que se ponen. Dan miedo, ya lo he dicho. Un miedo que nos hace reconsiderar nuestra estancia en este planeta. Pero se vive bien, se deja uno llevar por la bonanza del clima. Nada comparado a los extremos de Casa, en donde el frío y el calor absoluto lo rigen todo. 

Madrid es una ciudad maravillosa. A Máquina 2 le gusta pasear por la Gran Vía y ver escaparates. Entra en bares. Tiene sus fijos. Saluda con afecto. Acude con frecuencia al Museo Del Prado o va al cine o los centros comerciales. No compra nada, aunque toma café y ha admitido que le encanta. Nos alimenta el GOC. Basta que miremos cierta pantalla durante un periodo muy corto de tiempo para aliviar el hambre o la sed. Las Máquinas desertoras deshabilitaron esa función nativa y han obligado al cuerpo a crear órganos como los de los humanos y he visto a algunos comer con fruición, beber escandalosamente y coger peso de un modo atroz. Máquina 11 fornica, pero desconozco si su materia genética es afín a la de ellos. Que yo sepa, no hay híbridos. Máquina 6 sostuvo en una reunión que ayuntarse con hembra humana es una actividad muy gratificante, pero no le prestamos atención, no quisimos escuchar su conferencia sobre el placer. Nos decimos Máquina porque no sabemos qué nombre usar en este planeta. Los nuestros sólo nos valen para comunicarnos con Casa y son impronunciables en ningún idioma terrestre. La fonética humana no es capaz de articular el sonido con el que nos reconocemos cuando nos llamamos. El español es sencillo. Los verbos cuestan un poco más, pero aprendimos rápido. Carecer de sentimientos nos hace tener una inteligencia muy práctica, muy precisa. Máquina 11 aprendió chino en un bar, en una hora, mientras uno de ellos le ofrecía un muestrario de películas porno.
Tenemos un trabajo remunerado por no desentonar mucho en el barrio, pero hay criaturas como yo que no han trabajado nunca, y tampoco eso desentona mucho. Está la cosa mal, hay mucha gente malviviendo, sin tener mucho que echarse a la boca, dicen en el supermercado en donde compro algunas cosas para aparentar que las consumo. Me encanta coger alimentos que no he probado nunca. Los escojo por el aspecto, por el color, por el olor que desprenden. Me he aficionado a la carne roja, que me parece muy hermosa. Me entusiasmo en el puesto de pescados y abro los ojos hasta que me duelen al ver esas piezas expuestas, esa crueldad sin castigo. Pensar que los humanos son así por dentro me produce una zozobra que no sabría explicar. Si yo comiese carne, me sentiría muy mal. Como si me comiese a uno de los míos, como si arrebatase una vida para no hacer que desfallezca la mía. Vivo en una casa muy austera. Tengo un televisor por cable y paso casi todo el día viendo cine. He descubierto que es un arte hermoso el de la cinematografía, como dicen ellos. Me gustan las películas de espías y las de ciencia-ficción. En algunas de esas, me divierte (en lo que yo puedo divertirme, claro) el modo en que imaginan a los de nuestra especie. Tienen cientos de películas que hablan de seres de otros mundos que vienen y les invaden. Las hay en blanco y negro, de poco espectáculo visual, pero muy imaginativas. Esas me parecen las mejores. Hay una en la que unas esporas provenientes del espacio exterior dan réplicas exactas de seres humanos a los que pretenden reemplazar por completo. Sobra decir que los humanos resultantes de esa duplicación carecen de un corazón sensible. No me he visto reflejado en ninguna. Lo nuestro es muy especial. Hemos venido, pero a veces pienso que siempre estuvimos aquí. Que los humanos son consecuencia de Máquinas desertoras. Que toda la especie humana es la evolución de una serie de criaturas como yo, que vinieron aquí hace miles de años, más tal vez, no tengo manera de comprobar todo esto que barrunto ahora, en mi habitación, contemplando el cielo desde mi ventana. El tiempo es una abstracción extraña. Por eso hay Máquinas que pasean la Gran Vía y ven escaparates o se enamoran (habría que definir ese concepto) de taxidermistas o llevan una doble vida en un dúplex que huele a tarta de queso. Como si una memoria antigua nos contara cosas que sabemos y que no admitimos del todo. O como si el humano tuviese una memoria también de cuando fue Máquina y llegó a esta Casa y agradeció el cielo azul y el bullir del aire en la tormenta y el aroma de las flores en primavera. Me estoy volviendo un sentimental. Pronto le daré al botón y me convertiré en uno de ellos. En el Manual no hay nada que confirme mis sospechas. Los humanos tienen teorías rocambolescas sobre el origen de su especie, pero la mía cobra fuerza a día que pasa. No la confiaré a nadie. La dejaré aquí. La guardaré en un archivo en la GOC. No dejaré que dejen de amarse y de matarse. Llevan así milenios para que un torpe invasor como yo les arruine la costumbre y les explique lo que no les conviene saber. Se vive bien en el misterio, se está bien en la ignorancia. Ya no hay vuelta atrás.

7.10.24

El corazón y el pulmón

 



 No saber qué hacer cuando no se escribe, no tener paliativo, no aducir cansancio, ni siquiera colar la idea de que la musa se ha fugado o que de cuando en cuando conviene un receso, un armisticio, un hoy soy ágrafo, una especie de vacaciones de uno mismo, que es escritor enfermizamente y a todo le adjudica una conjetura de texto y que se cree roto o huérfano o triste o tal vez esas tres cosas a la vez cuando pasa un día y no da con una frase desde la que armar otra y otra hasta que ese texto irrumpa en lo real, se imponga, haga de la nada un cuerpo, si es que lo hace y el cuerpo se vale solo y no es suyo. Hay algunos textos que salen si se les llama: están en la cabeza y la abandonan cuando no se  espera. Un escritor es alguien que se plagia a sí mismo. Tengo un amigo que escribe y tiene periodos de infertilidad, como casi todos los que escribimos. Cuando le sobreviene la pájara, M. nada o corre o monta en bicicleta o pasea. Escucha clásica o ve series de espías en la tele o lee atemorizado de que lo leído haga resurgir al escritor y se acabe la feliz estancia en la pereza. Mi cuerpo no nada ni corre ni monta en bicicleta. A lo sumo, pasea o va martes y jueves al gimnasio a descubrir la orfandad de los músculos. El hecho de pasear o de levantar pesas o de ver series de espías es un preámbulo de la escritura. Uno va anotando cosas que dan para empezar algo. Al principio es una frase. Puede estar hasta enteramente armada o tan sólo insinuar un comienzo, un lugar desde donde partir. Lo que derrota cualquier posible prestigio de caminar es que una circunstancia insólita (o una familiar que no se ha visto en detalle) tenga la facultad de interrumpirlo. Creo no haber caminado jamás movido únicamente por la voluntad de desplazarme. Todos los movimientos suceden antes en la cabeza: el cuerpo es un actor secundario. Toda la memoria es una formulación de esa idea de lo estático. A veces refrenda lo que gesta la imaginación, pero no es fiable nunca. Hay países en los que he estado sin haber puesto un pie en ellos. Pero sigue la escritura. Ocupa lo que la realidad en ocasiones no consigue. Por oír la luz la boca estraga su latido. Por reparar el dolor el corazón se desoye. Una sinestesia orgánica. Una alquimia. A M. anoche se le ocurrió no escribir y leer más: un Borges convencido. Tal vez lleve razón. Que escribir no sea algo de lo que pueda uno jactarse. Que probablemente acabe cobrando algún peaje. Que no tenga otra utilidad que la de distraerse, no la de entender ni la de guiar, sino la de entenderse o guiarse. Esa pequeña contribución a la felicidad. Pero escribir es un pulmón que continuamente se ocupa y se desocupa de aire. Un corazón que da a la sangre el sublime recado de ser únicamente sangre. A Bukowski le pasaba que si se tiraba una semana sin escribir enfermaba. "No puedo caminar, me mareo. Me tumbo en la cama y vomito. Me levanto por las mañanas con arcadas, necesito escribir. Si me cortaras las manos, escribiría con los pies". Era su mala vida, ese rango de perdedor sublimado, el que lo impulsaba a hacer algo que lo reconciliara con la belleza o con la franqueza o con cualquier consideración moral que lo extrajera de la sencilla rutina de vivir y arrimara algo más hondo, quién sabrá qué cosa será la arrimada y qué es la hondura. "La creación es un don y una enfermedad". Se escribe porque no queda otra, se vale el escritor de esa ocurrencia paradójica porque tal vez no sepa hacer otra cosa o, si es de verdad severa la enfermedad, crea que escribiendo podrá sanarse. Y empieza el lunes y vamos a ver qué escribimos hoy. 

6.10.24

La belleza



Hay una disciplina en la belleza.

Un orden secreto.

Una urdimbre sin usura.

Voz adentro, 

donde el alma,

el olvido arde,

lo inasible arde.

El tiempo, el de hierro,

tiende su trampa terca;

artero, gesta 

su mecánica precisa de imprevistos,

su pulso loco de óxido y frío,

toda esa costumbre de negar

la cordura, sus evidencias.


Así un cansancio dulce nos invade.

Así la belleza cela su códice exacto,

su fuente ávida, su caudal de asombros,

el vértigo, la fiebre, el río infinito

donde la luz es un festejo de vida.


Lucena, 11-12-1999

He borrado un verso, reemplazado por otro. En 25 años repetiré la operación.

Advocación primera

  Vastos y nocturnos,  fieros y secretos,  copulan invisibles jinetes  en el temblor del aire  y la  luz fluye  desde la respiración primera...