I
Todo se está volviendo demasiado confuso. Uno cree estar en un mundo y luego resulta que es otro. Abre una puerta a la espera de encontrar un jardín y lo que ve es un matadero. Cierra los ojos y busca con la imaginación una playa con caracolas y niños jugando con las olas y lo que contempla es un bosque donde campan a sus anchas elfos y brujas, quizá algún fundamentalista católico o un hooligan con leves inclinaciones artísticas. Va uno al cine para pasar un rato bueno y sale dolido, enpantanado en pensamientos casi siempre oscuros sobre la conveniencia de no regresar nunca más o de usar criterios selectivos más rigurosos. Sopesa incluso la posibilidad de no volver a pisar un cine y dejarse los ojos en la tele de casa. Ahí siempre es posible darle al stop y cambiar el disco. O no poner ninguna. La lectura es un entretenimiento de primer orden. Hay libros buenísimos en el mercado. Yo he sido un lector voraz y todavía leo con furia cuando el tiempo me lo permite. Ah Charles Dickens. Ah Paul Auster. Ah Borges. Ah Gamoneda. Si la cosa libresca no cuela, está la música. Coge uno un cd de la estantería, se deja caer en el butacón favorito y cierra los ojos. El piano de Bill Evans puede colmar todas las expectativas de felicidad a la que aspira un ser humano. O algunas melodías de Billy Joel. O el rock sinfónico de los Genesis de la primera época. Si el amable lector todavía tiene dudas sobre cómo ocupar su tiempo, puede salir a la calle. No todo es cine, libros y discos, aunque eso puede colmar apetitos muy exigentes. Todavía hay amigos con los que echar un rato y debatir sobre lo divino y lo humano con un buen bourbon en una terraza de invierno. O sencillamente pasear, dejarse llevar por el viento mientras la tarde depone sus rigores y la noche se asoma entre los tejados de regreso a casa. En fin. La vida puede ser maravillosa, como dice un locutor televisivo de rimbombancia fonética y latiguillos pobres como un paria en la recepción del Rockefeller Center.
Y todo esto venía a propósito del cine, creo recordar.
Resulta que anoche vi El grito 2. Y salí reflexivo, como el amable lector advierte, fatigando pros y contras, dirimiendo en mi fuero interno ( tengo uno, sí, señor ) sobre si olvidar este suceso o incorporarlo al grueso listado de ratos incómodos que van jalonando el decurso de los días. No sé qué hacer todavía. Ignoro cómo va a proceder mi casi siempre recto raciocinio. A lo mejor, puestos a ser honestos, no es la cosa para tanto. Uno ha visto infumables bodrios de menor caladura moral y éste ( qué quieren que les cuente ) tiene hasta algún instante incombustible. O tal vez un par o tres. Fuera de esa bonanza, el film es una castaña de tamaño considerable que va minando nuestra paciencia hasta que los ojos empiezan a picarnos y el cerebro ( que es sabio, joder ) nos pide a gritos ( más gritos ) que abandonemos la sala y paseemos por las avenidas, al aire libre, viendo los coches, las familias yendo y viniendo por los parques.
Mi amigo J. me advierte de estos excesos míos: Emilio, cuídate. No vayas a caer enfermo. Es muy fácil ( concluye ) empezar por El grito 2 y luego tragarse toda la filmografía de Andrés Pajares y Fernando Esteso, aunque hubiese tetas a tutiplén. ¿ Tan mala es ? Pues tampoco tengo claro si el adjetivo "mala" conviene enteramente. Es extraña. Es un remake de una secuela. Es un apaño. Es, convengámoslo así, un paquete de palomitas de un kilómetro de altura que se come en una sentada y luego se te queda el estómago vacío, como si nada hubiese entrado. Por ahondar en mi culpa, admito que vi la primera, y que no me disgustó en exceso. Esta segunda me ha llegado más hondo. La maldición de la casa ha salido de la pantalla y me ha traspasado. Inoculado estoy. El virus ha invadido mi capacidad crítica. Esta reseña acabará siendo benévola.
Y todo esto venía a propósito del cine, creo recordar.
Resulta que anoche vi El grito 2. Y salí reflexivo, como el amable lector advierte, fatigando pros y contras, dirimiendo en mi fuero interno ( tengo uno, sí, señor ) sobre si olvidar este suceso o incorporarlo al grueso listado de ratos incómodos que van jalonando el decurso de los días. No sé qué hacer todavía. Ignoro cómo va a proceder mi casi siempre recto raciocinio. A lo mejor, puestos a ser honestos, no es la cosa para tanto. Uno ha visto infumables bodrios de menor caladura moral y éste ( qué quieren que les cuente ) tiene hasta algún instante incombustible. O tal vez un par o tres. Fuera de esa bonanza, el film es una castaña de tamaño considerable que va minando nuestra paciencia hasta que los ojos empiezan a picarnos y el cerebro ( que es sabio, joder ) nos pide a gritos ( más gritos ) que abandonemos la sala y paseemos por las avenidas, al aire libre, viendo los coches, las familias yendo y viniendo por los parques.
Mi amigo J. me advierte de estos excesos míos: Emilio, cuídate. No vayas a caer enfermo. Es muy fácil ( concluye ) empezar por El grito 2 y luego tragarse toda la filmografía de Andrés Pajares y Fernando Esteso, aunque hubiese tetas a tutiplén. ¿ Tan mala es ? Pues tampoco tengo claro si el adjetivo "mala" conviene enteramente. Es extraña. Es un remake de una secuela. Es un apaño. Es, convengámoslo así, un paquete de palomitas de un kilómetro de altura que se come en una sentada y luego se te queda el estómago vacío, como si nada hubiese entrado. Por ahondar en mi culpa, admito que vi la primera, y que no me disgustó en exceso. Esta segunda me ha llegado más hondo. La maldición de la casa ha salido de la pantalla y me ha traspasado. Inoculado estoy. El virus ha invadido mi capacidad crítica. Esta reseña acabará siendo benévola.
II
El cine japonés nos está dando cada vez más alegrías. Después de las incomensurables Dark Water o Pulse ( de sobria inspiración nipona ) ha caido en nuestras pantallas El grito 2. Si todavía no ha acudido al cine, deje lo que esté haciendo. Vaya. Corra. Fila siete. Ocho también. Hay emoción y miedo a raudales. Pedirá que los productores busquen pronto otra casa ( la misma le vale si cambian el mobiliario ) y lancen para Navidad El grito 3. Y si tres gritos no satisfacen su ansia de infantes espectrales en casas malditas, vaya al videoclub más cercano y alquile los originales japoneses. O cómprelas. Habrá un pack. Las cintas madres suelen ser más crudos pero no por ello menos impactantes. Qué bonito es el cine. Qué alegre estoy hoy.
4 comentarios:
Uf que horror de película. Me dieron ganas de matar al director,al guionista y a la madre que los parió a todos.
¡¡¡Que horror!!!
En estos casos de remakes yankies, siempre se puede decir que al menos nos quedan los puntos de vista de los directores de las originales niponas; pero me temo que en este caso, si no le gusta el planteamiento de "El Grito 2", no hay nada que hacer: si no me equivoco, es la sexta vez que Takashi Shimizu realiza la misma película...
ni los puntos de vista japoneses, que por alguno he pasado y he salido peor que entré, querido amigo kuroi
Y todo es un bucle, un bucle empalogoso, además.
Han visto el filón abierto y está haciendo caja con toda la veta.
Como los buscadores de oro de antaño.
Los japoneses, en el fondo, tienen poca culpa. La culpa, de haberla, es del occidental que va y abreva en establos que no son suyos y que, además, no tienen tampoco demasiado encanto.
Lo de matar a gente es excesivo, pero ganas dan, desde luego. Menos mal que hemos sido educados y que la educación, en esos momentos, sale y nos para el natural instinto asesino. jajaja. Nada, nonashusi, a deternerse un poco.
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