Aznar, retirado de la política o, al menos, apartado de la ejecutiva política, no ha dejado de reirse. Su risa es franca, no lo duden. Risa de haber hecho las cosas con dos pies encima de una mesa y luego no dar cuenta de las facturas que esos gestos tan machotes traen, pero mejor verle así que no encabronado, echando pestes con ese tono de voz entre lo lánguido y lo filibustero con el que entonaba sus cánticos de guerra, su épica de batalla. Y lo peor de todo esto es que los que ahora rijen nuestros destinos patrios tampoco tienen gestos mesurados. Tampoco gastan cordura cuando dan rienda suelta a toda su fantasía de civilización armónica en paz con el vecino y con la Historia. En fin. Así vamos tirando, convertido el parlamento en ateneo de deslenguados que azuzan venenos e insultos como quien saca un perro a echar a una meada.
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