En un momento de la película, un asesor de Blair comenta que la familia real británica viven en el planeta Zog.
En otro, el Duque de Edimburgo, ese personaje a caballo entre la ociosidad remunerada y la más exportable flema británica que pueda verse en pantalla o en Carnaby Street, comenta que un ciervo de catorce puntas ha sido visto en Craggy Head después de haber oído el informativo televisivo en el que dan cuenta de la muerte de Lady Di, en París, con su novio.
The queen es un retrato nada hagiográfico: un elegante ejercicio de voyeurismo sentimental que opera desde una muy británica manera de ver la vida y que, en última instancia, examina la condición del ser humano en estos tiempos de moralidades confusas y de adherencias políticas volubles.
No pone el dedo en el amarillismo. Tampoco hace cuartel en la prensa rosa. Se trata de narrar el pulso entre el laborista Blair, recién instalado en el diez de Downing Street, y la reina, que ha visto ya la presencia de diez primeros ministros desde que Churchill se sentara frente a ella para pedirle, en solemne protocolo, los mandos ejecutivos de la patria.
El mérito de Pete Morgan reside en un guión casi inexistente, basado en la mordacidad de unos diálogos siempre entendibles, aunque el espectador casual carezca de la formación política adecuada para entender el odio de la Monarquía a un laboralismo representado por un Blair novato, pero firme en sus determinaciones, siempre atento al protocolo y consciente de que, al final, las cosas se harán según su antojo. Stephen Frears es el conductor de esta opereta palatina moderna y condesciende a abandonar su natural mala leche a la hora de filmar para facturar un producto sobrio, conciso, de una eficacia narrativa sobresaliente.
Son quienes rodean al primer ministro los que más apuñalan la figura de la Reina y es el propio Blair el que, al final, se decanta por apreciar el valor de una figura que representa una Institución milenaria que el pueblo admira y a la que nunca, bajo quizá ninguna circunstancia, va a dar la espalda.
Película de una contención prodigiosa, nada escorada a ninguna frivolidad, es un ejemplo académico de cómo hacer excelente cine con muy frágiles mimbres porque la película no da mucho de sí. Puesto uno a contar de lo que se trata, se concluye la explicación en un escaso minuto.
¿ Qué es todo lo demás ¿
Helen Miren, que no he hablado y no voy a decir nada de hecho porque todo el mundo ha escrito y dicho excelencias y ahora no tengo el verbo fluido por mor de la hora o del cansancio del lunes.
En otro, el Duque de Edimburgo, ese personaje a caballo entre la ociosidad remunerada y la más exportable flema británica que pueda verse en pantalla o en Carnaby Street, comenta que un ciervo de catorce puntas ha sido visto en Craggy Head después de haber oído el informativo televisivo en el que dan cuenta de la muerte de Lady Di, en París, con su novio.
The queen es un retrato nada hagiográfico: un elegante ejercicio de voyeurismo sentimental que opera desde una muy británica manera de ver la vida y que, en última instancia, examina la condición del ser humano en estos tiempos de moralidades confusas y de adherencias políticas volubles.
No pone el dedo en el amarillismo. Tampoco hace cuartel en la prensa rosa. Se trata de narrar el pulso entre el laborista Blair, recién instalado en el diez de Downing Street, y la reina, que ha visto ya la presencia de diez primeros ministros desde que Churchill se sentara frente a ella para pedirle, en solemne protocolo, los mandos ejecutivos de la patria.
El mérito de Pete Morgan reside en un guión casi inexistente, basado en la mordacidad de unos diálogos siempre entendibles, aunque el espectador casual carezca de la formación política adecuada para entender el odio de la Monarquía a un laboralismo representado por un Blair novato, pero firme en sus determinaciones, siempre atento al protocolo y consciente de que, al final, las cosas se harán según su antojo. Stephen Frears es el conductor de esta opereta palatina moderna y condesciende a abandonar su natural mala leche a la hora de filmar para facturar un producto sobrio, conciso, de una eficacia narrativa sobresaliente.
Son quienes rodean al primer ministro los que más apuñalan la figura de la Reina y es el propio Blair el que, al final, se decanta por apreciar el valor de una figura que representa una Institución milenaria que el pueblo admira y a la que nunca, bajo quizá ninguna circunstancia, va a dar la espalda.
Película de una contención prodigiosa, nada escorada a ninguna frivolidad, es un ejemplo académico de cómo hacer excelente cine con muy frágiles mimbres porque la película no da mucho de sí. Puesto uno a contar de lo que se trata, se concluye la explicación en un escaso minuto.
¿ Qué es todo lo demás ¿
Helen Miren, que no he hablado y no voy a decir nada de hecho porque todo el mundo ha escrito y dicho excelencias y ahora no tengo el verbo fluido por mor de la hora o del cansancio del lunes.
Abur my friends.
No hay comentarios:
Publicar un comentario