9.3.07

MISS POTTER : Conejos en almíbar





Estoy de acuerdo con un amigo que me puso sobre aviso cuando supo mi intención de ver esta película. Venía a decir que el póster era dulzón como un lenguetazo a un tarro de mermelada. Él tiene una costumbre que sigue a rajatabla: dejarse llevar por la impresión más elemental, la primaria. En este caso, no le gustaba en absoluto el montaje publicitario ni tampoco ( yo estaba, en parte, de acuerdo con él ) la carátula. Luego me previno con una contundencia más efectiva: Vas a ver una película ñoña. Ese adjetivo me desarmó, pero desatendí mis recelos y me colé en el visionado del asunto. Mejor hubiera sido hacer caso de la amistad. Los amigos son un tesoro, como dice una canción. Éste, un par de ellos.

Miss Potter es un caramelo sobrevitaminado de azúcar: un insoportable ejercicio de melindroso ombliguismo emocional. Da igual que estén ahí para evitar el descalabro dos actores de reciente fuste como Ewan McGregor o Renee Zellweger. El precipitado cinematográfico es inevitable porque el pastelón está tan sobrecogido de magia, conejos y sentimientos nobles que empalaga con dos o tres minutos de exposición. La tal Beatrix Potter, la Rowling de principios de siglo XX, tuvo que ser una señora entreñable, de muy literarios fundamentos, pero la película apabulla, descoloca, produce lo contrario de lo que busca, que nos instalemos en cierta cómoda posición de distancia. No acaba nunca uno de entrar del todo a pesar de que los actores ( los tres principales, McGregor, Zellweger y Emily Watson ) estén francamente bien.

Todo muy correcto, muy bonito, muy bien hecho, muy simple, muy soso. Conejos en almíbar.

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