30.6.07

El pisito: Crónicas del hambre



La negrura tremebunda de la España del sabañón y del café con hambre que Azcona y Ferreri plasman en El pisito parece a la luz del ahora un retrato costumbrista, pintoresco, un abigarrado novelón de la vida de nuestros abuelos que no tiene vigencia en estos nuevos tiempos, pero la actualidad nos desmiente a su antojo y los rotativos de las agencias de información vomitan titulares que podrían atribuirse, sin esfuerzo alguno, a la España de aquella posguerra. Que nada ha cambiado en exceso y que todo se aviene a un mismo patrón.
Lo que hace Azcona como nadie ha hecho en el cine español es escribir con la mala leche en la punta del bolígrafo o las teclas de las pesadas Underwood de entonces.
Azcona se aleja del paisajismo tópico de exaltación de lo militar y de lo patriótico en el que estaba el cine aburrido y ahogado para hacer unos argumentos destornillantes, líricos y hermosos en su descarnada visión de la pobreza del hombre y del consentimiento popular de unas estrecheces morales y económicas que ocasionaban lo que Valle-Inclán, unos años antes, bautizó como Esperpento.
La disidencia de El pisitio viene por aquí: por abrir en canal ( con saña, con finísima saña en ocasiones ) la contemplación monótona que el español de a pie hacía de su condición natural de héroe doméstico, obligado por las má que infames circunstancias a sobrevivir y a confiar todo su proyecto de vida al concurso del azar, a la intervención de lo divino o a la picaresca, que en eso hay suficientes recursos y han dado por lo normal excelentes resultados.
Todo se desmenuza con la prosa clásica del sainete y entre chiste y chascarrillo cuela Azcona un puyazo sangriento al censor, esto es, a la conciencia de un país que salía como podía de una Guerra y que se dejaba embaucar por un tablao flamenco nutrido y alegre, manifestación antológica de nuestra cultura patria y simpar icono de cuanto de nosotros se pensaba allende los Pirineos. Berlanga, Bardem, Neville ( a su manera, a otra velocidad ) y Ferreri conformaron una cinematografía adulta, exenta de clichés y totalmente exportable a la manera del neorrealismo italiano que hacía tres cuartos de lo mismo pero con una pléyade más nutrida de disidentes del Régimen, de artistas preocupados por la política y que veían en el cine ( vamos a decir en el arte ) un vehículo idóneo para desahogarse un poquito y, de camino, dar que pensar ( que decía mi abuela ) a algún ciudadano cómplice en la historia.
El pisito narra una historia real de un hombre que consintió casarse con la vieja que le realquilaba el cuarto para poder heredar el piso y así cumplir el sueño dorado ( institucional ) de casarse con su novia de toda la vida. Al modo de 13, Rue del Percebe, cómic ejemplar en todos los aspectos, Ferreri abre su cámara a muchos personajes: no se deja llevar por las pericias dramáticas de Rodolfo, el novio-esposo-viudo que interpreta formidablemente un nunca bien ponderado José Luís López Vazquez.
Lo que hace Ferreri es darnos una información adicional enorme en cada plano: no ocurre una única cosa sino que son varias y todas tienen lecturas que afectan a la principal, por decirlo de alguna forma. Ferreri huye de los planos cortos y obra prodigios cuando, mudamente casi, planta la cámara en el centro de la acción narrativa y deja que los personajes vayan atropellándose, ocupando el espacio, creando una representación coral riquísima que luego ha sido triunfalmente copiada por otros directores para evidenciar, como Ferreri, la espesa imbricación de varias tramas que se yuxtaponen, sin oponerse, para crear la trama unívoca que creemos estar viendo.
Pienso ahora en Woody Allen, pero eso es irme muy por las ramas. Azcona, que luego hizo ( ahí va ) El cochecito, El verdugo, Plácido, La prima Angélica, La escopeta nacional, La niña de tus ojos, Belle Epoque, La lengua de las mariposas y Ay, Carmela, que recuerde, alguna habré olvidado, es el maestro del distanciamiento: sus personajes pueblan las líneas de sus obras y no hay signo que pueda entenderse como marca de autor: Azcona se limita a plantar su universo de clase media, sus escaleras de vecinos, y acelerar, como si un reloj de muñeca se tratase, los mecanismos antiquísimos de la comedia, del humor negrísimo, que es el verdadero, quizá el más serio de todos.La idiosincracia del pueblo español de entonces ( ya visto con una lejanía ) no se queda en la plasmación de unos referentes sociales: Ferreri y Azcona van más lejos y hurgan en donde más duele a la clase biempensante y detentadora del Poder.
Hacen hilaridad de la muerte, del matrimonio. Evidencian con genio que vivir en España entre el año 40 y el 70, frenemos ahí la caída, era una heroicidad que no paliaban las divas de la copla y las historias rurales de botijo y de novio que habla con la novia a través de una reja. La pobreza anula la ética o la rebaja a episodio intrascendente. La necesidad de una vivienda, nunca antes tan manifiesta en el cine, propicia que la moralidad se alíe con el interés. De resultas de este maridaje nace el ingenio, la trampa, la estampa graciosa de la fealdad.
Luego vendrían el landismo, la España escondida en el morbo de los primeros desnudos integrales, el pueblo abalconado en la incertidumbre del porvenir, pero ya pertrechándose de instrumentos para escribir su propia historia.

28.6.07

El futuro era esto


Debajo de la sombrilla estoy yo con una verde y un temblor místico en el centro neuronal del júbilo. Mi amigo Joaquín sabe de qué hablo. Queda menos de una semana para que este blog eche el cierre y ajuste sus excesos al amortiguado ruido del verano. Fin ( o lo más parecido ).

De piratas, funcionarios y abogados




Parecía que no, pero hay que tener cuidado.
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Los unos, los otros



“Los centros religiosos que den la nueva asignatura de Educación para la ciudadanía colaborarán con el mal”





Lo ha tirado al aire, como quien arroja un verso de Bukowski en un patio de parvulario, el cardenal primado de Toledo, Antonio Cañizares. Mientras, Madrid revienta a ritmo hip-hop gay en la semana grande del Europride. La realidad supera a la ficción. Lo libresco bebe de lo mundano. Degenerados y beatos, apocalípticos e integrados, lanzados y encogidos, todos se arraciman en las páginas de prensa: cada uno cuenta su historia y espera que el lector la suscriba. ¿ Quién no ?







Más información:



El cardenal Antonio Cañizares propone crucifijos en todos los edificios públicos
Educación para la Ciudadanía "es una opción para educar a los jóvenes en los valores democráticos", asegura De la Vega (23/06/07)
Los obispos llaman a objetar en la asignatura de la Ciudadanía (22/06/07)
Los obispos animan a que se evite el estudio de la asignatura de Ciudadanía con "todos los medios legítimos" disponibles (21/06/07)
El Arzobispado niega que para hacer la comunión sea necesario objetar a la asignatura de ciudadanía (08/06/07)
Los niños de un pueblo de Toledo se quedarán sin comunión si cursan Educación para la Ciudadanía
Arrancan en Madrid las fiestas del Orgullo Gay Europeo (27/06/07)
Cortes de tráfico desde hoy por las fiestas del Orgullo Gay (27/06/07)
El Foro de la Familia dice que el Orgullo Gay "insulta a la religión" (26/06/07)
Los jóvenes socialistas no acudirán a la manifestación del Día del Orgullo Gay (26/06/07)
Los cortes de tráfico por las fiestas del orgullo gay comienzan mañana por la tarde (26/06/07)
















20 minutos // Fuente





27.6.07

Cine


Taxidermia: Elogio del asco







Si tan sólo escribiera que Taxidermia es una de las películas más extrañas que ha parido este 2.007 le estaría haciendo un estupendo favor porque el hecho de la extrañeza no siempre tiene en el espectador, en ocasiones, rendidas adherencias y concibe el cine auténtico como un tour de force de novedades que le espabilen del letargo al que le han conducido cientos de films normales ( digamos ) exentos de nada verdaderamente asombroso y concebidos con la asepsia propia de un cirujano pulcro que usa el bisturí con majestuosa coreografía sin precisar ningún movimiento improvisado que desconcierto al hipotético público que asista a su función.
Taxidermia es extraña porque exhibe maneras propias de lo extraño, esto es, de lo diferente, de lo avenible a circunstancias escoradas de la norma, pero además Taxidermia es grotesca y también desagradable. Ignoro si el guión escondido en la mente del pertrechador de este engendro ( Gyorgy Pálfi ) era imposible de traducir a imágenes sin que la integridad de nuestro estómago estuviese en entredicho. El mal gusto, la escatología crasa, el doloroso sentimiento de que el ser humano, en el fondo, es un animal visceralmente primitivo se van apoderando de la paciencia del espectador hasta que el vómito, como anticipo de la angustia mental, principia arcadas en las cuerdas vocales.
La Hungría retratada a través de las peripecias vitales de tres miembros familiares ( abuelo, padre e hijo ) es la historia decadente de un país mísero, lentamente fagocitado por los encantos del capitalismo que evidencia los rigores de un comunismo gris que no da al pueblo ningún aliciente para sobrellevar una posguerra digna, noble y bien alimentada. De todo esto viene a hablar esta obra premiada en variados festivales ( ésa fue una de las causas que movió mi interés, maldita sea la hora ) que, en conjunto, puede ser salvada por el arriesgado concepto visual que manejan sus pirotécnicos artífices, por su deliberada aberración, que está resuelta sin pudor y oscila entre lo pornográfico ( penes en ardorosa entrega ) y lo inequívocamente gore ( la parte final de la cinta es poco recomendable para almas sensibles ).





Acudir a lo dantesco para escenificar la deflagración moral y la devastación social de un país comido por la paranoia comunista puede ser un punto de vista entre muchos, pero no el único. Taxidermia gasta toda su pesada maquinaria narrativa en la contundencia de unos imágenes arrebatadoramente complejas porque hay momentos en los que uno se plantea ( con seriedad, sin prejuicios ) abandonar la sala o plantearse el espectáculo como un ejercicio de masoquismo cinéfilo que igual conviene para forjar el espíritu y domeñar todos los tabús que hemos ido guardando bien adentro desde que, bien pequeñitos, Papá Disney inoculó su veneno terrible en nuestra natural manera de ver el mundo.
Esta pelìcula, ambiciosa como pocas, desvergonzada y ufana de sus proezas excrementicias, tendrá su público adicto, su caterva de almas sobradamente pertrechadas de valor y sentido del Arte. Yo carezco de ese sentido: lo abandoné en algunos capítulos de Saló y los 120 días de Sodoma del poeta Passolini o en algunos títulos de gore puro y duro que he tenido la suerte o la desgracia de meterme en vena ( la mentirosa Holocausto canibal o las gamberras paridas de la factoría tóxica de Herz y Kaufman en su delirante Troma ).
Que nada queda a la aventura preciosa de imaginar y todo sea violentamente arrojado a nuestras pupilas concede, ya por último, la certeza de que con el tiempo ( o igual ya, qué vamos a hacerle ) Taxidermia se convertirá en una de esas cintas de culto que promueven encendidos discursos cinéfilos y suscitan los habituales arrebatos de fascinación y de hipnosis colectiva que muchas películas "de culto" inevitablemente procuran a sus fiel feligresía. Más freakie que el Jack Fisk de Cabeza borradora colado en una película de Jose Luis Garci, Taxidermia, a su perturbada manera, no deja de ser una mordaz crítica a los convencionalismos de la estrecha política comunista de un país estrangulado y al que se la ha extirpado de cuajo toda capacidad de júbilo. Eso, creo, es el sustrato más culto de este torbellino indecente de personajes que se abren en canal por motivos artísticos o que se matan a pajas, no exagero, o que vomitan a tutiplén al tiempo que entre empujón y empujón razonan la naturaleza más profundo del amor y su cándida sinfonía de colores.
Muy frágilmente sostenida por su único encanto, y discutible también ( el tremendismo exacerbado, la pasión escatológica, la irreverencia contumaz ) Taxidermia es una rara avis en nuestra cartelera y será una rara avis mayor, más triste y cruda en su silencio, en las estanterías de los videoclubs patrios. Ah, se me olvidaba: su pase, aun de puntillas, por Cannes despierta todo mi asombro.
El dato curioso es que la productora que financia esta tragicomedia de esputos, semen y ventosidades pseudointelectuales se llama... Fortissimo.
Absténganse, por favor, apocados y sensibles.

26.6.07

Educación moral

1
Dice Enric Vilá, presidente del Fórum Europeo de Cristianos Gays, que no existe una relación fluida entre su organización y la Iglesia católica. Argumenta que la sexualidad ha sido siempre un tema tabú. Que Benedicto XVI "se está caracterizando por una parálisis en sus reformas". Para redondear su inspirada retahila de verdades de perogrullo concluye con que la apostasía crece entre los homosexuales. Lo dice un presunto enemigo de esa anomalía moral a ojos de un cristiano. También hubo una época en que eran noticia los afiliados al PP que vocinglaban su opción sexual. O en el Ejército.
Un amigo me comentaba el otro día que había observado cómo las televisiones nacionales, públicas y privadas, hacían un esfuerzo notable en presentar situaciones en las que los homosexuales cobran una nombradía hasta ahora inédita. Refería series dramáticas, presentadores de concursos, noticias sueltas. Todo le resultaba fácilmente avenible a esa reflexión que me confesaba.
La herida abierta entre la población por la inclusión en el Currículum de la asignatura de Educación para la Ciudadanía incide en lo mismo. Quienes piensan que lo razonable es que estas
extensiones naturales del nuevo orden moral ocupen espacio en las leyes y en la calle, en la escuela y en la formación integral de sus ciudadanos y los que consideran que el Estado se ha arrogado sin conocimiento y a espaldas de sus gobernados la potestad de fomentar una moral escrita por sus parlamentarios y siempre afín al criterio y al discurso de su ideología política.
Polémicas servidas para agitar el plano panorama de información que suele poblar los periódicos del verano, tan menguados, tan tristes en contenido. ¿ O será mejor así y esa liviandad o escasez de información anunciará un más armónico mundo ? No tengo ni idea.

El Forum de Cristianos Gays, leo en El País de hoy, se creó en 1.982, agrupa a 35 asociaciones de 16 países.

2
Enrique Múgica, defensor del Pueblo, ha abrazado las tesis de Sarkozy a propósito de erradicar el tuteo entre alumnos y profesores. Lo ha dicho en los Cursos de Verano de la Complutense en San Lorenzo de El Escorial.
El PP ha abrazado a Enrique Múgica.
El PSOE no ha tardado en asegurar que las medidas del mandatario galo en materia educativa son "superficiales". Que "el respeto ha de trabajarse más en el fondo que en la forma"-
Lo que parecía un baile de amigos va a terminar al final en un refriega de adolescentes. Está ya comprobado que nuestros partidos políticos sufren lo indecible incluso cuando coinciden.

Paris Hilton, Larry King, Jose María Aznar y yo

La reclusa Paris Hilton ha salido de la cárcel y ha pedido su almohada. Los 23 días que la heredera del imperio hotelero ha permanecido entre rejas por conducir ebria han ocupado más banda ancha y atención mediática que los presos de Guantánamo o la desclasificación de documentos de la CIA o la vigencia de las redes de Al Qaeda en Europa o el cambio climático o las tribulaciones neuróticas del G8 o la saga/fuga de Tony Blair o las frágiles treguas de ETA o el gol de Tamudo al Barcelona, a un nivel más frívolo.
¿ Qué ha hecho la hija de papá Hilton para ser famoso al modo en que lo es ? Paris Hilton practicó una felación a un maromo inevitablemente agradecido que colapsó los servidores de la Red. Aparte de ese episodio lúbrico, ha participado en algún bodrio de terror made in Hollywood y ha sacado un disco de música imperceptible cuyo único propósito es actuar de banda sonora en la rutina lisérgica de algunos descabezados que se meten Afganistán en vena en antros art-deco.
Diligentes paparazzi han cogido una instantánea donde se aprecia a la musa de la MTV con una Biblia bajo el brazo antes de entrar en prisión. Si practica todo lo que los santos apóstoles registraron para la limpia salud del alma no dudo que jamás regresa a la cárcel, no vuelve a dejarse llevar por los vapores del alcohol ni ejerza tan cochinamente el sexo oral delante de una webcam. He aquí el verdadero sentido de la responsabilidad y los auténticos valores de la fe.
Debe ser duro tener dinero y carecer de todo lo que el dinero no proporciona, vivir en esa pasarela continua de cámaras y desmentidos, de romances fabulados y primeras páginas en toda la prensa del mundo. Si el mundo tiene a esta insensata como icono reconocible, mal va.
Las emisoras norteamericanas ABC y NBC han confirmado que retiran su oferta de un millón de dólares por la primera entrevista televisada de la Hilton tras su paso por prisión. Mañana Miércoles Larry King, en exclusiva para la CNN, va a entrevistar a Paris Hilton. Así voy yo a donde me digan, isla de If incluida, y luego me abro el pecho en prime-time engolosinado por algún abultado cheque.


Lo próximo, un libro, una película, una toalla con la niña embutida en el gris traje de presidiaria. Un famoso museo de cera ya ha tomado la delantera. Andy Warhol estaría encantado. El mundo, mientras tanto, ajeno a estas extravagancias de delincuente pop, estrangula la esperanza de una infame cantidad de seres humana que no comen o no acceden a la escuela o no tienen un techo bajo el que soñar, de noche, con que Larry King les entreviste. Para terminar esta ocurrencia de tarde martes unos entrecomillados del ex-presidente José María Aznar, ahora asalariado del magnate Murdoch y inclito gobernador de las FAES alegremente pronunciado con motivo de su distinción como Bodeguero de Honor de la Academia del Vino de Castilla y León.

"Déjeme que beba tranquilo, mientras no ponga en riesgo a nadie ni haga daño a los demás"

"los que hemos defendido siempre la libertad y creemos que es buena, defendemos también que la gente pueda tomar sus decisiones"

Igual de esto la niña Hilton, aleccionada, reconcomida, pide audiencia con Jose María y trata de convencerle para que abandone tan nefastos vicios. No vaya a ser que termine cara a cara con Larry King en la CNN. Inglés fluido para justificar sus excesos no le falta.

Chris Rea: Blue guitars



Quizá todo consista en encontrar el origen del camino, la semilla que obra el prodigio absoluto de la emoción. Puede ser la música o un verso o una pintura. Chris Rea ha acometido una empresa formidable, una sin parangón en la Historia de la música popular contemporánea. Importa escasamente que el empeño concite unas ventas aceptables o que incluso haga caja.
Blue guitars es una obra de arte. No únicamente por su importancia como registro sonoro de un género ( el blues ) sino por la osadía de su libérrimo concepto: documentar la música de la que nació el jazz o el rock o el pop, celebrar su vigencia en este siglo XXI en un "box-set" que incluye un libreto, pinturas del propio guitarrista inglés y 11 discos compactos. Cada uno recoge un recorrido musical que transita por África, Chicago, Nueva Orleans, Louisiana o Texas y hace una antología perfecta por el blues primitivo, el blues latino o incluso el blues irlandés, acoplado a lo celta como una estupenda segunda piel. Las 130 piezas son pasionales arrebatos de honestidad melódica, canciones cursadas con el timbre lírico de un músico extremadamente consciente de la historiografía de los acordes, su inabarcable relevancia como vehículo formalizado de la crónica de un género que está por encima de modas o de pulsos del mercado y que se inscribe, por méritos no discutibles, en legado musical del hombre. Chris Rea ha facturado un disco ( once en realidad ) de dimensiones majestuosas, ajeno a ránkings, cómplice del oyente que reconoce el valor de un proyecto y la calidad musical de un hombre que ha ignorado el riesgo y se ha dejado llevar por el amor a un puñado de bluesmen y de sonidos.
Acabo de terminar el segundo recorrido ( y ha sido pausado, medido ) por las once entregas.
¿Empacho? No, reconforte, vitalidad, disfrute, fiesta para todos los sentidos.

25.6.07

Shrek Tercero: Verde gastado




No se obró el milagro, aunque tampoco era previsible que una epifanía de mariposas en la boca del estómago produjeran el asombro, que es el primer comando de la línea de texto del buen cine. Buen cine hubo en la primera entrega: irreverencia para el olfato adulto, ternura y buenos sentimientos para la feligresía infantil y un excelente guión que pretendía arrebatarle a Disney el trono de la animación. Taquilla y crítica confirmaron la osadía. Los hallazgos visuales de antaño, el altísimo nivel de los diálogos y la mala leche de ese deconstrucción de los cuentos tradicionales -que a Propp le hubiese parecido un atrevimiento genial- no aparece en esta tercera entrega por casi ningún lado. El "casi" permite que Shrek Tercero no sea horrorosa y se deje ver con cierto agrado: basta no exigir mucho.
El inventario de personajes ha crecido, pero todos se manifiestan previsibles. Lo que en las dos primeras historias era subversión e irreverencia, aquí es una tropelía de gags quemados que nunca incomodan ( es cierto ), pero que producen la extraña sensación de que estamos asistiendo a un descarada flatulencia mental cuyo más manifiesto propósito es esquilmarnos el bolsillo sin que, a cambio, nos ofrezcan lo que la nostalgia prometía, es decir, la escatología inteligente, la humorada crítica, el feliz encuentro entre el cine adulto - en este caso, animado - y el cine infantil, tan denostado, tan convertido en mercancía, en material fungible y despreciable durante tanto tiempo. Me ha sonado esto a ocasión desaprovechada, pero tampoco estoy decepcionado como para no recomendarla. Valdrían dos o tres antológicos escenas para justificar el trayecto. Me acuerdo ahora de una sencillamente genial: la ñoña melodía a lo Disney que de pronto se encabrita y se escora, sin fractura apreciable, a los gritos demoníacos de Robert Plant en una de sus salvajes epifanías vocales. Quizá esté ahí, en la formidable selección musical - de Damian Rice a los Wings de Paul McCartney - donde reside el todavía agitado encanto de este prodigioso ejercicio de ventas veraniegas.

22.6.07

Todo lo demás: La máquina de los amores efímeros




Woody Allen es un autor de narrativa fácilmente agotable. Todos los que lampamos por celebrar la liturgia de sus estrenos sabemos que su material alumbra escasas novedades y que el encanto reside en las variaciones que sobre ese aparentemente estrecho inventario ejerce el talento deslumbrante de su genio. Todo lo demás es un nuevo collar para el mismo perro, pero ladra con timbres nuevos: la pareja en crisis, el sexo como espita de toda épica, las paranoias de la conspiración judaica, el humor como medio de vida o el psicoanalista lacónico y poco resuelto.
Incansable, Allen no se mueve de su atrezzo favorito, Manhattan, y tampoco renuncia a filtrar su socarronería, su escepticismo, su cada día más constatable amor por los difíciles equilibrios emocionales que ejercemos los humanos para irnos viviendo en este mundo canalla. Su puzzle de personajes es siempre hermoso, heroico, amplificado o minimizado según los registros trágicos o cómicos de sus guiones, artilugios de una incontinencia verbal a prueba de espectadores aburridos, un puzzle enorme de piezas intercambiables, tensadas y destensadas, amplificadas o minimizadas a conveniencia de la épica verbal de sus personajes.
Aquí un aspirante a escritor, neurótico, atormentado por una vida sexual precaria, conoce a una chica de promiscuidad contrastada, disfuncional, ninfómana a ratos, muy inocente en el fondo. Jason Biggs y Christina Ricci bordan sus excesivos papeles mientras que Allen se reserva el caramelo de un personaje formidable: el gurú sentimental traumatizado por la fragilidad de su plácida vida y fascinado por las armas, eco probable de un stress post 11-s, una especie de héroe doméstico, íntimo, de inmediatas adherencias sentimentales, razonablemente histérico ( es Allen ) y benefactor de las causas imposibles, de los amores improbables y de la filantropía suburbana.
Todo lo demás no deja de ser una remozada versión de Annie Hall exenta de aquel dramatismo.También está Maridos y mujeres o Manhattan. Para el espectador que conozca de oídas la filmografía de Woody Allen, dispone aquí de un bautizo natural, asequible, que no hace fanfarria de las neuras habituales del genio, pero que las deja caer, a lo suave, construyendo un recitativo de frases memorables, un compendio académico de sus tópicos y, sobre todo, un ejercicio de mesura a la espera de abordar proyectos de más subida mala leche.

Dios, Marx y yo

Ha sido un berrinche innecesario, pero últimamente la sensibilidad me explota en el pecho como un soneto de Petrarca. Me sobrecogen las sabidurias menudas, escribió alguien, las anécdotas livianas y los acontecimientos sencillos y me gusta perderme en la prensa para encontrar, entre la maralla de noticias relevantes, el pensamiento distinto, el matiz minúsculo, el "punctum"...
Parece que el papa Benedicto XVI ha distraído su inteligencia de los asuntos verdaderamente inherentes a su cargo para hocicar en ese fango moldeable y subjetivo que es la Historia. Ha venido a decir que "Dios no está en el marxismo", que sería deseable que estuviera. Tampoco está en las letras de John Lennon: al menos no al modo del Santo Padre. Ni en los desvelos teológicos de Spinoza, cuya idea de Dios no matrimoniaba mucho con el Dios de sus contemporáneos. Ni tampoco en las dramaturgias pecaminosas de Leo Bassi. Lo que desafía el discurso siempre flemático de la lógica es que a estas alturas haya quien se arrogue la supremacía de su Dios y ningunee los dioses aledaños. Incluso la ausencia de Dios, que también tiene su público fidelísimo. No es legítimo zarandear las creencias ajenas para elevar las propias. O tal vez lo sea y mi descreimiento ciegue toda posibilidad de ser objetivo y razonar esto que, a primera vista, semeja un dogma y luego, bien mirado, resulta tan sólo un leve exabrupto vaticano. Dios no está en el marxismo. A este blog Dios acude con alguna frecuencia y se apresta sin queja a todos estos juegos florales de mañana de verano.

20.6.07

Día Mundial de los Refugiados

Hoy es el Dia Mundial de los Refugiados: parias del mundo, inadaptados, deportados, infelices, desangrados, humillados, derrotados, ninguneados, difamados, postrados, desolados, sentenciados, incomunicados, fustigados, destruidos, apestados. Hay parias blancos, negros, amarillos, mestizos. Los hay cultos e iletrados, épicos y apocados, creyentos y descreídos, santos y pecadores. Quienes cubren distancias grandes o pequeñas en su diáspora y quienes se refugian en su memoria o levantan una barricada de miedo frente al televisor. Quienes cubren sus necesidades físicas a diario sin problemas, pero no satisfacen las morales y quienes no alimentan ni las unas ni las otras y malmueren entre la ignorancia y la miseria, con toda su dignidad arrebatada. Refugiados de derechas y de izquierdas, revolucionarios e indiferentes, anárquicos y ortodoxos, tartamudos, senequistas, informáticos, proxenetas, albañíles, maestros, atletas, rapsodas, toxicómanos, ufólogos, politólogos, sibaritas, zumbados, apocalípticos, integrados, adventistas, arribistas, joviales, bobos, obtusos, salidos, existencialistas, mezquinos, freakies, yuppies. Todo se aviene al miedo y todo se contamina de odio. Hay refugiados en casa y en las aceras. Refugiados a millones en las fronteras de la estupidez humana y en el atlas absurdo de su infamia antigua. Hoy es el día de todos ellos. Hoy a todos nos toca un poco este día que, en ningún caso, debe parecernos ajeno. Tú también has sido expulsado. Yo también busco refugio.
No estamos bajo la tutela de la Agencia de la ONU para los Refugiados: probablemente no hagamos estadística en sus balances, pero estamos presenciando el exceso y no brincamos, conmovidos, dolidos, sensibles, cuando la pena y el llanto roban la felicidad de quienes buscan, entre polvo y promesas de cambio, esperanza.
Foto: Acnur

19.6.07

La enfermedad del mar

Sea Sickness



He sido incapaz de no incluirlo en la página, aunque no se adhiere a ninguno de los patrones de este caos en el que estoy convirtiéndola. Tampoco soy capaz de dejar de mirar. Ejerce un influjo que no debe siquiera ser razonado: como todos los influjos, como todos los hechizos. Éste merece música de Wim Mertens de fondo. Maximizing the audience. Voy a buscarla y la dejo detrás como un biombo imposible.

Un lunes sin cine

http://www.zooglea.com/opinion/los-cines-estan-de-huelga/

Lo suscribo entero. Lo firmo. Caso de que yo hubiese tenido la información con la que cuenta Taliesin la habría querido expresar así. Me permito traerla.

Ghost Rider: El motorista fantasma : Arde el talento




Malograr al Motorista Fantasma con esta gamberrada con presupuesto no tiene perdón. Da igual que Nicolas Cage se coloque la chupa de cuero, arranque la moto fardona y arda como una mascletá yankee. Da igual que los chapuceros encargados de vendernos este bodrio hayan jurado por Mefistófeles que aman la Marvel Comics Group. Lo que han hecho es enfangarla, estropear una buena oportunidad - la que se le dio a Spiderman o a la Patrulla X - para que el mito del cómic llegue a un público nuevo, aunque imagino que la caterva de adolescentes apostados en las colas no van a exigir demasiado y sus caras al salir serán resplandecientes y gozosas. La mía, que dista ya hace unas décadas de tener acné, no ha pasado del pasmo. O tal vez decepción porque yo, como Cage, soy fan devoto de la Marvel y albergo siempre el noble deseo de que no estropeen esos nobles materiales que condujeron mi infancia hacia mi adolescencia y que ahora, en formatos diferentes, tutelan la infancia de mi hijo hacia la suya. En cualquier caso, el perpetrador de esta infamia flamígera (Mark Steven Johnson ) avisaba ya de su mediocridad cuando puse en cartelera Daredevil o la todavía menos digna Elektra. Ahora se ha limitado a escribir ( polifacético el muchacho ) un guión calcado del cómic al que no ha aportado nada personal. Lejos de estos niveles creativos la estupenda El Inolvidable Simon Birch, pero la inspiración se fugó como no tuvo, a lo visto, reflejos o ganas para una persecución en regla.
Este Ghostrider tiene, no obstante, un nivel técnico notable, qué menos. El motorista arde creíblemente, vaya frase. Lo malo es cuando no hay combustión: ahí todo es lánguido, soso, mal traído y peor presentado. Las historietas pseudo-religiosas activan mecanismos místicos que ya no comparto, pero no tardo en entender que hay público ávido de estas fanfarrias apocalípticas entre el día del juicio final y la llegada del anticristo: ecos de Dan Brown para mentes modernas. De todas formas la historia original del acróbata Johnny Blaze vendiendo su alma al diablo es setentera y no es justo embadurnarlo todo con estas especulaciones religiosas de nuevo cuño.
Para hacer más alta la pira expiatoria añadir que los diálogos son ridículos, aunque uno tiene la confianza de que toda esta morralla de parlamentos ha sido escrita mal a posta para darle un toque ¿paródico? a la farsa.
Peter Fonda cerca de una moto parece Easy rider, pero aquí se arrastra penosamente y no da en ningún momento la impresión de acojonar al personal en su rol del mismísmo Diablo. A Eva Mendes me la visten como si fuese a reventar las camisas por su audacia mamaria y Nicolas Cage, nótese que he dejado al amigo para el final, no pone empeño alguno en ser actor y se limita a ejercitar unas muecas horrorosas que no dan al atormentado Blaze trazas faciales de estar verdaderamente bajo las cadenas del tormento.
Hace mucho tiempo que el sobrino del maestro Coppola no da la talla en una pantalla grande
( Adaptation, El hombre del tiempo ) porque Wicker Man y World Trade Center son penosas evidencias de su pasotismo dramático.
No se debe pasar por alto la falta de ambición del film en aspectos muy puntuales: la poca riqueza de los malos. El Motorista se los merienda en un abrir y cerrar de espita. O ese cabalgada en el desierto ( ay ese aire a cómic ) hacia el pueblo polvoriento y espectral con los dos jinetes en llamas a lomos de sus respectivas grupas. Hasta el Villano Terrible es risible: qué falta de coraje, qué poco entusiasmo. Y no son argumento las finanzas: se ven holgadas a la hora de manejar truquitos digitales y otras triquiñuelas de cara a la galería y a los maravillosos trailers. Aquí hubiese bastado, de haberlo sabido, ver el que la publicita. Nos hubiésemos ahorrado tanto.
Vendrán mejores tiempos y nos traerán otros héroes y otros villanos. Mientras tanto me voy a la estantería y me pongo para este noche Depredador. John McTiernan en sus mejores tiempos. La única película de Schwarzie salvable. La apoteosis del cine de acción. Un héroe de casta, racial, corajudo y preparado: sin místicas ni amores perdidos. Un villano cabroncete y perfecto: no hablaba.

Entrada sin instrucciones


¿ Qué eres, cronopio o fama ?

18.6.07

Tú la letra, yo la música: Como meter la lengua en un tarro de mermelada

Viva el cine inofensivo, la mermalada de fresa y las melodías de Wham: Tú la letra, yo la música es cine inocuo, desactivado de toda pretensión de perdurar o de remover en el público alguna conciencia social, política o incluso estética. No está ese discurso en su libreto fundacional; en él sobreabunda el tedio, uno viscoso como de jingle navideño ametrallado en los altavoces invisibles de una Gran Superficie.
Como toda comedia romántica, carece de pretensiones filosóficas ( hasta Matrix tenía halo de mística embutida en un tatami infógrafico de kung-fu ) y no rompe ninguna de las muchas convenciones del género: triunfa el amor a pesar de que la pareja flirtea con la incertidumbre y, a mayor gloria de la dulzona efervescencia de todo idilio, sortean algunas dificultades que se ven compensadas por un final glamouroso y visto una decena larga de veces y aunque tengamos mucha gana de arrimarle combustible y prenderla, la película toca nuestro corazoncito sensible.
Quien haya sentido un temblor efervescente en el corazón al oir una melodía pop, quien haya oído en su memoria las notas de su canción preferida en la cabeza en la cola de un autobús en el preciso momento en que le van a atender en la charcutería, ésta es su película. No habrá decepción. Hugh Grant es un comediante correcto - no el Cary Grant que intentaron vender -, un actor cómodoamente instalado en una serie de patrones dramáticos que ha interiorizado con oficio pasmoso. Drew Barrymore sortea las inconveniencias de este cine melifluo para poner luego la mano y que su nombre no se pierda en el limbo tangible de los divas que van camino de dejar de serlo.
En todo caso, nada remarcable en este juguete graciosillo, nada relevante: no se pretendía. La cinta transita su legítimo olimpo de intrascendencia y frivolidad abonada a un recetario sentimental tan previsible como inane. No es posible ser demasiado canalla al escribir unas líneas que, aunque nunca/jamás serán laudatorias, tampoco entrarán fieramente en la carne, hurgando en la víscera pura.

Comandate: El dinosaurio tiene alma



dictador, ra.
(Del lat. dictatōre[m]).
m. y f. En la época moderna, persona que se arroga o recibe todos los poderes políticos extraordinarios y los ejerce sin limitación jurídica.
m. y f. Persona que abusa de su autoridad o trata con dureza a los demás.

Lejos de la reflexión histórica y más escorado a la hagiografía del personaje, Oliver Stone deja la ficción y acomete la empresa de documentar la vida y el pensamiento del anciano líder cubano. Este recetario ideológico no desoye la polémica: se gusta en su papel de panfleto no al gusto de todos los bandos y ni tan siquier al gusto del bando biografiado que se ve, por momentos, sitiado, convertido en una estrella del celuloide al que, de repente, fusilan con un cuestionario completo y valiente que no censura Bahía de Cochinos, la tortura en la isla, la disidencia en Miami, la censura, el nuevo orden mundial, el asesinato de ,la vigencia del comunismo o incluso la cinefilia del dictador, que parece muy interesado en el cine americano clásico.

Hay quien tildó el documental como "una carta de amor a Castro" y no encuentro yo apasionamiento en las líneas de Stone. En todo caso, existe una admiración, un sentimiento de la relevancia del trabajo que se está haciendo. Torear la incontinenca verbal de Castro es ya un logro. La intimidad doméstica que transpira la película permite que el Comandante se relaje, se sienta cómodo en el papel de personaje absoluto de la cinta.

Todos los dictadores tienen un exacerbado amor por su persona. Castro no es excepción: no es una megalomanía al estilo Sadam Hussein, pero la isla entera respira castrismo y su voz arrastrada y dulzona pareciera que vagara, como espectro fonético, por malecones y placitas para que el pueblo no olvide quién fraguó la Revolución y todo eso que aquí, en la Europa del Bienestar y de la Democracia, nos parece un cuento antiguo contado a quienes todavía no han madurado lo suficiente como para advertir las miserias de esa cultura. Stone es un americano seriamente avergonzado de su patria: no lo esconde, pero matiza que su antiamericanismo no es abstracto y se congela en la imagen de Bush mandando tropas a Irak, asunto que Stone criminaliza sin tapujos.

De producción íntegramente española, Comandante parte de treinta horas de cinta grabada reducidas a 100 minutos de largometraje. Hay veces en que Stone parece intimidado por el rigor académico y por la oratoria barroca del comandante. Otras en que toma el timón de las palabras y parece que noquea al adversario, pero es falso: no hay ningún round. Los púgiles, a cámara cerrada, toman ron y fuman puros, imagino, en alegre comandita. Los flashes históricos son, con diferencia, lo mejor de la cinta: el arsenal de documentación al que ha accedido el director muestra la Historia de Cuba y también la historia del Mundo en el siglo XX. La revolución lleva ya casi 50 años de éxitos en la isla. Castro parece inmortal embutido en su chandal rojo o en su casaca de Jefe de las Milicias.

El pueblo vive anestesiado por la intoxicación ideológica de un líder-padre que ha alfabetizado a un pueblo y lo ha puesto en la senda del socialismo puro y en continuo perfeccionamiento. Preocupado por la destrucción de las identidades y la "monocultura" prefiere que haya un McDonalds en La Habana antes que en Nueva Delhi o, al menos, no siendo excesivamente cómplices de su palabra, entendemos que no debería haber ninguno fuera de los EEUU, que es donde verdaderamente existe una cultura que tutela y ampara esos excesos del capitalismo. Viene también Castro a decirnos que la Revolución precisa de todo el tiempo del mundo y así, en esa premisa, él no invierte ninguna fracción de tiempo en afeitarse. Esos "quince minutos diarios" se emplean en acometer soluciones para los problemas del pueblo. Caso de que el dictador hubiese empleado esos minutos en rasurarse igual hoy Cuba era miembro de alguna organización democrática y su ciudadanía libraba las batallas habituales de todos los Estados libres. Esto es, paro, violencia, terrorismos, vivienda, educación... No ha sido así, vista la poblada barba.

Vemos al Comandante enamorado de una pantalla grande en la que ver cine como La Revolución Manda o de Rita Hayworth o esa italiana, Sofía, dice, que le volvía loco. En el capítulo de actores se queda con Chaplin y con Cantiflas, cuyas películas sería capaz de volver a verlas todas. Ve ridícula "esa historia de primeras damas" porque la política no se debe mezclar con la familia. "Que la vida sea buena con usted" se dicen Stone y Castro al final fundidos en un emotivo abrazo mientras Cuba prosigue su vértigo de cárceles sin juicio, su eliminación de disidentes y su esa costumbre de no convocar elecciones democráticas para escuchar la voz del pueblo.

17.6.07

No sólo gore





Érase una vez el imperio de la truculencia. Lo abominable hermanado con lo sórdido para proporcionar una peguntosa sensación de asco. No es que el espectador deba ser siempre un alma sensible, un espíritu cándido al que no se debe importunar con materiales más rigurosamente repudiables, pero parece que la moda ha impuesto el arquetipo contrario: el del degustador

de lo cutre, el sibarita del muñón, cierto apetente gourmet de lo escatológico. La riada de films abonados a lo desagradable copa cuotas de pantalla y reseñas en las revistas de cine al uso, suscita incendiarias conversaciones cinéfilas y hace familiar lo que, antaño, no dejaría de ser anómala boutade pasajera. Espeluznantes escenas lo suficientemente explícitas como para no malograr la apetecible pereza intelectual del consumidor malogran el lenguaje elíptico, la sutilidad, el apunte levísimo que insinuaba más que mostraba y que, a pesar de tocar temáticas no siempre agradables, procuraba que la elegancia estuviese siempre presente. Ahora los tiempos marcan otras pautas: paraíso del matarife, gloria del pervertido, majestuoso edén para el psycho-killer o para el serial-killer, que viene todo a decir lo mismo.


La casquería es el pulso del nuevo cine palomitero: nada de comedias románticas como las de toda la vida, nada de aventuras de capa y espada , nada de brujos, vampiros adolescentes y brujitas que se enamoran. Ahora manda la provocación, el desajuste mental, cierta atrofia mental que fagocita cuerpos en descomposición, alegres gusanos merendándose un cuerpo o rotunda carne de rubia curvilínea y ostensiblemente siliconada que cae, he aquí el sustento del morbo, en las garras del psicópata de turno, al que previamente se le ha asignado ( sin excesivo esfuerzo dramático, sin el suficiente atrezzo psicológico ) una infancia maleada por una madre excesiva o una adolescencia perturbada por la mofa de todas las cheerleaders del equipo de rugby del campus universitario. Nada nuevo bajo el sol: estamos hastiados de recibir generosas raciones de argumentos vitaminados de tópicos porque ( encima ) este cine de víscera visible y sierra mécanica ágil y bien coreografiada pasa completamente del cine clásico y no revisa ( como debiera ) obras mayores de otros cineastas más responsables y menos escorados, ay, al tintineo de la taquilla. Yo no dudo de la valía de los directores de toda esta caterva de bodrios que asolan la taquilla. Su apasionamiento por la sangre, su oscura filiación a lo retorcido, no forja prejuicios: cualquier género es válido, todo se deja mecer por los primores de la calidad si es que quienes lo perpetran consienten un oficio, unas ganas de perdurar y hacer, entre hígado reventado y tornillo taladrando la sien, una justificación, unas señas de identidad que lo dignifiquen.


El gore, una extensión de este cine sanguíneo y perturbado, no es una modernidad: no se trata de un género parido en un sótano por cinco almas torturadas por el Maligno. Ya el glorioso Marqués de Sade se esmeraba hasta lo enfermizo en describir las torturas y la salvaje combustión de la carne de sus heroínas.Luego vendrían Wilde, Apollinaire, Lovecraft, Bloch o más recientemente Breat Easton Ellis. Esta literatura es el semillero del cine: aquí accede Tobe Hopper o Sam Raimi ( antes de caer en tentaciones de cómic ), el primer y devastador Peter Jackson ( antes del influjo del anillo ) o Quentin Tarantino, verdadero gurú de la puesta al día del género. Me olvidaba de George A. Romero: imperdonable. Todos hicieron algo diferente a lo que se hace hoy: el sentimiento de estar inaugurando un cine nuevo, necesariamente hostil con los patrones clásicos y decididamente abierto a sacralizar ( algunos dirán intelectualizar ) lo que, en principio, no pasa de ser la grabación del dolor, el registro de sus categorías y el inventario sádico ( volvemos al marqués ) de sus onomatopeyas, gestos y súplicas. Para retratar el retorcimiento y la escatología más bizarra no es necesario el concurso de la carne y su devastación: La lista de Schindler contiene escenas de un dolor increíble, pero Spielberg hace un traje fastuoso para explicitar una violencia que no puede ser soslayada en ningún aspecto.

¿ Qué buen cine de tripas tenemos ? Que yo recuerde:

El amanecer de los muertos, Abierto hasta el amanecer, La matanza de Texas, Posesión infernal, La noche de los muertos vivientes, La colina tiene ojos ( Craven y Ajá )....

El resto va de Hostel ( 1, 2, qué importa ) a Saw pasando por el arsenal psicotrónico que ocupa cientos de metros en todos los videoclubs del mundo. Pareciera que el atracón de sangre merece sillón y palomitas en casa, lejos de la demasiado pública butaca de cine y en una intimidad cómplice de arcadas y de repelús irreconciliables con el tránsito de una buena digestión. Y como decía un amigo, antañamente: " A potar, my friends, a potar "

El fotograma está sacado de la película Hostel 2

16.6.07

Black snake moan: Todo es más aburrido sin música



Probablemente esta cinta se adhiera sin dificultad a aquel célebre adagio de anónimo autor que pedía hacer de la dificultad virtud porque Black snake moan es una cinta curiosa, por lo menos, y es también distinta. La curiosidad y la diferencia no hacen buenas películas pero se agradecen cuando nos abruman con taquillazos de resolución previsible e ingenio plano. Es también un cuadro de costumbres, un retrato pintoresco del sur norteamericano con brochazos toscos de blues primitivo, tocado a palo seco, nacido del alma y cantado con el suficiente dolor como para que sea creíble. Ahí es posible que nazca todo posible interés por Black snake moan, aunque habrá quien pague butaca por ver las procacidades de Christina Ricci, ya definitivamente alejada de su etiqueta de adolescente salidilla un poco a lo Juliette Lewis, en un papel de riesgo, pero agradecido y en el que desenvuelve estupendamente: una ninfómana feroz que no tiene carne que arrimarse y lampa por dejarse crucificar por cualquier berraco de barra de bar que se le ponga a tiro. O al hasta hoy aburrido Samuel L. Jackson - ¿ cuándo fue su última película decente ? - que recrea a un personaje deprimido, cerrado, alojado en la plácida nebulosa de los blues y recordando los tiempos felices, cuando los tocaba en un escenario y estaba felizmente casado. Estos dos personajes, signados por la fatalidad, conmovedoramente arrastrados por las miserias de la vida y casi sin recursos para sobreponerse, son lo único salvable del film, que ya es bastante. A su alrededor, un guión penoso, excesivo, imposible de creer, trabajosamente fatigado durante un metraje siempre demasiado largo.
Vamos a tener en cuenta una cosa: si un blues dura tres minutos, una película que recrea, en lo fundamental, un blues debe ser un corto o un mini-corto o un clip de esos que ocupan los archivos cuasi-infinitos del youtube. No, taxativamente, una película, un largometraje, como se decía antes. Hay un momento en el que estamos saturados de historia, empapados, hartos de que la niña con furor uterino se revuelque con quien sea a causa de su adicción al sexo. El bluesman hace de terapeuta, de psicólogo, de padre y de gurú para sacarla de su esclavitud venerea y ponerla otra vez a rendir a la sociedad y verse recompensado por ello. Ya está. Debo añadir - no crea que estropee nada contando este pequeño detalle de atrezzo - que los métodos de recuperación perpetrados por el viejo bluesman consiste en atar a la moza a un radiador y esperar que el "mono" acuda y aplaque el vértigo de la carne. Esta mezcla absurda de sudor y rasgueos de guitarra va a irritar a más de uno, lo sé. Va a incomodar a quien acuda al cine a ver cine. Es un mero despliegue de actuaciones brillantes, de atmósferas bien montadas y de una estupenda planificación en el montaje. En su demérito, no hay guión o el que parece que aspira a serlo falla tanto que se pierde en un naufragio de estupendas intenciones, pero baldíos resultados. Queda, en todo caso, el respeto de un director, Craig Brewer, por el blues y la elección formidable de unos actores en estado de gracia, conjurados en sacar adelante una empresa irregular, extraña, en ningún momento creíble. Hubiesen hecho un videoclip para cualquier nueva canción de Robert Cray o de mi adorado B.B. King y esto habría sido el golpe audiovisual del año. Al menos en la MTV. La música es la cura. El blues es la cura, que cantaba John Lee Hooker acompañado por Santana en una pieza que me he puesto de fondo para escribir con más motivación esta reseña.

15.6.07

La Reina Isabel II ya tiene e-mail


(Lucien Freud )




La Reina Isabel II ya tiene e-mail. Esta regia secuela, vestigio o tótem fabuloso de las Monarquias Europeas de más alto abolengo también tiene Ipod. No sé de cuántas gigas o si reproduce video. Ignoro si escucha a The Jam o los Conciertos de Brandeburgo, pero me satisface comprobar que hasta la realeza cae en los vicios terrenales que a todos nos hacen la vida más feliz. Parece, a lo leído, que también manda sms a sus nietos. A los 81 años, reina, ama de casa o ex-profesora de Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense, es todo un logro, una concesión a los libertinajes de este mundo que le parecerá, sin dudarlo, extraño, frívolo y, en estas última decada, incluso alocadamente revolucionario, pero la revolución no la escribe el pueblo ni suscita himnos ni revueltas en las calles. No hay trincheras ni mayos de ningún 68. Los trovadores acuden ufanos a las tertulias radiofónicas a contar batallitas o se juntan en lírica comandita para hacer una turné por las provincias y redondear alguna cuenta corrienta deficitaria. Ahora la revolución tiene la carcasa negra o blanca o rosa de un Ipod de 30 gb. Su adalid es Steve Jobs, la cabeza de Apple. Me vale también Bill Gates, el cabezón de Microsoft. Los dos me tienen entretenida a la reina Isabel II, que está fascinada con la posibilidad de poder tutear a sus nietos en últimas tecnologías. Me imagino que asuntos oficiales obviarán estas frivolidades y el timbre real con su lacre y su nerviosa caligrafía historiada tendrán su lugar preeminente. Hasta el Daily Mail, difusor de la noticia, ha insinuado que tiempo al tiempo, que igual en unos años de vida la Reina se engolosina con estos cachivaches al punto de renunciar a hábitos históricos. Claro que siendo tan tabloide y tan frivolón el periódico inglés....Qué lejos queda aquel Miguel Strogoff. Cuánto corren los tiempos, ¿ verdad, Isabel ?. Si yo pudiera escribirte un e-mail, si de alguna forma el azar me regalase la secreta combinación de dígitos y letras separados por la inevitable arroba y continuados por el servidor que Su Majestad tenga a bien elegir... ¿ Elegir ? Soy un ignorante o un inocente. Será algo así como thequeen@the queen.co.uk. Falta el hacker virguero que atrape los correos al vuelo digital y tenga la amabilidad de hacerlos públicos, y no se tome esto como ninguna incitación al delito. Ahí estará parte de la Historia de ese noble y valeroso pueblo. Ni la estupenda película de Stephen Frears ofrece un perfil más íntimo. Mientras tanto mi corazón se congratula con estas noticias tan formidables. Todo viene a insistir en algo que ya sabíamos: que no nos iguala la muerte, como cantaban los poetas de la Antigüedad. Lo que nos iguala es Microsoft. O Apple. O algunos el famoso cuarto de libra con queso. Así está el mundo y no sabemos, no hace falta, preveer a qué sofisticados niveles de perfección tecnológica va a llegar.

All you need is love : El corazoncito rosa del ogro de los cuentos



La frase del día es de Halle Berry: "El sexo es vital para una vida feliz".



Y pensar que esta buena mujer ha tenido dos divorcios. El último la empujó a meterse en su coche dentro de un garage, cerrar la compuerta, accionar el contacto y tragarse todo el humo. O casi. Le faltaría cariño, mimos a la caída de la tarde, frases tiernas frente a la chimenea del salón de Malibú. La vida es que es muy complicada. Sólo hay que ver la foto para advertir, como decía Lynch, su extrañeza. Lo suscribo.

Basura / Juan José Millás

ETA es a la política lo que Maite Zaldívar a la
televisión, en el sentido de que ocupa más espacio del deseable. Curiosamente el
encuentro entre Zapatero y Rajoy a propósito
de la banda reprodujo los esquemas narrativos de Dolce Vita y demás mierda
televisiva. Mariano estuvo comedido porque para continuar cobrando de los
programas basura tienes que dejar en el aire algún interrogante. Me acosté con
Fulano, sí, pero no les diré si se la chupé hasta después de la publicidad. La
entrevista siguió las pautas de un programa amarillo que ha logrado fichar a la Pantoja. Finalizado el espectáculo, Rajoy adoptó un discurso de
hombre de Estado como Rociíto adopta a veces un discurso de
mujer digna. Ella da todo por sus hijos y él da todo por España (...) Aplaudimos
su regreso a la cordura ( referido a Rajoy ) como celebraríamos que a
Maite Zaldívar le diera de repente por escribir La crítica de la razón pura.
Pero el olfato nos dice que no es posible ni una cosa ni la otra.

Juan Jose Millás

El País, 15 de Junio de 2.007

Anotación

Tengo en mi habitación un cristo al que desclavo y bajo todas las mañanas. Le veo por los pasillos, llegar a la cocina, abrir morosamente la nevera, prepararme el café, unas galletas. Meditamos más tarde los dos que a mí no hay quien me desclave y me haga posible el cielo.

Me siento rejuvenecer: El arte de la locura


Decía Howard Hawks que el auténtico drama está terriblemente cerca de ser una comedia que, por lo general, ha sido un género menor dentro de la Historia del Cine e incluso de la Literatura. La nómina de cineastas que han dedicado su talento a la "screwball comedy" va del propio Hawks a Lubitsch, pasando por Leo McCarey, Gregory LaCava, Billy Wilder, George Cukor, Preston Sturges o Frank Capra y los actores que han inmortalizado ese cine alocado, de poderosos gags visuales y vertiginosos parlamentos han sido Jack Lemmon, Cary Grant, Katherine Hepburn, Walter Matthau, Charles Coburn, Marilyn Monroe o Gary Cooper.
Me siento rejuvenecer es una obra maestra de la comedia y, añadidamente, una joya del Cine. Su extravagancia, su lógica absurda y su muy elevado sentido de los diálogos perduran en la memoria del cinéfilo. Esta opereta liviana de monos que se postulan como alquimistas de la eterna juventud y medias de acetato es la quintaesencia del género junto con La fiera de mi niña, también de Hawks y con similar elenco. En una Cary Grant es un introvertido profesor universitario que vive para reconstruir un esqueleto de dinosaurio y conseguir dinero para el museo que gobierna. En Me siento rejuvenecer, Grant es un abstraido y responsable científico que cree haber encontrado la fórmula de la eterna juventud, aunque la realidad nos confiesa que ha sido Rodolfo, el mono de indias, el primate imitador que, al trajinar con probetas y matraces, da con el santo grial de la vida eterna. Hecht, Lederer y Diamond, que luego serían escolta narrativa de Billy Wilder en sus mejores obras, elaboran un guión fabuloso que habría encantado a Darwin y que, bajo cuerda, muestra con ironía el futuro de la ciencia y las inevitables injerencias del mundo empresarial para aprovechar sus progresos y hacer caja a su costa. El propio título en inglés (Monkey Business, negocio de monos ) introduce sin tapujos el desfile guignolesco, bufo y sexy de la trama. Una Marilyn Monroe mojigata, embutida en una falda estrecha hasta el estrangulamiento coronario deja que sus tetas, apuntando al infinito con aquellos sujetadores de la épocas, tan abiertos y pujados, le roben ( plano a plano ) cualquier interés en lo que dice. Luego está la escena en la que planta su pierna frente al timorato profesor Bernaby Fulton para que aprecia la calidad de las medias que él mismo ha inventado. "La señorita Laurel me estaba enseñando sus acetatos", balbucea Grant antes de que el brebaje manufacturado por el chimpancé le haga rejuvenecer, sacar a la Monroe de paseo en un descapotable o patinar como un chiquillo. Estas regresiones de edad propician que todos los actores exhiban sus registros más circenses. Hasta el propio Charles Coburn, impecable siempre, hace el ganso cuando Ginger Rogers, convertido en niña - yo añado que nunca dejó de serlo - le mete un pez por debajo del cinturón. El ritmo alocado, el continuo zarandeo de situaciones inverosímiles, pero aquí lógicas se convierten en motor de una acción trepidante, que no te deja respirar.
En estos tiempos, en el cine hecho ahora que nos ha tocado disfrutar, ¿ hay algún Hawks ?

14.6.07

Neil Young: El trovador incansable


Hay un revisionismo de la poética folk made in USA. Lo han traído a flote varias estrellas del rock que han visto en ese archivo ingente de la América profunda un aldabonazo contundente sobre las conciencias del pueblo dormido, que bascula entre el ipod y los Mcdonalds y que apenas tiene una idea clara de qué es la Historia: al menos cierta Historia reciente en su país. Esa Historia la ha escrito Pete Seeger ( ahora remozado por Bruce Springsteen ) o antes Woody Guthrie. Luego vinieron, en comandita, en procesión de iluminados, Bob Dylan, reciente y merecido Príncipe de Asturias de las Artes, Joan Baez, Johnny Cash ( a su estilo, pero también muy influyente ) y el hombre que nos ocupa: Neil Young.

Neil Young perdió parte del oído y la áspera protuberancia de su voz se alojó en un timbre desganado, nervioso, agitado por todas las vivencias de un tahúr enamorado del mástil de su guitarra, una baraja de sonidos que todavía emociona.Como esto es una página de cine, hay que hablar de cine. Y Jonathan Demme, desangelado desde la sublime El silencio de los corderos, ha metido mano a un concierto del maestro Young y ha embutido en un metraje siempre escaso la vida de este gurú de los sentimientos, que eriza la piel desde su piano y su gorra calada, desde su cara barrida por las inclemencias de los muchos desencantos que ha visto.La historia de la película es sencilla. A Neil Young se le pronostica un aneurisma cerebral que puede costarle la vida. El hombre, impelido por un brío nuevo, se dedica a componer A Prairie Wind, un disco excepcional, como casi todos los suyos. El temario de la grabación va del amor perdido a las causas nobles convertidas en traiciones profundas. Es un retablo inmenso de la América perdida que se pierde en batallas casi siempre ajenas o que se muere ( como él ) alejada de lo que Neil Young ama, esto es, la cultura, el amor, la poesía, el viento de la pradera ( como reza el disco ).El concierto que da el artista es minuciosamente recogido por la mano cómplice de Jonathan Demme. Y lo hace con amor, con total asepsia: no se deja embaucar por un público enfebrecido, que lo había, o lo intuímos.Demme se limita a registrar lo que sucede en el altar del escenario. Vemos a Young ejerciendo de profeta, de líder, de hermano, de amigo, de padre. Quienes acompañan al músico en su periplo vital son también sacerdotes, magos, personal siempre onírico, en cierto sentido, que evidencia el profundísimo carácter biográfico de lo que estamos observando.No importa que no entendamos las letras: es una vida la que se nos está contando.En esto, en esta sucinta evidencia de narrativa clarividente, la película es un artesano ejercicio de literatura cinematográfica, pero careciendo de lo que entendemos por trama y obviando el aparato formal de un reparto y de un montaje hilado que explicite una historia.Heart of gold ( Corazón de oro ) es una canción prodigiosa que da título a este maravilloso puzzle de sueños. Heart of gold es también color puro, riqueza cromática absoluta. Parece que estamos visionando un capítulo de National Geographic grabado con alta definición. La película exhuma color, esto es, vida. Hasta el equipo de músicos que secunda al maestro viste y se mueve como si de una ceremonia antiquísima, tribal y muy religiosa se tratase.Jonathan Demme, en mi entender, ha sabido encontrar la textura de la imagen para que el mensaje de las canciones no se pierda en un traje inadecuado.Yo sé que quien haya vivido ajeno a la belleza de la música de Neil Young no disfrutará en exceso de este vehículo inefable de su genio, pero advertirán que la música es verdaderamente prodigiosa. Que los músicos que la ejecutan están en estado de gracia. Que Neil Young, en su soledad sonora, en su pequeño cosmos de trovador de masas, emociona muchísimo. El mérito inestimable de esta joya de los conciertos llevados a las salas de cine ( al estilo de The last Waltz de Scorsese o el Rattle and Hum, en un terreno más comercial, de Joanou ) es su simple existencia. Podría haber sido editada y haber columpiado su magisterio absoluto por anaqueles de polvo en videoclubs reventones de reclamos más convicentes, pero las campanas de la imaginación y del talento tocaron a fiesta y algún ejecutivo con un corazón sensible pidió que la cinta rodase por el mundo y adquiriera, en salas de proyección, nombradía, madurez.Lo sorprendente es que Demme, ya talludito y hecho a imprimir su sello en el cine que hace, decida observar el concierto, inmiscuirse mínima pero eficazmente para componer un admirable retrato de la intimidad de un hombre, aunque haya un gentío en el auditorio y sepamos que todo obedece, en el fondo, a la maquinaria poderosísima del simple y sencillo producto comercial. Brindo yo por éste: me alegro de que el dinero pueda proporcionar momentos tan sumamente hermosos.Neil Young toca en Nashville. Los fantasmas de todos los músicos a los que admira ( Hank Williams, Elvis Presley, Johnny Cash, Woody Guthrie ) le observan: le tutelan, le miman, le admiran.

The messengers : Miedo barato






Creo no haber visto nunca una película tan irremisiblemente abocada al relleno de las estanterías de los videoclubs. Su vistosa cartelería podría suscitar que el cliente recale en la caja del DVD y lo alquile. Podría reunir a una pandilla de adolescentes, bien atiborrados de patatas de bolsa, refrescos y frutos secos, que se divertirían a lo grande con esta historia de fantasmas de granja que regresan al mundo de los vivos para clamar venganza. Suele pasar. Lo más llamativo es que Sam Raimi, director valiente y, a lo visto, productor de films de terror ya bien lanzado, haya visto algo bueno en este pastiche infumable, que no da miedo y que se pierde con descaro y falta de pudor en cientos, he dicho bien, de películas con similares ingredientes. Nombremos: casa hechizada, familia con problemas y sótanos abonados de sustos. Como está a punto de arrancar su periplo comercial en dvd, tome note el lector exigente y no caiga en el error que yo he cometido. Dedique su espléndido tiempo a volver a leer a los clásicos o comience esa novela que está sin desprecintar todavía o déjese contaminar por la belleza pura e inmarcesible de M, el vampiro de Dusseldorf. ¿ Que como me viene este título ? Por necesidad, por pura necesidad. En todo caso, el abanico de posibilidades es enorme. La vida es una delicia cuando uno encuentra esos pequeños placeres que nos engolosinan el ocio y producen esas cosquillas en la boca del estómago. Lo más parecido al amor.

13.6.07

Quién me mandaría a mí ver películas....



En Las truchas, una película muy injustamente olvidada, los comensales se ponían hasta las trancas de pescado. Leí hace poco sesudas inflexiones mentales sobre la metáfora del pescado y el concepto de España. Cosas de cronistas sesudos. La melopea de Sarkozy en una rueda de prensa me recordó algunas películas y la dificultad de muchos actores para fingir el don de la ebriedad. El mandatario galo se apipó algunos chupitos de vodka con su homólogo ruso, pero el hígado pre o pos-soviético está más preparado para estos arrullos etílicos. Bush, en la cumbre del G-8, bebió una insulsa cerveza sin alcohol mientras Blair se ajustaba entre pecho y espalda una generosa ración de espuma, lúpulo y malta que ocupaba la mitad de la manga de su chaqueta. El recientemente fallecido Yeltsin era famoso por su jovial querencia a la botella. El líder yankee, vocinglan sus biógrafos, arrastra un pasado infame de excesos alcohólicos, aunque ahora sea adalid de la liga de abstemios y no conviene mover un renglón en esta historia de redención y de rehabilitación vaya que si vuelve al lingotazo al buen hombre le de por ponerse más agreste y mande tropas a diestro y siniestro, que para eso son suyas y de Dios, que vela sus actos y no dudo que le arrima al oído sabios consejos sobre el pirriaque, que es un término que en mi tierra se estila mucho y a mí me resulta fonéticamente impecable.
Al cine, nuestro amado vicio, se le achaca habitualmente fomentar ciertos hábitos imprudentes, digamos. No hace falta hurgar en demasía en nuestra nutrida memoria: cuando el ajetreado detective acuda a su casa tras la jornada de pesquisas y sinsabores, abre la nevera y se despacha con notoria fruición una cerveza que no se salta un galgo. Cuando no, destapa la botellita de whisky y se sirve sin mesura tragos cortos y secos, que le entonan muchísimo para que pueda afrontar los azares de la trama sin exhibir, en ningún momento, apesadumbramiento, morosidad, desgana. Añado el tabaco y cierro la escena. Hay películas en las que no se deja de fumar. Las connotaciones biográficos de una botella de whisky y un paquete de cigarrillos informan más que diez minutos de metraje sobre la fatalidad de nuestro protagonista. El tabaco era un síntoma de aristocracia. Había ( incluso ) que saber fumarlo. Hay, en todo, en esta vida, distinción, poses, maneras de afrontar un hecho y, lejos de que parezca futil o vacío de contenido, hacerlo distintivo, propio de unas maneras sibaritas de vivir la vida. No fuma igual José Isbert que Lawrence Olivier. No es lo mismo una escena en la que bebe nuestro inefable Paco Martínez Soria que el también inefable Cary Grant. Glamour.
Inevitablemente hacemos lo que vemos: imitamos al cine porque lo que el cine expone es lo que suponemos que es la vida, que a veces queda muy afuera.
Las posibilidades dramáticas de un actor se ven amplificados si tiene un cigarrillo en los dedos. Humphrey Bogart es Humphrey Bogart con un pitillo. El cine negro ha divinizado cientos de fotogramas en los que los hampones y los policías, las rameras y los lacayos, los detectives cutres y los gigolós de turno exhibían un notorio cigarrillo entre los dedos. El humo del tabaco ha coreografiado demasiadas películas como para ahora hacer un balance provisional que convenga al propósito de este escrito. Belmondo, en su rol de delincuente divertido, vividor y romántico de la estupenda Al final de la escapada, no deja de fumar. Humphrey Bogart tiene decenas de películas en las que el vasito de bourbon o de whisky añejo parecían atrezzo.
El inventario de toxinas que dañan el cuerpo pero aditamentan el encanto personal es también literalemente imposible de desbrozar. Sherlock Holmes se atizaba buenos lingotazos de absenta y fumaba en pipa como el que se deleita con el aire purísimo de los Picos de Europa. Por no hablar del puro totémico y antológico de Groucho Marx en sus impagables gags.
El cine reciente, políticamente correcto, obvia estas intoxicaciones que los guiones incluían sin maldad alguna. No eran tiempos en que los Gobiernos se hicieron voz de sus gobernados y cuidaran de que no se excedieran bajo el manto de su protectora ala. Ahora, a beneficio de los ministerios de Sanidad y a quebranto de las tabaqueras y los negocios de alcohol, las cosas han cambiado mucho. La novia de Superman fumaba en las películas así que es fácil deducir que el espectador novicio, escaso en edad y ávido en emular los comportamientos de sus mayores acabara comprando tabaco cuando la edad y las leyes así se lo permitieran.
Los caminos de entonces son los candados de ahora. La censura ha reabierto sus comités y ha reescrito sus estrechos márgenes de acción. Todo lo que fomente hábitos saludables debe ser bien recibido, pero no es posible, a esta altura de la película, borrar a James Dean, negar que el cigarrillo era un añadido a su icono, que Bogey fumaba sin reparo en alentar rutinas de ocio poco saludables. Quien habla del maléfico tabaco puede también añadir el infame alcohol. Todo el western, ese género fundamental en la Historia del Cine, sería inquisitorialmente revisado para confirmar que el alcohol campa a sus anchas por los saloons y las petaquitas que los héroes a caballo celan en su polvorienta chaqueta. Entiende uno que Sanidad, ese organismo abstracto que cela por el bienestar de la ciudadanía, exija que las películas no hagan ostentación gratuita de los placeres del maligno humo o del infame licor, por no citar sustancias menos consentidas y de más delictivo alcance. Hasta Garci, el bueno de Garci, el pedagogo del cine en la tristona televisión pública, dejó su estupendo Qué grande es el cine ( 400 y pico de cintas clásicas, ahí es nada ) por la corrección política de no poder fumar a gusto en pantalla. El Loco de la Colina, ahora retirado por mor de otra censura, gustaba de beber entre un espasmo verbal y otro, recuerde el amable lector su lacónico y conciso arte, un traguito de algún estimulante. Y mientras, afuera, en la en ocasiones agreste calle, los jóvenes se destrozan el futuro y la cordura con botellones pantegruélicos a los que, de momento, no se ha metido mano. Estas incongruencias son las que alarman a este escriba de lo cotidiano que bebe moderamente, y con fruición cuando la calidad de lo bebido así lo dicta, y ya no fuma, salvo bautizos, bodas y otros egregios encuentros familiares de excusable debilidad.
Al paso que vamos, caso de que las restricciones gubernamentales se aficionan a estrangular más el legado de los años, encontraremos que el cine clásico, el que no estaba legislado por restricción alguna y no caía en estas cuentas tan saludables, no lo pongo en duda, terminará por ser categorizado con la temida "R" americana, letra que engloba al cine violento, pornográfico o excesivamente tolerante con drogas de más imponente calado. Claro que igual cogen algún photosphop de última generación y le borran a Bogart el cigarrito y el humo circulante. Casablanca ya no será Casablanca. El cine negro será más blanco y Gilda, la mujer fatal aureolada por el humo de su Chesterfield, será Gilda-libre-de-humos. Como alguna Liga de la Decencia concite los favores de Bush, el abstemio, pronto vamos a ver bajo algún Ojo Censor, jodío Catón, todo exceso carnal. Y así vamos dando pie a quién sabe qué arteros bandos del Poder que cuiden por nuestra integridad, nuestro honor y la salvaguarda de algunos valores probablemente perdidos en estos tiempos de zozobra, vértigo moral y alguna que otra ronda de vodka en el backstage de los jerifaltes del Universo. Parece todo esto la letra de un bolero.

12.6.07

¿No nos gusta el cine español?

El Instituto de Pensamiento Estratégico de la Universidad Complutense de Madrid, rimbombante y sesudo, por lo menos, a partir de una encuesta de Sigma Dos realizada sobre una muestra de 1.500 personas ha concluido que el cine español no es parte del devocionario artístico de los ciudadanos. Mis conocimientos de la estadística no me permiten indagar en la pertinencia del universo elegido para realizar la encuesta o sobre el criterio del cuestionario azuzado a los amables colaboradores. En cualquier caso, el ciudadano español da la espalda, en su mayoría, al cine nacional y hocica sus intereses en el producto yankee, que da más atrezzo y tiene más nombre de postín en su elenco mediático. El informe de Sigma Dos evidencia también una ecuación terrible: a mayor nivel de estudios e ingresos económicos, mayor filiación por el cine foráneo. Son los menos letrados, la parte menos libresca e instruida de la sociedad civil, la que se inclina por el cine de la señora Calvo, digamos. Viene esto a resumirse en que un 58% de los españoles niega el cine de sus paisanos. Salvo los nombres de campanillas, Almodóvar, Trueba o ahora callado Amenábar, el cine nacional naufraga en las pantallas y termina arrumbado a los anaqueles de arte y ensayo de los videoclubs. La máxima dice que el cliente siempre lleva razón. No vamos ahora a negarlo. Yo hace tiempo que he abandonado la ética sobre si cine de aquí o de fuera. Los adverbios de lugar no convienen para el disfrute cinéfilo. En todo caso interesa el prolijo inventario de cineastas que ocupa el olimpo de todo aficionado: Kurosawa, Hitchcock, Lang, Welles, Buñuel, Renoir, Ford, Truffaut, Scorsese, Eastwood, Coppola, Spielberg, Almodóvar, Berlanga, Huston, Wilder, Hawks, Bardem, Fellini, Lubitsch, Allen. Esto es, Japón, Inglaterra, Austria, Alemania, EEUU, Francia, Italia, España... Luego está el ejército de creativos que bombardean el poroso cerebro del espectador con redes de araña, barcos pirata y escobas voladoras. No podemos olvidar que el grueso de la taquilla suele ser gente joven. Y ahí hay batallas perdidas, terrenos abonados para las franquicias americanas que no precisan otro aval que su golosina visual, su aliento vital por el espectáculo y las rentas de todo el cine de palomitas mamado desde que somos pequeñitos y babeamos delante de la capa de Superman y las piruetas de Burt Lancaster con su amigo el mudo. Emociona el cine español como el húngaro o el galo si es cine de calidad y nos hace disfrutar y crecer en alma y en júbilo. Habrá quien, por causas empresariales o nacionalistas, devore cine de la casa y no consienta el aluvión de films americanos. Nada que objetar: se ve cine como se oye música. Los placeres no pueden ser, bajo ninguna circunstancia, inspeccionados, diseccionados, convertidos en material especulativo para una teoría de los gustos ajenos. Allá cada cual con sus vicios. Los míos no atienden a banderas. Todas están hechas en Hong-Kong, como bien decía El Roto en una tira en El País.
Sí, ya lo sé. La industria es el asunto que nos ocupa: su supervivencia, su equilibrio entre tanta competencia homicida, pero todavía no estoy yo en el dilema de pensar, cuando compro una entrada, a quién estoy alimentando, si al invasor o al vecino. Hago mal, sin duda, aunque a lo visto, no soy el único. Me habrán educado mal.

11.6.07

Half Nelson: El signo de los tiempos








Uno aprende a vivir con sus pecados y es posible que incluso logre rebajarlos de dramatismo, tutearlos, consentir que son parte la vida o que es escasamente posible arrepentirnos de ellos, perdernos en la redención o ser lo suficientemente cínico como para exhibirlos desprejuiciadamente. Hay vidas escoradas a la tragedia, a cierto fatalismo y otras, frugales, que no pasan de la mediocridad, del gris y plúmbeo tedio. La vida del profesor de Historia retratado en esta interesante Half Nelson es uno de esos que convive con sus pecados, los guarda en rincones privados y sobrelleva los días como buenamente puede. Es toxicómano, idealista, sensible y, sobre todo, utópico. En realidad la película no hace sangre en las drogas, aunque bien pudiera hacerlo. De hecho, no hay escenas intolerables. El mundo de la droga se dibuja muy tangencialmente: Dan Dunne ( un sobrio y convincente Ryan Goslip ) no es el adicto vendido por las producciones hollywoodienses al uso. De hecho, el film se aleja con mucho criterio del género y enfatiza más aspectos sociológicos o incluso políticos que meros pistoletazos de crack o de cocaína para demostrarnos cuán colgado está el profe, que cual en bifronte Jano exhibe dos lados de una misma persona: el apasionado profesor, consciente del privilegio absoluto de la enseñanza y del valor fundamental del material que tiene entre manos ( seres humanos formándose, adolescentes que ven en su pedagogía ilusiones para vivir mejor y hábitos de conducta reglados para convivir mejor en esa sociedad ) y el ser humano autodestructivo, abandonado en un cuchitril infame en el que se droga como el que lee un verso de Baudelaire ( precisamente Baudelaire ) o escucha un blues lánguido de Billie Holiday ( precisamente Billie Holiday ). Si por algo me ha gustado mucho la película, aun en su morosidad, en su en ocasiones poco atractivo planteamiento, es por su absoluta falta de ambiciones. No hay truculencias. No hay sobresaltos. Tampoco esa pornografía de aguja y vena que, en otros casos, colorea todo el film y no nos permite atisbar detalles. Aquí no hay cromatismos superfluos: todo se aviene a una gramática precisa, ajena a todo tipo de subjetividad.
El mérito del film de Ryan Fleck estriba en la sobriedad actoral de los 2 personajes fundamentales: el maestro dolorosamente humano y la alumna devastada por un mundo difícil ( hermano en la cárcel, escasez de dinero, crisis de personalidad ) y súbitamente arrimada a él para ayudarlo a levantar el bache, cuya sensatez y equilibrio permite que el accidentado profesor avizore un futuro mejor y recomponga su estado vital y sus ganas de estar en este mundo. Ryan Goslip perdió el Óscar a mejor actor en la reciente gala. No es un papel que guste para una Academia muy timorata, pero se lo merecía.
En su demérito, que también es fácilmente arrumbable al fácil terreno de la crítica feroz, está ese abuso de la cámara en mano, que cansa, la verdad, pero que a lo mejor conviene para enmarcar ese mundo nervioso, frágil, fracturado en mil pedazos que se condensa en la mente envenenada del maestro. Y el cansancio, en ocasiones, de sus imágenes, que no atropellan jamás al espectador y lo dejan en un limbo de ideas enorme, pero a veces poco matizadas. Se diría que es una película que requiere, como quería Umberto Eco para su Obra abierta, un lector cómplice, un espectador alerta que no pierde ningún mensaje y sepa después buscarle sentido a todos ellos y amalgamarlos en un todo compacto. Si se consigue, un peliculón. Puede que no siempr estemos ni preparados ni con ganas para hurgar tanto en lo que, en apariencia, no precisa tanta disección.






Pasión de los fuertes: El western poético






Pasión de los fuertes es el anti-western: Ford descarta fijar su talento en la acción pura, aunque ésta acuda en su momento y fije el tono épico y trágico del género. Tampoco es un western barroco: la economía de medios y la ausencia de artificios da un esplendor poético inusual, subordinado a la conquista de unos ideales y al romanticismo del nacimiento de una nación. Porque Ford cuenta eso: la fundación de un país, el progresivo asiento de las leyes que lo van a gobernar y las condiciones de vida para que los colonos creen un folclor, permitan el culto a una religión y, sobre todo, susbscriban el estereotipo de una nación, porque los Estados Unidos de América nacen con Wyatt Earp y con estos personajes a lomos de la fatalidad, conduciendo ganado por polvorientos paisajes y forjando leyendas donde los héroes obedecen estrictos códigos de honor. La película es un ejemplo perfecto para explicar al que no sabe qué cosa es el western: pueblos que aparecen en la nada y que viven alrededor de la taberna donde las barras de bar son interminables y el whisky es el ocio de los desposeídos y de los que lampan por un futuro mejor; sheriffs con un severo estricto del deber y una bien asentada integridad moral; pianistas que vienen a ser juke-box de la época... Pasión de los fuertes ( My darling Clementine ) es, por otra lado, Duelo de titanes, La hora de las pistolas, Tombstone, Duelo en OK Corral o Wyatt Earp: todas son la misma película. John Ford hace la versión más libre del argumento primigenio, la que más se aparta del libreto y escenifica la visión sociopolítica de un hombre que inventó, a su manera, un género, el western. Tombstone, el pueblo antológico, al que Bob Dylan dedicó un acelerado blues inmortal, es este Tombstone de Ford. Henry Fonda es Wyatt Earp, el ganadero al que el azar y la venganza convierten en sheriff. Doc Holliday, ese cirujano atormentado, conflictivo y en continuo proceso de redención personal es Victor Mature. Y John Ford, claro está, que tiene el ingenio y la sensibilidad de convertir la violencia en poesía, de subvertir un argumento necesariamente ágil y propenso a la acción en un intimista cuadro de costumbres, en un bello retrato de una sociedad naciente, en donde los hombres mataban y morían por asuntos triviales y donde la ley era una conversación entre caballeros acodados en la barra de un bar.




Pintar las ideas, soñar el humo

  Soñé anoche con la cabeza calva de Foucault elevándose entre las otras cabezas en una muchedumbre a las puertas de una especie de estadio ...