11.3.07

EL CICLO DREYER : Caspa culta




El cine-club, ese ágora propicia para el disfrute cinéfilo, ese espacio hermético de frikis del séptimo arte como vocación de vida, tiene en este arranque de milenio poco fuste. El vértigo de los tiempos abre nuevos escenarios de intercambio de fluidos en forma de fotogramas, entiéndaseme bien. La cinefilia es una enfermedad, eso lo sabemos, pero ahora no está ni siquiera mal vista. Hay tanta gente rara suelta por el mundo que la pasión de un individuo por devorar cine y hablar con pasión de su materia devorada no produce resquemor, pasmo o repulsa en quien, ajeno a esos tejemanejes, asiste a su convulsa adicción.
El ciclo Dreyer habla de frikis de cine-fórums en los años sesenta. Carl Theodore Dreyer se constituye bandera de presentación de sus protagonistas y ya tenemos una película sobre películas, un canibalismo naïf de textos interpuestos, de palimpsestos de la realidad cinematografiada.
Este batiburrillo de ínfulas trascendentes produce hilaridad, pero no porque el propósito del director ( Álvaro del Amo ) sea la gracia, el chascarrillo displicente. Es que hay diálogos que no pueden oírse sin sonrojo. Por malos. La otra solución pasa por la vía reflexiva, me dijo mi amigo J., que últimamente anda muy cinéfilo. Puede pasar que el director lo que haya querido sea darnos no ya tanto personajes sino arquetipos, signos de una realidad ( los sesenta, Franco, los cines oscuros de verbo fluido ) necesariamente constrictiva. Yo pensé hasta en mi admirado Tim Burton y en su fantástico ejercicio irónico llamado Ed Wood. Esta cinta es nuestra Ed Wood patria.
Este friso político-social no llega a aburrir porque los actores ( en especial el cura ) están sobresalientes. Los registros que les apuntan los diálogos no permiten que su entrega dramática pueda ir por otros derroteros. Hacen lo que deben: y bien.
Lo que no acaba de capacitarnos para asistir con interés a este costumbrismo de manual es la excesiva artificiosidad del conjunto. La rimbombancia del título coincide con la impostada riada de diálogos folletinescos, melodramáticos, jocosos e inoportunos que no entran casi nunca. La cinefilia del españolito de los sesenta merecía un respeto mayor a la hora de tributarle un homenaje, sin duda merecido habida cuenta ( supongo ) de las estrecheces morales de la época.
Dreyer, el cinéfilo embutido en la dictadura franquista y los espectadores contemporáneos no merecíamos esta tomadura de pelo.






2 comentarios:

Anónimo dijo...

nadie la entiende
es una obra maestra del descerebramiento de entonces en materia de cine, una ironía, sí, pero estupendamente planificada, se ríe de sí misma hasta hartarse

Anónimo dijo...

No he visto la peli ni la veré. Mencionar el nombre de Dreyer...se ha de ser muy valiente.
Viva el gran Genio.

La gris línea recta

  Igual que hay únicamente paisajes de los que advertimos su belleza en una película o ciudades que nos hechizan cuando nos las cuentan otro...