30.4.11

Cafres, ignorantes, delincuentes


Banalizar lo religioso no es afianzar lo laico. Decapitar tallas del siglo XIII en una iglesia de Burgos no es una evidencia de un estado infame de las cosas y no se debería tampoco acudir al libro de los conflictos y consignar otro lance bélico más entre creyentes y descreídos. La afrenta al patrimonio artístico comparte la misma cepa destructiva que la que hace que un ciudadano normal (sea la normalidad lo que quiera que sea) pierde los papales, caso de que haya papeles y tenga dentro algo bueno escrito, y se ensañe con un animal, torturándolo hasta que da el último gemido. Bestias todos ellos, incultos sin matices, cafres por inclinación sanguínea, delincuentes vocacionales, natural born killers.
El ateo de ahora es un iletrado en asuntos teológicos, lo cual es una aberración lógica. La suspensión de la credulidad en los misterios de la fe era en otros tiempos una postura de vida, un credo al modo en que también lo es el inverso, el que concita la fe y practica los mandamientos de la iglesia. Siendo todos filósofos, algunos lo somos con más entusiasmo, cuidando con más esmero de los detalles especialmente delicados, afinando la música de la discrepancia, pero sin descalificar a quien no oye nuestra melodía.
Lo grave del despiece de la obra no es que cueste ahora una buena pasta su arreglo, si es que hay arreglo posible, sino el coro animal de tarados que jaleará hasta el desmayo sináptico la obra de su (falso) conjurado, si es que iban al mismo hilo patológico, la tristísima sensación de saber de la existencia de esa banda de alucinados, de ignorantes, de activistas del despropósito que no saben ni siquiera en donde tiene la cabeza propia, si es que alguna cabeza existe encima del indispensable cuello. La ajena, la decapitada, estará pronto en su noble asiento, pero algunas que pasean las calles no merecen la sangre que las riega. Y no hace falta una titulación universitaria en Bellas Artes o en Historia para, si no admirar, al menos respetar las manifestaciones artísticas de lo único que es verdaderamente nuestro, por encima de ideologías, de credos y de modas: el pasado.
 

.

28.4.11

Poe nunca falla / Never more



En estos días de escaso pan y fútbol sin freno está el pueblo como anestesiado, se le nota pizpireto, contento de que el azar o la suma de muchos azares le haya manumitido de los mil dolores pequeños que lo asfixian y le haya puesto en pantalla y en cuatro ocasiones un espectáculo bélico de primer orden, uno de esos enfrentamientos en donde se demuestra la existencia de una raza superior y se manifiesta a la luz pública las carencias de otro que, al menos durante hora y media, fue inferior y no tuvo ni la fortuna ni el talento para merecer el triunfo. Soy un aficionado razonable al fútbol y valoro al alza el sencillo gesto de dejarme caer en un butacón, abrir una buena botella de cerveza y perderme en el juego. No soy un consumidor de diarios deportivos, pero los ojeo en la barra del bar y me dejo llevar por el vértigo frívolo de las dolencias de los astros. Sigo pensando en esto lo que mi abuela me recomendaba: no te enfades, piensa en si te van a dar de comer o no ésos que corren.
No he hecho porra para hoy, pero habría puesto un digno empate. De hecho así diseñó Mou el partido. Le han echado a Pepe Bauer y Messi se ha desbocado. En eso, en el genio, La Pulga le saca a CR7 cuatro o cinco cabezas. Lo único triste (siendo uno un poco merengue) es que se haya cerrado el suspense. Se acabó el interés para la vuelta. El entrenador portugués ha triunfado en la rueda de prensa. Lo predijo Pep. Yo soy de Pep en ciertas cosas. En otras soy de B.B.King, de Poe o incluso del tío Jess en sus años cafres. No me quitará el sueño esta noche la debacle blanca. Suena bien, en todo caso: debacle blanca. Las palabras son las que al final triunfan. El martes próxima, en la vuelta en Barcelona, me saco en casa una bandera con un cuervo en la tela. La izo y la ondeo. Luego explico con tranquilidad los argumentos si alguien me pide cuentas.
Never more.

.

25.4.11

Russell, Dawkins, una tetera y Dios

"Si yo sugiriera que entre la Tierra y Marte hay una tetera de porcelana que gira alrededor del Sol en una órbita elíptica, nadie podría refutar mi aseveración, siempre que me cuidara de añadir que la tetera es demasiado pequeña como para ser vista aún por los telescopios más potentes. Pero si yo dijera que, puesto que mi aseveración no puede ser refutada, dudar de ella es de una presuntuosidad intolerable por parte de la razón humana, se pensaría con toda razón que estoy diciendo tonterías. Sin embargo, si la existencia de tal tetera se afirmara en libros antiguos, si se enseñara cada domingo como verdad sagrada, si se instalara en la mente de los niños en la escuela, la vacilación para creer en su existencia sería un signo de excentricidad, y quien dudara merecería la atención de un psiquiatra en un tiempo iluminado, o la del inquisidor en tiempos anteriores".

Bertrand Rusell en Is there a God? 

"La razón por la que la religión organizada merece hostilidad abierta es que, a diferencia de la creencia en la tetera de Russell, la religión es poderosa, influyente, exenta de impuestos y se la inculca sistemáticamente a niños que son demasiado pequeños como para defenderse. Nadie empuja a los niños a pasar sus años de formación memorizando libros locos sobre teteras. Las escuelas subvencionadas por el gobierno no excluyen a los niños cuyos padres prefieren teteras de forma equivocada. Los creyentes en las teteras no lapidan a los no creyentes en las teteras, a los apóstatas de las teteras y a los blasfemos de las teteras. Las madres no advierten a sus hijos en contra de casarse con infieles que creen en tres teteras en lugar de en una sola. La gente que echa primero la leche no da palos en las rodillas a los que echan primero el té"

Richard Dawkins, El capellán del diablo

Dylan apóstol


No tiene cara de la que fiarse. Da la pinta arrabalera de mafioso fronterizo que hubiese hecho las delicias cinéfilas a Orson Welles para Sed de mal. Él mismo, Welles, se hubiese sacrificado. Hubiese dicho: Bobby, es tu papel, esmérate en el texto y déjate llevar. Sobre todo, déjate llevar. Pero Dylan jamás fue un actor. Tampoco un cantante. Sí fue un trovador, un poeta, un alma atormentada que se reconcilia con el mundo y consigo mismo revisando a diario la piel americana, el atlas provinciano de un país que es como un cosmos para quien sepa navegarlo. Dylan no es de este mundo. Vino a la tierra de las barras y de las estrellas para escribir un evangelio. Quizá por eso se convirtió el buen hombre. No porque viera la luz sino para desprender la suya mejor.

22.4.11

El cielo, el infierno, el limbo

Papetti





No hay portada de Fausto Papetti que no haya engolosinado mis años mozos, ésos en los que medio centenar de tentaciones revoloteaban el sentido común y anulaban toda posibilidad de que la inteligencia, caso de que alguna allí anduviera, tomara parte en el combate. Anulado por esa iconografía concupiscible, imaginaba que el futuro sería un solo largo de saxo con un ejército de violínes tutelando mi ingreso en el reino de lo carnal. Pensaba que la felicidad consistía en ver desfilar jacas de Ipanema tímidamente vestidas, dúctiles amazonas de mi delirio adolescente.
Ya se sabe: en esas edades, el pecado sucede siempre en las novelas de Clark Carrados  y en las películas de Mariano Ozores, pero de vez en cuando hay ocasiones en las que está tan a mano pecar que no se puede hacer otra cosa. Al menos en esos años. Algunos o muchos después, la realidad busca a Kafka y regala fiebres y migrañas y letras de coche y tal vez algún quebranto en lo político, pero cuando el azar te regala una portada de un disco de Fausto Papetti se renueva el caudal de afectos, la sensibilidad adormecida y desaparece de cuajo la angustia existencial, el peso formidable de la injusticia que te impide conciliar el júbilo familiar y eso tan vago que consiste en la armonía del cosmos. El cosmos está jodido: lo jode la barbarie canalla de los extremismos y la falta de luces de unos y de otros. El cosmos, aunque ahora Marte invite a pensar en cabalgadas siderales y en franquicias del Hilton exquisitamente diseñadas por marcianos, descarrila sin que ninguna brida firme lo frene en seco. 
A Fernando Pessoa, al que vuelvo siempre que puedo, se habría sentido identificado con este mejunje moral de facciones antagonistas que comparte, en el fondo, idéntica pasión por los mismos placeres: suficiente ancho de banda, protagonismo mediático, palomitas a las diez cuando el cine apaga las luces de la realidad y el proyectista acciona el play de los sueños. La película de estos tiempos no se parece en nada a una portada de Fausto Papetti. Tiende más a emular las gloriosas portadas de Yes en los setenta: aquellos mundos irracionales, de topología intoxicada de formas delirantes. Entre una y otra iconografía me quedo con las portadas del intrépìdo saxofonista italiano, que parece un clon de Jesús Gil. Cosa de la hípica del momento. 




Papetti, pertrechado de valor, ahondando en la cultura, se atrevió con la inmortal pieza de Vangelis para Blade Runner. La recuerdo en el 127 de mi tío en alguna de nuestras jornadas de gastronomía campestre subiendo a Los Villares. Recuerdo la melodía afrutada de Papetti y los goles en la SER. La memoria tiene en ocasiones estos caprichos. Pero la escucha, treinta años largos después, no resiste mucho. Sigue uno mirando con perplejidad las mozas ligeritas de ropa y no puedo evitar volar a las gasolineras de los setentas, ah gloriosas gasolineras de mi ingreso en la adolescencia, y todas esas cintas de cassette que azuzaban el ojo y pedían un jadeante cómprame, llévame contigo a un lugar secreto y cierra los ojos. Al paso que vamos, con estos tiempos de escrupulosa vigilancia del padre Estado, prohibirían semejante desparrame cárnico en los stands de los bares, en las estaciones. Alguna militancia feminista también terciará en la discusión legal. Espero que el banco de imágenes de Google no las borre. 

20.4.11

Antes del Día del Libro



I
Hay gente que va de extra por la vida. Sabemos que hay un rodaje y que están dentro de cámara, pero sus gestos son irrelevantes y no tienen parlamento alguno. Gente que patrulla los días como el que ve pasar nubes. Gente a la que un napalm misterioso les ha borrado toda capacidad de asombro. Les da igual que gobierne la derecha o la izquierda, que las imágenes que ametrallan los informativos conviertan la barbarie en cultura popular. Consienten, además, que el apocalipsis, en forma de calentamiento global o en forma de analfabetismo social, les vaya comiendo terreno. De pronto se ven en mitad de la batalla: la que no era suya y ahora súbitamente les tiene de protagonistas, de héroes forzados (todos de alguna forma lo son) que acaban por involucrarse tanto que pierden la vida en el noble empeño. Viene esto, aunque no lo parezca, a propósito del Día del Libro. No es exactamente el día del Libro: tal vez sea el día de la Soberanía de la Inteligencia o el día del Imperio de la Imaginación o el día del Reinado de la Cordura.
Como el libro es un objeto y puede ser confundido con una piedra o con un bufanda o con un cuchillo de cortar jamón es conveniente situar la realidad del libro, su trabajo lento en la forja de una sociedad justa y de pensamiento sano y constructivo. K. sostiene que tampoco los libros garantizan nada: Hitler leía y ya se ve a qué punto de dislate mental llegó y cómo esa voracidad lectora (mal asimilada) le hizo un matarife con estudios. Decía mi suegra que el desalmado instruído es más desalmado que el que no tiene argumentos ni razones para sus actos. Duele que vivamos tan a prisa, tan mal. Duele que sepamos la naturaleza de la bestia y no le hagamos frente con las armas que la anulan.
En un país donde se escribe más que se lee es muy difícil que la lectura sea algo más que un accidente. Sólo leen los que escriben, si es que les queda rato. Y si hay lectores sin pluma (entiéndase esto como debe ser entendido) es un accidente también. Bueno, el mejor de los accidentes, en todo caso.  Incluso algunos escriben para quienes les leen, y no es una perogrullada: el lector de Jorge Bucay se administra la prosa del salvavidas argentino en la certeza absoluta de que tras la ingesta va a sentirse más feliz y más en sintonía con los astros y con el secreto equilibrio de la naturaleza; el lector de Jiménez Losantos (los habrá, no hay duda) se inocula vía óptica el veneno bulímico del agitador de fonética arrastrada.
En política pasa algo parecido: toda la gente que va a un mítin de Rajoy no oye lo que dice Rajoy. Ni el que a uno de Zapatero se presta a pensar lo que le cuenta Zapatero. Se va en tropel a esas reuniones, se acude en masa para ser signados por la oblea formidable de la mediocridad. Yo estuvé allí, se puede decir. Se oye, en fragmentos, la prosa que hemos escuchado antes. En política, a diferencia de la literatura, se avanza hacia atrás. Hay confirmación del mensaje, pero no existe asombro. Quizá esté en la sustancia de la política no incluir el asombro como ingrediente, pero a mí me sigue entusiasmando la creatividad, la obra abierta, el puente entre las orillas.
Tenía yo un amigo que coleccionaba libros como el que busca caracolas en la orilla del mar y luego las guarda en una caja muy bonita que esconde en un baúl tapado por una manta en un sótano o en un ático. El amigo de marras no sólo compraba libros por la sonancia del título o por la pompa del escritor: también compraba discos. No le falta un ejemplar de cada género. Miraba la prensa especializada y no perdía ocasión de adquirir lo último en jazz o en clásica, el más reciente ensayo de Marina o la novela recién salida de imprenta de algún Nobel indio cuyo nombre jamás se atrevía a pronunciar. Lo mejor del caso es que mi amigo tenía (hace tiempo que no le trato) la rarísima y más que admirable habilidad de hacer ver a los demás que sus libros o sus discos eran los que moldeaban su carácter. Hacía rentable cada peseta (no había euros entonces) gastada en cultura, pero mi amigo no era capaz de estar sentado frente a un libro más de veinte minutos. Bien amortizados minutos, supongo. 
Me confesó que ese tiempo le bastaba para tener una idea sustanciosa del asunto leído y doy fe de que le vi en más de una ocasión disertar sobre lo que, en verdad, a la luz de sus confesiones y a la pericia de mi sana capacidad de observación, no tenía ni puñetera idea. Él era, a su modo, el extra y el protagonista de la historia de su vida. Así que el Día del Libro, fiesta de los sentidos y de la cultura como máxima expresión del acervo sentimental de un pueblo, no garantiza casi nada. Da lo mismo que las Bibliotecas Municipales (en mi pueblo hay una que está funcionando muy bien) saquen historias a la calle y pongan en los semáforos poemas de Carlos Marzal, que ya está en mi facebook, oh fatum, oh gran negocio del azar. 
II
El libro, el magnífico libro, el ladrillo sobre el que se edifica la voluntad de permanencia y de vigencia de la Palabra, continuará su batalla íntima, doméstica, sorda y cruda contra los enemigos de siempre y contra los que acaban de llegar a la plaza. Estos tiempos de banda ancha y de fast food cultural no permiten que alberguemos muchas ilusiones. Ver a un niño leer todavía sorprende cuando debería sorprender justo lo contrario. Así nos va. Así mi amigo, hijo de su tiempo e hijo de sus vicios y de su pereza, puede pavonerase de lecturas que han leído otros, pero que él, ufano, victorioso, hace suyas sin que nadie se percate del timo. Estará en la Feria del Libro del pueblo en donde viva (hace que no lo veo) y comprará un tocho de relumbrón. No lo meterá en bolsa. Durante un tiempo, en su vuelta a casa, lo exhibirá. Como el que lleva un cinturón de marca. Un Rolex. El libro como indicador de prestigio. Sólo eso.


Perversión



 I
El tedio digital puede conducir a un estado de extremo cansancio moral en el que el usuario ya no discierne la realidad y la confunde con extensiones holográficos de la pantalla de su ordenador. A mi amigo K. se le ocurrió meterse en pupila una temporada completa de Los Soprano que tenía en su disco duro. Lo hizo con muy leves interrupciones. Ir al servicio. Atender a su madre por el teléfono. Me confesó que es mejor ese subidón de ficción que la caótica ración de realidad en la que fragmentados la vigilia. La maquinaria del capitalismo monta un minibar en cada esquina, regala pendrives de muchos gigas en el dominical y atrinchera una industria farmaceútica detrás de cada estornudo. Así no es de extrañar que interese más (infinitamente más) que el ciudadano de bien, el que paga sus impuestos, vota en los días señalados y paga la academia de inglés de sus hijos esté bien abastecido de mercancía fungible. Es mejor que se apoltrone en el sofá favoritos, el de orejas que compraron en unas rebajas, y administre la tarde en base a una temporada completa de Los Soprano que decida salir a pasear y recorra las calles y fatigue las avenidas por el placer sencillo de sentirlas cerca y gastar alguna energia en el poco explotable empeño. El capitalismo reparte sus golosinas como el camello regala sus toxinas a pie de colegio en busca de potenciales clientes del inefable futuro. Se trataría, en el fondo, de asegurar unos ingresos, aunque éstos no lleguen de inmediato y precisen de un rodaje.
II
La televisión culmina el adocenamiento. La televisión es el familiar perverso al que confiamos el entero cometido de entreternos, hacernos la vida más fácil y conducirnos, ya uniformados y abastecidos de bazofia consensuada, al catre conciliador. Su perversión consiste en que no exige a sus usuarios formación intelectual al modo en que sí la solicita la lectura. A K. le fulminó Tony Soprano. Así me lo confesó. No es lo mismo el cansancio que entrega Rocco Siffredi a pleno rendimiento, tunelando traseros, ocupando con su hombría el trayecto que la naturaleza consagró a la ingesta de víveres, que el cansancio que entrega Sánchez Dragó en su pompa de orador orfebre a punto de perderse en sus propios jugos semánticos. Los tiempos que estamos igualan al semental italiano y al libresco showman español. Los dos dan de comer a unos cuantos que, en su divina inteligencia, han diseñado un formato en el que caben esas dos formas de entender el entretenimiento popular. Hoy no toca hablar de Bucay.
III
Este decaimiento moral de la sociedad del bienestar que nos han ido regalando los gerifaltes del mundo viene de perlas para evaluar el grado de perversión que hemos estipulado como razonable. No hay refugio en el que esconderse. Ni embajada de la inocencia en la que resguardarte. Culpables hasta el desmayo, convictos de pasear las calles y contemplar sin dolor el dolor visible. Confinados al dudoso placer de ocupar las horas para no sentir en demasía la angustia existencial de saberlas vacías. Así vivimos, así cerramos de noche los ojos y nos entregamos, ufanos en nuestro útero externo, al sueño reparador. Y en el sueño nos dejamos matar y matamos. Y en el sueño, ya libres, liberados de la crisis que nos ahoga y de la soledad que nos persigue, encontrar la luz y saber que nos ampara. En el sueño, lejos de la realidad cansina, contemplar el extravío de esa luz y admirar el prodigio sencillo de las cosas, pero eso no entra en el discurso de la máquina y el proyeccionista tiene instrucciones muy precisas del modo en que debemos ver la trama. Ni Hitchcock lo hubiese dirigido mejor. Es admirable el engaño.


19.4.11

Hoy en Barra Libre...


Entren en la Barra Libre. Hoy invito yo. Pueden también clicar en la imagen de la barra lateral. Las dos puertas acceden al mismo local.

16.4.11

La condición del fantasma



En cierto modo no están o lo están de un modo aleatorio o fragmentario o intermitente. Entran y salen de la cosa pública como algunos personajes del cine negro entran y salen de la escena del crimen. A éstos se les podría listar un parte de bajas, pero dudo que exista político que duerma sin que una nube de bajas le asfixie el sueño y lo despierte a mitad de la noche, empapado en sudor, presa de espasmos, en plan yonki sin reservas en la mesita de noche. Las bajas no son cadáveres alfombrando desiertos lejanos. Tampoco son las que cubren las estadísticas de los teletipos. Son bajas económicas, bajas sentimentales, ese tipo de bajas que pueden conducir al desquicio a una familia que no llega a fin de mes o que no llega ni siquiera a un cuarto de mes, que es una semana mal contada. Nada reprochable, en todo caso. Hace política el que quiere y sabe los riesgos del oficio, el peso gigantesco que conlleva y lo expuesto que se está  a que todo el mundo tenga derecho a opinar sobre ese oficio. En el fondo, no es la clase política la que está ahora poco valerada: son algunos de esos políticos, son algunos de los que detentan esos fantásticos puestos de mando.
Estos de la foto ya no están, pero durante el tiempo en que movían carteras y daban ruedas de prensa hicieron su trabajo lo mejor que pudieron. Quiénes somos nosotros para dudar de que fuesen obreros obstinados, profesionales juramentados a conducir a sus países al mejor de los mundos posibles. Pero las pruebas hablan en su contra. En general, una vez que un político ha dejado su maletín y deja paso a otros, siempre hay pruebas que echar en cara, parados inesperados, empresas desmanteladas, todo ese previsible nomenclátor de errores que luego heredan los ciudadanos y que marcan la historia de uno de esos países. Hace tiempo que no sabemos nada de estos enchaquetados, pero cualquier día es bueno para que uno dé una conferencia sobre El Futuro del Estado del Bienestar en un mundo globalizado en un inglés neardental y el otro sea fotografiado en su rancho de Tejas o haga decir a sus abogados que en modo alguno piensa dejar los Estados Unidos para sufrir la afrenta de que una Corte Internacional revise su mandato y le pronuncie la palabra guantánamo a menos de un metro de sus narices. Por eso se mantienen un poco al margen del circo de la política.
Salen de vez en cuando, hacen como que están, que vigilan el curso de los acontecimientos, pero en realidad hace tiempo que decidieron poner tierra de por medio. Tierra es un recurso facilón, pero quién sabe en dónde están, en qué apartado rincón hacen vida familiar, salen de paseo con sus familias, van al cine o de compras a un gran supermercado. Y no es que el hecho de haber tenido esos grandes puestos de responsabilidad les prive del sencillo placer de salir de paseo o de ir de compras los sábados a última hora. Hicieron lo que hicieron lo mejor que pudieron, claro está, pero ahora prevalece la condición de fantasmas. Inevitablemente viven en otra realidad que no es la nuestra. Quizá ésa es la razón por la que se obligan a salir de cuando en cuando y dan conferencias o se dejan fotografiar junto a unas vacas. Tendrán un gabinete de asesores que les recomiende hacer esto o esto otro. Como buenos soldados escucharán con atención y harán caso de lo prescrito. Suena a enfermedad eso de prescribir cosas. Otro significado del verbo prescribir es el que hace referencia a la extinción de un derecho o de una deuda. Quién sabe las que tienen estos. No más que otros. Cosas del cargo. Qué difícil es conducir al pueblo hacia su destino. Pronto tendrán a otro miembro ilustre de la cofradía de los próceres de la patria. Le están mandado mensajes. No creo que tengan facebook público.

.

.-

15.4.11

2k


Kafka no era Kavafis. Uno se censuraba todo entusiasmo y concebía el viaje como una postura de riesgo ante la vida. Harto de ser un funcionario gris, uno encerrado en una montaña de papeles grises, decidió ser Grigori Samsa y se despertó bestia, insecto, criatura inferior y oscura. Puedes ser en vida Kafka o ser Kavafis, pero lo que no sabes es si en los preparativos algo imprevisto va a torcer tus propósitos o si en la travesía el azar, que Borges no aceptaba, va a confiarte todas sus malas artes. 
Kavafis pedía que el viaje fuese largo en su poema a Ítaca y disfrutaba con la posibilidad de que la ruta se confundiese con sus sueños. Me lo recordaba un amigo en la barra de un bar hace un par de viernes. Qué cosa más curiosa: hablar de Kavafis en una barra de bar, contar el itinerario secreto de la belleza de unos versos. Todos tenemos una parte de Kafka y otra de Kafavis. Un miedo inconfesable a perdernos en el tráfago de los días y, por otra parte, un deseo irreprimible por perdernos en ese tráfago y confundirnos en su asombro formidable, en su caterva de almas hechas de incertidumbre y de zozobra. 
Hay quien quiere la vida como un contrato donde todo está registrado y nada está sujeto a la indeterminación y quien pide que el viaje sea largo y nunca tengamos certeza del destino. Los dos hacen de linterna, al modo en que lo hace la filosofía, para indagar los primores de lo real. Es ésta la función del escritor. La blonda sensual de los poemas de Kafavis no es el apesadumbrado documento casi notarial de la prosa de Kafka, conjurado a revelar la alienación y el absurdo del hombre en la sociedad que lo engulle.
En las repisas en donde alojo los libros en mi casa he visto que La metamorfosis, el viaje entomológico y existencial  de Samsa, descansa lomo a lomo junto con una Poesía completa del griego, bizantina y helenista, vital y paganizante. He pensado que ambos libros sufrieran la ficción de intercambiar sus páginas, de contaminarse en la soledad del anaquel, ajenos a las manos del lector, que sólo de vez en cuando recae en su formidable existencia. He pensado que Kafavis mutara a Kafka y en sus poemas pesase el frío del funcionario centroeuropeo que no acaba de encontrar su sitio en el mundo. O que Kafka consintiese la influencia de la sensualidad alejandrina de los versos de Kafavis. He ojeado ambos libros y todo sigue igual. Samsa es Samsa y la belleza inconmovible de los versos del poeta griego esperan la llegada del goloso lector que los disfrute.También las personas permanecemos inalterables. Como libros apilados en estanterías.
No es fácil dejarnos contaminar por las experiencias ajenas. Nos desenvolvemos con las toscas y pobres maneras que nos proporciona la experiencia personal, pero no siempre sabemos indagar, con la linterna del poeta, en las venturas y desventuras de los demás por si en ese ejercicio de novelización aprehendemos algo que pueda abastacernos de júbilos distintos y de miserias compartidas. La Historia está repleta de casos similares: pueblos que se juramentan en la salvaguarda de unos principios morales inasequibles al retroceso, al descubrimiento de que afuera hay vida y que late con idéntico pulso a la nuestra. A lo mejor esta reflexión sobre dos libros que se tocan en una estantería de mi casa termina convertida en una reflexión sobre los nacionalismos. Empieza uno a escribir y nunca sabe en dónde va a acabar lo que escribe. Pienso ahora qué podría pasar si Lovecraft se arrima a Bécquer. Si Chesterton a Nietzsche. Si por obra del azar o la suma de muchos azares Bucay se contamina de Canetti. Ay, olvidé que no tengo ningún libro de Bucay. No pienso remediarlo.

13.4.11

Cultura para todos en su horario habitual de las dos de la madrugada...


Leí alguna vez que es malo sufrir, pero bueno haber sufrido.  Lo dice mi amigo K., al que hace tiempo que no traigo al Espejo: Se aprende de las heridas.

I
Las advertencias acompañan, se dejan oir pero el acto valiente del espectador es contaminarse de estas impurezas, pringarse, hocicar su ortodoxia y probar esta cosecha de perdedores o de inútiles o de vagos que lejos de estimular la infinita capacidad de asombro de quien asiste al hecho artístico prefieren abonarse, sin pudor, enganchados al clic de la caja registradora, a la pereza mental, a cierto grado de desgana intelectual que acaba por convertir la obra facturada (un libro, una canción, una película) en basura, en basura encantada de ocupar un hueco en las estanterías de los grandes almacenes y en los sueños colectivos de un público también abonado a la pereza, a la falta de escrúpulos morales y a la sencilla inobservancia de la regla dorada de este negocio tan particular: entretener sin insultar.
II
Hay literatura mala y eso que hace la sombra de la buena se alargue y conforte más. Todo a lo que me entrego se hace rico y a mí me deja pobre. Cito a Rilke, un poeta de mi adolescencia estética al que todavía acudo de tiempo en tiempo. El poeta malo no se vacía, no alcanza ningún grado de pobreza. El poeta bueno, el que alumbra prodigios, el que asombra, el que rasga la capa más interna del lector más cómplice y se queda allí, cosido al alma, residente de esa emoción purísima, vive siempre en una orfandad perfecta.
III
El crítico, ese ser en continuo feedback emocional, varado en sus contradicciones, cabeza y corazón en perfecta zozobra, sufre en silencio. Como unas buenas hemorroides. Su dolor, en todo caso, sería el aviso de navegantes desavisados. Los otros no precisan bitácora alguna. Como un genealogista que agotara libros de registro municipales, archivos hospilatarios, fondos de iglesia o sótanos familiares para encontrar restos, huellas, migajas de un antepasado ilustre o de un lejano tío crápula y pendenciero, el crítico acude siempre a la Historia, al mapa de lo que sabe y arroja al lector, ese ser hipotéticamente cómplice y objeto último de todo este desvelo, su riqueza que luego, lo dijo Rilke, deviene pobreza. Así andamos. Sufriendo para después arrojarnos a la felicidad. Viviendo a diario la vida ofrecida como un regalo. Siempre.
IV
Anoche, bien tarde, leí (casi del tirón) Mortal y rosa, el libro más triste y más hondo de Francisco Umbral. Qué hermosa tragedia. Qué belleza escondida en el envés de las palabras. La literatura, la buena, la que se queda en el alma, la que no nos abandona ya nunca, produce una felicidad imperfecta, como debe ser. Todavía llevo al hijo muerto del poeta Umbral, luego qué fue Umbral, a qué se afilió, en qué se convirtió, en el pecho.

.

El futuro

Lo que de verdad seduce es el futuro. Al pueblo llano, al iletrado y al curtido, al experimentado y al plúmbeo, lo que les pone es el vacío narrativo, los espacios en blanco en el mitad del texto más o menos previsible. Sin embargo, el futuro es una trampa formidable. Tal vez lo sea más manifiestamente en tanto no existe. Los hay que lo han ninguneado, vejado, negado o sublimado hasta el paroxismo de la fe, pero esa confianza en el porvenir no delata otra certidumbre que el cansancio en el presente. La trampa consiste en vender lo que no está ni tiene visos reales de que en efecto pueda estar. Esa vigilia hecha de zozobras y de hipótesis esotéricas es la que ha sustentado la historia de todas las religiones. El paisaje de la trampa se eriza de profetas, de estadistas del apocalipsis, de gurús del caos que oyen el lejano retumbar de las trompetas celestiales en su blackberry y exhiben las credenciales de su oficio, que suelen ser los habituales tecnicismos de resonancia clásica que hablan de la muerte y de la vida después de la vida. Con esa golosina espiritual se ha abastecido la historia de la espiritualidad humana. Cada uno ejercita el alma como le conviene. Quienes no reparan en que existe y quienes no actúan sin que opine.
Anoche habló del futuro un teólogo en una emisora de radio. Lo oí en ese franja fragilìsima de tiempo en la que ni estás dormido ni despierto y que algunos poetas matrimonian directamente con la muerte. Apenas percibí argumentos vagos. Igual lo eran y no era mi fatiga lo que me apartó de entenderlos. El teólogo hablaba del futuro como única tabla de salvación. Antes de que me venciera el sueño, creí entender que el léxico apocalíptico es el que más conviene. También los políticos agitan soflamas y airean cantos de revolución cuando advierten que los sondeos les son desfavorables o cuando sospechan que esa estrategia puede darles votos. Lo dijo ZP. Lo hacen todos. Agrit prop, se llama: agitación y propaganda. Agitación con cobertura mediática. El drama conviene a la escena pública porque lo dramático esconde un componente de sentimentalidad pura, no contaminada por los avatares de la moda ni de los intereses humanos. Lo estableció Lenin, pero ahora lo invocan militancias de todo el espectro político. O religioso. Asusta, que algo queda, parecen decir.
Tal vez el futuro da miedo y por eso ha sido el arma definitiva de muchos imperios: imperios de la fe y de la carne. Todos se han dejado embaucar por la belleza perfecta de lo que no puede ser medido, guardado, sellado, mostrado. La fe es la inteligencia chantajeada, escribió Bertrand Russell. La política tiene algo de fe trufada de burocracia. Educamos en las escuelas para que el ciudadano del futuro (otra vez el más allá irreducible a la razón) sea capaz de sobrevivir y de medrar sin tener que esperar la bondad de los dioses de la cosecha. Educamos en las escuelas (y sospecho y espero que en la familia también) para que el futuro no sea un territorio de penumbra sino un campo abierto y limpio de incertidumbres. Podemos esperar a lo sumo que las incertidumbres que sobrevivan sean las estrictamente inevitables y ninguna de ellas la rubrique la superchería, la mediocridad o la incultura de quien no se siente dueño de sus actos. Lo que de verdad seduce es el futuro, lo que no podemos registrar, lo que se escapa a poco que pensemos tenerlo ya cogido. Lo saben los curas y los políticos. 


10.4.11

El espejo del alma



Más que Dios, atento siempre a las inclinaciones más sinceras de sus hijos, la cara de este hombre parece que se la puso un ángel caído. Uno de esos de ocupan las mejores páginas de la literatura gótica. Uno a sueldo de Dan Brown. El ángel sin glamour ni fotogenia. La mía no sé a estas alturas quién me la dio. En el fondo, la suya, ésta, poco importan. Pero a veces cómo entorpecen.

Jueves Ateo



Una cosa es ser ateo o agnóstico o no comulgar con los preceptos de la ley cristiana y otra tomar las calles y azuzar a los unos contra los otros. La mal llamada procesión atea convocada para el Jueves Santo en el centro de Madrid es un acto beligerante, sin sustento filosófico, destinado a jalear a los militantes despiertos y a sacar del letargo a los dormidos. La militancia en asuntos teológicos debería quedarse adentro: uno profesa la fe que desea o no profesa fe en absoluto, pero respeta al otro, al que no comparte lo nuestro. Lo del Jueves Santo en Madrid no es una festividad atea; ni siquiera está al servicio de la discusión entre gente razonable. Los que la convocan se afilian sin ambages al extremismo. Abandonan el sentido común y sólo se dejan llevar por instintos bastardos. No siendo yo feligrés de ninguna iglesia y sintiéndome un descreído convencido en todos estos trasuntos del alma, me declaro ahora dolido, sencillamente alarmado por el ensañamiento con el que se debaten en este país las ideas. Ahora religiosas, pero mañana judiciales o políticas o incluso deportivas. Faltará cultura, faltará didáctica. A poco que nos descuidemos, si siguen las cosas escorándose hasta estos extremos no deseables, terminaremos pintando en las paredes de las iglesias, interrumpiendo la misa con soflamas nihilistas, prendiendo cerillas en las alfombras que van al altar. 
Tiene esta España nuestra una poco noble tradición iconoclasta. Somos por naturaleza, por herencia cultural o por adherencias totémicas de todos los pueblos que nos han impregnado durante milenios, una nación desobediente, de fácil contento anímico, de gentes crecidas al sol y al dictado orgánico de la tierra. De misa de doce y vino a la una, de rezo público y pecado privado. Lo único que no desea el español es que se le desactive el itinerario festivo de santos y de procesiones, de vírgenes bajo palio y primera comunión con ropa de marinerito. Sabe en el fondo de los peligros de un país de un materialismo salvaje,al que extirparon todas las imágenes y del que borraron a golpe de procesión atea los lazos metafísicos con un Dios vivífico, atento a los quebrantos de sus hijos y convertido en mentor, en protector, en la invisible razón que excluye todas las demás razones.
Una cosa es que se retiren los crufifijos de las aulas o que a uno se le pongan los pelos de enhiesta punta cuando ve a los jerifaltes de la curia hablar en público y soltar por esa boca carpetovetónica exabruptos y absurdos varios y otra bien distinta es que se invade el territorio de lo más acendradamente suyo, que es el culto, la creencia en el más allá, la legítima manifestación de sus credos. Creo que la libertad de conciencia, si no está bien legislada, puede conducir a que la cohesión social se tambalee. Mi religión o mi ausencia de religión no debe rozar la religión o la ausencia de religión de los demás. No está escrito en ningún sitio fiable y consensuado por todos que mi visión del paraíso tenga que coincidir con la visión del paraíso de los otros. Puedo elegir que mi dios sea un router, un algoritmo de google o un solo de guitarra de Jimi Hendrix. Esa elección no me descalifica. Tampoco que mi vecino elija a un santo y acuda a diario a misa y se entregue allí al completo dominio de su alma. Le dolerá ver una procesión de hostiles. Al hostil, en cambio, dudo que le duela (si no se exceden, si no caen en la misma barbarie, si no se afilian y sacan a la calle sus hordas bárbaras, que también las tienen) la legión de fieles que anima los templos y llena las calles. Yo no voy con entusiasmo a ver pasos de Semana Santa. No me emociono ni me siento sensible ni frágil delante de la figura de Jesucristo. Acepto, sin embargo, la emoción de mi igual. Caso contrario, en el momento en que me oponga en demasía, tardaré poco en ver cómo se mofan de que adore los riffs de Jimi Hendrix y de que rece al cielo (esa abstracción, ese arcano) para que no abandone y me dé sensibilidad para seguir disfrutando de mis días en la tierra.

.

.

8.4.11

Dios con una tía de Viena


Dios en palabras de Trueba, pero Dios a veces para este cinéfilo doméstico y amateur, abordó a la prensa nada más finalizar el rodaje de La tentación vive arriba y les regaló una de esas frases rotundas de las que no es posible escaparse en vida. "Me han preguntado si volveré a trabajar con Marilyn Monroe, y tengo una respuesta clara para eso. He discutido tal posibilidad con mi médico, con mi psiquiatra y con mi contable, y todos ellos me han dicho que soy demasiado viejo y demasiado rico para someterme de nuevo a una prueba semejante". 
Dios recibió en el rodaje a Maurice Chevalier y la diva se arrimó a la reunión. No siendo una diosa, era lo más parecido que había en un plató del divino Hollywood, pero Marilyn era terrena, accesible, reducible a un canon femenino, y ardía el aire cuando abría la boca, siempre según comentarios a prensa de Billy Wilder, a la sazón, y en adelante, oh Dios, el Dios o Dios en palabras de Trueba. 
Los tres se ríen por alguna circunstancia que de seguro no trae la risa como aliño. Y no porque el director Wilder no tenga sentido del humor ni porque Maurice Chevalier, el astro de la canción, no sea sincero con esa sonrisa escandalosa. Es porque la que sobra, ay a mi pesar, es la actriz, que es un tormento para Wilder y quizá para ella misma. Un tormento antológico. De ésos que causan migraña en quienes los padecen.
Tengo yo a Billy Wilder por mesurado, por paciente y lo tengo, he aquí el mayor logro de destrenzamiento psicológico al que he podido llegar, por un hombre con un exquisito sentido del humor. Sólo hay que ver qué films hizo para no hacer peligrar jamás esa hipótesis. Aun con todo, a riesgo de amenazar ese estado alegre de las cosas, Wilder no soportaba a la Monroe. Por llegar tarde como norma (Jean) . Por encerrarse durante horas en su camerino. Por no recitar sus diálogos a satisfacción suya. Por ser (al cabo) una comedia menor con una actriz impuesta desde arriba. A pesar de todo eso, Wilder admiraba a la buena Marilyn escondida debajo. La mujer capaz de hacer un papel de forma impecable si los astros o alguna arcana coreografía de estrellas la iluminaban. Se trataba justamente de eso: de iluminación. Por alguna extraña razón, la actriz Monroe no tenía nada que ver con la Monroe mujer. Se podría odiar a una y amar a la otra. Entra en lo razonable  esperar siempre lo más sublime de quien no alcanza, a simple vista, a elevar vuelo y a procurar el asombro a quienes lo rodean.
Carnal, dulce, rotunda, la mujer joven entre los dos viejos de la fotografía pide a gritos que no la miren. En el fondo, no me miren. Hagan como que no soy carnal ni dulce ni rotunda. Busquen en mí otra cosa pero no ésta que aquí muestro. Eso parece decir. Eso diría (quizá) para sus adentros. Nunca lo sabremos.
Pero Dios es munificiente con todas sus criaturas y en todas ve el alarde de su aliento primigenio. Esta deidad, siempre en palabras de Trueba, no razonó jamás su debilidad, nunca explicó a sus iguales (a ver, John Ford, Preston Sturges, Howard Hawks, William Wyler, Jean Negulesco, Fritz Lang) lo empecinada que estaba su alma en encontrar, en la mediocridad, el genio.

"Cualquiera puede recordar un diálogo. ¡Pero es necesario ser un verdadero artista para salir al plató sin saberlo y, sin embargo, hacer la interpretación que ella hizo! Incluso pensaba en repetir. Si quisiera a alguien que llegase a su hora y se supiese sus frases perfectamente, tengo una vieja tía en Viena, también actriz, que estará ahí a las cinco de la mañana y nunca se equivocará en una sola palabra. Pero, ¿quién quiere verle a ella?"
                                     Billy Wilder


7.4.11

Barra libre / Nighthawks, gintonics and be bop...


Me la imagino así. Digo la barra. No ya libre, abierta a que no se pague la consumición, sino cómplice. Como una casa. Sin entrar al rebaje crematístico. Sin exhibir un exceso de etiqueta. Todo manejado con naturalidad. Las puertas abiertas. O más eficientemente le pedimos a quien sepa hacer esas cosas que retire las puertas y lo haga todo más accesible. Nada de preocuparse por ahora de que se acabe la cerveza o que un inspector de sanidad pida amablemente al de la esquina, el que está agitando el whisky y viendo cómo los cubitos se mueren en ese oceáno infinito, que apague el cigarrillo recién encendido. Ah, se me iba a olvidar escribir que suena Charlie Parker. Lo oigo. Anthropology. Justo ésa. La escuché anoche, poco antes de cerrar el día, y pensé en la barra libre de este antro que acabamos de abrir unos amigos. No debo dejar que el día de hoy acabe sin reseñarlo. Ya saben, barra libre. Charlie Parker ameniza los tragos. Yo estoy disfrutando.

5.4.11

Historia del joven de los pasteles de crema


Yo tardo en descubrir los engaños. Soy de los que no los percibe hasta que están encima. Soy confiado hasta extremos preocupantes. Creo por convicción que lo que me cuentan es cierto o, a lo sumo, es cierto para quien me lo cuenta. Incluso cuando me he percatado de la mentira, busco razones que la justifiquen, insisto en encontrar los argumentos que han conducido a que se produzca. Esta manera de vivir me ha ido bien y es razonable pensar que no tenga motivos fiables para convertirme ahora en un escéptico radical. En la mentira se vive mejor, lo sé. Hay, no obstante, una ficción que engolosina mis vicios: la ficción de las películas y de los libros, el mundo fantástico de las historias que son mentira y que tomamos como verdaderas. Soy muy capaz de no sufrir ante la desgracia que leo en una novela o que observo en un film y de sufrir muchísimo ante las tropelías que la realidad me ofrece a diario. Y son muchas. Creo firmemente en la asepsia de la ficción. El Arte es una disciplina libre. La más libre de todas las disciplinas posibles.Vivo emperrado en suspender la credulidad, en afiliarme sin tapujos al club de los fabuladores, a escuchar todos los cuentos del mundo y a vivir la vida como si fuese un cuento grande y anduviese yo dentro, enredado en la trama, convicto de realidad en el fondo, pero amarrado a la ficción. Habiendo sido hoy un día infectado de realidad a más no poder, voy esta noche a tenderme en la cama y a colarme en los cuentos de Stevenson. Empiezo con la Historia del joven de los pasteles de crema. Está en el Club de los Suicidas. Creo que estoy tardando. Sr. Stevenson, cuénteme un cuento.



4.4.11

El blues de Bauer



A estas alturas de la trama, importan poco unos cuantos muertos más el domingo por la mañana. Uno se levanta, derrota con la habitual impericia el sueño y planea qué hacer durante el día para todo se conduzca por caminos tranquilos y nada altere el descanso. Parece que nos lo merecemos. En esta toma de principios, la radio suelta que treinta ciudadanos de Tel-Aviv han sido espectadores involuntarios de la demolición de sus propias visceras por el capricho de un kamikaze comido por la fiebre del fanatismo y de la vida eterna a la vera de algún Dios cómplice de la barbarie. No lo dicen así, faltaba más, pero el fondo es el descrito. La brutalidad de la información no descompone el café en la cocina, que bebemos sin que el pulso nos tiemble. Las mañanas de los domingos avanzan imparables: como si estuviesen accionadas por algún mecanismo cabrón que las impele a transcurrir más vertiginosamente que las del lunes o las del jueves. La memoria insiste en sus tradicionales traiciones y nos pone bien a la vista el dolor de los recuerdos o la idea peregrina, pero presente, de que nada hemos hecho de nuestra vida que merezca ser considerado noble o digno de admiración, aunque sea por nosotros mismos. Sí, tenemos ese poso de pesimismo en combate continuo con el júbilo y no siempre la victoria decae sobre el contendiente favorito. La memoria es un mecanismo formidable y no tiene en absoluto en consideración nuestros deseos. Es capaz de mutilar un episodio amoroso y, en cambio, no perder detalle alguno de la muerte de un ser querido o de la visión repentina, en el televisor, del autobús reventado por dos cafres ilustrados por la filosofía de la sangre. Pareciera como si más connatural al hombre fuese la pena que la alegría. Debe ser así: hay momentos en que no albergo duda alguna al respecto. Días de gozo y días de un derrotismo a prueba de chistes de los hermanos Marx, que son siempre medicina santa. 

Ayer, no voy más lejos, un amigo me comentó que para evitar que el mundo le causara daños mayores, había reducido su subscripción a una cadena televisiva de pago cuyos informativos, películas y hasta eventos deportivos iban siempre a su contra, sin escatimar morbo ni derramamientos aleatorios  y gratuitos de sangre. Había pedido a la amable señorita que le atendió por teléfono, después de que una música new age  tipo Yanni o cualquier dulzón de esa especie le tuviese entretenido diez insoportables minutos de mística espera, que sólo le programaran películas de humor y, en todo caso, partidos en los que su equipo hubiese ganado. No le valía el empate. Tampoco las derrotas memorables. Y eso si no había en ellos, triunfos incluídos, conatos de violencia o episodios de violencia pura y dura. Creo que no han atendido su petición. La solución, le he dicho, es que no vea televisión alguna. Que tampoco encienda la radio, que no se ve, pero tiene gente muy capaz de erizarnos el dolor con el relato de los horrores. Los horrores suelen casi siempre ajenos. Fugas nucleares, más gente en la cola del Inem, menos aprobados en Matemáticas en los colegios públicos, más descerebrados al volante, más vándalos matando por amor a quien se entregó a ellos por ignorancia. No hay escondite: no hay agujero en el que colocar la cabeza. Estamos expuestos a tanta injusticia y a tanto desastre que hemos anestesiado nuestra capacidad de asombro y ya sólo nos altera que Benzemá esté lesionado Nadal haya perdido en Miami frente a Djokovic otra final en Miami. o que el frigorífico esté huérfano de latas de cerveza y tengamos que beber agua del grifo en el almuerzo. Le he dicho a mi amigo que siga en lo que estaba: que no va a solucionar nada poniéndose hostil al medio. A los hostiles, al final, se los carga Bauer.

.

2.4.11

¿Ars amandi?

Esto de no ser más que tiempo espanta.
Carlos Murciano

A la noche se empiezan a encender las preguntas.
Pedro Salinas




Él:
Con muy furtivo y goloso gozo, vayamos,
oh mujer, buscando la pequeña muerte, la fatiga dulce,
ese temblor impreciso que se anuncia
en la altiva miseria de los mùsculos.

Ella (diez minutos más tarde):
Quién nos manda a nosotros
confiar tan exquisita trama
a actores tan discretos.

Pintar las ideas, soñar el humo

  Soñé anoche con la cabeza calva de Foucault elevándose entre las otras cabezas en una muchedumbre a las puertas de una especie de estadio ...