31.1.21

Cinco devaneos de domingo

 Las antiguas averías del alma no acaban nunca de arreglarse. El invierno ofrece esos rigores únicos, pero tampoco tengo en el pecho ese dolor con el que el frío me azuza continuamente sus perros.

 La luz codicia un extravío lentísimo de caballos en un sueño.

 Mirar hacia atrás y advertir que nunca alentamos otros prodigios sino los más sencillos. En esas libaciones frívolas de la razón, en esa herida pura, encontrar quizá el silencio dulce como labio que galope todo el entusiasmo de las tardes en la que es posible todavía conducirnos sin miedo por todos los venenos ciegos del mundo.

 Ser feliz salvo en lo que de verdad importa. Dejarse patria, cordura, fe en discutir si es Dios quien dicen y reparte las causas justas, el manso azar y la aceptada pena y nos deja morir sin habernos instruido en esos avatares trágicos del juego. 

 Cómo sería la dicha de no estar en tu nombre.

Dietario 31

Hay una bondad que pasa desapercibida y sólo conoce el concesionario y el receptor y otra que trasciende a voluntad de quien la lleva a cabo, más por que se sepa su ejecución que por el hecho mismo de concederla, sin que exista mayor difusión que la estrictamente necesaria. A Pío Baroja, al que hace un siglo largo que no leo, yo me lo pierdo, no le admiraba el ingenio ni la memoria ajenas: era la bondad lo que le causaba más asombro. En mi pueblo se ven cada vez con más frecuencia pordioseros en las calles. Por cierto, siempre está ahí Dios, a poco que se piense: pordiosero es el oficio del que sólo puede recurrir a la intervención divina para que su vida mejore. No cuesta la filantropía cuando proviene del convencimiento y se conoce su utilidad, pero en ocasiones cuesta encontrar esa vocación íntima que consiste en sacar una moneda y echarla al platillo (ayer un cartón abierto de leche) del pedigüeño. No sabes en qué contribuirá tu moneda a que ese hombre (suelen ser invariablemente hombres) prospere y no tenga que mendigar. Uno de los que vi estaba sentado a la vera de un cajero automático. Fue ayer día frío y me asombró (sí, señor Baroja) que la única manta de la que disponía la ocupase en tapar al perro, no pequeño el perro además, que tenía. La movía hacia un lado y hacia otro con objeto de encontrar la manera de que lo tapase más completamente y se guareciese de ese frío que él no parecía sentir. Son gestos, no palabras. Cosas que se hacen de corazón y no para que cundan y se exhiban, pensé. Cuando busqué una moneda y no di con ella, acordé volver con una disponible y así lo hice, no mucho más tarde, cuando al pagar algo recibí cambio. Estaba el perro y el cartón de leche, pero no así su dueño. No tendría que consignarlo aquí, pues puede parecer que presumo de filantropía, pero no es ése el motivo, no lo es en absoluto. Lo que hice fue echar la moneda. El perro levantó la mirada y la mantuvo un momento frente a la mía. No sé qué diálogo secreto se produjo: nadie podría descifrarlo, pero no abandono del todo la idea de que nos entendimos. Hoy, al levantarme, a poco de desayunar, pensé en el perro y en el hombre. Estarán en el cajero automático de la plaza principal del pueblo, qué mejor sitio. El frío de hoy es mayor que el de ayer. Qué complicada es la vida, cómo podemos descarriarnos de esa manera. Esa costumbre mía de sacar el móvil y hacer fotos de lo que me sorprende (hay tantas cosas que lo hacen) fue censurada ayer. Pensé en hacer una foto del perro, ahí cubierto por la manta, pero sentí pudor, creí estar entrometiéndome en algo ajeno, en una propiedad ajena, en una casa a la que no había sido invitado. De todo esto saco que en breve me pongo otra vez con Baroja.


Dibucedario 2021 / 29 / Zacundo

 


Este menda chupasangre es de traca con su espada en la boca y el hilillo de sangre en el diente. Las mismísimas trompetas de Jericó anunciando el pandemónium no rivalizan con el castigador zumbido de sus alas cuando se te viene encima con la bastarda intención de libarte el juguillo, si no te cae algo más gordo y la palmas presa de convulsiones y espumarajos asquerosos. Así se las gasta Zacundo. Se prodiga poco, menos mal, pero en su época combativa puede causar el estrago al que no se acercan otras especies que, en apariencia, causan peligro mayor. Es que a Zacundo no se le ve venir: sólo lo oyes. El sonido a veces es la antesala del infierno. Piensa en Apocalypse Now, recuerda el cielo sobre el Mekong: hueles eso, lo hueles, ¿verdad? Es Napalm. Nada en el mundo huele como el Napalm. Me gusta el olor del Napalm por la mañana. He aquí las palabras del Coronel Kilgore, el fanático del surf, antes de bombardear una aldea del Vietnam con el demoníaco coro de la cabalgata de las valquirias de Wagner sonando en los helicópteros como una manta de sinfónico caos. Ese es Zacundo. Zacundo es Wagner y huele a napalm como la sangre huele a óxido y a metal quemado. Es Drácula sin pedigrí ni memoria atormentada. Zacundo es el mal en estado puro. La banda sonora de la destrucción es Zacundo en bélico vuelo. Tu piel es el escenario de la devastación. Hinca sus estiletes (no es uno, son seis, qué tío) en la indefensa carne y te arranca el espíritu. Dicen que el olor a limón los aleja. Qué sencilla es a veces la salvación. Qué ridícula también. El limón. Con lo feliz que a muchos nos harían abrirles la tripa y rociarla con todas las plagas de la Santa Biblia. Ahí dejo eso. Creo que me he excedido. Es que odio a Zacundo. Qué mala bestia. 


30.1.21

Dibucedario 2021 / 28 / Yubarta



Es aparecer Yubarta y apartarse los demás de grande que es. Si hace las acrobacias recaba la atención de los eventuales y de los avisados de circenses que son. Yubarta se ha ganado a pulso (pirueta aquí, canto allá) un lugar de prestigio entre las criaturas del vasto océano. No es de presumir, por lo que una vez que ha finalizado sus cabriolas se hunde y no mira atrás. Ahí piensa en qué fue y en qué ha quedado. Yubarta es de un pensar profundo, no crean que es un juego de palabras. Cuando pequeña, fíjense qué equivocadas pueden llegar a estar las palabras, escuchaba historias de antaño. Una antepasada ilustre llegó a tener un tamaño tan descomunal que el descomunal tamaño que gastan ahora parecía ridículo. Sola como estaba, sin nadie que apreciara sus arabescos en el aire o su melifluo cántico, decidió desaparecer en los abismos y no regresar jamás. Yubarta, en las ocasiones en que decide retirarse de la actividad pública y se confina en esas profundidades, ha creído verla en alguna ocasión, pero no la ha agraciado la fortuna. Si emergiera arrasaría costas y reinos. El agua ocuparía la tierra y el cielo se entenebrecería como si fuese el último de los días azules y de las noches negras. Como Yubarta es de buen corazón, reza para que ese antepasado monstruoso no despierte de su soledad prehistórica. Eso de ser una criatura de pensar hondo tiene sus inconvenientes. Querría (sin que ese deseo tenga más tarde consecuencia alguna en la realidad) no haber sido bendecida con los dones de la desmesura. Porque da gusto contemplar su opulenta (majestuosa a veces) elocuencia cetácea: ese brincar grácil, a pesar de lo descomedido de su apariencia: ese armonioso tremolar de la voz como una bandera de agua, sin que canse la melodía o abrume la contundencia de la salmodia. Oh, Yubarta, qué peso terrible a tus espaldas, canta una canción de los mares que los marineros a veces entonan en cubierta al divisar una joroba que corona un risco de agua. Oh, Yubarta, contén la locura de ahí abajo, no dejes que despierte la bestia. En algunos pueblos costeros de Japón, las muchachas casaderas  y virgo intacto ruegan en las noches previas al connubio que la bestia siga durmiendo y les permita ser desfloradas en el tálamo nupcial y puedan conocer la ventura de la carne antes de que el mar devaste su casa. 

Dietario 30

1

Palabras que concuerdan entre ellas y una arrima el concurso de la otra de manera que no crees posible separarlas, considerar que puedan cursar una vida aparte. Igual las personas, los afectos, el amor cuando acude. Un gesto se cose a otro y hasta crean en su intimidad primeriza una especie de realidad a salvo de la realidad, un reino de fe y de cordura. El amor es la expresión más alta, la que invoca a cualquier otra y de la que se extrae la respuesta que satisface cualquier pregunta. Es de amor el día, a qué ocultarlo, no hay con qué reemplazarlo, ninguna otra consideración rivaliza con él, ni lo rebaja. Amor a uno mismo en la medida en que cada uno disponga y luego (es un orden el que ahora invoco yo) amor al prójimo. De tan completo a veces no alcanzamos a abarcarlo entero, pero nos da la cantidad exacta de esperanza y sabemos que únicamente él nos explica. Afuera suyo, en su derredor turbio, no ocurre nada a lo que debamos prestar atención y, sin embargo, cuántas cosas suceden que carecen de amor, con qué frecuencia se despojan de él (si es que llegaron a tenerlo) y hasta lo combaten. Nada a lo que dar más vueltas. 


2

Está el sábado de un gris manejable: no apesadumbra como en ocasiones suele, pero no se deja y a la luz le cuesta abrirse paso. Hace un momento el sol ocupó el alféizar de una ventana baja en mi camino de vuelta a casa. Alzó el vuelo nada más hacer yo el gesto de sacar el móvil del bolsillo del abrigo o tal vez fuese el ruido (no excesivo, es cierto) de la calle. No hubo manera de que pudiera registrar esa imagen que (sin el escrutinio de la razón) me pareció sobrecogedora, habida cuenta de la mañana tan sucia (llovía, hubo niebla) con la abrió el día. Conforme el pájaro cogía altura y se perdía por detrás de unos tejados, el sobrecogimiento tornó en admiración. No nos fascina lo que ya hemos visto, hay un cansancio, una especie de ceguera. Esta mañana la luz era entera pájaro. 

29.1.21

Dietario 29

 No sé fijar una fecha, una probable, en la que me sentí bien rodeado de libros. No es que sea placentero leerlos y se tenga esa certeza, estén a mano o sólo se piense en ellos, sino que su presencia nos conforte. Podría ser la adolescencia, no antes. De los maestros que tuve (alguno imborrable) ninguno (que recuerde) animó a la lectura al modo en que después he visto a otros maestros, cuando yo lo he sido. Una de mis obligaciones como docente es precisamente la de hacer amar los libros. El libro como objeto que tutele el posterior regalo, el de la lectura. El libro como extensión de uno mismo. Es de Borges esa idea; de los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo (cito todavía de memoria, ya flaqueará). Luego nombra maravillosos objetos que hacen que nuestra vida sea mejor o más feliz, pero todos esos objetos (creo que la espada y el teléfono, ahora la memoria no me alcanza) son extensiones del cuerpo, como si salieran vivamente de él, como si estuviesen hechos de su misma sustancia, pero el libro es memoria y es imaginación y proviene de ella su magia y su esplendor. Los libros son mapas tangibles de la felicidad. Mapas fiables de cómo funciona el mundo. Guías para no perderse. Cabe incluso la posibilidad de que los libros sean los mapas del desconcierto. Guías que no cumplen la función que les encomendaron. Porque ese mundo que registran en sus páginas no es una materia fácilmente registrable, de manejo dúctil. No creo que haya otro objeto más venerable que el libro. Lo que encierra (esa forma encriptada de belleza y de inteligencia) hace que seamos lo que somos. Para malo o para bueno. Somos lo que los libros nos cuentan. También lo que no cuentan. No hay nada que no esté en los libros. La bondad y la maldad están dentro de su reino. Pero los libros que más me fascinan son los que no están enteramente a mano. Los que no se exhiben con la majestuosidad de las grandes bibliotecas o las baldas de las buenas librerías. Ni siquiera ésos bien amados con los que uno ha ido haciéndose. Hablo de los libros inesperados. Surgidos de improviso, ofrecidos en un capricho del azar, rendidos a nuestros sentidos cuando nada invita a que aparezcan. 

Y ahí he pensado en el maravilloso oficio del librero. En el incontestable hecho de que lo vende es felicidad. Mapas fiables, guías. Conozco a un par de ellos que me han hablado del oficio o yo he visto cómo se manejan en su desempeño, en sus librerías, volcados en su reino de metáforas y de verdad. Aprecio el placer absoluto de manejarse entre libros, el confort óptico, la certeza de que el mundo entero está en las estanterías, en las mesas en donde se apilan los volúmenes. No es la primera vez que escribo sobre libros y estoy seguro de que no va a ser la última. Creo que no hay nada de lo que escriba más a gusto. Casi nada que me conforte más. Son criaturas dóciles, argamasa sublime con la que levantar un templo en el que refugiarse y al que invitar a la feligresía cómplice. Hay dioses en las letras. A falta de otro rezos, sigo descreído, no he entrado en la consideración de la fe, elevo a diario mi plegaria con un libro en la mano. Mañana sábado, iré a la librería de mi pueblo (estamos confinados, no podrá ser otra, aunque la de Pipo me abastece bien) y echaré un rato viendo estanterías, repasando títulos, viendo novedades. No sé qué libro caerá. Últimamente compro poesía. De entre todos los libros que hay en casa (no sé, no los he contado nunca, no caben, serán miles, necesitamos otro piso más grande) a los que más recurro es a los de poesía. Los abro, me dejo caer en poemas sueltos, los dejo en su sitio. Hay poemas que son plegarias. Acabo de pensar que eso es cierto. Una forma de credulidad y de esperanza. 

28.1.21

Dibucedario 2021 / 27 / Xenopus





De la aversión al odio hay un trecho corto. Uno empieza sintiéndose indispuesto al escuchar claxons en un atasco y termina saliendo a la calle con algodoncitos en los oídos o confinado en casa, por miedo a que el ruido te disloque del todo. Lo malo de las fobias es que hacen patria en quienes las padecen. Se enquistan y pujan. Llegan a confundir al punto de que no se tiene certera idea de cuándo comenzó el desquicio o está ahí desde siempre y es ahora cuando se le ha tomado en serio. El mismo hecho de que no se puedan argumentar hace que abusemos de ellas. Fobias que se extienden en una metástasis invisible, como todas, pero indolora, por lo que se acepta e incluso alienta. Yo tenía una amiga que se negaba a ir en autobús. Sostenía que no soportaba el mal olor, la cercanía inevitable de los demás usuarios, la sospecha de que un salido se iba a acercar en demasía, mirarla con productiva lascivia y cosas así. Iba a pie a todos sitios porque tampoco podía pagarse un taxi. Con el tiempo adquirió una fobia nueva: se negaba a caminar sola. Soportaba (acuciada por la necesidad) distancias cortas: comprar el pan, tirar la basura, ir al cercano estanco a por tabaco o al súper a por víveres. Iba a disgusto  y volvía con precipitación y taquicardias. Entraba en estado de shock al pensar en la posibilidad de que alguien la hubiese seguido y estuviese afuera, rondándola. Hace un siglo que no la veo, pero la imagino en su piso de soltera quisquillosa, recluida en su habitación, pidiendo la compra por internet y buscando en el Google algún trabajo que pueda realizar en casa. Es posible que estos tiempos de reclusión forzada la hayan definitivamente abonado a esa opción, quién iba a pensarlo entonces. Encapsulada, reina de un mundo que no conoce la veo. Pero no me extrañaría que estuviese empastillada, gastados todos sus ahorros en consultas de psiquiatras, a la espera de que alguien sane su cabeza caprichosa, pero quién soy yo para criticar.

A mí en particular me irritan las moscas. Hacen que estalle. Me ponen a mil. Sacan de mí la ira que me convierte en una bestia. Y sí, soy un tipo violento, hosco, un animal sin maneras ni tiento si una mosca gorda y zumbona me hace la corte mientras veo una película o leo un libro. No me conozco y hago que los demás tampoco lo hagan. He leído lo suficiente sobre fobias y he leído lo suficiente sobre moscas y ninguna de esas jugosas lecturas me ha puesto en la senda correcta. Paso (es cierto) unos buenos meses al año, meses con ocupaciones placenteras, ajenas a mi quebranto, dulces, perfectas, pero en cuanto las criaturas del infierno (las maquiavélicas moscas) hacen volar sus cuerpos asquerosos y las muy putas se conjuran para hacer mi vida insoportable mi temperamento, por demás calmado y razonable, vira al odio más cerval y mis ojos se encienden en un estallido de puro caos. Rabia y más rabia. No sé si han visto la rabia alguna de vez de cerca. Está en mis ojos, está en mi cerebro nada más sentir la presencia de una mosca. Tengo armarios llenos de insecticidas y montones de sapos (especialmente la especie llamada xenopus) campan a sus anchas por el salón de mi casa, enfilando el angosto pasillo hacia los dormitorios y sentando su culo verde en mi cama. Tenemos los xenopus y yo un enemigo común, eso no puede ser discutido. Me encanta verles abrir la boca y engullir moscas. Bluf. Dentro. Lo hacen con juguetona disciplina. Quien me los vendió aseguró que pueden llegar a vivir treinta años. Tengo veinte ejemplares. Croan como posesos, pero cumplen la misión que el buen dios de todos los sapos xenopus del mundo encomendó al primer gran sapo xenopus, al adán de ojos como puños que comía cientos de moscas de un solo y pantagruélico lengüetazo. Como no puedo sacarlos a la calle y que me acompañen al cine o a comprar las vituallas, llevo ya un par de meses que no salgo. He encontrado una felicidad batracia. Si llego a saber antes que sólo croan los sapos macho, habría comprado veinte hembras. Yo con mi harén de lenguas retráctiles. Parece una película porno, pero es el dolor de mi cerebro atormentado. Los ahorros menguan al tiempo que mueren las moscas. Supongo que con la ultima mosca podré salir a la calle y respirar aire puro. Tampoco me importa. Me hecho a este festín doméstico. Soy feliz en mi devastada intimidad. 

De tanto odiar a las moscas he terminado por parecer un verdadero sapo. Tengo la cara abotargada y he notado que mi lengua ha crecido notablemente. Habiendo sido flacucho, ahora exhibo unas caderas de parturienta y la panza amenaza con no dejarme ver los pies que ya apenas sirven a la noble función de desplazarme. Doy unos saltitos ridículos y lo que pudiera parecer una arcada o un eructo es en realidad el sonido que emito cuando intento croar. Lo hago bien para ser un sapo tan joven. Anoche intenté cazar una de las pocas moscas que quedan al vuelo. Estaba plantada en una cortina y me aposté a su vera. Abrí con desmesura carnívora la boca y lancé el músculo recién adquirido. Qué elasticidad la suya, qué despliegue de facultades, qué atlética eficacia. La tragué sin que mi asco chistara. Es tal el odio que les profeso que el hecho de comérmelas hace que me sienta pleno y dichoso. Como el depredador que antes de dar la dentellada final a su presa la mira y entiende que los dos son la cara y el envés de la misma moneda. Que uno no puede vivir sin el otro. Algo así. Mi conversión a batracio nubla mi elocuencia. La calamidad a la que había conducido mis días felices en la tierra (yo era un eficiente profesor de instituto, yo era amigo leal y un buen hijo para mis padres) se estaba transformando nuevamente. Mi dieta ha hecho de mí un ser nuevo y sublime. Soy el sapo xenopus macho-alfa de la horda de sapos que han ocupado felizmente mi casa y tengo un croar barítono. Ya no preciso la rutina de antaño y no salgo jamás a la calle. Soy el puto amo de mi imperio de moscas. Cuando faltan, abro las ventanas y dejo que se airee la basura que acumulo para tenerlas engolosinadas. Acuden como un ejército a punto de conquistar un castillo. No saben la trampa mortal, el engaño de mis amigos verdes, el mío propio. A mi amiga, la ermitaña con la que arranqué mi historia, se le pasará su fobia. Volverá a montarse en autobús, saldrá afuera y paseará sola. La conozco, sé que no es amiga de costumbres eternas. Lo mío es de otra naturaleza. He perdido ya completamente las facciones humanas. Ayer mismo se atrofiaron casi del todo mis manos. Este escrito es mi último acto enteramente humano. Ya no pienso como un hombre. Estoy todo el día en la bañera, feliz en mi nueva condición anfibia. Además croo de maravilla. A este respecto debo templar mi desatino porque ya he oído por el patio interior quejas de algunos vecinos. Hasta creo que me he enamorado de una sapo hembra que me mira siempre con muchísimo afecto. Nos separa el tamaño. Somos incompatibles. El amor es injusto y esquivo y ciego. 

Palabras nuevas

Hay palabras contra las que se precave uno: las mira con solemnidad o con temor o no acaba de saber cómo mirar, no les asigna una rutina o un uso, y sencillamente las elude, no se da por enterado de que se han dicho o de que se nos ha impelido a que las entendamos y consideremos. Son huecos que no se rellenan, partes de la conversación que hacen enfermar la conversación entera. A pandemia le hemos dado carta de normalidad. Se ha incorporado con pasmosa naturalidad al acervo léxico de cada uno y la manéjanos sin estremecimiento: es nuestra, no será fácil apartarla, reintegrarla al lugar lejano en el que estaba antes de que las circunstancias la impusieran a la realidad. Nos atiborran de números (escrutinios, algoritmos, curvas, estadísticas, ecuaciones) y a ellos fiamos la transcripción fiable del texto: deberíamos haber sido convenientemente ilustrados sobre la locuacidad de las matemáticas. Quizá ellas solas logren lo que la literatura a veces no alcanza: dar un sentido, invocar un resultado. Hay palabras que se adhieren sin que se aprecie esa sutura. Ahí perduran. Avanzan con nosotros, las creemos familiares, pero no son en verdad propiedad nuestra: son de otros y el azar nos las confió. Es el tiempo de las palabras nuevas: vinieron para quedarse.

Dietario 28

 En la radio, en un suelto que me ocupa el pequeño e inestable rato en el que el sueño anda intentando embaularme, escucho a alguien que sostiene que la cultura es un estorbo en la época en la que estamos, a lo que se le interpela con la idea de que aclare cuál época es y de qué cultura habla. Por acotar la discusión. Por evitar generalidades. Me voy durmiendo en el arrobo de las palabras (en lo que dejan las palabras cuando una es reemplazada por otra o cuando su discurso concluye y uno las rumia sin estorbo) y pienso que si les presto mucha atención aplazaré el anhelado sueño y estaré en vela más rato de la cuenta. No es así: el cansancio del día (los martes en concreto son poco llevaderos) impone su criterio y caigo fulminado. No sueño con palabras: en realidad fue una de esas noches en las que no tuve nada que recordar cuando me desperté, pero no pude evitar pensar en la afirmación del contertulio (la cultura es un estorbo en la época en la que estamos) y en la pregunta que suscita a otro de ellos (de qué época y de qué cultura hablas) y sospecho que traeré más veces el diálogo (que no acabé) durante el trajín del día. No ha sido así: hubo con qué ocuparlo y la cabeza no se entretuvo en juegos semánticos. Ha vuelto ahora de una manera nítida, como si acabara de escucharlos y el tiempo hubiese retornado a anoche, en realidad hace escasas horas, cuando me acosté, encendí la radio (me encanta esa expresión, da a entender que emite luz, y en verdad lo hace) y me acoplé un auricular (dejo un oído libre, como quien duerme con un ojo abierto) para entenebrecerme con las palabras de los demás. Benditas ellas. Que nos hablen, que nos cuenten, que nos solivianten. Hablados, contados, soliviantados entendemos mejor el mundo. Quizá quede eso de la pregunta de marras. Lo de menos, lo veo claramente ahora, es que sea cierta y la cultura sea un estorbo. 

27.1.21

Dietario 27

 Se agradece un arrimo de sol en la cara, desembozado y consciente de ese prodigio. Lo es siempre, pero cuenta en ocasiones la propiedad asumida de la luz, la comisión de ese milagro del que sólo se tiene noticia cuando adolece. Vivimos sin apreciar lo que se nos ha entregado. La plenitud no se adquiere adrede casi nunca: acude sin más, te roza o te abraza, te concede su acopio de belleza y de paz.

Dibucedario 2021 / 26 / Wapití

 






De haber sido ciervo habría sido más feliz, sin que de esa apreciación mía se desprenda que no lo soy, pero es una felicidad a la que siempre le falta algo. Es ir por esos bosques y sentir envidia de la buena cuando a mi lado pasa una nutria y alguien le dice "Eh, nutria" o el zorro, antes de zamparse al ratón, en el momento en que está a punto de hincarle el diente, le dice: "Ratón, di tu última palabra". Es que no puedo evitar tenerle cariño a las palabras. Dicen lo que somos. Yo no soy yo entero, esto es, completo, sin merma, si no soy nombrado con propiedad. Y he aquí la causa de mi quebranto, tal vez el único, no crean que me quejo por gusto: nadie sabe cómo me llamo. Ciervo, me dicen, cuando no lo soy, por lo que no me doy por aludido. Ciervo, repiten. Wapití, contesto. Waqué?, preguntan Wayó, concluyo. Hemos montado un grupo musical, por amenizar la vida comunitaria. Arranca uno y sigue cualquiera. Wapitú, wapiké, wakayó. Estamos buscando letra nueva. La melodía nos encanta. 

26.1.21

Un poema de 1985

En 1985 escribía a ratos: un probarse en las palabras, no mucho más. Anoche, buscando otra cosa, aparece un puñado de hojas encuadernadas en el que hay una veintena de poemas. No tienen título, cosa extraña en mí. De cualquier manera, si no pudor, sí extrañeza. Tal vez en el futuro me la produzca cuanto escribo ahora, los poemas que de vez en cuando (debería escribir más poesía) hago entre unas escrituras y otras. 


mi amor por su herida sangre algas o versos esta noche sin cálices donde el invierno esgrime su discurso mientras dos o tres malas musas de mi confianza perpetran un devaneo de ángeles

mi voz tiembla con el alma zurcida a su gesto con el gesto amarrado a su carne

en ave o en helado mimbre o en blonda la sed busca cobija perpetuarse en los labios y conjugar un verbo inédito

Dietario 26

La tonta es la mejor risa. 

25.1.21

Dietario 25

 Decía Pessoa en sus notas del Libro del Desasosiego que el paseo callado era una conversación continua consigo mismo. Me comentó M. ayer (en la charla telefónica que tuvimos, lo de verse es imposible) que el hecho ineludible de andar todo el día embozados le permitía extenderse sin estorbo en lo que improvisadamente se va diciendo, sin ánimo de réplica, pronunciando a lo bajo las palabras, sin que desde afuera se advierta la evidencia de la boca en el decir de las palabras. Si yo lo hacía, me preguntó. Claro, improvisé, quién no, unas veces más que otras, según tercie un quebranto o incluso sobrevenga una alegría, no importa qué impulse el parlamento. No cesan ahí adentro, seguimos especulando los dos, él más interesado que yo entonces. Más que írsenos la sesera, darnos palique es tenerla más a salvo que nunca, bien amarrada, propiedad segura. Tal vez la costumbre haga que desoigamos lo que se nos diga, si no hemos sido nosotros los que lo han dicho. Un diálogo hueco, un gasto inútil. Esa clarividencia debe ser mala, al cabo. La de convenir un rato en el que te pones al día contigo mismo y no haces que ningún tamiz adelgace el caudal de la sinceridad. Ese decirse las cosas sin pudor tampoco es fácil. Quizá sean los sueños (con su maquinaria de embrujos y de engaños) la que nos muestra tal como somos. Hablar solos es soñar despiertos.

24.1.21

Dibucedario 2021 / 24 / Viuda Negra

 


Viuda Negra desdeña a sus congéneres salvo que tenga hambre y no tenga otro manjar a mano. Es aparearse y darse el capricho de zampárselos, de ahí que su condición natural sea la de viuda y la de sus fortuitos y sacrificados amantes contribuir hedonistamente a perpetuar la especie, asunto que tampoco le preocupa, puesto que Viuda Negra, una vez deposita los huevos sobrevenidos tras el caníbal fornicio, sigue  a lo suyo, en su ascético mundo de cópulas, de partos y de gastronomía. Por lo demás, es criatura de enorme y exótica belleza, pero eso le trae a ella al fresco, porque su único aliciente en esta vida es el ayuntamiento carnal y la anuencia del maromo de turno a dejarse engullir (son treinta veces más pequeños, conste) por su intimidante compañera galante. Veneno que tú me dieras, muerte  quisiera yo. 

Dietario 24

 Se tiene a veces la equivocada idea de que la costumbre es un estorbo y se le rebaja el prestigio y el afecto. En estos días de confinamiento casero (el que cada uno disponga, ojalá todo el disponible, bien de todos será ese esfuerzo) encuentra uno placeres que creía olvidados y los recupera con novicio entusiasmo, como si de pronto todo girara alrededor de ellos y los oficios menos relevantes cobraran súbitamente un importancia nueva, la de las cosas recién estrenadas, aunque estemos al tanto de ellas y sepamos cómo manejarlas. Hablaba hoy con el gusto habitual con P. y me confiaba la impresión compartida de que es en casa en donde se realiza últimamente la vida, que afuera todo es una niebla de la que se recela (con razón) y que no podemos apartar, por mucho que creamos estar capacitados para volcarnos en ella al modo en que se hacía, con idéntico vigor. El precio de esta pandemia va a ser sentimental, seremos otros una vez que concluya el rigor del aire (el miedo al aire, la creencia de que hay un ejército invisible de circunstancias que nos cercan y fragmentan, si no algo peor). Se sale a la calle con cierta pesadumbre, aunque hasta esa pesadumbre acabe incorporada a nuestro caudal de emociones y la acatemos, qué remedio. En casa, en ese limbo perfecto (ojalá cada uno encuentra la perfección en el espacio privado de su vivienda), la vida continúa su infatigable transcurso, sólo que no es la vida que queremos, no la deseada y antigua, en la que éramos libres. ¿No lo somos ahora?, me he preguntado en un arrebato de irrelevante metafísica. La libertad es un asunto mudable, se adapta a la circunstancias, es materia de una asombrosa capacidad de adaptación. Se puede ser libre en casa, no es un sacrificio absoluto. Hoy lo he sido en la compañía de un libro y de un disco. Era yo en mi cápsula de evasión favorita. Hace falta tener algunas a mano: se recurre a ellas sin motivo, pero hay veces en que tenemos todos los motivos para permitir que nos conforten. 

23.1.21

Dibucedario 2021 / 23 / Urogallo

 



Urogallo no es de pendencias, pero cuidado si se le increpa o abochorna por esa estrafalaria prestancia suya de gallina asilvestrada y caótica o de faisán venido a menos. Es en lo que pueda entonces ave levantisca, de arresto enconado, obstinado en intimidar a su ofensor, pero sin logro remarcable. Es de cacareo ostentoso, una especie de estridencia en forma de chasquidos que no llegan nunca más allá, por lo que sus maniobras de intimidación son mayormente acústica. Hay quien se desquicia en esa hipnótica secuencia de gritos. Cuando se ponen los machos en plan alfa total se reúnen en un cantadero del bosque y se entabla un disonante y casi siempre insoportable para el desavisado duelo de chirriantes quejidos del que sale el ejemplar de virilidad más notable. Es fama que Urogallo puede copular sin desmayo una jornada entera. Aparte esa manifestación estrictamente hormonal, es criatura que no tiene otro atractivo a reseñar. La imponencia de su aspecto no amedrenta a satisfacción, por lo que Urogallo, cuando se envalentona y predispone a la gresca, teme que sea baldía la estrategia y acabe (como suele) en un estado depresivo que no remedia ni la ingesta masiva de brotes de hayas, crisálidas de hormigas, larvas, arándonos o hasta (si empuja la necesidad) pequeñas serpientes incluso. De penosa simulación de vuelo, Urogallo es más de encaramarse sin alardes en la copa de un árbol y proferir sin fatiga su escandaloso canto de celo o echarse a dormir en la seguridad de esa altura. No tiene afición conocida, salvo la de fecundar hembras, oficio al que se aplica con sobrada eficacia. Una vez que la monta, Urogallo se desentiende por completo de la fémina y de la asegurada progenie. No huye de la presencia humana: se les puede observar sin que esa intromisión les parezca un peligro del que resguardarse. 

Dietario 23

Hablar más de lo debido, callar lo relevante  

Dibucedario 2021 / 22 / Tucán



A Tucán le va la vida contemplativa, pero no le acompaña la pinta. Una vez que se aposta en lo alto de un árbol, por más que exhiba un gesto adusto y su pensamiento se engolosine con las variaciones del paisaje o con la música de las nubes, siempre hay alguien que lo mira con frívolo arrobo y distrae con alguna charla sin enjundia, inane o hueca, con lo que se interrumpe el flujo de la inspiración y entra en un estado melancólico del que únicamente sale si regresa a su atalaya y recupera la postura y la mirada. Incluso el hambre le incomoda. Hay veces en que llega a tal estado de concentración que los apetitos son un estorbo y hasta el propio cuerpo, que reclama atenciones, le supone una incómoda esclavitud. Quisiera Tucán carecer de colores, no tener ese pico mayestático, haber sido investido con tonalidades grises, las menos llamativas, por favor, (eso acaba de decir), no me deis festejo, que yo sólo quiero evadirme de la realidad y hacer recuento de mis cuitas y de mis cogitaciones, pero el azar es cabrón por naturaleza y no atiende exigencias por lo que Tucán no acaba de sentirse en completo bienestar. Ah, dicha, qué lejos te me insinúas, recita con morosa delectación en el fraseo de la sílabas. Ah, placer, qué esquivo tu abrazo, qué pasajero y tenue. En las noches de iluminada perfección, cuando la oscura bóveda celeste aminora el trasiego de la selva y puede encomendarse al libre desempeño de sus vicios, Tucán es metafísico. Es capaz de apreciar la respiración cadenciosa de la divinidad y le susurra su pequeña oración arbórea: Oh, Dios, concédeme la gracia de la contemplación. Ignoro tus planes conmigo, pero aún me pregunto con qué propósito me esculpiste con estas trazas. Si conveniste en adjudicarme este cromatismo a todas luces imprudente, habida cuenta de las facultades cognitivas que tuviste a bien concederme. No tendrás más excusas, me he explayado a gusto. Anochece en la selva. Rezo mis plegarias. 

22.1.21

Dietario 22

 Contra la conveniencia de pasear está la de ocupar ese rato en adquisiciones sentimentales que no precisen traslado o trayecto, sino la cálida mesura de un cuidado retiro doméstico en el que no haya descuido en la medida del café o alivie la pereza la intromisión (bendita ella) de un libro de poesía o de una peli de la RKO o una sinfonía de Mahler. Digo esto a sabiendas de que ninguna de esas cosas (la poesía, lo de la RKO o Mahler) va a procurarme la salud que dispensa un buen paseo, pero albergo la esperanza (no se me pongan sinceros, no busco la franqueza) de que la poesía, el cine o la música conciten en mí la unánime presencia de todas esos beneficios que da mover un músculo tras otro, aliviando aquello que sobrecargue a su antojadizo manera mi (por demás) feliz cuerpo de mesa camilla. En cuanto sea advertido por la autoridad médica competente, si el cuerpo se vicia y flaquea y preciso de su consejo, vuelvo a las caminatas, de las que tengo opinión favorable, no crean que me obceco en rehusar su colaboración en el sostenimiento de mi bienestar. Haré cuanto hoy (hace un frío escandaloso y el paisaje no invita a que se intime con él) me parecerá desquicio completo. Es abrir el día y ya ardo en deseos de que concluya la jornada laboral (a la que adoro, dicho sea con absoluta franqueza) y pueda esparcirme en el manejo de esas debilidades a las que tanto amor profeso. Me da también por contradecir a Schopenhauer, que sostenía que las mejores ideas acuden cuando paseamos. No niego que haya habido ocasiones en que algo valioso surgiera en el devaneo de las tardes, cuando se recorre la periferia del pueblo con el mejor de los ánimos. Mis ideas, si alguna perdurara, no se favorecen o perjudican por el lugar en el que advienen. Algunas que me agradan particularmente irrumpieron en bares, esos templos ahora en tristes horas bajas. Nada mejor que un café en una buena mesa (en terraza o en interior) desde la que divisar el trajín del mundo y poder elucubrar sobre nuestro papel en su desempeño. El sábado, si no lo chafan las contrariedades habituales, me tomo uno y pienso en si regreso al vicio (lo fue, lo será en breve) de pasear, aunque sólo sea por Schopenhauer. 

21.1.21

Dibucedario 2021 / 21 / Sardina

 


En ninguno de los setenta y ocho opúsculos que Plutarco escribió sobre teología, ética, política, filosofía o ciencia hay alusión alguna a la sardina. Schopenhauer no la cita cuando critica la fenomenología de Kant. Ninguna antología de poesía luctuosa del siglo XVIII la menciona. Ni se invoca en el libro segundo de los macabeos que recoge la Biblia apócrifa. No se registra que la sardina ocupe ninguna de las reflexiones que San Agustín vertió en su Dialéctica ni en las palabras con las que Patroclo da vivas muestras de regocijo al colocar en la mesa comunal las viandas ofrecidas a Áyax, a Ulises y a Aquiles para que calmaran sus apetitos y pudieran colmar de ofrendas a los dioses. Ni siquiera Mozart, tan suelto en diversiones, compuso una sinfonía en honor suyo. Tampoco la escandalosa obra de Galdós la incluye, salvo alguna referencia sesgada, de vocación liviana, apenas una cita en un párrafo alusivo a la dieta de los pobres de los barrios más pobres del Madrid pobre de entonces.

Es pues Sardina especie de muy escaso predicamento literario. Exégetas con probada nombradía aducen que está por venir un paradigma que finalmente la dignifique. Mientras tanto queda la mención a su entierro cuando el carnaval concluye o la legislación que sobre ella se arbitra en los ministerios de pesca de los estados o su precio en un espeto en las playas malagueñas. Sardina no chista: es por natural humilde y no se advierte queja o quebranto. Va a su antojadizo capricho con su banco evitando que nada desquicie su pacifica existencia. Urde en sus ensoñaciones húmedas un destino de más fuste, un parnaso, un pequeño renglón en las oraciones de los creyentes, pero luego olvida lo fabulado en esa tiniebla y sigue a lo suyo, brincando con alegre vistosidad, desafiando las leyes de la subsistencia.

Dietario 21

 Echo de menos los aeropuertos, la sensación de plenitud previa a la tristeza final consistente en que, una vez que has viajado y regresado, el mismo aeropuerto en el que fuiste feliz y sentiste la armonía del vasto cielo encima tuyo es después un lugar desolador y deprimente y sólo anhelas coger el coche, llegar a casa, deshacer las maletas y tumbarte en tu sofá favorito a ver uno de esos entretenidos programas de viajes.

20.1.21

Lo que perdura

 Vivir alude a lo que no nos concierne. Es de otros la trama fiable: lo nuestro es ardid, tentativa, muelle que no disipa la elocuencia del objeto al que obstinadamente encomienda su naturaleza disuasoria. No nos incumbe prácticamente casi nada: lo efímero tal vez, lo que espontáneamente acaece: el ruido de la lluvia cuando ha dejado de llover, la luz ocupada en desbaratar la sombra, las horas concedidas para volver al lugar desde donde partimos. Ese tiempo en el que uno disfruta con lo que no comprende es el único que merece ser salvado.

Dibucedario 2021 / 20 / Rinoceronte

 



Confía Rinoceronte en que no se le subestime. Una cosa es no tener enemigos naturales (quién podría intimidarlo) o que distraiga el hambre con frutos silvestres, hojas o hierba y otra que no despierte entre los vecinos el respeto que admira cuando es dispensados en otros animales de menor reciedumbre física, así que se pasea con pose altiva, haciendo alarde de cuerno. Como no hay quien le tosa, ha perdido el coraje y teme que cualquier advenedizo no se arredre y lo apabulle. Tímido y solitario, ameniza su longeva existencia con refrescantes baños de barro o permitiendo que pajarillos lo liberen de insectos molestos o alerten si algún peligro se presenta. Así Rinoceronte lleva quince millones de años. No hay constancia de que tenga registro de todo lo que ha visto, pero tal vez se le puede animar a que revele cuanto conoce. Ha visto la edad primera de las cosas. Su memoria es un inventario de la prolijidad de lo real. Ahí está la novicio galanteo de las primeras bestias. Ahí el oro del aire y la sobria elocuencia del tiempo. Cuando se le subestima, si está malairado o le arrebata algún quebranto antiguo, mueve desconsideradamente su cuerno (y su vasta extensión de tosca carne) y amedrenta con furia al ignorante que lo provoca

Dietario 20

 Con la belleza no atina uno a posicionarse. No sabe si achantarse y no emitir signo alguno de asombro (y dejar que repose lo observado) o arreciar en salvas de alegría (y airear el secreto recién confiado). Hoy tiene el día esa brizna de secreto a punto de emerger. Se aprecia su inminencia con la tímida elocuencia con que la belleza a veces hace sublime acto de presencia. El miércoles se festeja mejor con estos voluntos de imprevisto porvenir.

19.1.21

Dibucedario 2021 / 19 / Quirquincho


Mi hechura es de otros tiempos. Por pellejo gasto una armadura que, en los caballos, da a quien lo monta apresto de noble, pero no doy el tamaño y es ridículo que un jinete me encasquete una albarda y me ponga a trotar. A quienes vician mi hermoso nombre y me dicen Peludo diré que soy Quirquincho, aunque si es de su gusto no me descuadra que usen Armadillo, por mentar el recio caparazón, cual arma, con el que me resguardo del frío y ahuyento a las bestias. Muy de agrado es guarecerme en lo oscuro, pues la luz delata mi deambular perezoso, cuando recorro los páramos con el recado antiguo de procurarme manduca. Soy frugal en mi dieta: me bastan unos tubérculos, unos pequeños moluscos, unos descuidados insectos, pero no soy delicado y el hambre me ha sorprendido engullendo huevos de serpiente o ingeniándomelas para hundirme en una llama muerta y mordisquear la carne podrida. He aprendido que de noche es más provechosa la ganancia del apetito, por lo que duermo de día (excavo profundas madrigueras, hago residencia en la honda tierra de mis ancestros) y me engalano para satisfacer mis vicios gastronómicos o galantes. Cubro a mi hembra a la luz de la majestuosa luna y hago un templo de su vientre para que no se descuide el futuro de mi estirpe. Debido a mi predilección por los huevos de mis vecinos, no soy el preferido de la comarca. Me tienen justificada manía. El hombre, que no hace ascos a lastimarme, pues mi carne (dicen) se asemeja a la del lechón o al cabrito, es (con mucho) mi manjar predilecto. Fue descubrir los cementerios de los hombres y ganarme su odio para siempre. En algunos poblados a los que por lo común me desplazo se les ha ocurrido aprovisionar de maderos gruesos las tumbas con objeto de hacerme menos franco el acceso a su interior. No diré que les afeo ese gesto, pero no me excusaré, no diré lo que no siente mi corazón. No es mi culpa que en los muertos hagan reino los gusanos, ni que su sabor me entusiasme de manera tan extraordinaria. Cuando los cristianos dieron con la tierra en la que milagrosamente subsiste mi especie, se escandalizaron al vernos, pero pronto abandonaron los remilgos y nos dieron caza. No diré lo que no me conviene, pero corre entre nosotros la leyenda que si se deja en sal nuestra carne un día entero no estragamos el estómago de quienes nos comen. Hablo con esta soltura porque estoy en el mundo y sé lo que cuesta sobrevivir. Lo que no soporto es que nos esquilmen para hacer con la concha de nuestras espaldas tazas y platos que vender en mercados a buen precio. Parece que, una vez tostado y molido hasta conseguir un polvo liviano, mi cola alivia las molestias del embarazo si se mezcla en infusiones. Esa misma sustancia es beneficiosa cuando se la diluye en agua en la remisión de la resaca, pues es sabido que el hombre es por naturaleza aficionado a pervertir el tino con la ingesta de algunos líquidos peligrosos. Por último, el caldo de la masa completa de mis uñas hace que el acto del fornicio sea más placenteramente duradero en el hombre y los hijos que de ese ayuntamiento acuden al mundo exhiben una inteligencia sin par, comparable a la de los sabios que hablan con los dioses. Hay noches en que sólo anhelo ser rana o búho o llama. Ser Quirquincho es duro. Anoche, no voy más lejos, en esas abstracciones mías un pájaro de gran envergadura descargó un acopio incómodo de heces. No es lo peor que me ha pasado, pero me indigné. Algo le habré hecho. 


Dietario 19

Dos personajes de Brighton Rock, la novela de Grahan Greene, conversan brevemente sobre el cielo y sobre el infierno, sobre la fe y sobre su ausencia. Lo hacen sin estridencias morales, con liviano empeño. Convienen en que creen, en la razón de creer. Desdeñan al ateo, que no sabe nada, dice uno de ellos. Hay infierno: puedes ver sus llamas, sus tormentos, esa condenación... dice Pinkie, el delincuente que ve cercano su fin y filosofa a su manera. Y cielo también, contesta el otro, ansiosamente (la lluvia cae con fuerza mientras hablan), a lo que Pinkie replica: Oh, quizá, quizá. 

18.1.21

Dibucedario 2021 / 18 / Pelícano


 Pelícano muere de amor si son sus hijos los que mueren de hambre, así que se abre el buche para alimentarlos. Se concede que recurre a lastimar su pecho para que mane la sangre y los polluelos la beban y repongan el ánimo y no desfallezcan. Esa generosidad comúnmente atribuida lo entroniza en el parnaso de las criaturas con las que el Buen Dios pobló el mundo recién creado. Una gota de esa sangre puede salvar el mundo. Lo recoge Santo Tomás de Aquino. Altruista, Pelícano es en la mitología cristiana el mismo Jesucristo, que dio su vida por la nuestra. En el Antiguo Egipto fue, sin embargo, alojada en la representación de la muerte y era considerada una diosa, madre de reyes. La iconografía india lo dibuja malvado y arrepentido. Hizo resucitar a sus crías, a las que destrozó a picotazos, con esa efusión de sangre. Isabel I de Inglaterra, que era sensible a la literatura zoológica, adoptó a Pelícano como símbolo de la Iglesia. Su imagen es habitual en copones eclesiásticos. Es también pieza habitual en retablos, en escudos heráldicos y en ilustraciones bíblicas. Los mahometanos creían que socorría a los peregrinos cuando eran devastados por la sed en la travesía del desierto. Leonardo da Vinci, en su Bestiario de vicios y virtudes, sostiene que es ave que abriga gran amor por sus hijos, con frecuencia encontrados en el nido de la serpiente, teniendo la facultad de empaparlos en su propia sangre para que la vida fluya de nuevo en sus cuerpos. No hay boleros en los que haya pelícanos, ni es costumbre que la poesía renacentista los acoja en la gracia de su boscoso inventario de criaturas, pero no hay casi cultura que no posea leyenda en la que no aparezca. 

Dietario 18

Amar lo que se obceca en malograr el ansia de amar. Amar el amor. Sólo tener ese afán. 

17.1.21

Dibucedario 2021 / 17 / Ornitorrinco


A medio camino entre rata y pato, hay quien sostiene que su imposible anatomía proviene del fornicio de esas dos criaturas escandalosamente disímiles, Ornitorrinco mama sin ubre en la que hocicar su pico: se las ha ingeniado para lamer la leche de la piel de su madre, cual sudor o maná o elixir lácteo. Su extravagancia es incontestable, pero Ornitorrinco no la esconde, no es un fraude de la naturaleza, sino una consecuencia de lo maravilloso de su progenie más insólita. Que ponga huevos hace pensar en que tal vez en la lontananza de los tiempos hubo un tris del que pudo derivar en ave, pero la maquinaria de las especies es oscura y no tenemos herramientas con las que descifrarla. Que el espolón de sus patas genera un veneno potente los adhiere a los ofidios, pero no tiene la sinuosa y estilizada complexión de aquéllos y exhibe extremidades. Todo este cúmulo de paradojas hizo que a alguien se le ocurriera decir que Ornitorrinco era una prueba de que Dios tenía sentido del humor. A Gloria Fuertes le pareció que era pájaro y se entretuvo haciendo que hablara y dijera que tenía pelo y pico, pico pato, amamanto, vivo en tierra, en agua y ni la trucha me adelanta. Tengo pluma y, si me dejáis, pongo huevos en la luna. A Víctor Frankenstein, el perturbado doctor (aunque no muestre título reglado) de la novela de Mary Shelley, hubiese estado encantado con Ornitorrinco. Le habría hecho cien preguntas. No soy un monstruo, habría dicho Ornitorrinco nada más empezar a contestar. Soy lo que los demás seréis. Soy la evolución. Soy la eclosión de todas las bondades de todas las especies. Dios hizo un fino trabajo conmigo. Y nada más soltar todo eso se habría zambllido a comer cangrejos.              

Dietario 17

 Creo en mí mismo como el que tiene verdadera fe en Dios o en su biblioteca o en el corazón de quienes ama o en la luz de sol al abrir el día. Creo por variados motivos y ninguno sabría explicarlo. Son ellos los que me explican a mí. Confío en que creer así tan a lo loco (es un decir) no me perturbe más que descreer con cordura y no sentir como propios esa fe, esa biblioteca, ese amor o esa luz. Albergo la esperanza de que sirva para algo ese idilio narcisista. Porque si es baldío, si está hueco por dentro y el moho le crece como una floresta afuera, habré malgastado un tiempo precioso que, bien visto, podría haber empleado en propósitos menos firmes, en liviandades, en administrar con menos diligencia las tardes de domingo, pongo por caso, y entregarme sin rubor a las películas alemanas de saldo que programan en televisión y en las que una rubia joven y disoluta, de alta cuna y baja cama, se reforma y enamora a un viudo al que sólo le distrae la numimástica magiar y las primeras ediciones de la poesía dadaísta. Al final ella se cansa de su burguesa vida de mantenida y se echa un novio de la Europa del Este que militó en tiempos en las hordas de un club de fútbol. Darme al solaz sin remordimientos, entrever en esa molicie un signo de distinción o una evidencia de ese diletantismo al que nos empuja la edad cuando ya no nos queda tiempo para ejercer oficios de juventud. He aquí la martingala del tiempo. Nos hace creer en que tendremos ocasión de comenzar de nuevo, pero todo es repetición o bucle. De ahí la efervescente ilusión de que podemos creer en nosotros mismos. Imaginar que las tardes de domingo (hoy cae una) son noches de viernes o que el lunes, cuando arrecie, no nos hará más tristes ni deshará cuanto de hermoso hayamos hecho en el glorioso (déjenme) fin de semana.

16.1.21

Dietario 16

 Hay hechos admirables que pasan desconcertantemente desapercibidos en el momento en que suceden y que concitan más tarde la unánime atención de los que lo desatendieron. Ganan en trascendencia, en peso en la conciencia, cuando el tiempo los ha hecho permanecer y no ha procedido como suele con las cosas inanes, con las que no tienen autoridad en la memoria. Habrá ocasión en el futuro para pensar en lo que está ocurriendo en estos momentos, y no me refiero únicamente a la pandemia, que lo arrastra y lo perturba todo, sino a un cierto sentido de la autoridad y del equilibrio y de la mesura que se está perdiendo con pasmosa celeridad y que no está convenientemente alertada por ningún observatorio social (aunque haya muchos que la aireen y den inequívocas señales de alarma) ni por el privado tamiz de cada uno (aunque haya quien razone el desquicio y se lamente por su causa). Me refiero al negacionismo, que viene a ser el constructo ideológico de cuantos sienten que hay maquinaciones por doquier, conspiraciones en cada departamento de cada ministerio y falsedades en las resoluciones que la ciencia o la historia aportan al acervo del progreso. Eligen la mentira, en lugar de confiar en que la verdad pueda ser confiable y responda a las grandes y a las pequeñas preguntas que se nos van ocurriendo conforme vivimos en sociedad y convivimos con nuestros congéneres. Eligen la hipótesis de que estamos siendo manejados, lo cual da a todo una pátina de incómoda inverosimilitud. Prefieren la controversia, abrazan (con fiereza muchas veces) un escepticismo que descree por norma, sin hacer intervenir ninguna operación empírica, tergiversando y manipulando, falsificando y deslegitimando. Desestiman la realidad porque no encuentran acomodo en ella, las más de las veces. Niegan lo evidente por pura falta de información o por escaso interés en dejarse convencer por la elocuencia de esa información. Negar es en determinados casos presumir de que la inteligencia ha fracasado. Prevalece la intolerancia, no la concordia. Impera la objeción hueca, no la sensata, que debe existir y hacer que la verdad prospere. A este delirio contribuyen los mismos instrumentos que tratan de desmontarlo: las redes sociales facilitan enormemente la desidia intelectual. Oigo lo que quiero escuchar, me adhiero a una teoría sin demostrar conocimiento alguno sobre la materia sobre la que versa. Tal vez lo que se colige de todo este pandemónium es la pereza a la que peligrosamente nos estamos inclinando: no es que no haya cultura, es que no hay deseo de ella, ni agradecimiento hacia quienes la poseen y hacen que todo sea más placentero y vivir sea un festejo. Se niega el holocausto, la pandemia, la esfericidad de la Tierra, la idoneidad de las vacunas o (recientemente, el colmo de la estupidez) la nieve que en estos días cubre parte del país. Conspirar es acordar la comisión de un acto ilegal en base a procedimientos que no infringen la ley. Yo prefiero la palabra conchabar, que es de una fonética más íntima. Pues hay tanta gente conchabada que da miedo: miedo de verdad. No tendrán freno. Ganarán adeptos (Trump fue un veneno, un agitador, sigue siéndolo) y lograrán que entremos en la instituciones y derribemos los símbolos que las definen. Que se ponga coto a este desmán es (creo) cosa de todos. Hoy me he levantando pensando que la conspiración es una excelente recurso narrativo (espléndidas películas, magníficas novelas), pero es terrible si excede el territorio de la ficción y ocupa la realidad, la que niegan los que no creen en ella. Hay que creer en la realidad, a pesar de que a veces el sitio más confortable sea el de la ficción. 

Dibucedario 2021 / 15 / Ñandú


 Ñandú es feo, pero todos sus amigos son feos también, por lo que la idea de fealdad no reviste mayor trascendencia. Cuando exhibe una apostura algo más llamativa, es inmediatamente apartado de la comunidad y sólo se le conmina a que regrese cuando ha deslucido lo suficientemente sus facciones y no destaca sobre sus congéneres, como ese deslustre de la belleza no siempre sucede, encontramos ejemplares que viven la mayor parte de su existencia (diez años los más longevos) en el exilio, maldiciendo su mala suerte, pidiendo a la divinidad ñandú (habrá una que los escuche y conforte) que lo retire de su penosa vida y le permita disfrutar de la bondad de su providencia. Es de poco pensar Ñandú. El ejemplar que demuestra sesera algo más ilustrada es invitado a marcharse igualmente de la comunidad. No alcanzando embrutecimiento mensurable que satisfaga al resto de los ñandús, suele suceder que no regresan nunca y comparten con los especímenes hermosos el exilio de los raros. Por el contrario, es especie particularmente corredora, ya que no se le concedió la facultad del vuelo. Son notables las competiciones atléticas que en ocasiones congregan a variados machos y hembras. Hay pocas criaturas que rivalicen con Ñandú en rapidez. No todo va a ser fealdad y tontura, suelen decir cuando concluyen la carrera y reciben las felicitaciones de rigor. Son parientes lejanos de los kiwis y, más cercanamente, de los avestruces, con los que no guardan buena relación. Tenemos un dedo más en cada pie, Avestruz, le dice Ñandú cuando el azar las reúne. Ni se te pase por la cabeza creer que somos iguales. Ese rasgo de orgullo de raza no es del todo aceptado por los ñandúes de más edad. No hay que alardear de cinismo, ni puede atribuírsenos alguna brizna de humor. Lo nuestro es correr y comer serpientes. No nos pidan desempeño de más hondura. Los ñandúes guapos y listos reclaman intervenir en las decisiones familiares, pero son sistemáticamente censurados. Ser hermoso no te hace correr más, suelen decir en la intimidad, cuando inevitablemente la cabeza va a lo suyo y se ponen a darle vueltas a su condición ontológica. 

15.1.21

Dietario 15

Le dispensa uno a los libros viejos que andan por casa el mismo afecto que a las fotografías de antaño cuando se tiene un rato y se ojean percatándose de la vida que se ha ido recorriendo y la rapidez o la lentitud con la que ha concurrido. También los libros nos retratan, hacen escrutinio de nuestro tránsito por esos años, a veces con la misma elocuencia que las imágenes. Anoche, sin pretensión de reverdecer lecturas juveniles, buscando otro libro, salió una edición de las Narraciones Extraordinarias de Poe en una estantería alta, de las que se miran poco o casi nada. Fue abrir el volumen y mirar aquí y allá, leyendo trozos sueltos, por traer otra vez lo ya conocido, y recordar con escandalosa pulcritud la librería en la que lo compré y la emoción cuando entré (en los libros se entra) e hice eventual casa adentro suya. Casi cada libro que tengo o que he leído (no siempre coinciden ambas cosas) es eso, una casa en la que he vivido, una residencia temporal a la que se puede volver y que produce parecida zozobra a la de las fotografías antiguas en las que no te reconoces todavía, aunque sepas que eres tú a quien exponen. Te cuentan qué has hecho: los libros que has leído te dicen qué eres.

14.1.21

Dibucedario 2021 / 14 / Narval




El imaginario de zoología fantástica tiene pocas criaturas que conciten la unánime opinión de que son de verdad fantásticas. Lo asombroso es que una de ellas no sea invención o abono de leyendas sino tangible y absolutamente real. Hasta el nombre, narval, tiene resonancias de fábula o de épica. El propio unicornio es extensión mitológica suya. Su colosal cuerno, estilete fabuloso, lo sublima. Es fama que Isabel I de Inglaterra tenía uno de ellos como valioso talismán. Dentado y tímido, es criatura que vuelca embarcaciones de gran calado en la imaginación de Julio Verne. El profesor Aronnax y el arponero Ned Land se proponen capturar uno en la incomensurable 20.000 leguas de viaje submarino. Arrojados sobre él cuando le dan caza, comprueban que el lomo del la bestia "está hecho de planchas atornilladas". Nemo es el mismísimo Ahab y el narval es su Moby Dick enfebrecido y cruento. No sé si Lovecraft lo habrá traído para representar alguna presencia maligna, uno de esos monstruos ancestrales que pueblan el fondo del mar y perturban el sueño de los navegantes. En mi recuerdo de lecturas adolescentes, veo calamares gigantes, krakens descomunales que abrazaban barcos enteros y los sumergían en un aterrador abrazo o veo al leviatán, monstruo emanado directamente de la mismísima divinidad, representado por una especie de ballena con hambre de hombres (excusad la redudancia fonética) y capaz de alojar en su vientre una flota de mercantes o un drakkar vikingo. Lo que no podré olvidar (aparece de vez en cuando, inevitablemente esas imágenes perduran con asombrosa nitidez) es al narval, al delicado (a pesar de todo) unicornio del mar. 

Dietario 14

 Llevo unos días dejándome crecer la barba. No dejaré que pasten insectos en la crecida montaraz del pelo y me parezca al agreste retrato de Whitman. pero disfruto muchísimo cada año cuando (por octubre y luego en enero, invariablemente ) escondo la crema y las cuchillas y me dedico sin particular regocijo  a contemplar en el espejo el nervio de la madre natura, que clarea  y ofrece el verdadero desgaste del cuerpo. Hay algo sobrenatural en el pelo creciendo desde dentro. En las uñas. Son símbolo de algo que no alcanzo a entender. Por eso (tal vez) poseen esa dimensión simbólica. He caído finalmente en la certeza de que el cuerpo no nos pertenece por más que le demos mimos o afectos o tengamos la sospecha de que podemos inclinarlo a nuestra voluntad. El mío hace tiempo que va por libre (siempre habrá ido, supongo) y sestea cuando le pido vértigos y se multiplica cuando necesito paz. En las muy raras ocasiones en las que ambos vamos a una le miro con arrobo y casi nos entendemos, pero luego me sobreviene un dolor en el costado o me escalan cien lagartijas la espalda y empiezo a sentir un quebranto a mitad del pecho. El cuerpo es un laberinto y sus paredes se agrietan y permiten la metástasis de todos los dolores. Los pequeños y los grandes. Va a ser cierto eso de que uno es pobre hasta que se muere.

13.1.21

Dibucedario 2021 / 13 / Mariquita


 Mariquita está hasta más que harta de ser personaje de libros infantiles. Que si Mariquita se perdió, que si Mariquita en el bosque de las hadas, que si Los problemas de Mariquita. Tampoco era de su agrado salir en las mochilas escolares o decorar las uñas de las niñas, por no contar con los juguetes o con las puertas en las clases de Preescolar. Hasta una muñeca muy célebre se llamaba Mariquita Pérez. Y Mariquita sin ver un duro. Hay animales que se lucran cuando se usa su imagen. Su escaso año de vida no da para mucho, es cierto, pero podría disfrutar en la abundancia, habida cuenta de su encanto. Otro asunto que la perturba es el nombre. Por más que lo escuche y asuma, no comprende eso de que se recurra al diminutivo cuando se la cita. Ha buscado un abogado para que pleitee a su favor en las denuncias que ha decidido interponer. Cuando acude a los juzgados, se desprende de sus llamativos colores, que tapa como puede. No quiere dar la impresión de que se lo está pasando en grande. Puestos a incordiar, se ha negado a consumir su dieta habitual, que consta de pulgones, larvas de moscas y ácaros, lo cual ha indignado al gremio de los agricultores, que han visto desaparecer de sus campos un maravilloso insecticida natural. Mariquita está triste, pero anoche, al ver a un niño con mofletes y cara de buena persona reírse a carcajadas en un cuento en el que ella es la protagonista, recuperó de cuajo la alegría. En el fondo, Mariquita es una sentimental. Quienes más han sentido este regreso a su ser natural han sido los bichos que se zampaba. Sobra decir que los agricultores la han nombrado Animal del año. Sale en prensa. Cuando se ve en alguna fotografía o dibujo, Mariquita sonríe para sí. Es que en el fondo, aparte de sentimental, es coqueta como ella sola. 

Dietario 13

 La penuria es la hambruna del alma. Se la hiere con poco, de sensibles que somos, de expuestos, pero a veces basta incluso una desazón leve, un arrimo pequeño de fatalidad, y de ella andamos sobrados últimamente, entre unas cosas y otras, algunas con más fiereza. La conversación repetida suele ser la del recuento de penalidades propias y ajenas, una especie de inventario prolijo de adversidades que creemos menos cruenta si se tiene conciencia de ellas y se pronuncian, embutidas en el resto del texto, acopladas a él por ver si no desentonan en demasía. Las de hoy, algunas que se me han confiado, no rebasan la tragedia de otras que se han escuchado antes, pero tienen su cuota de dramatismo. Nos acostumbramos al dolor con pasmosa facilidad: lo hacemos familiar, parece extensión doméstica de nuestra existencia. No nos atrevemos a desoír ese relato pormenorizado, hacemos cuanto podemos por exhibir la solidaridad requerida, podemos llegar a la conclusión de que no sería de extrañar que ese relato sea también nuestro. Es un argumento repetido. Hay días en que uno cree que cuadran admirablemente en el anterior: no difieren entre ellos, leves interferencias que los hacen distintos, pero podrían ensamblarse en uno, hacer que ambos adquieran la propiedad de la unidad, aunque sean dos o tres o cien. No hay dos iguales y todos los días igual, cantaba Leño en su Calendario, una pieza del antológico Más madera. Qué tiempos. Todo sigo ardiendo, aún así. Mientras haya luz, decía un cantautor, no recuerdo cuál: en aquella época los había por decenas y ha perdido uno el ajuste en la memoria y me parecen asombrosamente el mismo. Hoy, no sé por qué, hay menos cantautores. Es verdad. No hay tantos como antes. Tiene que haber una razón. Hay una para cada cosa. 

12.1.21

Dibucedario 2021 / 12 / Libélula



Libélula es ala que festeja el vuelo. No hay nada que le agrade más que dejarse convidar por el aire y copular en pleno vuelo sin que intermedie cortejo previo, proeza motivo de envidia entre otros insectos alados e incluso entre la fauna terrestre más atenta a estas frivolidades amatorias. Todo en Libélula es una extensión de ese ansia suya por emular al viento. Es criatura precursora de leyendas ancestrales. Aparecen en escudos samurái y en hexámetros clásicos: en ambos lo que prospera es la épica, pues Libélula siempre tuvo un predicamento bélico en la historiografía al uso. Se han visto a Libélula acometer la ingesta de congéneres, pero no es pieza común y se entrevé un insólito episodio de hambruna para que se dé esa circunstancia. Son capaces de realizar travesías transoceánicas sin rebajar la tensión de su vuelo y poseen la capacidad de ser impredecibles, sin que el cansancio las extenúe. Cuando el cielo se entenebrezca y se anuncie el final de los tiempos, habrá una libélula sobre la última cabriola del aire, espléndida y pura, celebrando su muerte en un batir orgásmico de alas. 

Dibucedario 2021 / 11 / Kiwi


 Kiwi es curioso como podría haber sido introspectivo o gruñón o metepatas. Va antojadizamente a lo suyo y no es conveniencia suya agradar sin más, así que no es la alegría de la huerta ni del bosque de su antípoda patria y, con triste frecuencia, se le encuentra deambulando parsimoniosamente, escarbando con su pico por si las lombrices no se coscan de su presencia y le resuelven el almuerzo o la cena. No hace ascos a insectos, pero cuesta atraparlos y su sabor no compensa ese alarde atlético. Porque Kiwi no ha sido bendecido por madre natura con muchas habilidades y se las compone como puede con las que buenamente venían de fábrica y pasan los siglos y ahí están los de su especie, raros, pero heroicamente a salvo de pandemias o extinciones. Es solitario a sabiendas, ya que está más que visto que es muy de su gusto encariñarse de la hembra y construir una familia. Se acurrucan en sus madrigueras de día y salen de parranda gastronómica cuando cae la noche. Si Kiwi se enamora es para toda la vida. Que sea ave y carezca de alas ya no le causa rubor, pero hubo un tiempo en que le azoraba caminar, con esas patitas sin encanto, como si arrastrara una maldición ancestral de la que su raza no lograra deshacerse. Cómo voy a ser pájaro, suele decir, si en lugar de pluma es pelo lo que cubre mi cuerpo. Contrariamente a lo que su complexión hace suponer, Kiwi es veloz como casi ninguna otra criatura de su tamaño, lo cual es de agradecer cuando alguien decide hincarle el canalla diente. A lo que no se le pone trabas es a que Kiwi es amoroso por naturaleza. Es lo que tienen los espíritus curiosos: sienten una querencia singular por lo que les rodea, nada de cuanto está a su alcance les es ajeno. Como no abundan, se guardan mucho de hacer vida social: prefieren no alardear de nada, cuando puedan alardear de algo, y parecer feos e idiotas, aunque en el fondo de su corazoncito sepan que son hermosos y rebosen inteligencia. 

Dietario 12

De las vidas ajenas  apena que sean tan iguales a las nuestras. Por eso se incline tanto el ánimo a festejar lo extraordinario y busquemos héroes (sin épica, más de a pie) en cualquier circunstancia. Ahí estriba el compromiso moral e incluso la dependencia estética con el triunfo de los otros, de quienes logran cotas de esplendor que no están a nuestro alcance. En esa admiración radica la vigencia del héroe. Los de ahora no son épicos o lo son de un modo accidental e irrelevante. El héroe de nuestro tiempo es un volcado de muchos grumos, una especie de monstruo de frankenstein con el que algún equipo de mercadotecnia se ha empleado a fondo y se ha lucido. Vivimos a lomos de un caballo desbocado. A poco que nos descuidemos, nos desaloja de la silla, nos arroja al barro, nos pisa si no sabemos quitarnos a tiempo de su avance. Qué caballo es el que ahora montamos es de lo menos. Lo penoso es que nos arroje continuamente al suelo. Si Godzilla paseara esta noche por mi pueblo o las nubes se viniesen abajo por alguna inclemencia meteorológica, no revestiría mayor importancia. Llevamos un tiempo en que lo asombroso se ha convertido en costumbre y eso, a poco que se piense, no es bueno. Inmunes al caos. Encapsulados y a salvo. Miramos las proezas de los otros y pensamos que no está todo perdido todavía. Hay gente admirable que nos conmueve. No queremos ser como ellos, pero agradecemos que existan. Tiene que haber héroes. Que no vistan con capa ni usen un antifaz que los preserve no es tampoco cosa apreciable. Hoy he comprobado en clase que mis alumnos son héroes: a su infantil modo hacen cosas absolutamente prodigiosas. Son los míos, los que admiro cuando necesito algo a lo que aferrarme y con lo que batallar el sindiós de los días, que están de un levantisco un poco cabrón. Eso no hay quien lo discuta. Se puede matizar el grado, pero no retirar el adjetivo. 

11.1.21

Dietario 11

 Conmueve la sabiduría sin experiencia, la de quien sin haber hecho mucho en la vida o habiendo vivido poco, posee, sin embargo, empaque moral, una especie de visión periférica y limpia de las cosas, como si hubiese ocupado su existencia en asuntos dolorosos y hubiera sobrevivido y aprendido de esa debacle del espíritu. Hay veces en que uno encuentra gente de una solvencia espiritual tan asentada que asombra. Se atribuye a la vejez esa propiedad de la vida, pero puede concurrir en más tempranas edades. Puede que únicamente sea una cuestión de sensibilidad, de la que se adolece más de la cuenta y con la que no nos valemos cuando nos acucian los problemas y debemos darles solución. Se tiene la idea de que las personas excesivamente sensibles tienen un lastre que les impide avanzar y vivir con un poco más de desparpajo o de asepsia o de neutralidad. Qué difícil es no involucrarse, no hocicar en lo que nos duele y hacerlo nuestro. Da igual que sea lejano (yo soy parte del todo, cualquier asunto ajeno es mío en el fondo, las campanas doblan por ti, etc.) y que, en principio, no nos incumba: todo acaba por cercarnos, por afectarnos. 

10.1.21

Trabajos de amor cósmico


                                                             Ilustración: René Merino


He cruzado océanos de tiempo para encontrarte. Se lo dice el Conde Drácula a Mina Harker en la película de Coppola, no así en la novela de Bram Stoker. El apresto romántico del vampiro hace que pueda cortejar a alguien y decir frases hermosas, aunque el monstruo contemple la escena y se regocije por dentro. El amor no es sólo una cuestión poética, pero no hay género que lo glose mejor. El poeta es el que ha recorrido el éter del cosmos, toda esa oscura sustancia sin dueño y ha vuelto para declarar su amor. Hay que ser astronauta para saber de qué se habla. Astronauta o poeta. Hay que saber el alcance de lo que decimos, si puede ser puesto en entredicho o dudarse o creer que es palabrería, lo acordado con nuestros deseos para que se cumplan. 

Dibucedario 2021 / 10 / Jilguero


 

Jilguero carece de formación musical, lo cual no le ha impedido dedicar su entera existencia a cantar. Facultado para ese desempeño, ha afinado su instrumento al punto de conseguir notas de una solvencia técnica asombrosa. Hay trinos suyos que tienen la elocuencia lírica de un divo de la ópera cuando acomete un aria de Verdi. El delicado tintineo de su canto conmueve por su deliciosa melodía. Hace Jilguero gorjeos hermosísimos que no siempre tienen al público adecuado: pasan desapercibidos, se arriman sin concierto a otros sonidos circundantes y acaban desoídos, convertidos en un rumor inaceptablemente chirriante. En un tiempo, Jilguero se probó en la declamación de la alta poesía de género bucólico y era pieza común, si se afinaba la atención, escuchar sus versos, ora de arte mayor, ora de arte menor, según el motivo del poema. Cuando la poesía le hartó, pues es de ir aquí para allá sin tener que dar cuentas a nadie, Jilguero se atrevió con la canción protesta y hasta unos jilgueros adolescentes reclamaron su adhesión a una iniciativa subversiva a la que él opuso amable resistencia. Con el tiempo, ya en una edad talludita, encontró la gloria de su arte en el rock pesado, pero no tenía la vocalización ruda requerida para esa disciplina, por lo que se sentía deprimido. Sus compañeros de canto, por animarle, le conminaban a que regresase al canto limpio de su especie, que no buscase la fama y se contentase con trinar para cortejar a las féminas o para agradecer la irrupción del sol cuando se esconde la luna, pero no hay quien le gane en testarudez y siguió en sus trece. Quiero ser un jilguero heavy, sentenció una tarde de lluvia a unos amigos de toda la vida que atacaban lo que parecía un bolero. Ahora busca banda. Quiere hacer un tour modesto por la zona y sacar una maqueta. Se empieza por algo. 

Dietario 10

 La nieve es un contrapunto barroco. Posee su escorzo lírico y su tenebrismo tácito. La claridad descarga su opulencia en el blanco, pero debajo bulle la oscuridad y las sombras pugnan por tornar su aura oculta en plenitud y en consagración. El artificio es un minuciosa ocupación del aire, un alarde de invisibles ilusiones. La realidad es fugaz y la mirada es frágil. Vemos el temblor transitorio de la tierra, su jubileo de engaño y de clausura. La nieve es un festejo de los ojos. La austeridad del invierno es un panfleto contra la vanidad del espíritu. Hoy echo de menos que nieve en Lucena. Desearía que todo se cubriese por un manto de lentitud y de escarcha. El corazón anhela esa espesura implacable. Siempre debería ser invierno. Hay días en que uno querría detener la liturgia del tiempo. Amanece con un crujido lejanísimo de agua en la propiedad de la tierra. Blanca es la música del cuerpo. Dulce y blanca como una novia que de pronto comprendiera que en su cuerpo aguarda la vigilia de un milagro. Los poetas están de fiesta. Los agasajan cuando entran en los pueblos. Una melodía contagiosa los hace reír y componen versos y beben los licores de la vida. La nieve es una celebración de la vida. 

9.1.21

Dibucedario 2021 / 9 / Insecto Palo


 Insecto Palo es de un introspectivo amoroso. Tímido hasta el hartazgo, no comulga con las efusiones del vulgo boscoso. Prefiere cierto anonimato pacifico. Carecer de esa voluntad pública, lejos de deprimirlo, lo conforta y ha hecho de esa apatía social un signo de distinción entre sus casuales convecinos. Rehusa opinar cuando se le reclama decantarse en algún asunto. Pasa a veces desapercibido hasta para sí mismo. Insecto Palo suma a su condición estática la sensible y, cuando el frío irrumpe con su crudeza o el calor arrecia con la suya, se duele de la fragilidad ajena y llora quedamente, con disimulo y rubor. Si su ánimo flaquea, pues tiene accesos melancólicos, sopesa largamente cancelar su hierática compostura. Se defiende con austera diligencia de quienes lo hostigan: no exhibe una violencia recriminable, sabida su mansedumbre. Es más de perderse. Prudente y meditabundo, disfruta con las cogitaciones de su entera y satisfecha quietud. Tiene tiempo para pensar en los males del mundo, aunque apenas entrevé que pueda solucionar algo, por lo que se deja llevar por los colores del entorno y se engolosina con los olores verdes del tronco de su residencia arbórea. No hay criatura en la vasta foresta que no le tenga aprecio. Su aparente fealdad no afecta a que se le considere un miembro respetado en la comunidad. No es cosa que le incumba: ninguna opinión acerca suya le ocupa más de la cuenta. 


Dietario 9


La cultura es una forma de administrar la soledad o de sublimarla: se podría vivir en esa cápsula libresca, husmeando en lo que otros fabularon o crearon a beneficio de nuestro bienestar. Husmear como un acto delincuente casi o como un deliberado confinamiento moral, intelectual o estético. En entender el mundo, en construir una sólida urdimbre de causas y de principios uno puede emplear una vida y hasta entra en lo razonable que entenderlo enteramente (si es que esto puede ser posible) exija cierto abandono de la propia vida. Paradójicamente: para entender la vida tal vez haya que convenir su renuncia explícita. Y vivir entre libros, acunando placeres de la inteligencia, la que haya, de la que se disponga, perdido en uno mismo, sin otro extravío que el marcapáginas por el que guiarnos para continuar la secreta decodificación del mundo. Y a veces, cuando la realidad aturde, uno consiente estas frivolidades de la extravagancia creativa y se ve en una habitación, confortablemente insensible al ruido ajeno, consciente de estar perdiendo alguna batalla contra algún enemigo al que sabemos que hay que derrotar o algún afecto externo, de vida real, no impostada y fría, pero preferimos quedarnos en la confortable renuncia y vivir en la banda ancha, en los libros espléndidamente dispuestos en sus anaqueles, en la certidumbre de que no existe mejor vida que la que uno decide que sea la suya.

Pintar las ideas, soñar el humo

  Soñé anoche con la cabeza calva de Foucault elevándose entre las otras cabezas en una muchedumbre a las puertas de una especie de estadio ...