10.3.07

TIBURÓN : El espectáculo total









El gran pez se movía silenciosamente a través de las aguas nocturnas, propulsado por los rítmicos movimientos de su cola en forma de media luna”.
( Jaws, Peter Benchley )

Los años han respetado el terror primitivo de Tiburón: no le han esquilmado su ración de adrenalina, su inteligencia a la hora de provocar un miedo primario, desactivado de los clichés del género. Aquí no hay dementes o venganzas. No existe la oscuridad como amparo del que esconde. Todo es diáfano, limpio, soleado.El pánico ha dejado de ser patrimonio de mansiones oscuras o propiedad de perturbados con una sierra mecánico o un corazón podrido como una manzana puesta al sol durante un tórrido domingo de verano. El terror del film obedece a un patronaje significativamente novedoso. Está vinculado a la cotidianidad. Ahí reside su magia.

Las fantasías del género, su pauta inconmovible, se ven radicalmente extrapoladas a un escenario que nos resulta familiar, cercano, íntimo casi. Nadie en su sano juicio, en el sano juicio de 1.978, consideraría que el pánico pudiera venir de un tiburón que se acerca a una playa. Es demasiado simple. Sencillo en exceso.

No creo que sea necesario ahondar en lo que entonces sirvió de propaganda política, de carga de profundidad sobre el discurrir sociológico de un país. Se le atribuyeron a este tiburón cualidades que, ciertamente, no tenía. Algunos llegaron a decir que el tiburón era el nazismo o que todo el film era una evidencia palmaria sobre la paranoia norteamericana en plena Guerra fría.
Steven Spielberg filma el horror a ras de luz y funda un subgénero dentro de la categoría de películas destinadas a incomodar al que se siente en la butaca y espera que le emocionen, pero que no salga excesivamente conmocionado. Pues Spielberg con este tiburón que asola las playas de Amity Island hace levantamiento formal de un acta ya histórica: el cine con bicho. Ahora que está The host levantando pasiones (infundadas) en medio mundo, es bueno volver al escualo más famoso de Hollywood.
Tiburón posee uno de los argumentos de mayor concisión en la historia del cine de éxito. La novela de Peter Benchley ( recientemente fallecido, por cierto ) no dejaba de ser una especie de librito pulp escrito para amenizar las esperas en el metro o para leer en la consulta del dentista, aunque vendiera muchísimo antes y después de la explotación cinematográfica. El ojo de Spielberg atisbó el filón escondido tras la espuma de las hojas. Ese tiburón iba a sobrecoger un país igual que años después reinventaría nuevamente el cine de criaturas asesinas con los asuntos jurásicos, que todavía, aunque a este escribiente le entusiasmen menos, colean y marcan una pauta en la escritura fílmica de monstruos.
Martín Brody ( Roy Scheider en su papel más relevante ), Matt Hooper ( un joven Richard Dreyfuss ) y, sobre todo, el inquietante Quint, remedo moderno del Ahab de Moby Dick y aquejado de sus mismas dolencias emocionales y místicas ( el mejor Robert Shaw ) son el trío de caza. El objeto cazado era, en palabras de Spielberg, su “Vietnam”. Lo llamó Bruce, en honor a su abogado, y era pesado al punto de hundirse varias veces en el mar. En 1.978 no existían la infografía ni los medios técnicos podían hacer las maravillas que hoy son el catecismo del cine palomitero. Otro mérito incontestable es el hecho de que una película de apariencia tan sencilla y guión tan inconsustancial ( la caza de un tiburón ) lograra postularse como mejor película en la ceremonia de los Oscars de ese año. Se lo arrebató Alguien voló sobre el nido del cuco y se llevó sólo tres estatuillas menores ( sonido, música y edición ).
Sugerir, más que mostrar. Sobrecoger, más que escandalizar. Los mimbres de Spielberg se asientan en estos criterios y el respecto a su conveniencia juegan muy a favor del resultado final. Tiburón tampoco podía beneficiarse de un diseño de producción de mayores dimensiones. No porque no hubiese dinero para filmarla sino porque era una época todavía muy verde en efectos y la palabra digital no corría por los despachos de los productores.
Los flecos de naturaleza política ( la negativa del tozudo alcalde a cerrar las playas a sabiendas del acecho del escualo ) o las subtramas épicas ( las historias de Quint, en su barco, el Orca, de noche, con el animal merodeándolo ) evidencias que no estamos únicamente ante un film veraniego, de consumo rápido. Spielberg ( con el propio Benchley modificando su guión ) consigue resultados espectaculares al saber dosificar de forma magistral la tensión de los ataques del tiburón ( que son un prodigio de tensión dramática y de angustia emocional ) con los necesarios intermedios meramente dramáticos. Los tres personajes protagonistas, encerrados en el barco, a la caza del bicho, son ya un entretenimiento de altura, con independencia de que sepamos la inminencia del gran tiburón blanco y sus fauces grandes como una boca de metro.
La fascinación del film, más de treinta años después, sigue incólume; su vocación de provocar miedo también.. Además resiste esos años con pasmosa sobriedad. No ha quedado arrumbada al anaquel de cintas envejecidas prematuramente como otros aparentes clásicos donde hay una presencia maligna y un equipo de héroes ( éstos lo son en grado sumo ) perpetran el épico periplo de la aniquilación del mal.




3 comentarios:

nonasushi dijo...

Es una de mis pelis favoritas. La escena de la cabeza que sale cuando el submarinista esta tranquilo en el fondo del mar, es una de las escenas más acojonantes del la historia del cine. Bien dirigida (Spilverg casi no la rueda, por que acabó harto)y el guión es estupendo. Consiguió que no me bañara en el mar durante muchooooossssss años.

Emilio Calvo de Mora dijo...

YO LA HABRÉ VISTO SUS BUENAS CINCO O SEIS VECES... CADA POCOS AÑOS TOCA OTRAV ES....Y ES COMO LA PRIMERA .... MI PARTE PREFERIDA ES CUANDO ESTAN CANTANDO Y BEBIENDO EN EL ORCA Y EL TIBURON MERODEA... SE SABE QUE LA MUERTE MERODEA TAMBIEN....
un peliculon
gracias por el comentario

Anónimo dijo...

Sin duda la película que nos empujo al cine que se rueda hoy en día. Con una diferencia...Spielberg sólo hay uno, que lo quieran ser hay miles.

Comparecencia de la gracia

  Por mero ejercicio inútil tañe el aire el don de la sombra, cincela un eco en el tumulto de la sangre. Crees no dar con qué talar el aire ...