4.3.07

EL HOMBRE DE LARAMIE : El western magistral




Los westerns de Anthony Mann son épicos a la manera en que lo son los de Budd Boetticher. Ambos dominan la escritura cinematográfica y generan imágenes sugestivas: el jinete levemente dibujado en un paisaje sobrecogedor, el héroe fatalmente marcado por el peso abrumador de la tragedia inevitable.

El hombre de Laramie anticipa el western de Clint Eastwood, que es el último director que se ha preocupado de dignificar el género. El argumento remite al cine negro antológico en donde un hombre decide investigar las razones de lo que no precisa pesquisa: quién vendió las armas que unos indios compraron para terminar matando a su hermano. Esta historia de venganza no es nueva: cambian los personajes, los decorados, el score, pero la trama cela las mismas tradiciones, la esencia pura, no mutada donde los hombres son pioneros siempre y luchan gallardamente contra las injusticias, que suelen ser hacendados que se apropian de terrenos ajenos para que paste su ganado o son caciques de ira levantisca que no consienten que un desconocido atraviese su parcela. Esto es lo que hace James Stewart, que sufre un castigo excesivo, una humillación innecesario. Entonces es cuando decide ponerse al servicio de Kate ( Cathy O'Donnell ) enfrentada al "waggoman" que la atosiga.

No falta el affair amoroso, que se resuelve de forma poco convencional. Tampoco echamos en falta la violencia típica del western, que Mann estiliza hasta reducirla a un expresión seca, mínima, concisa y contundente. No se engolosina en demostrar el mal, pero todas las escenas-clave están bañadas de un rico sentido de la violencia como única solución viable.

Filmada con un todavía balbucente cinemascope, El hombre de Laramie es un perfecto ejemplo de película en donde el paisaje es un protagonista más, quizá uno más vinculante y decisivo que los aparentes y reales.

Una obra maestra del western y una de las mejores interpretaciones de un secundario de lujo, Donald Crisp.

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