2.3.07

LA CIENCIA DEL SUEÑO : Caballos de cartón, libros de espuma, nubes de simpatía





El tosco argumentario de que el cine de Hollywood nace de un modelo necesariamente comercial y dependiente de fórmulas contrastadas de éxito y de respaldo popular tropieza con propuestas como ésta. La ciencia del sueño es la turbulencia mental de Michael Gondry, su abrumadora relevancia como autor surrealista moderno. No se puede entender de otra forma y carece por completo de interés utilizar la maquinaria narrativa tradicional cuando lo que se pretende ( y a mi modo de ver consigue ) es explicitar los mecanismos del sueño, la capacidad de la fantasía para conducir los destinos del mundo.
No precisa por tanto Gondry un guión estabulado, un script novelado. Le basta un equipo en sintonía con su alucinación y un plantel de actores que, sin sobreactuar, redimensionan los registros habituales para entregar una dramaturgia sobria, en su esquizofrenia, limpia, en su desazón.

En este sentido, Gael García Bernal crea un personaje nítido, creíble ( y ya es difícil ), ubicable en el vértigo de esta sociedad atrincherada en una sensación continua de conmoción, de desequilibrio, de hostilidad no prevista. Stephane no discierne lo real de lo fabulado: lo uno se ensambla en lo otro sin fractura visible. Su riqueza creativa es la apabullante iconografía del film: liberado Gondry del peso Kauffman ( Cómo ser John Malkovich, Olvídate de mí, de las que era contumaz guionista ), se permite facturar una película desconcertante, única, deshilachada por tramos, convincente siempre en el sentido de que cumple las expectativas que contrae.
Tiene uno la impresión ( yo la tuve durante la mayor parte del metraje ) de que el cine es definitivamente esto: una impostura consentida, un dejarse contaminar, un continuo debilitamiento de las resistencias que forjamos para que la fantasía ( la ilusión, el sueño ) no hagan tambalear la sólida arquitectura del mundo real, el único que de manera objetiva poseemos.
La ciencia del sueño contiene imágenes bellísimas, inventario imposible de objetos que pueblan la imaginación febril de un sujeto cuyo dispensario de placeres se aprovisiona de un infinito y perturbado mundo de mentira. Es la mentira, su preeminencia en un universo tautológicamente perverso, la que levanta el film, la que estructura y desestructura un guión caprichoso ( si es que lo hay ), alambicado y genial, obra perdurable de un director que posee un olfato exclusivo para lo políticamente no ya incorrecto, sino monstruoso.
Cuando uno sale del cine y ve los coches o los escaparates llenos de prendas reales y tangibles, útiles, válidas, se extraña de que no salgan por sus ojales hormigas con casco o que la pantalla de ordenador del escritorio de nuestro desván no se descomponga en haces elementales de luz que contengan caballos alados y flechas de papel celofán azul. Caldo de cultivo idóneo para fans de Freud, la película se obceca ( jubilosamente ) en no proporcionar asideros válidos para separar la precaria realidad ( la oficina, el tedio, la rutina ) y la colorista viñeta de los sueños, el componente onírico fundamental sobre el que se edifica esta joya de la creatividad que perdurará, no lo pongo en duda, hasta convertirse en un pequeño clásico.

Que empalaga y hastía, se acepta: es inevitable. El proteico argumento no puede sostenerse sin que haya decaimientos, lagunas, paréntesis en el interés. Nuestra propia capacidad de atención flaquea cuando está sobreexpuesta a una tralla tan vistosa y contundente de gags visuales portentosos, de objetos cotidianos convertidos en poemas visuales, en metáforas de la psique de un alucinado.

Un añadido o una recomendación: hay que buscar la versión original y huir como de la peste de cualquier edición doblada, por más que nuestros dobladores sean, dicho sea de obligado paso, siempre profesionales y convincentes. El protagonista habla francés, inglés y usa el español, su lengua materna ( es mexicano ) para verbalizar sus sueños.

Nadie espere un derroche de humor: no es esto lo que pretende el francés Gondry. La ciencia del sueño es una reflexión muy adulta, en tono lúdico, infantil a veces, sobre la comunicación humana. Justo lo contrario que Olvídate de mí, su anterior film ( en inglés Eternal sunshine of the spotless mind ) donde lo que espoleaba la reflexión no era la imaginación ( el sueño, más propiamente ) sino la memoria, su catarsis, su venerada honorabilidad como recurso primario para sustentar los equilibrios de nuestro raciocinio.

Tenga usted, amable lector, su caballo de cartón, su máquina del tiempo, su reality show insertado en vena. Todo eso: amplificado, hecho mayúsculo ejercicio de deliberada creación.

Nunca antes, nunca antes en mucho tiempo, un film me ha había suscitado tanta alegría. O dicho de otro modo, hace mucho que una experiencia de cuño cultural ( digamos un libro, un disco, una película ) no me dejaba tan traspuesto, tan escorado a la felicidad y, al tiempo, tan cobijado en la tristeza que el argumento entrega, sibilina, suave, despaciosamente: que es muy difícil hablar de sentimientos, que nuestros cuerpos se comunican muy bien en lo sensual, en la cama, en lo físico, pero que cada día, a pasos aterradoramente agigantados, nos vamos escondiendo en la individualdad, recelando del otro, abriendo brechas luego complicadas de cerrar para separar lo nuestro de lo ajeno, lo vivido de lo fantaseado, lo accesible de lo metaforizado.

Stephane obrero, el triste compositor de calendarios, es la imagen perfecta de la alienación. La escasez de ilación de las circunstancias que rodean al personaje no son gratuitas: tienen en los sueños su defensa más feroz.

Vayan al cine, diviértanse en la butaca, aunque salgan ( como yo ) ebrios de absurdo.

Me pregunto ( es una cuestión que dejo abierta ) qué hará este hombre, tan prometedor, tan genial en lo suyo, con un argumento convencional, con una historia llevable, con un hilo sobreentendible, sin saltos en el tiempo, sin comeduras de coco, sin caballos de cartón.





5 comentarios:

Anónimo dijo...

una perogrullada, un descalabro, un desatino, un robo a mano con guante, un perfecto timo con ganas de quedar bien con la peña, no hay nada bueno, imágenes muy impactantes, sí, pero yo creo que no tienen nada dentro, salvo las ganas de dar la tabarra de un francés americanizado con ganas de dar la tabarra. ¿ estás de acuerdo, emilio calvo de mora ?

un fan de kauffman, cómo no
( y el juego empieza en este post )

Carles Rull dijo...

¡Una maravilla! Y no era en absoluto "fan" ni de Kauffman ni de Gondry, pero salí también del cine feliz, por haber visto una película extraordinaria. La vi hace más de 4 meses, en el festival de Sitges y aún guardo un recuerdo inmejorable de ella. Me alegra que también le haya gustado!

Un saludo !

Emilio Calvo de Mora dijo...

Si quiere nos saludamos con guantes de un metro y luego nos damos un abrazo de fieltro. Estupendo esto de ver películas distintas. Harto, al menos yo, de buen cine, sí, pero cine previsible, conocido, amado, pero ya visto. Adiós.

Anónimo dijo...

es un engaña-bobos que dura mucho, no tiene nada a lo que agarrarse, me parece un divertimento para mentes muy retorcidas, de un humor muy espeso, de gente sin mucha exigencia en su idea de lo que es el cine y de lo que es contar una historia, aquí la historia no es brillante, no es historia ni siquiera, siento discrepar, sr. calvo pero es lo que hay, coincido con otras cosas suyas, pero aqui no hay nada que hacer, creo que me tomaron el pelo en el cine cuando dejé mi plata en la butaca

ALFREDO PINARELLI

Anónimo dijo...

Buen título, yo siempre me quedo frito cuando intento visionarlA.

La gris línea recta

  Igual que hay únicamente paisajes de los que advertimos su belleza en una película o ciudades que nos hechizan cuando nos las cuentan otro...