Coincidí con Luis Antonio de Villena en los mediados ochenta. Era entonces un figurín perfecto, un ya claro adalid de la disidencia, y vestía con impecable estilo ropas de dandy inglés que confiaba al escrutinio ajeno con escéptico orgullo. Era ( también, encima ) un excéntrico y nada proveniente de su forma de hablar o de su muy elevado y cuidado vocabulario ofendía esa intensidad, ese esplendor que, en ocasiones, podía ser confundido con las maneras escenográficas de un actor depurado en exceso, coherente y ritual, embebecido de sí y, a la par, prendado del siempre presente talento ajeno.
La cafetería, cerca del Barrio Viejo, en Córdoba, olía a tabaco insoportable ( entonces, casi como ahora, yo no fumaba ) y Luis Antonio acaparó con asombrosa facilidad la atención de quienes aspirabamos a diletantes y concurríamos, piadosos y humildes, a un Encuentro de Poetas Andaluces organizado por la Junta de Andalucía o por el Ayuntamiento , no recuerdo ahora bien. El caso es que le sentaba estupendamente el bigotito, el amago de macferlán y el tono evanescente de su prosa, que parecía recitada, percutida por algún revólver mágico que entregaba, a racimos esplendorosos, palabras de una honda hermosura en un atrezzo sintáctico invariablemente perfecto. Contó, creo recordar ahora, algo sobre sus filiaciones en materia poética y la necesidad de que el Arte lo impregnase todo, como si la Cultura y la Vida ( esto se lo he leido no hace mucho en un suplemento dominical de prensa ) anduviesen en armónica comanda, y una no fuese sin la otra.
Asisto ahora ( veinte años después ) a un penoso espectáculo de contertulios en una cadena de televisión privada: no hay disidencias, no hay riqueza verbal, no hay dandysmo, tampoco vuela el spleen de Baudelaire o el alambicado verbo de Luis Antonio. Hay, crudamente escrito, mierda masiva, alentada por una turba de psicópatas que hurgan las heridas abandonadas al público voraz por un coro de alucinados, carentes de vergüenza y de amor propio.
¿ Qué haría el poeta de aquella luz, el artista del verbo, en una ceremonía así ? Me lo imagino y disfruto especulando en cómo desmontaría la impostura. Todas las mentiras acaban, tarde o bien temprano, descabalgadas, aunque tal vez los años no perdonan a nadie y el propio De Villena se haya plegado al festín de la infamia y no tarde mi ocio en asistir, como en el bar de Córdoba, a un programita de variedades y cotilleos de ésos en los que muchos invitados destripan a un cerdo y un orador, embelesado por el despiece, eclipsado por el fragor inútil de la carne bochornosamente expuesta, estipula unas oraciones para el sacrificio. No sabemos nunca nada y nada nos es permitido aceptar como durable ni como sagrado.
Leo sus poemas y me reconforta el hálito decadente de sus barcos de perlas y sedas atracando en Corinto. ¿ O era Manhattan ?
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