Sneakers o Los fisgones transcurre enteramente en algún capítulo de novelas de espionaje de la época de cuando los rusos espiaban y los americanos se sentían vigilados. O era al revés o sucedían ambas cosas al tiempo y nosotros le poníamos pinchos de tortillo a los turistas en Fuengirola. Sneakers no es material digno de un Clancy o un Forsyth, pero en cine constituye un digno ejemplo de entretenimiento con mensaje, aunque aquí todo se diluya amablemente gracias a la habilidosa capa de comercialidad apabullante que llena todo el metraje. Esconde, no obstante, un discurso relevante sobre las consecuencias de la alta tecnología en la sociedad altamente tecnificada y, puesto a bordar la broma, hacernos bucear (sin botella de aire, a dulce pelo ) en la responsabilidad de abrir alguna que otra conciencia cívica a propósito del desmán que el argumento propone: una suerte de decodificador que accede a cualquier red informática del mundo ( he aquí el Dios omnisciente, el Ojo que vigila, la antigua teoría del demiurgo constantemente en alerta por la barbarie de su creación ).Sneakers opta por no apabullar con ramificaciones sociales: no estaba Robert Redford entonces como para liarse la manta a la cabeza después de los fiascos de Havana o de Una proposición indecente, y aquí se pone en manos de un director capacitado, que le pone en bandeja de oro un espectáculo cinematográfico efectista, novedoso, en donde hay secundarios de auténtico lujo ( Dan Aykroyd, River Phoenix antes de caerse al suelo sobrevitaminado de adrenalina, Sidney Poitier, Ben Kingsley o James Earl Jones... ).El guión toma de aquí y de allí hasta que el mcguffin hitchcokiano nos ha prendado y nos pueden contar la historia que quieran porque ya tragamos. La intrascendencia final, ese no saber a qué estamos jugando de verdad, pero qué bonito juego hemos tenido, nos remite (lejanamente) a Juegos de guerra, de John Badham, pero son films distintos hechos en épocas muy diferentes aun cuando son diez o quizá menos los años que las separan. Así corren los tiempos. Los guionistas de aquella son los guionistas de ésta. Caso de que Snekers hubiese sido filmada en Europa por mano europea, tendríamos una cinta más genuinamente social, un producto escorado a la explotación de la bis política que arañara ( a zarpazos si pudieran ) la conciencia del espectador sin tampoco gastar cuartos excesivos.Como la película es made in Hollywood, más que arañar conciencias, roza, levemente toca, eriza la piel con muchísimo tacto, no vaya a ser que el flamante fuego de artificio que nos han vendido nos afecte en demasía y descreamos del sistema al punto de que no le sigamos la corriente como hasta ahora hemos venido haciendo. Todos estos signos son evidencias del rumbo que el cine americano de los primeros noventa iba cogiendo: carencias narrativas compensadas con brío y oficio, con repartos de campanillas y expectativas (casi siempre) mesuradas.Hoy (nuevamente) los tiempos están cambiando. Bob Dylan lo dijo. Y Loquillo con sus trogloditas. Y ahora lo digo yo porque haberla visto algunos años después da una información extra, una especie de plus en lo meramente objetivo, esto es, en la idea fundamentada de que a lo que asistimos es a un buen film, uno bueno, de verdad, sin dobleces, directo, dotado de los suficientes encantos como para olvidar su naturaleza frívola en el fondo, aunque la historieta expuesta tenga su miga y su mala leche.
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