14.8.18

Amo el rojo



A elegir, si hubiera que tomar uno, mi color sería el rojo, no habría manera de explicar por qué se descartó el azul o el negro o el rosa, el porqué del rojo. No me inclino al negro, siendo el que en el fondo más me gusta, por los prejuicios que uno tiene siempre, por el oficio impuesto que tiene el negro en las adversidades y en los duelos, pero entre el rojo y el negro, si me forzaran a escoger, me quedaría con el negro. Es de una contundencia absoluta, no es débil, no se le puede encontrar una flaqueza, no esconde nada. En verano, quizá tan sólo en verano, podría decantarme por el azul. Se deja uno engolosinar por el mar o por el cielo. En las otras estaciones no hay ningún color al que inclinarse. Tal vez el gris en el otoño, pero está muy manida la imagen. Todas lo están. Las metáforas tienen su caducidad también. No me visto casi nunca con tonos claros. Salvo como fondo a la hora de escribir, detesto el blanco. Se le asocia con la pureza, pero es una convención, una entre muchas. La misma circunstancia de la pureza, cuando se la alía a un color, evidencia una especie de consenso moral. La paloma es el símbolo de la paz. Un corazón representa el amor. Todo en ese plan. El rojo, mi favorito, es además aviso de un peligro. Se ponen banderas rojas en las playas y, en otros tiempos, los rojos eran los comunistas, los apestados. Los peores números son los rojos, que constatan un saldo negativo. Por otro lado, el rojo es la sangre, que constata la vida, su pulso. Todo es cosa de que haya más o menos luz. Cuando no abunda, vemos en blanco y negro. Irrumpe el color cuando se estimula la retina con determinadas longitudes de onda. Al final todo se resuelve con otra luz, la de la ciencia. Uno es del rojo o del azul porque nuestra retina es más o menos sensible. Todos los millones de conos y de bastones que tenemos en cada ojo, en cada retina, más precisamente, hacen el mismo trabajo: Al parecer somos sensibles al rojo, al azul y al verde. Todo lo demás es un añadido cromático. Yo amo el rojo sin que tal vez haya ninguna decisión mía de por medio. Se ama sin saber, se vive sin decidir.

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