O Dios o el Rey, el caso es que hay un ejército anónimo de servidores fieles, sacerdotes o zapateros, mercenarios que sacrifican la vida personal, sus avatares íntimos, su honrado deseo de ser felices en este mundo, por servir a una realidad necesariamente más alta que, en la película de De Niro, es la patria, las barras y las estrellas, todo ese conglomerado de códigos éticos que conforman el invisible armazón sobre el que sustenta nuestra sociedad.
De lo que trata El buen pastor no es de la CIA y de sus orígenes, no es una prospección sobre las raíces del espionaje en los EEUU o no es, al menos, únicamento eso: es un larguísimo, en su defecto, relato sobre el gris y casi siempre poco apreciado peso del funcionario, que es quien, al cabo, se entrega en cuerpo y en alma al movimiento pausado, pensado, minuciosamente diseñado de las piezas sobre el tablero del mundo.
El personaje de Matt Damon, Edward Wilson, es la quintaesencia del peón imprescindible, de aquel soldado que no sólo cumple las órdenes sino que encuentra en esa obediencia una especie de íntima relevancia que le hace, sin dudarlo, sacrificar matrimonio, hijos y vida.
No existen dilemas morales en la evolución del personaje: el zapatero del rey, como en un hermoso trozo de la película son nombrados los espías, deshumaniza su alma, la arropa con el vértigo del trabajo y la lealtad a una causa siempre necesariamente más importante que sus pequeños deseos y su pequeña vida doméstica.
La CIA estaba formada primitivamente por fundamentalistas de buena clase social, blancos, no necesariamente católicos, pero sí cultos, aristocráticos y conjurados a salvaguardar un oscuro principio de patria que les ha sido inculcado desde la infancia, cuando ya principian los valores por los que luego van a ser reclutados y puestos al servicio de la causa. De Niro mete el dedo en la herida, pero no hace daño. Se contiene. Prefiere razonar la naturaleza del pastor, su condición de guía invisible de un rebaño desprotegido antes que las carencias afectivas de su misión, su amoral aceptación de un destino y el abandono de cuanto quede fuera de las líneas maestras de esa empresa.
Todas esas alcantarillas del Estado, significativamente el verdadero buen pastor, deben contener cientos de historias que De Niro habría podido usar para ofrecernos un vistoso espectáculo de cine de espías y no dudamos que vistosamente, pero se decanta por el plano emocional y, sin renunciar a ciertos momentos de agudo thriller, regala al espectador un poderoso retrato de un país, el suyo, aunque hay un fascinante comentario que Wilson hace a un italoamericano ( interpretado por un estupendo, como siempre, Joe Pesci ) que le ataca con la idea de que todos los grupos marginales tienen algo en sus corazones: los judíos tienen la tradición; los negros, la música; los italianos, la familia... pero ¿ qué tienen los americanos ? Y tienen a América.... y una vasta extensión de mundo sometido a su dictado ideológico y comercial. Hasta hay una escena crucial en la que, por Navidad, todos arracimados alrededor del árbol y de la felicidad consentida, algunos cantan "You've got the whole world in your hands / Tienes el mundo entero en tus manos", la pieza clásica del american songbook, mientras Wilson y un coronel departen con amortiguados susurros sobre el destino del mundo y qué pieza debe ser movida para que la partida continúe.
Ambiguo, gris, anodino, el personaje de Damon, sus registros en pantalla, son perfectos. Se embuten con maestría en el traje planchado del funcionario Wilson, que va de un pasillo a otro, ocupando oficinas, recorriendo el mundo para terminar solo, con el deber cumplido y la sensación de que el mundo, a pesar de su esfuerzo, no gira como lo hace por alguno de sus desvelos y de su pericia.
El laconismo de su puesta en escena conviene para la historia: sus encuadros clásicos, su lenta orfebrería visual, su fabulosa ambientación. Lo que ya no es quizá no tan conveniente es la propia historia - aquí De Niro tiene una culpa menor - que flojea debido al excesivo metraje ( 167 minutos ) y a la construcción ambiciosa de un número de historias interesantes pero que terminan abruptamente y no cuajan en la unidad argumental del film. Tal vez sea por esto por lo que no es una obra maestra sino únicamente una buena o muy buena película.
De Niro, en esta segunda incursión tras la cámara, nos ha dado un film honesto, muy valiente, clásico al modo en que yo entiendo cierto cine de los años 40 y 50 que obviaban cualquier concesión comercial y sólo se permitían licencias que reincidieran en el propio film. No ocurre esto en el cine de ahora que se gesta pensando en el espectador, en qué desea y en cómo dárselo.
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