Hay un revisionismo de la poética folk made in USA. Lo han traído a flote varias estrellas del rock que han visto en ese archivo ingente de la América profunda un aldabonazo contundente sobre las conciencias del pueblo dormido, que bascula entre el ipod y los Mcdonalds y que apenas tiene una idea clara de qué es la Historia: al menos cierta Historia reciente en su país. Esa Historia la ha escrito Pete Seeger ( ahora remozado por Bruce Springsteen ) o antes Woody Guthrie. Luego vinieron, en comandita, en procesión de iluminados, Bob Dylan, reciente y merecido Príncipe de Asturias de las Artes, Joan Baez, Johnny Cash ( a su estilo, pero también muy influyente ) y el hombre que nos ocupa: Neil Young.
Neil Young perdió parte del oído y la áspera protuberancia de su voz se alojó en un timbre desganado, nervioso, agitado por todas las vivencias de un tahúr enamorado del mástil de su guitarra, una baraja de sonidos que todavía emociona.Como esto es una página de cine, hay que hablar de cine. Y Jonathan Demme, desangelado desde la sublime El silencio de los corderos, ha metido mano a un concierto del maestro Young y ha embutido en un metraje siempre escaso la vida de este gurú de los sentimientos, que eriza la piel desde su piano y su gorra calada, desde su cara barrida por las inclemencias de los muchos desencantos que ha visto.La historia de la película es sencilla. A Neil Young se le pronostica un aneurisma cerebral que puede costarle la vida. El hombre, impelido por un brío nuevo, se dedica a componer A Prairie Wind, un disco excepcional, como casi todos los suyos. El temario de la grabación va del amor perdido a las causas nobles convertidas en traiciones profundas. Es un retablo inmenso de la América perdida que se pierde en batallas casi siempre ajenas o que se muere ( como él ) alejada de lo que Neil Young ama, esto es, la cultura, el amor, la poesía, el viento de la pradera ( como reza el disco ).El concierto que da el artista es minuciosamente recogido por la mano cómplice de Jonathan Demme. Y lo hace con amor, con total asepsia: no se deja embaucar por un público enfebrecido, que lo había, o lo intuímos.Demme se limita a registrar lo que sucede en el altar del escenario. Vemos a Young ejerciendo de profeta, de líder, de hermano, de amigo, de padre. Quienes acompañan al músico en su periplo vital son también sacerdotes, magos, personal siempre onírico, en cierto sentido, que evidencia el profundísimo carácter biográfico de lo que estamos observando.No importa que no entendamos las letras: es una vida la que se nos está contando.En esto, en esta sucinta evidencia de narrativa clarividente, la película es un artesano ejercicio de literatura cinematográfica, pero careciendo de lo que entendemos por trama y obviando el aparato formal de un reparto y de un montaje hilado que explicite una historia.Heart of gold ( Corazón de oro ) es una canción prodigiosa que da título a este maravilloso puzzle de sueños. Heart of gold es también color puro, riqueza cromática absoluta. Parece que estamos visionando un capítulo de National Geographic grabado con alta definición. La película exhuma color, esto es, vida. Hasta el equipo de músicos que secunda al maestro viste y se mueve como si de una ceremonia antiquísima, tribal y muy religiosa se tratase.Jonathan Demme, en mi entender, ha sabido encontrar la textura de la imagen para que el mensaje de las canciones no se pierda en un traje inadecuado.Yo sé que quien haya vivido ajeno a la belleza de la música de Neil Young no disfrutará en exceso de este vehículo inefable de su genio, pero advertirán que la música es verdaderamente prodigiosa. Que los músicos que la ejecutan están en estado de gracia. Que Neil Young, en su soledad sonora, en su pequeño cosmos de trovador de masas, emociona muchísimo. El mérito inestimable de esta joya de los conciertos llevados a las salas de cine ( al estilo de The last Waltz de Scorsese o el Rattle and Hum, en un terreno más comercial, de Joanou ) es su simple existencia. Podría haber sido editada y haber columpiado su magisterio absoluto por anaqueles de polvo en videoclubs reventones de reclamos más convicentes, pero las campanas de la imaginación y del talento tocaron a fiesta y algún ejecutivo con un corazón sensible pidió que la cinta rodase por el mundo y adquiriera, en salas de proyección, nombradía, madurez.Lo sorprendente es que Demme, ya talludito y hecho a imprimir su sello en el cine que hace, decida observar el concierto, inmiscuirse mínima pero eficazmente para componer un admirable retrato de la intimidad de un hombre, aunque haya un gentío en el auditorio y sepamos que todo obedece, en el fondo, a la maquinaria poderosísima del simple y sencillo producto comercial. Brindo yo por éste: me alegro de que el dinero pueda proporcionar momentos tan sumamente hermosos.Neil Young toca en Nashville. Los fantasmas de todos los músicos a los que admira ( Hank Williams, Elvis Presley, Johnny Cash, Woody Guthrie ) le observan: le tutelan, le miman, le admiran.
3 comentarios:
No tengo este dvd pero sí la discografía completa. Lo que más gusta del comentario es el título. Young es el trovador. Más que Dylan o, en todo caso, a su altura. Merecerá con el tiempo los mismos honores que él. Y Van Morrison va detrás o va a la vez. Los tres son los últimos genios de la poesía del rock del siglo XX. Y siguen. un saludo.
Heart of Gold es una canción ma-ra-vi-llo-sa.
La voz de Neil Young tiene un timbre único.
No he visto el dvd ni tenia noticias de él, pero estoy seguro que me lo agenciaré. Gracias por la información y por el conmovedor texto. Se nota que te gusta a rabiar.
Magistral sí señor, has sabido plasmar a la perfección las sensaciones y el buen hacer del director en tu comentario. Un merecido homenaje.
Saludos!
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