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25/05/2007 El País
JUAN JOSÉ MILLÁS
El hombre
El hombre en cuyos mítines se gritaba Pujol,
enano, habla castellano. El hombre que enseguida comenzó a hablar catalán en la
intimidad. El hombre que casó a su hija en El Escorial. El hombre que se
fotografiaba con puro, copa y pies encima de la mesa al lado del emperador del
universo. El hombre cuya mirada competía en penetración, agudeza e ingenio con
la de Bush. El hombre que al dar una rueda de prensa en tejano inspiró la mejor
campaña antidrogas de la historia (así te ves tú, así te ven los demás). El
hombre que al alba, con viento favorable, conquistó heroicamente la isla de
Perejil. El hombre que se apuntó a una ocupación ilegal. El hombre que mirando a
los españoles a los ojos aseguró: créanme, hay armas de destrucción masiva. El
hombre que profetizó que aquella invasión criminal pacificaría la zona. El
hombre que el 11-M, tras deducir lógicamente que el atentado era una respuesta a
su apoyo a la guerra de Irak, mintió y mintió a los españoles, intoxicó a los
directores de los periódicos y engañó a las cancillerías. El hombre que frente
al mayor atentado de la historia de España no convocó el pacto antiterrorista.
El hombre que montó una manifestación sin negociar el lema ni el lugar ni la
hora. El hombre que tras la derrota del 14-M corrió a la tele para decir que él
no había perdido las elecciones, porque el candidato era Rajoy. El hombre que se
apuntó a la teoría de la conspiración. El hombre que en sede parlamentaria habló
de desiertos y montañas (nevadas). El hombre del Movimiento de Liberación
Nacional Vasco. El hombre del sabremos ser generosos. El hombre del terrorismo
no se usa en la lucha partidista. El hombre del responsable de un atentado es el
autor del atentado. El hombre del responsable de un atentado es Zapatero. El
hombre que tras dejar el Gobierno se paseó por el mundo hablando mal de su país,
como un embajador inverso. El hombre que de joven no se atrevió a llevar melena.
El hombre que estuvo en contra de la Constitución y del divorcio y del aborto.
El hombre de fuertes principios religiosos. El hombre al que nadie dice a qué
velocidad se conduce ni cuántas copas se toman. El hombre que asegura que no
votar al PP equivale a votar a ETA. El bodeguero mayor de Castilla. El marido de
Ana Botella. El inspector de Hacienda. El hombre. Vuelve el hombre.
Aquí está el New York Palace Theatre sin el oropel de los famosos, sin los flashes de las premieres. No hay anuncios en neón que nos recuerden qué buenos son las cuchillas de afeitar Gillette. Un solitario transeunte parece leer los carteles en la puerta. Cine en estado puro. Nunca más puro que entonces.
Zhang Yimou ya no es el poeta de lo íntimo, el director chino que firmó / filmó La linterna roja, allá en los primeros noventa: ahora es el deslumbrante artífice de una pirotecnica visual rara, deslumbrante y hermosa. Yimou es un maestro cuyo talento consiste en procurarnos belleza, entregarnos un ejercicio de amaneramiento plástico bajo el que, fascinante, fluye una forma de entender el cine a la que no estábamos acostumbrados. La quebradiza, endeble y melodramática hisatoria de esta dinastia china enfangada en traiciones, engaños y pasiones al más puro estilo culebrón Televisa precisa un envoltorio tan apabullante, embutido en un traje tan rico y costoso, tan hipnótico, que llega un momento en el que la historia no la cuentan los personajes ni son sus diálogos los que explicitan las evoluciones de la trama sino los trajes, los movimientos apoteósicos de masas en batallas, coreografiadas con un sentido del detallismo cuasipornográfico que ya hubiese querido para sí Zack Snyder en su estupenda 300. La ampulosa puesta en escena no abotarga la atención del espectador: la adrenaliza, la somete a una sobrecarga icónica de la que sale indemne, aunque paralizado, fascinado. ¿ Que la historia es plúmbea, plomiza y plañidera ? Encantado de dar la razón a quien así pretenda rebajar la magnificencia pictórica, cinematográfica y estética - que son tres asuntos distintos aunque vectorizados hacia un misma esencia, el placer, el conocimiento, el Arte - de esta película ? Hasta el reducido conjunto de escenas de artes marciales me ha parecido competente, no siendo yo - en absoluto - fervoroso fan de tales excesos. Hay personajes a medio montar, historias que vienen de antiguo y que se imponen a la historia que ocupa la película y que no están convincentemente contadas, hay actores que no están a la altura ( los hijos, en general ), hay aspectos que no pasan desapercibidos por muy enaltecidos que nos tenga la experiencia a nivel cromático, en sus texturas, en su admirable y más que fluido montaje: todo se excusa, todo lo que excuso. La maldición de la flor dorada es una película relevante, un espectáculo visual de primerísimo orden que me hizo recordar, por momentos, la tonalidad entre lo circense y lo trascendente del Circo de Sol, que pude ver y disfrutar este verano en Málaga. Y que no parezca por el entusiasmo dedicado al plan icónico que la cosa narrativa ha sido descuidada: el guión, con unos mimbres muy frágiles, con una historia sencilla digna de principiar una siesta con la tele zumbando un culebrón arquetípico, está llevada con mimo, trayendo la esencia que conviene a cada plano ( cuando por costumbre debieramos pensar que es el plano el que acude a fijarse en cada pestaña del script del film ).
Hay ciertas películas que se desarrollan enteramente en ciudades imaginarias, aunque se llamen Londres o Bombay o Madrid. Importa muy esc...