31.5.07
El infierno: Vacío
Genesis
La época dorada de Genesis con Steve Hackett y Peter Gabriel no va a regresar a un escenario jamás. Tampoco en un estudio. Los tres supervivientes ( Rutherford, Banks y Collins ) continuaron la leyenda desde que el amigo Gabriel dejara la banda tras el doble The lamb lies down on Broadway, digo doble porque todavía guardo la edición en vinilo. La eterna discusión sobre qué época fue mejor jalona cualquier conversación sobre la banda. Hay quien prefiere los delirios medievales de rock progresivo, poético, denso de Foxtrot o Nursery rhyme antes que el pop elegante y comercial de Invisible touch o Duke. Yo me quedo con Selling England by the pound y ahí está está todo dicho. En lo que casi todo el mundo está de acuerdo es en la metedura de pata al sustituir a Phil Collins por Ray Wilson en el peor disco editado bajo el sello genérico Genesis, Calling all stations. Ahora vuelve la magia a los escenarios. Hay fechas abundantes. Ninguna recala en España, pero editarán jugosos dvd's y quizá algún disco en directo con una selección del reencuentro. Falta que busquen inspiración y se metan en un estudio. Hace ya mucho tiempo de We can't dance y va haciendo falta nuevo material. Me quedaré con el recuerdo del concierto al que asistí en La Rosaleda, en Málaga, con el tour Invisible Touch.
Fechas del Tour 2007
30.5.07
Todos los grillos creen en Dios
El párroco, campechano en sus consejos, viejo y conocedor de los vericuetos del alma humana, vino a decirle que Dios no reparaba en minucias y que pisar un grillo o una manta de grillos no ofendía a su Obra ni escandalizaba a su Divinidad. Que todos somos hijos de Dios, pero que su amor no ha sido repartido proporcionadamente y hay hombres y hay conejos y grillos y hasta moscas que no tienen el mismo escalafón en la mirada atenta del Padre. Añadió que podía, en adelante, matar cuantos grillos le viniesen en gana sin que ese proceder homicida no era pecado ni parecida cosa y que insistir en tan piadosa conducta hacia la caterva de grillos de su patio devastaría quizá ya para siempre su espalda y terminaría jorobado o arrumbado en una silla sin moverse por mor de ese inquietante vicio.
Al día siguiente el patio de la casa del niño Vicente Jesús Sotomayor y Villamediana era un batiburrillo informe de alas y caparazones negros, de cabezas perversamente machacadas y de ojos negros escorados hacia el imposible limbo de los grillos muertos.
Como no todas las acciones que hacemos convencen por igual a todo el mundo, Vicente Jesús descubrió que aquella matanza novicia no era del agrado de su madre. No por la caridad cristiana, que no faltaba, sino porque a la postre, cometida la fechoría, desarmado el ejército infame de bichos, el patio quedaba hecho un desastre, espectáculo baboso de cuerpecillos crujiendo en el silencio blanco de la noche. Así que Vicente Jesús, hijo obediente y recto, regresó a su excéntrico paso y volvió a ser el Mesías de aquella algarabía de criaturas.
El párroco, al tanto de la renovación de tan fea costumbre, le reprendió severamente. Durante un tiempo, anduvo en el frágil e incómodo lugar de no tener opinión propia así que su ingenio obró el milagro de dar con una solución que contentase a ambos. Quizá también al Señor, que todo lo ve y todo termina expuesto a su criterio. Grillo que matase, grillo que recogiese del suelo y guardase en un vasija ancha de barro que haría las veces de túmulo cóncavo de grillos inevitablemente sacrificados. Una vez que la vasija estuviese llena la arrojaría a la ancha tierra de Castilla. Como si de un enterramiento protocolario se tratase.
Este episodio juvenil, baladí y tal vez frívolo en el fondo, marcó indeleblemente el alma sensible de Vicente Jesús y treinta y poco años después, en las selvas del traidor Amazonas, siendo Capitán de un regimiento de Artilleros de su Majestad el Rey, acabaría recordando los grillos del patio mientras se entregaba, varonil y heroico, a esquivar, con desigual fortuna, con saltitos torpes, los cuerpos ensangrentados, devastados por la pólvora, de la población indígena que alfombraba, como grillos, la tierra glauca de la selva.
Y el Señor, nuestro dios, en su Gracia Infinita, le habló al capitán Sotomayor en sueños, pues así en ocasiones se manifiesta según tenía entendido. Indio que matase, indio que arrumbara en un carro y arrojase después a la ancha Amazonia, luego de bendecir su alma impía, en algún remanso del río, a la sombra, a salvo ( mayormente ) de las inclemencias y los rigores de los dioses astros.
Bailar en la oscuridad: Epopeya de la inocencia
Malos tiempos para la lírica
Homenaje a The Beatles / Javier Salvago
los primeros guateques,
el primer cigarrillo
y los castos amores.
Todavía la inocencia
soñando disparates
—rebeldías con regusto
a pan y chocolate—.
Señor, cómo nos mata
el tiempo. Cómo vamos
quedándonos desnudos
y solos, como fríos
esqueletos de otoño.
Pero no te preocupes,
corazón,no me llores.
Si anochece y no hay nadie,
let it be.
link
Réquiem por un sueño: La soledad era esto
29.5.07
El inevitable cuestionario de cine
1. Última película vista ---> Candy, un docudrama sobre amores tóxicos y vidas imposibles.
2. Primera película vista ---> Según mis padres, una de romanos. Luego el género me ha dado buenos ratos, pero sin exagerar.
3. Película que más veces has visto ---> El silencio de los corderos: tuvo su época. O Pulp fiction: una obra maestra absoluta del ingenio y del talento humano.
4. Película que nunca verás aunque te maten ---> Quizá cuando viese el arma asesina en mis narices, vería lo que me echasen, pero en plan valiente, Ishtar, un bodrio eminente, una cosa infumable en donde salen incluso buenos actores. ( Beatty y Hoffman )
5. Película preferida ---> Hoy, Ser o no ser, de Lubitsch. Mañana, tal vez, Pulp Fiction o M, el vampiro de Düsseldorf o Las uvas de la ira o Los 39 escalones...
6. Película más odiada ---> Ninguna en especial. Me desagrada, sobremanera, el cine de artes marciales...
7. Película que más te sorprendió ---> Oldboy : todavía no me he recuperado. O, Brother de los hermanos Coen
8. Película que más te decepcionó ---> Kill Bill 1 o 2: No he logrado entrar en sintonía.
9. Película que te traiga buenos recuerdos ---> La vida de Brian: Cada vez que la he visto, he vuelto a sentirme igual de feliz.
10. Película que te traiga malos recuerdos ---> Traffic. La vi mal, en circunstancias muy extrañas e igual precisa un revisionado. Añado Las vírgenes suicidas. El hombre que susurraba a los caballos me hizo desear que el reloj volase y no tuve esa suerte.
11. Película que todo el mundo ha visto menos tú ---> No sé si la ha visto todo el mundo, pero aparece siempre como una obra maestra indiscutible del séptimo arte, Tiempos modernos de Charles Chaplin
12. Película que marcó tu infancia ---> The wall, de Alan Parker. Era algo más que una película. Era una forma de ver la vida. El disco de Pink Floyd también era mi disco de cabecera. Todavía lo oigo. Además, casualmente, coincido con quien dejó esto en su blog para que yo lo copiara y pegase.
13. Director favorito ---> Alfred Hitchcock. Sin discusión. Inapelablemente.
14. Director más odiado ---> ¿ Mariano Ozores ? No es cosa de odiar.
15. Género favorito ---> Cine negro de los años 40. O 50. O 60. O contemporáneo si es bueno.
16. Género más odiado ---> La comedia bailable o el musical salvo contadísimas excepciones.
17. Actriz favorita ---> Katherine Hepburn, aunque podría nombrar 50.
18. Actriz más odiada ---> Sandra Bullock, salvo en Crash, Laura Dern
19. Actor favorito ---> Me voy muy atrás, Charles Laughton, aunque podría nombrar 50.
20. Actor más odiado ---> Actores tipo The Rock, Steven Seagal,Chuck Norris, Schwarzennegger es decir, no-actores.
21. Estilo de director que más se acerca a ti ---> Esto no lo acabo de entender bien del todo, pero creo que Alfred Hitchcock o John Carpenter.
Y tras haber respondido, corazón en mano, a todas las cuestiones, tengo la sensación de que la haría de nuevo.... Mejor me estoy quieto.
Candy: El fango de la felicidad
28.5.07
El tahúr enamorado de su manga
Sólo así evitar el miedo,
El tiempo perdido
En el sórdido trucaje de la baraja.
( Del libro por publicar "Las actas de la ebriedad")
El tamaño sí que importa / Rafael Reig
Desde que se puso de moda eso de que el tamaño no importa, es políticamente
incorrecto decir que uno prefiere las novelas a los cuentos. Suena más bien
chabacano. Te miran por encima del hombro: tú tienes un paladar muy
rudimentario, chavalote, como el que no sabe comer en un restaurante sin pedir
de inmediato langostinos bien gordos y luego la fatal, la irremediable tarta al
whisky. No estás a la altura de esos sitios selectos donde te ofrecen "su"
pastel de cabracho y "su" sorbete templado de muselina confitada con arándanos
silvestres, mira que eres zafio. Tu gusto literario debe de tener como cimiento
las lecturas realizadas en trayectos de metro, se nota, igual que quien tiene
por paradigma de refinamiento gastronómico aquel banquete de Primera Comunión de
unos parientes ricos.
Por si fuera poco, los cuentos tienen a su favor que
apenas se venden y gozan de la malevolencia de los editores: ¡miel sobre
hojuelas! He aquí, señores, un artefacto literario realmente distinguido, a años
luz de esas adocenadas novelas que gustan a cualquiera; un producto refractario
al mercado, el auténtico favorito de los verdaderos gourmets.
Vaya por
delante que a mí no me gusta escribir cuentos sin duda por falta de capacidad.
"Están verdes", digo, como la zorra ante las uvas inaccesibles.
Pero es que
tampoco me gusta demasiado leerlos y, como lector, me siento más libre para
opinar.
Veamos, exagerando para favorecer la contundencia, intentaré
responder a dos preguntas. Una: por qué no me gustan demasiado los cuentos. Dos:
por qué prefiero las novelas.
Detesto con todas mis fuerzas los cuentos cuya
gracia está toda en el final. Esa clase de cuentos que llevan incorporada una
tecla de "auto-reverse", que te obliga a rebobinar: ¡Oh, ah, pero si todo está
contado desde el punto de vista de un calcetín guardado en el cajón! ¡Cáspita,
si resulta que ya estaba muerta desde el principio! ¡Carambolas, pero si la
víctima del crimen es el propio narrador! Todo esto me parece francamente
pueril, habilidades manuales, prestidigitación, un truco que no deja de serlo
por muy bien hecho que esté.
No menor repelencia me inspiran esos cuentos
tan emocionantes en los que, a través de una escena de apariencia banal, se hace
visible la sustancia interior de una existencia o algo así de profundo, supongo.
Esos cuentos en los que el personaje sufre una especie de "epifanía" mientras
está hirviendo el agua para los macarrones y oye el chorro del pis de su mujer a
través de la puerta del baño que ella se ha dejado abierta. La realidad abisal
de su vida sale a la superficie y patatín patatán. Me aburre tanta intensidad
emocional sólo porque un tipo vaya a un perchero y se ponga confundida la
chaqueta de otro, la verdad, y suele recordarme los monólogos de algún bebedor a
altas horas de madrugada: ¡Parecerá una tontería, pero, ojo, compañeros, que
esto tiene mucha, pero que mucha miga, eh! En fin, esa clase de cosas que igual
te conmueven con diez whiskies, aunque al recordarlas a la mañana siguiente te
obligan a preguntarte: ¿de verdad estaba tan borracho?
Peor todavía son los
cuentos que se basan en un juego de palabras, un malentendido, un malabarismo
conceptual y otros recursos tan fáciles como vistosos. El tipo de cuento en el
que se relata una historia de amor contada a través de un atestado policial o un
caso policiaco a través de un intercambio de e-mails. ¡Qué ocurrencia tan
pistonuda, oiga, de verdad que sí!
Me provocan una gran incomodidad aquellos
cuentos que adoptan un aire muy misterioso, sugerente o de gran intensidad
dramática, todo ello por el sencillo expediente de escamotearnos algún elemento.
El autor nos cuenta la consecuencia de una causa que el muy cuco se guarda en el
último cajón de su escritorio. Hay una conversación telefónica, por ejemplo,
pero como en realidad no sabemos a qué narices se refiere ni qué rayos ha podido
pasar, todo suena rimbombante, lírico, ominoso, lo que le dé la gana al
trapacero escritor o al lector papanatas.
¿Y qué decir de las visitas a los
clásicos, vueltas de tuerca y otras lindezas? Esos cuentos que le dan la vuelta
a una historia de Kafka como si fuera un calcetín o en los que aparece el mito
clásico contado desde otro punto de vista o en otro tiempo, pongamos por caso,
el viaje de Ulises narrado por Penélope, sólo que Ulises es representante de
productos farmacéuticos. Muy hábil, sí; de hecho es la clase de ejercicio que
les solía poner a mis estudiantes de bachillerato. Al leerlo, uno siente el
codazo del autor en las costillas, con el inevitable: ¿Qué, lo has pescado, eh,
lo has pescado? Como con los chistosos, hay que reírse sólo para evitar que te
lo cuente otra vez con más entusiasmo.
¿Para qué seguir? Mi reacción ante la
mayoría de los cuentos suele ser del tipo: Qué ocurrente, hijo mío, anda, pídete
lo que quieras en la barra.
Vistos estos ejemplos, creo que el problema
viene de que los cuentos se proponen ser brillantes o ingeniosos. Brillo
literario o ingeniosidad conceptual.
Sin embargo, tengo para mí que la
brillantez y la ingeniosidad son precisamente las dos pinzas del canceroso
cangrejo que devora a los escritores. Como lector, admiro tanto lo que el autor
ha sabido renunciar a escribir como lo que ha escrito. Que no me cuente chistes,
hombre, le suplico, que no se haga el listo, que no quiera emocionarme. Es más:
¡que desaparezca!, ¡que se esfume!, ¡que ponga pies en polvorosa! El problema
con los cuentos, me parece, es que son casi siempre una expresión de la
personalidad de su autor. Los cuentos los protagoniza siempre su autor, que nos
impone su ingenio y su brillantez. Por eso, en mi opinión, nada más parecido a
un cuento de Chejov que cualquier otro cuento de Chejov. O Borges y otro cuento
de Borges. O Quiroga o Carver o Cortázar o Monterroso o el sursuncorda. La
primera obligación de un novelista, en cambio, es desaparecer. Como suelo
repetir: toda obra es póstuma. La hace posible la muerte del autor, su
transparencia; para que hable a través de él la escritura. Creo que la poética
del cuento es exactamente la contraria y, en ese sentido, lo considero un género
expresivo (que expresa a su autor), y por tanto, para mí, menos interesante.
Digámoslo así: me importa un rábano Dostoyevsky o lo bien que escriba o su
ingenio: lo que yo quiero es el punto de vista de los hermanos Karamazov.
El
cuento, me parece, funciona en general por alusiones. Alude a algo (que está
fuera del relato) y cuenta con la complicidad del lector, que debe encontrarle
la gracia por su cuenta. Parodia, apostilla, subraya, vuelve del revés, ilumina,
etc. una realidad que el lector comparte con el autor y que no forma parte del
cuento. La ambición de la novela es distinta, totalizadora: no quiere aludir a
la realidad, qué va, sino directamente suplantarla por completo, construir una
realidad autónoma que ocupe su lugar. La novela no tiene exterior, como decía
Althusser de la ideología. Por eso la tarea del novelista depende, como la
fisión nuclear, de la "masa crítica": sí es una cuestión de tamaño, ya que una
novela no es más que una acumulación de detalles insignificantes por sí mismos,
pero en tal cantidad y unidos entre sí de tal suerte que el conjunto adquiere un
significado nuevo y autónomo, que no alude a la realidad, sino que se propone
remplazarla con ambición totalizadora.
Rafael Reig. Cangas de Onís (Asturias) 1963. Ha realizado estudios de Filosofía y Letras en Madrid y Nueva York. Su trayectoria docente, comenzó como profesor de universidad, continuó en diversos colegios y academias y se consolidó más adelante en el prestigioso circuito de las clases particulares. Entre otros trabajos de investigación, ha editado y prologado la novela colectiva decimonónica Las Vírgenes locas (Lengua de trapo, 1999). Ha publicado las novelas Esa oscura gente (Lengua de trapo, 1990), Marilyn Monroe: autobiografía apócrifa (Lengua de trapo, 1992), y La fórmula Omega (Lengua de trapo,1998). También colabora asiduamente en publicaciones de papel y de Internet, donde editó a lo largo de 1999, la novela por entregas Razón de más. Su novela Sangre a Borbotones (Lengua de trapo) fue nominada por los editores como mejor novela del 2003. Manual de literatura para caníbales (Debate, 2006)es su última novela. Reig enseña Literatura en Madrid, en la escuela de creación literaria de Hotel Kafka y en la Universidad de Saint-Louis, y ha editado obras de Mariano José de Larra o Benito Pérez Galdós (El crimen de la calle de Fuencarral, Lengua de trapo, 2001).Actualmente pueden leerse sus colaboraciones en el suplemento El Cultural, del periódico español El Mundo.
Más lectura en este vínculo.
Entretenimiento asegurado.
26.5.07
Jazz con caracolas y pequeños peces muertos
El último escalón : Una jaula de voces
John Rambo ya se siente las piernas
25.5.07
El hombre / Juan José Millás
25/05/2007 El País
JUAN JOSÉ MILLÁS
El hombre
El hombre en cuyos mítines se gritaba Pujol,
enano, habla castellano. El hombre que enseguida comenzó a hablar catalán en la
intimidad. El hombre que casó a su hija en El Escorial. El hombre que se
fotografiaba con puro, copa y pies encima de la mesa al lado del emperador del
universo. El hombre cuya mirada competía en penetración, agudeza e ingenio con
la de Bush. El hombre que al dar una rueda de prensa en tejano inspiró la mejor
campaña antidrogas de la historia (así te ves tú, así te ven los demás). El
hombre que al alba, con viento favorable, conquistó heroicamente la isla de
Perejil. El hombre que se apuntó a una ocupación ilegal. El hombre que mirando a
los españoles a los ojos aseguró: créanme, hay armas de destrucción masiva. El
hombre que profetizó que aquella invasión criminal pacificaría la zona. El
hombre que el 11-M, tras deducir lógicamente que el atentado era una respuesta a
su apoyo a la guerra de Irak, mintió y mintió a los españoles, intoxicó a los
directores de los periódicos y engañó a las cancillerías. El hombre que frente
al mayor atentado de la historia de España no convocó el pacto antiterrorista.
El hombre que montó una manifestación sin negociar el lema ni el lugar ni la
hora. El hombre que tras la derrota del 14-M corrió a la tele para decir que él
no había perdido las elecciones, porque el candidato era Rajoy. El hombre que se
apuntó a la teoría de la conspiración. El hombre que en sede parlamentaria habló
de desiertos y montañas (nevadas). El hombre del Movimiento de Liberación
Nacional Vasco. El hombre del sabremos ser generosos. El hombre del terrorismo
no se usa en la lucha partidista. El hombre del responsable de un atentado es el
autor del atentado. El hombre del responsable de un atentado es Zapatero. El
hombre que tras dejar el Gobierno se paseó por el mundo hablando mal de su país,
como un embajador inverso. El hombre que de joven no se atrevió a llevar melena.
El hombre que estuvo en contra de la Constitución y del divorcio y del aborto.
El hombre de fuertes principios religiosos. El hombre al que nadie dice a qué
velocidad se conduce ni cuántas copas se toman. El hombre que asegura que no
votar al PP equivale a votar a ETA. El bodeguero mayor de Castilla. El marido de
Ana Botella. El inspector de Hacienda. El hombre. Vuelve el hombre.
Taxi
Estaba en una cola para coger un taxi. Un periódico deportivo, metódicamente doblado en cuatro partes, le ilustraba un brazo. No parecía nervioso por la espera. De pronto, empezó a llover. Primero una lluvia mansa, asustadiza, sustituida más tarde por una tromba de agua que descompuso la cola en la parada. Todo el mundo corría hacia los soportales más cercanos. Él no se inmutó. Abrió con parsimonia un paraguas menudo que tenía en un maletín de asa y continuó a lo suyo.
La lluvia incendió la tarde. El chaparrón bíblico no alteró un ápice su perfil estatuario, esa apariencia rotunda de hombre con un propósito: coger un taxi. Unos minutos después, el automóvil aparcó a su vera. El revuelo bajo el portal no fue el previsto. Nadie corrió hacia el taxi: daban por hecho que el hombre iba a cogerlo. Se equivocaron.
Ese taxi no era el suyo. Quizá en veinte minutos, en treinta, a lo sumo, llegase el que esperaba.
Ella vestía informalmente. Quiero decir con esto que la ropa, sin rozar lo chabacano, informaba de un descuido ya rutinario. La mujer consentía ese abandono. El pantalón amplísimo, abombado, impedía apreciar si sus piernas eran largas o formadas o si tenía la cintura estrecha o redonda. La camisa era a cuadros y un bolsillo pequeñísimo en un pecho delataba un incómodo paquete de cigarrillos y probablemente lo que parecía un mechero de dimensiones imprudentes. Todo muy varonil.
La rebeca negra y la caspa en los hombres delataban también una desidia en el encanto personal. Frisaba los treinta, como el hombre del paraguas, pero bien podía tener diez o quince años más. El pelo cortísimo, masculino, invitaba a pensar que en algunos momentos de pereza se preocupaba por su aspecto. Como si antes de haberlo tenido corto, hubiese sido rizado o largo o con una coleta y, al final, harta de esos compromisos femeninos que requieren tanto tiempo, hubiera optado por la sobriedad del pelo escaso, pelo que, a fuerza casi de no estar, frenaba casi en seco las miradas de los hombres.
Él la miró. Le habló algo.
La lluvia estruendosa almohadillaba las palabras que dijo. Ella le miró. Llevaba ya un rato observándolo. No había quizá otra cosa en los últimos treinta minutos. Era un tipo curioso. Tan trajeado. Tan en su sitio. Le fascinaba ese porte autoritario de hombre ajeno a las frivolidades del mundo, empeñado en una empresa: coger un taxi. Le intrigaba su masculinidad elegante, su ternura disimulada . Cuando comprendió, varada en el pudor, que le hablaba a ella, se ruborizó. Antes había conocido hombres. Alguno llegó a visitarla con cierta frecuencia y no era pieza extraña que durmieran con ella.
Las noches de una mujer joven que busca un hombre que la ame de verdad son terribles. O las de un hombre, pensó. El día se ocupa en mil asuntos, pero las noches están huecas y su eco retumba en la cabeza como un martillo pilón sobre un juego de porcelana. Las noches son difíciles, carecen de compasión, hurgan allá donde la piel abre un boquete.
Ahí es donde debe estar el alma, piensa ella. Todo esto lo piensa muy deprisa sin dejar de mirar el afeitado perfecto y la leve cicatriz que le adorna tan coquetamente la cara. Está, ya por fin, decidida a decirle algo.
En ese momento un segundo taxi estaciona cerca.
Él parece decidido a subirse. La vuelve a mirar. Todo está como ralentizado. Reducido a imágenes fragmentadas, pero que en su cabeza se ametrallan como una ráfaga de luz por un agujero. ¿ Subes al taxi ¿, le dice el hombre. Es una invitación. Ella acepta. No suelo hacer esto, agregó él. Yo tampoco, ella.
El taxista enfila la avenida y sin dejar de mirar de soslayo a la pareja pregunta descuidadamente el lugar al que dirigirse. Donde diga la señorita, primero, a casan después, dijo él.
Luego se estrecharon las manos. Se besaron con un cariño infinito, como de reproche curado. Prometo no enfadarme nunca más contigo, sentenció el hombre del paraguas. Prometo no enfadarme nunca más contigo, responde el hombre del taxi.
Y volvieron a darse un beso que dejó a la mujer hundida en el asombro.
Moscow Zero : Cero
Calvario: Enfermos perros de barro
23.5.07
Que la vida iba en serio...
Elogio/ Elegía de la caja tonta
Sobre el origen de la idiotez y el deber del escritor, por Daniel Salas
Daniel Salas
Keane: Peripecias de un alucinado
Batman forever
4 roses: letra de un blues
Hay días que caben en el fondo de un vaso.
Coda:
( O será la resaca de los años, tan propensos a mermarme )
Loca
El día Kane
Aquí está el New York Palace Theatre sin el oropel de los famosos, sin los flashes de las premieres. No hay anuncios en neón que nos recuerden qué buenos son las cuchillas de afeitar Gillette. Un solitario transeunte parece leer los carteles en la puerta. Cine en estado puro. Nunca más puro que entonces.
22.5.07
Flores rotas: El sentido de la vida
La rosa de los vientos, la radio encendida
Vicios nocturnos, al fin y al cabo. A base de podcasts no me pierdo ninguno: horarios intempestivos, que se dice. Déjense fascinar. El dial cela fantasmas, cátaros, tesoros escondidos, bastardías del Mesías, códigos bíblicos, Atlántidas, Historia contada para escépticos, como decía Juan Eslava Galán, locuras de reyes y héroes cibernéticos, psicofonías, tramas ocultas, cerebros en la sombra, dioses y monstruos, ciencia-ficción... Esta es la radio que a mí me gusta.
La maldición de la flor dorada : Oro puro
Zhang Yimou ya no es el poeta de lo íntimo, el director chino que firmó / filmó La linterna roja, allá en los primeros noventa: ahora es el deslumbrante artífice de una pirotecnica visual rara, deslumbrante y hermosa. Yimou es un maestro cuyo talento consiste en procurarnos belleza, entregarnos un ejercicio de amaneramiento plástico bajo el que, fascinante, fluye una forma de entender el cine a la que no estábamos acostumbrados. La quebradiza, endeble y melodramática hisatoria de esta dinastia china enfangada en traiciones, engaños y pasiones al más puro estilo culebrón Televisa precisa un envoltorio tan apabullante, embutido en un traje tan rico y costoso, tan hipnótico, que llega un momento en el que la historia no la cuentan los personajes ni son sus diálogos los que explicitan las evoluciones de la trama sino los trajes, los movimientos apoteósicos de masas en batallas, coreografiadas con un sentido del detallismo cuasipornográfico que ya hubiese querido para sí Zack Snyder en su estupenda 300. La ampulosa puesta en escena no abotarga la atención del espectador: la adrenaliza, la somete a una sobrecarga icónica de la que sale indemne, aunque paralizado, fascinado. ¿ Que la historia es plúmbea, plomiza y plañidera ? Encantado de dar la razón a quien así pretenda rebajar la magnificencia pictórica, cinematográfica y estética - que son tres asuntos distintos aunque vectorizados hacia un misma esencia, el placer, el conocimiento, el Arte - de esta película ? Hasta el reducido conjunto de escenas de artes marciales me ha parecido competente, no siendo yo - en absoluto - fervoroso fan de tales excesos. Hay personajes a medio montar, historias que vienen de antiguo y que se imponen a la historia que ocupa la película y que no están convincentemente contadas, hay actores que no están a la altura ( los hijos, en general ), hay aspectos que no pasan desapercibidos por muy enaltecidos que nos tenga la experiencia a nivel cromático, en sus texturas, en su admirable y más que fluido montaje: todo se excusa, todo lo que excuso. La maldición de la flor dorada es una película relevante, un espectáculo visual de primerísimo orden que me hizo recordar, por momentos, la tonalidad entre lo circense y lo trascendente del Circo de Sol, que pude ver y disfrutar este verano en Málaga. Y que no parezca por el entusiasmo dedicado al plan icónico que la cosa narrativa ha sido descuidada: el guión, con unos mimbres muy frágiles, con una historia sencilla digna de principiar una siesta con la tele zumbando un culebrón arquetípico, está llevada con mimo, trayendo la esencia que conviene a cada plano ( cuando por costumbre debieramos pensar que es el plano el que acude a fijarse en cada pestaña del script del film ).
21.5.07
Una fotografía antigua
Va a ser un acceso de sentimentalismo o va a ser un declaración en toda regla de amor profundo por el cine americano de los años 30 o incluso 40. La foto no precisa el color y tal vez por eso se ama más. El blanco y negro favorece el glamour y aquí es cuando la Red, tan eficiente en tantas cosas, se queda pequeña en una: en los olores. Porque esta fotografía en blanco y negro del estreno de Ciudadano Kane ( A RKO Picture ) debe oler a papel viejo, amarilleado por los años. La pantalla no permite estos excesos, estos pecados de aficionado al cine fascinado por el atrezzo de los estrenos, por la seducción del papel couché o del viejo y singular olor de periódico cuando los años lo han arrumbado a un cajón o a una habitación a la que nunca vamos, pero en la que siempre estamos. Yo, al menos, tengo en la mía.
La fuente de la vida: La resina de Dios
La gris línea recta
Igual que hay únicamente paisajes de los que advertimos su belleza en una película o ciudades que nos hechizan cuando nos las cuentan otro...
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A elegir, si hubiera que tomar uno, mi color sería el rojo, no habría manera de explicar por qué se descartó el azul o el negro o el r...
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Con suerte habré muerto cuando el formato digital reemplace al tradicional de forma absoluta. Si en otros asuntos la tecnología abre caminos...
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Celebrar la filosofía es festejar la propia vida y el gozo de cuestionarnos su existencia o gozo el de pensar los porqués que la sustenta...