30.5.07

Réquiem por un sueño: La soledad era esto




Esto va de envejecer solo en un cuarto asqueroso cuando los hijos se han marchado y únicamente te queda un televisión y un frigorífico. Va también de los sueños: porque nadie quiere morirse en un edificio antiguo de Coney Island y hay métodos para engañar la realidad y que nuestra fantasía adquiera vuelo y nos ciegue. Réquiem por un sueño es el retrato de la soledad más duro que el cine pueda dar salvo el encierro de Edmundo Dantés en la isla de If.

En esta historia Daronofsky no busca patrones en los giros ridículos de la bolsa y pasa de hacer mística con la fonética de los nombres de Dios para encontrar la felicidad en la sinfonía arcana de la matemática del mundo. Eso hizo en Pi, aquella perla en blanco y negro que nos dejó a caballo entre la incredulidad y la fascinación. En este caso, el autor regresa al santo grial del alma humana, a la búsqueda incensante de la felicidad. Da lo mismo que venga de un chute de heroína o de un programa de televisión. Los personajes de la cinta fatigan las sombras en busca de la luz, pero no la alcanzan. Ninguno es feliz y sabemos que no va a encontrar esa felicidad en la película. Todos son adictos a algo: los fármacos o la programación de la televisión, pero ambos elementos son la evidencia de su soledad, de su desamparo.

Aronofsky concibe el film como un compendio fragmentado de imágenes que matrimonian a la perfección con el torturado y también compartimentado cerebro de todos los protagonistas. Unos pierden la cordura por exceso de droga. La madre ( una absolutamente perfecta Ellen Burstyn ) se coloca con concursos de televisión y con la peregrina idea de recuperar la figura que tuvo de joven para poder embutirse en un vestido rojo que representa la vida malgastada, el tiempo sacrificado.

La música del genio de la electrónica Clint Mansell, adherida a las asfixiantes cuerdas del Kronos Quartet, es un componente más del film. Hacía mucho tiempo ( Oldboy, muy recientemente ) que no notaba la presencia física de la banda sonora en una película. El clímax final no puede concebirse sin la perturbada melodía que pincela el abrupto desenlace.

No es cine fácil: no lo desea. Se digiere con dificultad y deja en la memoria unas cuantas imágenes apabullantes. El frenético movimiento de cámara, las aceleraciones bruscas del tempo de las imágenes y, sobre todo, vertiginosos tics visuales a los que Arofonofsky acude con excesiva e imprudente frecuencia.

Fascinante bajada a los infiernos de la droga. Un vehículo fantástico para poner en funcionamiento todos los recursos visuales de un director formidable.

La única nota de felicidad del film está en su cartel. Y no es precisamente el grandilocuente ojo.



5 comentarios:

Carles Rull dijo...

Un ejemplo perfecto de como filmar las adicciones, sea "un chute de heroína o un programa de televisión", como dice usted.

Saludos.

Emilio Calvo de Mora dijo...

Vamos a tutearnos, compañero de blog, de cine y de oficio por lo que Víctor me contó en un correo....
Efectivamente, las adicciones pueden provenir de muchos frentes. La forma escalofriante en que se nos muestra en este film la dependencia de la televisión, su alienación, su grado de perturbamiento, es asombrosa.

nonasushi dijo...

Cada vez, mas ganas de ver la peli.Me la comprare.

Saludos y gracias por la recomendación.

Emilio Calvo de Mora dijo...

Un servidor está para eso. Y sobre todo, con la seguridad de saber que es buen cine, bueno, de verdad.

Anónimo dijo...

A MI ME PARECIO DEMASIADO ACELERADA. PARA RETRATAR ESTE MUNDO NINGUNA MEJOR QUE TRAINSPOTTING.

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