22.5.07

Flores rotas: El sentido de la vida





Flores rotas es un road-movie existencial, un catálogo intimista de aventuras emocionales de un anti-héroe lánguido, profundo, consciente de su marginalidad ( como el propio Jim Jarmursch ) y embarcado en la muy noble y digna tarea de buscar un hijo al que no conoce y del que tiene noticias por una carta rosa que le hace recordar las mujeres que amó y a las que regresará para encontrarlo. Este leve mcguffin lo alienta un vecino estrambótico aficionado a las pesquisas detectivescas, que acaba convenciéndolo para que salga del ostracismo de su idílica vida encapullada y perfecta, salvo porque la última novia lo ha dejado, que únicamente se ve alterada por la misiva espoleta de la trama.
Los muy escasos registros actorales de Murray, para quien el director escribió el guión, favorecen la morosidad del viaje: su introspectiva decadencia, su habilidad para exasperar nuestros deseos de que la acción se acelere, pero a Jarmusch no le interesan los patrones clásicos y se siente más a gusto ( Night on earth, qué película más espléndida ) en pequeños episodios que se van ensamblando de modo que, al final, completan una unidad que resulta ser la película que estamos viendo. Murray hace una extensión mimética de su trabajo en Lost in translation . Su soledad se refleja en lo kitsch de su casa, en su retiro, en una peculiar forma de entender su relación con el mundo. Don Johnston, el amante ya alejado de los romances, viviendo la plácida jubilación donjuanesca, hace el viaje de regreso a su pasado con la perspectiva de que nada de lo que encuentre debe modificar en exceso su hábitat natural, su hi-fi sofisticado, su casa grande para usufructo solitario. Salvo el vecino con ínfulas de Sam Spade, todos los personajes de estas flores rotas son individuos vencidos por la rutina, adocenados, sentimentalmente inmaduros, como el propio Johnston, cuya novia ( Julie Delphy ) le ha dejado precisamente por eso. Las otras novias, las antiguas, son evidencias de que el mundo gira y de que ningún tiempo pasado fue especialmente mejor porque el galán ya otoñal que ha regresado jamás halla rastros de lo que fue un amor de juventud sino tristes, cuando no patéticas, mujeres al borde mismo del desencanto vital. Da igual que sea la viuda sexy con su Lolita Haze al regazo ( estupenda y poco explotada Sharon Stone ), la ex-hippy ahora felizmente insertada en la cadena laboral, la malhumorada repelente o, por último, la lesbiana preocupada por los derechos de los animales ( mi siempre amada Jessica Lange ) . Ah, olvidaba la novia difunda...
Flores rotas es cine independiente, aunque todavía no tengo claro qué viene esto a decir. Lo de la independencia lo digo porque se aleja visceralmente de otro cine más trabajado en su representación comercial, en su necesidad de agradar por encima de otras consideraciones artísticas. Es también cine literario, y eso sí que tengo muy claro lo que es: cine forjado desde la palabra, escrito con el mimo de un orfebre que reinventara la novelística decimonónica después de que un pavoroso incendio la hubiese borrado de todas las librerías, fondos privados y bibliotecas del ancho y siempre ajeno mundo. El orfebre es Jarmusch: su material no es enteramente lingüístico. Como buen cineasta, sabe sugerir con un travelling ( el del inicio ) lo que se avecina así como usar miradas, registros minimalistas de sus actores y actrices para conseguir lo que, en ocasiones, la palabra no alcanza. Esa es la magia del cine. Ése es un encanto. Por ese milagro la vida es siempre hermosa, aunque todos tengamos de vez en cuando que navegar aguas turbias y los días se dejen herrumbrar por el aire viciado de la rutina y del tedio. No hablo en primera persona. Necesariamente.

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