30.5.07

Bailar en la oscuridad: Epopeya de la inocencia




Atmósferas turbulentas desde donde nace el milagro de la imágen: Bailar en la oscuridad es un arrebatador poema visual, una delirante cacofonía iconográfica donde importa menos el trayecto de los personajes que las sensaciones que sienten y cómo las explicitan, de qué forma capturan la atención del espectador y lo embaucan ( eso debe ser el cine puro o la literatura pura: embaucamiento, prestidigitación, fantasía ensamblada con la cordura ) hasta que, al final, extasiado por el caudal de emociones, lo dejan arrumbado en la butaca, noqueado.
Lars Von Trier cierra la Trilogía del Corazón de Oro ( Rompiendo las olas, Los idiotas y ahora esta Bailar en la oscuridad ) con este melodrama con ribetes de musical o este musical melodramático, vehículo fascinante para una actriz novata, aunque sobrada en un papel pensado para su histriónico y desvergonzado divismo. Björk es Selma, la inmigrante checoslovaca ciega que se rompe en dolor para que su hijo no padezca su misma minusvalía. El vecino goloso le roba el dinero que tenía ahorrado. Selma lo asesina. Y es juzgada en un tribunal americano. Que no parezca que estoy contando la película: nada se ha dicho. Nada que no venga más extensamente desarrollada en la solapa del DVD o en las crónicas habituales en las revistas o en la red.
Lo que fascina de esta cinta es su premeditado despojamiento de todo artificio escénico. No al estilo de Dogville o su lógica continuación, Manderlay, pero obedeciendo al mismo patrón visual.
Las heroínas trágicas de Von Trier ( Rompiendo las olas es un ingenioso híbrido entre cine religioso, erótico y feminista entre Bergman y Dreyer ) son ángeles que aspiran al cielo y deben recorrer un cierto recorrido en la tierra para merecer ese galardón. Selma seduce por su carácter épico: Björk recurre a lo que mejor sabe hacer ( componer, cantar ) para condimentar la dramaturgia del film con aderezos de poesía. El propio rostro de la cantante islandesa es el mejor reclamo de la inocencia, de la bondad y de la ingenuidad de Selma. No entenderíamos la cinta sin la presencia alada, fluida, mística casi de esta actriz no explotada, que no ha vuelto al cine y que quizá estaba únicamente destinada a representar a su Selma, al alter-ego que vive su felicidad a su modo, de ojos para adentro, en la fantasía y en su amor puro de madre-coraje que pugna por vencer los convecionalismos, la severidad de la sociedad y la injusticia del sistema. A pesar de todo, no hay ningún ribete político. Esto es un musical: uno original hasta el cansancio.
El candor de lo humano, la belleza del alma y la fragilidad de las emocines humanas enfrentadas al tenebrismo del miedo, a la oscuridad escrita por el hombre para sufrimiento del hombre.
O la vida es muy triste, en el fondo, y requiere la vistosidad de los números de baile y la lírica de las melodías para devolverla la alegría fugada. Sólo hay que ver con detalle, alborozados en el detalle, la escena del tren con los bailarines circenses en la vía, para dejarnos ya convencer de que el género musical puede ser reescrito las veces que haga falta y no se murió en West Side Story o en plomizos diseños para adolescentes como Grease.
Hay películas que no se olvidan nunca, te gusten poco o te fascinen. Ésta merece entrar en el capítulo de las películas inmortales en la memoria. Por el dolor que causa. Por el padecimiento reverberado de la piel de Selma a la pantalla artificial de un cine y de ahí, en mágica pirueta acrobática, a la neurona más sensible que tengas. O igual te las funde todas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es una obra de arte. La vi en inglés en Londres y nunca he vuelto a verla. Guardo el recuerdo del cine, de la gente y la charla sobre la película en un bar cerca de Piccadilly. Me has hecho recordar además muy buenos momentos. Gracias .

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