6.1.25
Historietas de Sócrates y Mochuelo / 5
De niño solía pensar que los reyes sabían de mí lo que ni mis padres ni yo mismo sabía. Pensaba en ellos en verano. Me preguntaba dónde andarían, si vigilarían mis travesuras, si alguna aplazaría su generosidad y tendría que conformarme con los regalos menores, los no pensados ni, a veces, deseados. El tiempo me hizo descabalgarme de la inocencia. Todavía busco el caballo en el que pasearía por las calles de mi infancia. Sócrates es niño si enarbola la espada y se da en duelo frente al aire. Se habrá levantado bien temprano, habrá pensado como yo: qué buenos reyes son, qué ciegos han querido ser. Porque hay días en que no se nos ocurre blandir la fantasía, enseñarla al mundo, hacerle ver que el tiempo está de nuestra parte. Con los años, cuando hacen su oficio con la acostumbrada pulcritud, uno se levanta en este día con un entusiasmo menor. Sabe cómo funciona ese teatro del árbol. Aún así, qué delicia el misterio, la sensación de que alguien sabe de nosotros lo que ni siquiera (ya lo he dicho) ni uno mismo sabe. Y suena una música dulce y Mochuelo ni se cosca de la algarabía de su amigo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Leer es mirar con los ojos cerrados
Sentado, cerrados los ojos, en un apartado jardín, sin el estorbo del ruido ni de la memoria, Buda consiguió la iluminación. Quiero decir...
-
Con suerte habré muerto cuando el formato digital reemplace al tradicional de forma absoluta. Si en otros asuntos la tecnología abre caminos...
-
Hay cosas que están lejos y a las que uno renuncia. Tengo amigos que veré muy pocas veces o ninguna. Tengo paisajes en la memoria que no v...
-
A elegir, si hubiera que tomar uno, mi color sería el rojo, no habría manera de explicar por qué se descartó el azul o el negro o el r...
No hay comentarios:
Publicar un comentario