Dormir a deshoras no contribuye a un clima de modélica felicidad familiar. Lees cuentos de Chéjov a las tres de la mañana y te acuestas más feliz, es cierto, pero te acuerdas de ellos durante el resto del día y te cuesta hilvanar el traje de las cosas, esa rutina diminuta de asunto irrelevante que, trenzado a otro y a otro, viste la vigilia. El insomnio es un estrago al que se le puede sacar provecho. Sucede incluso que el provecho sea el que provoque el estrago. Como el animal que se alimenta de sí mismo hasta que se vacía. Pienso en Rilke y eso de que todo a lo que se entregaba se hacía rico, dejándole a él pobre. No hay creación a la que uno se entregue que no lo merme. Todo lo que nos enriquece cobra peaje. Cada pequeña cosa que hacemos exige su tasa. Ahora mismo, a poco de salir a la calle y marchar al colegio, pienso en Chéjov y en el altísimo placer que anoche me procuraron sus cuentos, en el perrito con su dama, en el alguacil en la ópera, en su contar tanto en tan escaso despliegue de medios. Pienso en la derrota de hoy, no será otra cosa, en el sueño aplazado, en las cosas a las que me entrego y en cómo me desarman y me consuelan, en el trabajo que amo (cada día más, con más fuerza, por poco que me quede en su desempeño) y en cómo me hace rico y me despoja al mismo tiempo. No quepo en mí de gozo. El de hoy es un día gris, es frío, es de los que hacen que te den unas ganas enormes de sentarte con todos los cuentos de Chéjov y no levantarte hasta que has despachado el último. Luego (pensado con calma) desechas que puedas ocupar un día entero leyendo. Anoche hubo lectura abundante y todavía hoy la festejo. Leer es aplazar el silencio. Hoy es el día mundial del abrazo. Lo dicen como si algunos no lo supieran y tuviera que recordárseles.
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