20.1.25

Enciclopedia de la piedad subjuntiva

 




Quise dar con el cielo antes de que lo entenebreciera el barro de los ángeles. Supe de las iluminaciones por el escrutinio de la sangre. Escribo contra el tiempo para que soñar no sea un desquicio de caballos o una clase de anatomía forense en la que el cuerpo ofrecido a la ciencia tenga el mismo roto que el de mi voz cuando pronuncia la muerte. Me gustan las canciones en las que se liba algo. Una flor. Un pulpo. Una guerra en el Peloponeso. Hay días en que creo firmemente en las oraciones subordinadas, en los trenes que meditan perderse en la distancia, en los hijos crápulas de buena familia que de pronto contemplan la vagina del aire y se engalanan con tafetán suavísimo. Días en que el ánimo solo pide el regreso a las culturas mesopotámicas. El pasado es siempre obsceno. El pasado es una mercancía, el presente es una dádiva, el futuro es un cuento de ciencia ficción. Los palafreneros de los palacios ducales son impúdicos, son adorables, son cultos. Vi a uno que tenía el apresto de los linajes antiguos. Recitaba a Keats con sobriedad. Parecía que los estros lo guiaban. En un Lidl que acaban de abrir cerca de mi calle venden libros de salmos. Los trae un comerciante libio que abrazó el cristianismo en un crucero por el Jónico. Se llama Abdul y no domina el español. Dice azafrán, cábala, Pentecostés, masacre, populacho. Abdul dice oír crujir el mar al besar el vientre de su amada. Dice que el mar es una ola que no descansa. Dice todas esas cosas con un pudor que se parece al de la luz cuando arroja luz a la sombra. Nací antes de las grandes tormentas. He bebido los cielos de Cartago, he comprendido la mecánica de los cuerpos celestes, he sido hueso, sílaba, semen, párvulo. Tengo fe en la extensión de los campos. Tengo un hijo taxidermista. Tengo un gemir suave. Todas esas circunstancias explican el porqué de los glaciares. Ese fluir da la medida de mis alveolos. Esa trama de causas y azares. Ese brusco batir de alas. Ese pulso de luz. Ese meandro. Pero hay futuro en las palabras. Abdul me ha dicho sigue. Un hombre con un abrigo leonés de buen paño me ha dicho eres un ser adorable. Una niña que leía literaturas germánicas medievales me ha dicho fluye. El pueblo se ha echado a la calle. Esgrimen fuente, aducen vehemencia. Trémulo, el aire se desdice. Una anciana cuenta los días desde que vio por última vez un pato. Se puede hacer un mapa de la soledad. Uno del agravio o de las orquídeas que pueblan el sueño de una virgen. Grandes catedrales serán construidas para que el tumulto sea un susurro o para que el silencio devenga una tormenta. Una deidad reconocible paseará las calles. Saludará a los creyentes, beberá en las tabernas el vino de la tierra y comerá la carne de las reses. Tendremos un orden celestial bajo los árboles. Será hermosa la congregación de los fieles cuando, a la caída de la tarde, unas nubes anticipen el dibujo de un carnero de oro en el cielo. Yo leeré en el escolios la verdadera historia de la piedad, el sobrecogimiento del corazón al verse abrazado por la ternura. 

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