14.1.25

Historietas de Sócrates y Mochuelo / 12


Habré dicho no más veces que las deseables. Porque asentir es más fácil o porque negar aplaza razonar e invita a no meternos en líos o a dejar pasar un hecho que nos incomoda y que el no rubricaría inapelablemente o porque tememos que nuestra negativa acarree un enfado en quien escucha o porque después de haberlo pronunciado costará mucho más convencernos de que todavía estamos a tiempo de desdecirnos y plantar un sí concesivo o porque una vez que has tomado partido por él será más sencillo invocarlo de nuevo y disuadirnos de que convendría admitir, aceptar, avenirse a que se está del lado de quien nos hurga para que le sigamos el juego o para que bendigamos algo que requerirá nuestro consentimiento, esa anuencia representada por nuestro silencio o por un gesto leve de inclinación de la cabeza, pero no bajamos la cabeza, ni bendecimos, ni admitimos, ni nos importa que el solicitante de una respuesta se moleste y somos abonados al no, tal vez involuntariamente, un poco urgidos por las prisas o por la pereza o por la apatía, cualquier consideración es válida con tal de que nos zafemos del lazo que nos están echando al cuello y que nos ahoga. No queremos que nos roben el aire, esa paz consistente en preferir no hacerlo, como el gran Bartleby del gran Melville, en regocijarse por dentro cuando nos hemos envalentonado y hemos sabido decirlo alto y bien claro: no. Dos letras: ene-o. Mochuelo sabe decirlo. No sabemos si sabrá después evitar que le reconcoma el remordimiento y caiga en la duda. Con lo fácil que es rectificar. 

 

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