21.1.25
Historietas de Sócrates y Mochuelo / 20
Llover es una circunstancia voluntaria, llueve con anticipación. Puede caer una tromba de agua sin que apreciemos una sola gota. Hay quien sabe cómo hacer caer la lluvia o que fulja en el cielo el fuego y el oro del sol. Basta con que decida que el día es gris para que el gris irrumpa. Los pesimistas tienen una paleta cromática de grises. Nunca entendí lo de los colores. Que algunos influyan en el ánimo y otros, a capricho del observador, no. Sí que alcanzo a comprender que alguien (Mochuelo, tú que lees, yo que escribo) prefiramos el pesimismo para que la comisión del fracaso no dañe tanto. Uno sanciona el optimismo premonitoriamente. Cree estar cobijado en ese derrotismo. La fatalidad puede bosquejarse, hacer de ella un mapa y aprender a movernos por él. Que llueva o no es lo de menos. Lo que vaticina Mochuelo es el advenimiento del mal por el mero hecho de que el bien escasea. Parece que el escrutinio al que se aplique se zanjará adversamente por lo que cuenta más habituarse, hacer que el gris comparezca antes siquiera de que abramos los ojos. Y Sócrates se alboroza con el oro de la luz y saluda al sol con el pecho henchido de esperanza. Qué iluso, qué listo. Al final, piensen lo que piensen, se van a mojar los dos.
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