5.1.25

Historietas de Sócrates y Mochuelo / 4

 


Son neuronas lo que hacen que entendamos a los demás. También las habrá para que no los entendamos en absoluto. Decir algo íntimo que halague a quien lo escucha requiere una intención consciente y honda, del tipo que hace que todas las demás intenciones queden por debajo de ella o, en casos extremos, hieran al que pronuncia las palabras para expresar su amor por alguien, pongo por caso. Una vez se ha vencido el rubor, que es otra instancia puramente neuronal, supongo, todo adquiere sentido, el mundo gira con fluido entusiasmo y la luz existe para que ninguna sombra te perturbe. El amor no se entiende: se siente. También la empatía, que es una imitación espiritual o emocional, una especie de trasvase entre el objeto observado y el observador. El hecho de sentir algo por alguien, sin que medie el noble y alto amor, con tan solo una breve exposición a su influjo, debería ser suficiente para que no hubiese maldad en el mundo o para que nos respetáramos más de lo que lo hacemos, que es poco y, en ocasiones, nada. Si alguien llora, notamos que se nos saltan las lágrimas. Si ríe, reímos. Si lo vemos bailar, se nos mueven los pies. Deben ser esas neuronas. Algo químico. Duele que la belleza juntamente con el amor provengan de esas variables moleculares. No habrá que pensar mucho en eso y seguir llorando, riendo o bailando. Hay cosas que nunca se dicen, debiendo hacerlo, necesitando hacerlo. Se precave uno, prefiere no exponerse, no dar de sí lo que luego no podrá retirar, pero qué hermoso es expresar esos sentimientos, desinhibirse, difundir la fragilidad que somos. Porque amar es cosa de gente frágil. Los que están seguros de sí mismos no se exhiben casi nunca. Cuando lo hacen, en ese momento, en ese instante de fragilidad, advertimos su naturaleza maravillosa. ¡Con decirlo hubiera bastado!, piensa Mochuelo. Sócrates no acaba de desnudarse del todo: para decir que aprecia a su amigo (lo es, ya son muchos días de cháchara y confidencias) anticipa la idea de que jamás se lo ha confesado. Como si no hubiera podido, como si fuese una adquisición reciente, como si afirmar algo tan humano doliese y se valiese de una pregunta un poco retórica, un poco cómica también. 

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