19.1.25

Historietas de Sócrates y Mochuelo / 17


La risa es siempre algo interior, aunque se manifieste a veces con contagiosa o intimidante brusquedad y los demás sepan de ella con esa ferocidad pública. La solicitud de querer ver sonreír a alguien es casi como un abrazo en el que no participa el cuerpo y tras el cual se confía en que el buen ánimo permanezca y se desvanezca cualquier quebranto que haya hecho casa en nosotros, no es infrecuente eso. La risa rubrica una armonía entre el alma y el cuerpo. Reír es un acto de fe en el mundo, una constatación de que nada de lo que nos haya hecho duele incesantemente, siendo muchas las cosas que nos hace y, con franca probabilidad, muchas las que guardará para perturbarnos o, en las peores, hundirnos. La risa es la revocación del tiempo, aunque esa victoria sobre la elocuencia de su dicterio dure poco, apenas un instante, pero qué extraordinaria esa sensación de plenitud absoluta, qué sanadora y didáctica. Importa escasamente que sea más tarde ajusticiada por la intemperie de las cosas, por la propia convicción de que la sombra depondrá el imperio de la luz. La solicitud de Sócrates es de una ternura que sobrecoge: anda, ríe, da igual que no estés contento, aparéntalo, verás cómo la risa se hace fuerte en el pecho y el cuerpo entero te lo agradece, Dicen los que saben que la risa elimina el insomnio, el estrés, la bilis, que es analgésica y hasta evita el estreñimiento. Mochuelo, no la escondas, haz que aflore, ya verás lo adictiva que es. Y la criatura, indolente, flemática, con esa cachaza de quien vive en la despreocupación, sentencia como suele, acomoda la risa en la intimidad, sin que se precise exhibirla, sin que el gozo que depara se perciba como un repentino acceso de felicidad. Y tal vez él no desee inclinarse ante lo humano y parecerse cada día más a su entusiasta amigo. 



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