20.1.25

Dietario 16 / Quererse uno


Al alma apetitiva la izan hacia el júbilo cada vez más extraviadas golosinas. No deberá uno prevalecer las propias sobre las ajenas. Podría suceder que alguien juzgue las mías y las considere peregrinas o desquiciadas o vacías. Cree uno haber entrevisto en los gustos de los demás algo que se parece a los privados y mantenidos. Trabajo a destajo para que mis vicios consuelen la parte de mí que no se resuelve cuando faltan. Si traigo al vicio no es porque conculque alguna virtud a la que el sentido común deba arrimarme, no el errar adrede para el solaz íntimo, sino el triunfo de una especie de voluntad hedonista, que procura no causar daño a nadie y se esmera en perseverar, en alcanzar un cierto grado de excelencia. Y sí, soy licencioso en muchas disciplinas de la sensibilidad o del placer. No sé si me corrompen. Tendría que pensarse si había algo que malograr, si hay algo que deba cuidarse y no exponer a la intemperie de la realidad, que es levantisca y se obstina en contrariarnos (uso un plural interesado) cuando descubrimos algo que nos entusiasma, aunque desoiga a la cordura, qué será eso, y se haga casa en mi casa y yo (nosotros, cualquiera que sepa y entienda) aplauda este anhelo de entenderme. Hoy he descubierto la bondad de una tarde sin otro compañía que un libro y una chimenea cerca. Y me he sentido colmado como hacía tiempo que no sucedía. Todos esos vicios pequeñitos, ese quererse uno de vez en cuando. Habría deseado que la tarde durase un día entero, un par de ellos, si se me concede. Cuando concluyó la lectura, renové los troncos en la chimenea y miré el fuego como quien mira un espejo.

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