21.1.25

El cordero en Broadway

 


Lana de cordero bajo mis pies desnudos, recita el juglar. Alguien llama a quienes se arrastran por las alfombras. Son criaturas frágiles, ansían que se les asigne una trayectoria. Se desplazan abrumados por la soledad. No se ven entre ellos. A lo sumo, escuchan pequeños indicios de cosas que se resquebrajan. Una salamandra que se precipita al fuego. Busca la paz en las llamas. Detrás de la luz están la cámara de las 32 puertas de madera pesada y el cordero yaciendo en Broadway. La lana suave y cálida bajo mis pies desnudos. Hay un vellocino de oro al que se aferran las pulgas. Hay que entrar para salir. Hay que echar raíces. Los superhombres de maneras correctas se mantienen en kriptonita. Las vírgenes necias se ríen. Podéis llamarme Rael. No responderé, pero no hay otro nombre del que pudierais valeros para que yo os escuche. Ni los que se arrastran podrían. Ellos, los ciegos y los muertos. La música sugiere que el camino de vuelta a casa no será dulce, a pesar de la fragilidad de la melodía, que parece venir desde fuera del tiempo e ingresar en él con la fiereza de lo que desea extenderse, ocupar el cielo, enredarse en el agua, comprometer el silencio hasta que todo cesa y regresa la incertidumbre.






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