7.6.07

Sed de mal: Arte en estado puro






Para muchos, incluso para muchos de los que no la han visto, Sed de mal es particularmente famosa por contener lo que, a juicio de los entendidos en las filigranas técnicas del cine, es el mejor plano-secuencia de toda su historia. La cámara, colgada en una imponente grúa, desciende en picado hacia la pareja formada por Charlton Heston y Janet Leigh ( Vargas y Susan, su esposa ) que pasean al otro lado de la frontera para tomarse un helado. Al tiempo, alguien mete una bomba en un coche. Lo que viene después es parte de esa Historia y no debe tomarse a la ligera.
Recuerdo que vi Sed de mal hace mucho tiempo y no me llenó como ahora. Recuerdo el sudor. La sensación de agobio físico y mental: sensación que no ha desaparecido, continúa y, si cabe, amplificada. Ahora me parece más sórdida que antes: su obscenidad está mimada al detalle. También es siniestra: su maldad ocupa las sombras que los personajes van dejando en esa ciudad fronteriza entre México y los EEUU ( Los Robles ). Orson Welles es el capitán Quinlan, un tipo gordo hasta la caricatura, cebado por el odio de su mísera vida en un asqueroso rincón del mundo y comido por una sed de venganza no cumplida ( su mujer fue asesinada y no encontró al culpable ) . Orson Welles se reserva el papel más jugoso. Quizá Charles Laughton , que es una de mis debilidades cinéfilas, lo hubiese desempeñado con idéntico oficio. O Marlon Brando en su última época, antes de abandonarse del todo. No me imagino a nadie más. Charlton Heston es el oficial de narcóticos mexicano que acaba de meter entre rejas al capo de la mafia fronteriza y acaba de casarse con la sosa, inevitablemente sosa, Janet Leight. A partir de aquí Welles monta un empozoñado guignol sobre la corrupción y el odio y conduce la trama a través de los ojos vidriosos del perverso capitán Quinlan, lo cual no deja de ser una novedad.
Sed de mal es retorcida, oscura ( casi todas las escenas suceden de noche ) y trágica. Fascina por la admirable fotografía de Russell Metty, por la inspiradísima y ya inmortal música de Henry Mancini ( mestizaje puro de jazz, rock and roll y música latina ) y por el delirio visual de su expresionismo. El propio personaje de Quinlan es ya un fantástico hallazgo: un hombre atormentado, dejado de sí mismo, admirado por sus compañeros, pero perverso, en el fondo, aureolado de una maldad pocas veces vista en el cine. Es fundamental el papel de Marlene Dietricht, dueña de un tugurio con pianola en el que un Quinlan más joven fue " un hombre excepcional", pero la muerte violenta de su esposa activa un mecanismo de perfidia y de atrocidad impresionante: Quinlan es despiadado, huraño, feroz en su lacónico movimiento por las escenas...
Tan impresionante como el contrapicado inicial es la escena en la que Quinlan mata a Tío Grandi, el otro mafioso en cartel, delante de una narcotizada Susan Vargas, tirada en una cama, farfullando, abriendo y cerrando tímida y débilmente los ojos: la forma en que se embute los guantes y el lugar en donde Welles coloca la cámara para que advirtamos la tragedia cerniente,la luz mortecina de la habitación, el agónico estertor de la víctima... Todo contribuye al magisterio fílmico de Welles, a su insobornable talento para escudriñar la raíz del mal, su vasto dominio sobre las pulsiones humanas. No en vano Orson Welles acudía a Shakespeare en cuanto podía.
"Cahiers du cinéma" la definió como “la mejor película de serie B que jamás se haya hecho”. Quizá, a pesar de lo excesivo de la afirmación, no falten a la razón: los materiales que usa Welles son pobres. Los decorados son mínimso. Los diálogos no brillan por su genialidad. Cómo a partir de una irrelevante narrativa o de un muy escaso atrezzo el genio de un director es capaz de crear Arte. Arte malsano, claro.
Escatológico, en algunos casos. Simbólicamente, Quinlan muere en un basurero.










6 comentarios:

Anónimo dijo...

No es tan obra maestra. Me decepcionó tras haber leído comentarios tan favorables. La veo simple como una patata en cuanto a argumento. Se dejan cosas atrás. Bien filmada, claro que sí,. Eso no se pone en duda. Pero no es UNA OBRA CAPITAL DEL CINE. Nada de eso. Prefiero otro cine negro menos arrastrado.

Anónimo dijo...

Todo el mundo alaba el plano-secuencia inicial pero lo realmente memorable de la cinta de Welles es su amoralidad, como bien citas (el cruzado mágico de Janeth Leigh también, of course).

Saludos, Emilio.

Anónimo dijo...

Charles Laughton, Marlon Brando y... JOHN GOODMAN.

Gloria dijo...

Al contrario de Jack, creo que se trata de un film notable... No soy amiga de descartar una película porque no sea "una obra capital", a mí me gustó, y es una película que te pone ralmente los pelos de punta en ciertas escenas.

Creo que Quinlan es una gran creación de wlles como actor: resulta repulsivo pero tambien está dotado de patetismo que inspira piedad hacia el mosntruo. Creo que Laughton hubiera podido hacer -hipotéticamente hablando- Quinlan muy interesante, aunque sin duda, enteramente diferente:... Cada gran actor es como un gran pintor: tocando un mismo tema, puede crear cuadros enteramente personales y diferentes a los de cualquier otro artista.

Brando o Goodman tambien son actores que podrian hacer una interpretación interesante bien para Quinlan... pero, ojo, aqui no me vale cualquier actor solo por que sea gordo, eh! estamos hablando de actores por su talento, no su peso en arrobas: Me costaría, por ejemplo dificil imaginarme a Quinlan interpretado por Peter Ustinov o John Candy... (el horror, el horror...), y en cambio, creo que Robert Mitchum podría hacer un Quinlan interesante, también.

Por cierto, cualquier fan de Charles está cordialmente invitado a visitar un blog que le he dedicado:
http://www.rootingforlaughton.blogspot.com/

Emilio Calvo de Mora dijo...

John Candy no, claro. Enteramente de acuerdo, Gloria. Hablamos de actores con talento pero el capitán Quinlan, en mi opinión, requiere ese aditamento de grasas para parecer más asquerosamente vil. Además suda mucho, los ojos se pierden en la masa de carne de su retorcida cara. No me imagino esta plasticidad de la maldad en un rostro enjunto, vacío de carnes. Así que un poco sí, es cosa de peso. Peso con talento. Peso al servicio de la trama. Hay complexiones física marcadamente afínes a comportamientos morales. Peter Lorre es enclenque en El sueño eterno porque así lo requiere su angustioso y rastreso rol. En fin. Esta conversación merece algo más extenso en la página. Sin duda.
Gracias, Gloria, por entrar en ella.
La tuya, tributo al gran Laughton, es harto curiosa y la veré con detenimiento.

Gloria dijo...

la verdad es que tienes razón, a Quinlan es un personaje al que le conviene la adiposidad... leí en algún lado que Welles exageró su gordura natural (y aparte el maquillaje, claro: narizota, ojeras) para hacer de Quinlan alguien más voluminoso, con dificultad de movimientos (añade a eso la cojera), que hacen que el acecho a sus víctimas sea lento pero ominoso. Sudorroso, dejado, sin afeitar, aparentemente dormido hasta el punto de dar la falsa sensación de ser un tipo amablemente cachazudo.

Cielos, ahora mismo, no puedo imaginarme a otro Quinlan que no sea Welles!

Un aforismo antes del almuerzo

 Leve tumulto el de la sangre, aunque dure una vida entera su tráfago invisible.