22.4.07

ALPHA DOG: Entre la cirrosis y la sobredosis




Por lo que dicen y no por lo que vemos, Alpha dog bien pudiera parecer una película porno: hay una rutina lingüística fundamentada en el sexo y en la sacralización absoluta de la ingesta masiva de drogas. No hay rock and roll: la trama musical es un batiburrillo de hip-hop, rock industrial asalvajado y algunas pinceladas ( muy leves, muy dosificadas ) de glamourosas melodías de cuento de hadas ( Wild is the wind, David Bowie ).
La historia es la de siempre, pero aquí está contada con cierta gracia: se advierte un interés por salirse del libreto y ciertamente, al final, gustándonos o no, se acepta que Alpha Dog no es una película más de mozalbetes acelerados, titánicamente empalmados y destinados a ser carne de presidio a menos que un subidón de speed los abotargue en uno de esos sillones de no sé cuantos miles de dolares que ornamentan las calles high-tech de estos niños ricos metidos a capos de la droga porque de pequeños no
leyeron a Michael Ende ni tuvieron generosas raciones de cariño maternal mientras la tele rumiaba episodios de Looney Tunes. Y si así funciona la juventud que Cassavetes retrata no es por imperativo del azar o no es por causa de una revolución social o cultural al modo en que lo hicieron sus padres en los míticos finales de los 60. El aturdimiento moral y la estupidez patológica de estos niñatos con 4x4 en la puerta y cadena de sonido mastodóntica en el salón obedece a la estulticia absoluta de sus padres.
La enseñanza del film ronda esa idea: estos hijos descarriados nunca han tenido una familia como Dios manda. Así se observa en muchos tramos de la película. Incluso el más desquiciado de sus protagonistas ( Ben Foster como hermano psicotrónico y colocado a tiempo total ) llega un momento en que confiesa que hubiese querido tener una madre que le sobreprotegiera y le diera mimos en la cama. En otra escena, una niña casi precipitada al abismo aporrea la puerta de su casa y sólo consigue que su madre, que celebra el aniversario de boda y le ha pedido que se ausente por unas horas, interrumpa el fornicio con el marido y frene el extra de speed y de pastillas que ha tomado para que la fiesta sea completa. La madre, queda comprendido, la manda a tomar por el culo, burdamente dicho.
En otro orden de cosas, o es el mismo, Cassavetes se esmera en regalarnos un desfile alucinante de desechos humanos, críos estúpidos y con escaso riego sanguíneo en la zona del cerebro que rige la cordura y el sentido común. Críos que hocican el morro en la cerveza ( beben a mansalva durante todo la película ) o en la marihuana ( fuman sin parar al tiempo que beben ) cuando un problema se les presenta de frente. Críos que consideran el sexo un capítulo añadido al viaje psicodélico, pero sin hacer ritos de los placeres ni santificar el goce absoluto de la carne: follan como beben y fuman como follan, crudamente dicho, por supuesto.
En este hilo de las cosas, hay un secuestro y una venganza que no terminamos de ver resuelta porque la ley atrapa al delincuente y no hay al final mocoso que no tenga su pañuelo penitenciario. Bruce Willis, que sale poco y sale contenido, es el padre-modelo de toda esta gentuza agilipollada que ve en Tony Montana, el héroe bruto del Scarface de Brian de Palma, el icono representativo de su discurso vital. Hasta en algún momento vemos un póster de la película: quizá el único referente metacultural de este gremio de psicópatas. Sharon Stone es una madre mal dibujada, excesivamente protectora, como sacada de un libro de arquetipos de psicología de baratillo. Ambos están lejos de soportar peso alguno en la trama y se pierden en papeles breves y muy innecesarios. Desastrosa, por no creíble, la aparición de Sharon Stone, engordada, maquillada hasta que parece una parodia de maquillaje, como madre devastada por la pérdida del hijo.
Que todo esté basado en hechos reales no nos impide apreciar las buenas intenciones de la película. Toda su posible bondad, su legítimo intento de que parezca cine de calidad, está lastrada por un dramatismo a veces impostado, por personajes que sobreactúan o por cierta concatenación de situaciones que inevitablemente conducen a un final que está ya previsto a los pocos minutos de película.






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