13.4.07

BALAS SOBRE BROADWAY : El tahúr enamorado de su manga




Con Balas sobre Broadway, Woody Allen se desempacha de cargas sentimentales ( Mia Farrow vestida con toga y mazo ) y se afilia nueva y gozosamente a lo que más le gusta y en lo que con más destellos auténticamente geniales brilla su talento cinematógrafico: la comedia. Ésta fluye cínica y despreocupadamente por los vericuetos habituales del género, pero Allen, enamorado de los roaring twenties, de su música sincopada y de su coreografía alevosa de mafiosos brutos y sin escrúpulos y damitas bobas colmadas de abalorios, negocia con el espectador un trato sutil: yo te doy una comedia para que eches unas risas, pero tú me dejas que la vista de sátira intelectual sobre los caprichos de la creación artística. Esto es, en el fondo, lo que más le preocupa al director neoyorkino, que recluta a un espectacular elenco ( Cusack, Wiest y Palminteri, estelarmente todos ) que representan con pasmosa naturalidad a un grupo de actores en el Broadway de esos agitados 20, violentados por la injerencia cazurra de unos gángsters más preocupados de unas líneas en un libreto que de un cargador en la pernera.
Woody Allen se metaproyecta en David Shayne ( John Cusack ) y aunque sea otro el rostro nosotros, hechos a ver la cara de Woody Allen aunque no esté, no precisamos mucho para encontrar los gestos que lo delatan, sus tics neuróticos, su hipocondríaca tendencia a intelectualizar los gags y su fragilísimo territorio de influencia estética.
La pureza y la integridad del artista comprometido con su obra se ve desnucada cuando aparece un capo de la mafia ( el impagable y habitual Joe Viterelli ) con el interesado propósito de sufragar el montaje teatral con derecho a que su amante ( la atolondrada Jennifer Tilly ) tenga su papelito. Para nada se salga de lo pactado por el mafioso, Cheech ( Chezz Palminteri ), su segundo, será quien supervise la rectitud de la obra y las exigencias dramáticas de su jefe, que devienen absurdas, desajustadas del buen gusto.
Esta peripecia argumental posibilita que Woody Allen desenmascare las frivolidades del artista y la idea de que, a medida que vamos conociendo bien su personalidad, adquirimos la verdadera dimensión de su farsa, de su impostura: en este caso con el pardillo y pagado de sí Shayne. Los personajes de Bala sobre Broadway son, en opinión del propio Allen:
"intelectuales de café que se pasaban el tiempo haciéndose preguntas del tipo ¿ Qué salvarían primero, las obras de Shakesperare o la vida de un desconocido ? Les encantaba que sus obras fuesen rechazadas, sufrir y hasta pasar hambre ya que eso les confería el status de artistas, pero la verdad es que ser artista es una cuestión de azar, un feliz accidente de nacimiento. Vivir como un artista no equivale a serlo"
Esta obra maestra de Woody, vehículo perfecto para manejar situaciones histriónicas veladamente patéticas o acontecimientos de naturaleza frívola que celan comportamientos altamente reprobables o hasta delictivos, manifiesta una vez el enorme amor del autor hacia las bambalinas del teatro, a las pequeñas excentricidades del artista tocado por el numen, o que se cree tocado por él.
Woody Allen desmonta ( ahora también se dice deconstruye que suena más hermético ) los mecanismos íntimos de la creación artística, la singularidad del talento y, de camino, entregar a su arrobada platea de fieles un nuevo catálogo de seres estupendos, escorados siempre a la caricatura, pero humanos y nítidamente categorizables.

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