18.4.07

BIENVENIDO, MR. MARSHALL: Por el dinero baila hasta el perro....




La guerra civil española no duró tres años, aunque los libros de textos, las enciclopedias, la wikipedia y cierto barullo revivalista levantado ahora para dolor de los muertos, dan en tres los años de la contienda. Las guerras no acaban cuando las armas son depuestas o unos jerifaltes bien trajeados, sonrientes para la foto histórica, firman un documento a la vista de flashes y de rollos de celuloide. La guerra parece que acaba cuando el personal enfrentado pisa las calles nuevamente, como decía el trovador cubano. Las guerras son abono de guerras y no hay ninguna que, a su término, no enseñoree ya los gérmenes de la que está agazapada a punto de alzarse y dar su envalentonado grito de sangre. Y ahora me he ido por la tangente y en lugar de hablar de España, que es lo que me proponía, he terminado escribiendo generalidades, aplicables a Borneo y a las islas de los atolones del Pacífico Sur.
Bienvenido, Mr. Marshall está escrita no mucho después del finiquito de la guerra. En ella, hay todavía olor a pólvora, a hambre atrasada, a ganas de dar cerrojazo a las rencillas que unos y otros no terminaron de solucionar hasta bien comediado el siglo XX. García Berlanga escribe con mala leche el retablo folclórico de una España campechana y sencilla, ajena en su poso más íntimo, a los catecismos de los jerifaltes de la guerra y de las altas políticas, que eran los adalides de la Nueva España a rebufo del perfil caudillista del general Franco. Miseria y esperanza, hambre y alegría, se entremezclan en Villar del Río, el pueblo en el que suceden cosas que no serían creíbles si no tuviéramos una ( desgraciadamente ) objetiva visión de lo que fue España durante esos casi 40 años de reduccionismo, prohibiciones, censuras y hambre.Berlanga, comunista tapado por necesidades de la posguerra, recibe el encargo de hacer una película que ensalce la figura de la cantante de copla Lolita Sevilla.
Junto con Bardem, escribe un refinadísimo retablo sobre la España rural, la España alimentada de coplas, la España detenida en el tiempo, mirando con un ojo a los EE.UU, el país llamado a reflotar las economías europeas, el colonizador cultural mayúsculo. Retablo de costumbres trufado de comedia a la italiana ( Milagro en Milán ).Villar del Río se engalana para que el amigo americano disfrute de la hospitalidad y la algarabía gitana de un pueblo manchego travestido en andaluz que desea, por encima de todas las cosas, agradar de modo que tras el agrado llueva el maná plenipotenciario de las ayudas económicas prometidas sin reparo por las altas instituciones del Estado. Bajo la batuta campechana y entrañable de un Pepe Isbert hecho alcalde de la pantomima, el pueblo entero se lanza a representar la obra prevista, fanfarria y canción incluida. Antológicamente ( y no es cosa de destripar el final ) nada sucede como se creía.
El cartón-piedra usado para remedar un pueblo andaluz está en el cerebro de sus albañiles repentinos. Los deseos, en la secreta esperanza del oro yankee, se confeccionan en listas. Hay que satisfacer necesidades, pero igual también es legítimo el capricho. Cuando la realidad ensombrece las ficciones, el espectáculo glorioso de la riqueza se rebaja a la rutina gris de la tristeza. Los aldeanos se conforman, qué remedio: se aprestan con heroico entusiasmo a sobrellevar la decepción y a ser solidarios, obedientes a la causa, buenos y, por último, sentimentales, humildes para encarar el día a día que se les viene encima. Enquistados en la visión idílica del americano ( PLan Marshall de fondo ), no tuvieron problema en caricaturizarse para alcanzar lo que pretendían. Como la vida misma.Estos tiempos de ahora no son particularmente distintos. Las dificultades son otras. Es posible que no sea el hambre o la censura los argumentos de la revolución, pero todavía colea el hijo de aquellos pactos con los americanos y vivimos en un mundo colonizado por el tío Sam hasta extremos inconcebibles. Este mestizaje prospera y ahí están algunos esfuerzos gubernamentales por deslindar lo americano de lo patrio, las cuotas de distribución y el delicado manejo de los números para que el abuso no sea escandaloso. Y todo empezó con Pepe Isbert en Villa del Río; todavía están en Villa del Río vestidos de gitanos, en una calle festoneada y alegre, esperando los Cadillacs descapotable del benefactor de Ohio.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Tenían Bardem y Berlanga más mala leche que todos los directores de ahora juntos claro que estos son otros tiempos y la mala leche no sirve.
¿ qué es lo que sirve ahora para que un director sea personal ? ¿ por qué lo son almodovar o todos los demás ?

nonasushi dijo...

Que buena por dios, como reí.

Que tiempos, en que con una idea y mucha ironía bastaba.

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