27.4.07

EL HOMBRE QUE SE QUISO MATAR : Primeras crónicas del hambre




La ferrea censura de la dictadura franquista, recién erigida como timón de la moralidad patria, no vio el enorme daño que esta película podía hacerle: se le escurrió su blasfema y liberal propuesta. Eso de que un ciudadano, uno muy precariamente abastecido de esperanzas en el mundo laboral y defenestrado por una novia firmemente convencida de la mediocridad del porvenir, decida suicidarse y proclame su adiós a este mundo, no casaba con la cristiana idea de soportar las penurias de este mundo a la espera de abrazar las bondades del otro, es decir, la teoría cósmico-redentora de la Iglesia Católica. Y menos todavía que el suicida, en plena posesión de sus facultades mentales, se dedique durante la entretenidísima hora y muy poco de metraje a pontificar la felicidad de su estado de ánimo y ningunear la aburrida, insulsa y decadente vida de quienes, ahogados por la miseria, amarrados a un matrimonio infeliz o esclavizados por un trabajo que nada les reporta y mal remunerado, subsisten sin otro beneficio que dejarse vivir melancólica y tal vez insensiblemente.
Wenceslao Fernández Florez, el genial escritor gallego, recrea el arquetipo del pícaro de nuestro Siglo de Oro, del tahúr enamorado de su manga, pero lo recompone y transforma en un pícaro-filósofo, lenguaraz y viperino, sentencioso y cuerdo hasta la licenciatura, que evidencia la tristeza enorme del mundo en el que le ha tocado suicidarse, uno lo suficientemente rico, discursivamente hablando, como para soportar sin fractura aparente el peso del argumento: no hay escena en la que no salga, no hay giro de la trama que no esté bien apuntalado a la luz de evolución psicológica del personaje.
Antológica, la escena en la que Federico Solá decide hacer pública su drástica decisión y en lugar de hablar de cemento armado, su especialidad profesional, usa la tribuna desde la que ha sido llamado a conferenciar para incomodar a la asombrada feligresía con un catecismo de verdades como puños hasta que, al final, pomposo, anuncia la audacia de su empresa.
Vertiginosa en sus diálogos, El hombre que se quiso matar es cine adulto, cine por encima de una producción cinematográfica enquistada en los rigores de una posguerra necesariamente pobre y donde el régimen había concebido la estrategia de entretener al pueblo con la ligereza folclórica de los sainetes, el almibarado retrato de las bondades de lo sencillo y, sobre todo, la escasa exigencia artística a una industria ( la del cine ) usada para entretener a vencedores y a vencidos, y unirlos, aunque sea en la oscuridad golosa del cine.
"La vida es completamente estúpida. El mundo carece de razón y de sentido. Esta Tierra en la que vivimos es una gigantesca mentira. Una bola inmensa de más de un millón de kilómetros cúbicos. Sin embargo, ¿por qué seguimos aquí? ¿Por qué nos resistimos imbécilmente a abandonar esta vida imbécil? Unos porque tienen dinero que les proporciona placeres. Otros porque tienen amor que les proporciona una lírica exaltación.Otros porque detentan el poder, y eso satisface su vanidad. Y todos, en general, por miedo al angustioso trance de morir sin caer en la cuenta de que están inexorablemente condenados a muerte, y no logran convencerse de la sabiduría popular que encierra el dicho de los malos tragos pasarlos pronto. Yo carezco de todas esas cosas que atan a la vida. No tengo dinero, nadie me quiere, el poder es algo inasequible para mí. En cuanto al miedo, lo he superado. Por eso he decidido matarme. Puedo afirmarlo públicamente porque estoy seguro de que lo voy a hacer. Incluso he efectuado algunos ensayos, no demasiado afortunados, debo reconocerlo. Me preguntaréis que por qué lo anuncio. Pues por lo mismo que se anuncia la boda de cualquier pareja de imbéciles. O el nacimiento de un niño meorro. O la marcha de veraneo a Benidorm de una familia agobiante. Por otra parte, desde que he tomado esta decisión irrevocable se han venido a tierra los palos del sombrajo del convencionalismo y noto que por primera vez en mi vida puedo disponer verdaderamente de mi voluntad y hacer lo que me dé la gana. Un lujo que ninguno de vosotros, ni siquiera el señor Argüelles, ha podido permitirse nunca. También me preguntaréis por qué demoro mi propósito y no lo cumplo inmediatamente. Tengo una razón. El próximo viernes se celebra en televisión la final de Las diez de últimas. Uno de los concursantes es mi anciano profesor de Latín, don Silvestre Menéndez, sobre el tema El imperio Romano. Y quiero ver si gana un millón el pobrecito, que a sus 98 años ya sería hora de queganara algo. Es un capricho sentimental, y ahora estoy dispuesto a darme todos los caprichos. Por eso no quiero privarme de deciros lo ridículo que os encuentro. Si lograra expresarlo plenamente, enfermaríais de risa. En fin, no tengo más que decir. Y si lo tengo, no me da la gana decirlo. Gentes que me escucháis. Este hombre joven y completamente sano que está ante vosotros va a morir por su propia voluntad dentro de cuatro días y medio. Dentro de cuarenta, o de 400, o de cuatro mil, o aunque sean algunos más, vosotros moriréis también pero a regañadientes. Entre tanto, podéis iros todos a hacer puñetas."

( Federico Solá )

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