Confinado a esporádicos arrebatos de consumo masivo Gladiator o Troya, el peplum, el cine épico de romanos o civilizaciones adyacentes ha tenido siempre vaivenes en su difusión popular, pequeñas crestas y grandes caídas, aunque cuando triunfa ( como la española cuando hacía eso que decían ) triunfa de verdad.
300 es el pelotazo de la temporada y no sólo suscita las adherencias o repulsas habituales en quienes solemos dar testimonio escrito de esta farándula que es el cine sino que despierta encendidas conversaciones de bar, incendiarias a veces, a propósito de su bondades y de sus limitaciones। En este sentido, 300 cumple con lo pretende sus muy avispados financiadores: que todo el mundo, haya leído o no algo de la cinta, haya oído o no algo sobre su contenido, acuda al cine, se deja las perras y salga con una sobredosis de carne viril, musculada y tensa, y que nadie piense que esto metiéndome en camisa de once varas o en tribulaciones filogay, que hasta en eso han querido algunos buscarle argumentos a este pedazo de película ( empecemos ya el destripamiento ) que no debe dejar de ver ningún aficionado al cine y da lo mismo que salga entusiasmado como Vikie el Vikingo o triste como Buster Keaton en su buena época।300 narra una batalla: básicamente ( con pequeñas tramas subsidiarias ) lo que cuenta es éso, la embestida salvaje de un ejército persa descomunal e invencible sobre un puñado heróico
de espartanos que en número de 300 hacen valeroso frente a esa inconsumerable desproporción numérica. La cuestión fundamental, la que hace que 300 no se parezca a ninguna otra película jamás filmada, es su carácter pionero en cierto tipo de cine que extrae de cuanto le rodea su material formal, su manera de revolucionar un arte que siempre ha estado atento a los cambios y que nunca ha prescindido de las novedades tecnológico, ya sea el sonoro como el color o el dolby o el hortero 3D. Luego compareció el lenguaje digital y entonces el cine, el séptimo de las artes, renunció a su parte del pastel y adoptó ( a beneficio del goloso público ) puntos de vista y maneras de filmar ( y sobre todo montar ) que asombrarían al espectador de los cincuenta cuando el culmen del atrevimiento en efectos especiales eran los cadáveres andrajosos de Jasón y los argonautas. Los atrevimientos visuales de 300 colman muchas exigencias y coronan a un director que ya prometía en la infravalorada ( el género gore anda de víscera caída ) Amanecer de los muertos, Zack Znyder perpetra una distracción fantástica que no pretende indagar en la Historia ni pontificar sobre ciertos valores sino novelar una serie de acontecimientos de naturaleza eminentemente épica: la batalla del paso de las Termópilas, un corredor a ras de costa, un destacamento de arrojados prohombres de abnegado espíritu y vocación de mártires y una mastodóntica representación del enemigo en forma de riada humana.El discurso del film no es plano: contiene un exacerbado tono de arenga militar de mensaje inequívocamente patriotero que encantará al reservista yankee y al espectador cómplice de toda la iconografía nacionalista al uso, pero también se pueden extraer lecturas de una ideología menos escorada al fascismo primitivo y crudo que parece derivarse del film y que muchos críticos entonan como carácter irrenunciable de la propuesta de Snyder. Me refiero a la adictiva puesta en escena, a su enfebrecida concatenación de escenas de un vigor fuera de lo común. Si miramos la película como mero entretenimiento ( sin atender a su poso cultural, sin mirar su fidelidad a la Historia, sin establecer innecesarios juegos de contemporaneidad ), 300 es una gozada absoluta, una brecha en el cine que viene, una especie de punto y aparte para que los núcleos duros de producción en Hollywood sepan a qué atenerse y, en adelante, no escatimen un dólar en la facturación de films de esta naturaleza donde se conjugan espléndidamente la modernidad ( el propio cómic de Frank Miller ) y cierto regusto pulp, tributo honesto a toda la literatura de serie B y a la rendida bibliografía gráfica en la que Miller buceó para perfilar su historia de espartanos y persas, de Leónidas ( un estupendo George Butler ) y Jerjes ( un amanerado Rodrigo Santero )Quien desee ahondar en otros aspectos, tiene material en el que perderse.
300 condesciende a forjar un género nuevo cuyo nombre no sabríamos aquí presentar. Como si dijésemos un barroquismo digital apoyado no sólo en una plasticidad hipnótica sino en un muy sólido guión ( cuando el argumento parece dar tan poco ) que tiene incluso una voz en off magnífica, literaria, cautivadora, que parece recitar el decurso heroico de los valientes defensores de Esparta frente a las hordas bárbaras que pretenden invadirla.A la luz del hoy, 300 adquiere una significación relevante, ya hemos dicho. Puede uno considerar que los espartanos son los valedores de lo que después se ha venido en llamar Occidente o Europa y que Jerjes y sus persas a lomos de elefantes, rinocerontes y otros bestiarios mitológicos representa la intromisión del Otro, del enemigo, de quien viene de afuera y pretende so pena de negarnos el futuro imponernos su presente. Todo eso está muy bien. Hay que consentir que el cine suscite éste y diálogos parecidos, pero también está la gracia incomparable del cine como Entretenimiento y entonces 300 es una obra de arte, una obra de arte escrita a comienzos del siglo XXI. Igual el arte, como el lenguaje humano, se adapta a los tiempos y se abastece de sus signos para reformar su ideario y afrontar con cierta solvencia y con posibilidades de éxito el porvenir.La coreografía de los combates es de una belleza absoluta y este escribiente no es amigo de peleas en pantalla y nunca ha disfrutado de escena con minutaje abundante donde se dan de mamporros unos y otros. Aquí, por una vez, todo se somete al dictado mayúsculo de un guión que uno cree del todo, careciendo de importancia que lo contado se reconozca como verídico o entendamos que lo único que pretende Snyder es adaptar al cine ( y vaya adaptación ) el cómic de Millar, que a su vez adapta al arte gráfico una episodio de la historia que Herodoto recoge en su Libro VII de Historia Helénica. Y entonces Grecia era el Mundo. 300 carece de pudor: no precisa de blandengues concesiones a la ortodoxia. Hay sangre ( que danza en el aire como si ejecutase una coreografía al ritmo de las lanzas ) y hay un sentido rudimentario de la violencia que no tiene nada que ver con conceptos de violencia que hemos venido adquiriendo, casi sin querer, por puro espíritu cinéfilo, por mano de Tarantino, Boorman o Stone. Ésta es diferente: se granjea nuestra anuencia con tan sólo investigar en la naturaleza mitológico de su trama. No tiene sentido buscar compromisos éticos sobre la necedad de la violencia y todo eso tan sensato y de tan buen ver en estos tiempos de corrección política ( aparente, claro ) cuando lo que nos han plantado en pantalla es una lectura ( una más ) de un episodio clásico que se leía en los textos de latín cuando yo estudiaba B.U.P.
En fin :Apabullante ópera épica, minuciosa en el detalle, rica en lecturas, impactante a nivel meramente visual: pasará a la Historia del Cine por abrir un mercado nuevo, una forma distinta de entender el entretenimiento en el siglo XXI। Y se admite que este escribiente está prendado y que entran en sus consideraciones las hipérboles previsibles porque así lo dicta la emoción que inevitablemente le embarga
Página didáctica del film ( Fernando Lillo )
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