Películas con líneas argumentales aparentemente dispersas que al final convergen no han sido nunca santo de mi devoción cinéfila: en ocasiones, el director acaba entregándose con mayores bríos a la pirotecnica formal que al refinado y coherente hilo natural de las cosas.
Pulp fiction obró el milagro de mi reconciliación con ese cine de divergencias, de miradas que se cruzan y de destinos revocados que acaban afiliados a la misma estructura narrativa.
Christopher Nolan hace en Memento un recomendable ejercicio de rebobinado para que sepamos, al final de la película, qué pasó al principio. Lejos de que este recurso excesivo, probablemente innecesario, lastre el resultado final del film, aquí lo catapulta a niveles de hondura dramática absolutos de modo que no se concibe Memento sin que todo esté así tan en atropellado.
Esta abolición de la línea temporal se asienta sobre la propia naturaleza del personaje protagonista: Leonard Shelby ( un entregado Guy Pierce ) padece una enfermedad que le imposibilita para recordar los hechos más recientes. Esta realidad fracturada en la mente de Leonard es la realidad fracturada del film: su obsesión por desmontar el plano cronológico y fatigar al espectador ( bendita fatiga ) con un puzzle de estética cartesiana más cerca de la literatura de Cortázar que de la escritura del Hollywood más utilitarista.
Pulp fiction obró el milagro de mi reconciliación con ese cine de divergencias, de miradas que se cruzan y de destinos revocados que acaban afiliados a la misma estructura narrativa.
Christopher Nolan hace en Memento un recomendable ejercicio de rebobinado para que sepamos, al final de la película, qué pasó al principio. Lejos de que este recurso excesivo, probablemente innecesario, lastre el resultado final del film, aquí lo catapulta a niveles de hondura dramática absolutos de modo que no se concibe Memento sin que todo esté así tan en atropellado.
Esta abolición de la línea temporal se asienta sobre la propia naturaleza del personaje protagonista: Leonard Shelby ( un entregado Guy Pierce ) padece una enfermedad que le imposibilita para recordar los hechos más recientes. Esta realidad fracturada en la mente de Leonard es la realidad fracturada del film: su obsesión por desmontar el plano cronológico y fatigar al espectador ( bendita fatiga ) con un puzzle de estética cartesiana más cerca de la literatura de Cortázar que de la escritura del Hollywood más utilitarista.
Acudir al tópico del deslavazamiento narrativo, insistir en exceso en su amnesia como motor de investigación criminal, es restarle aciertos, minusvalorar un muy trabajado ejercicio de composición que deja los obvios campos abiertos, las dudas necesarias para que ninguna evidencia sea tajante y todo se avenga al frágil territorio de la especulación: no sabemos a ciencia cierta si el asesino ( John G.) muere cada vez que Leonard da con un John G., aunque mejor no revelar más de la trama, que es lo suficientemente esquinada, inteligente y perversa como para atrapar nuestra atención ( y luego nuestra rendición sin condiciones ) durante estas dos más que recomendables horas de cine.
Film híbrido entre el videoclip ochentero y el cine negro de escuela, Memento es la crónica de un desajuste moral, la historia de una venganza ( la mujer de Leonard es asesinada y violada ). Se rodó en un mes escaso y a pesar de recibir un excesivo número de malas críticas ( se remarcó el hecho de que el barullo argumental impedía adquirir un conocimiento nítido de por dónde iba la historia, lo que yo consideraba obstáculo para tomarme en serio el film, como escribí al inicio de esta reseña ), ganó la batalla del público y es a día de hoy, a tan escasos años de su estreno, película de culto por lo muy original de su planteamiento.
Sólo es nuestro lo que perdimos, escribe Jorge Luís Borges magistralmente. Leonard posee el objeto físico de la fotografía, la escritura epidérmica que le vale de prontuario de acciones: la rutina como método de composición de la realidad. Y ese inventario de recursos deben, además, guiarle por la maraña de la investigación ( bizarra, poliédrica ) que conduce a revelarnos por qué razón tenemos al comienzo del film un hombre con la cabeza abierta y quién fue el asesino y violador de su esposa resultando que al final ( o es el principio ) advertimos que quizá ( y no estoy contando nada relevante ) todo resulte un barroco puzzle en el que el montador sabe de antemano que la pieza que falta no está en la mesa sino en su bolsillo.
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