Matinee debe ser tomada muy serio, aunque adopte maneras frívolas y su estilo sea una apuesta descarada por el cine pulp de los cincuenta y de los sesenta en donde los norteamericanos dormían con el miedo a ser abducidos o a que el grifo manara agua radioactiva que les convirtiera en escarabajos capitalistas.
La seriedad de Matinee estriba en su contexto: el aliño habitual de este tipo de películas es la prolífica serie B de aspecto casposo y cutre, de presupuesto escaso y fantasía desorbitante que abundó durante la Guerra Fría en los EE:UU como descompresor cultural de la tensión bélica y del ruido estremecedor de las bombas que, no cayendo, apuntaban a todos los lados.
Estremece pensar que la ficción de Dante se aliña con terrores cotidianos extraídos de esa realidad convulsionada por el litigio entre rusos y americanos y toda la turba de países adscritos a uno u otro bando que torpedeaban la estabilidad con pequeñas guerras civiles interesadas. La guerra fría era la amenaza para escombrar el mundo y Lawrence Moosley, un John Goodman prodigioso, es el mago de la impostura, el genio gordo de las ferias de pueblo que engaña a las familias para que compren su mejunje, que es cine de palomitas, cine desactivado de toda pretensión de durabilidad, como el propio cine de Dante o como esta película. Tenemos así cine dentro del cine, una película que habla sobre las películas de una época en donde Bruce Banner, el héroe de la Marvel, el Hulk verde afectado por las radiaciones en una prueba militar, era el icono de un futuro borroso. Mant, la película que Moosley publicita estupendamente en Matinee habla de todo esto: de hormigas atómicas y de rayos perversos, de sueños en la Luna y de hombres trabajadores que abren mucho los ojos cuando se sientan en una sala de cine para dejar que la magia, la mentira, la falsedad, el engaño, los retiren de la barbarie del mundo durante dos horas.
Luego están las matinales históricas de la juventud, ahora perdidas por mor de las nuevas filias tecnológicas que apelan al individualismo, al segregacionismo social y a cierto exclusivismo elitista. Dante, que fue primero caricaturista y después montador para Roger Corman, de quien aprendió que se podían hacer buenas película a bajo coste, posee un estilo desenfadado, generoso en guiños a las series televisivas y rico en niños y en adolescentes, emparentándose en eso con su mentor Spielberg, aunque éste sea más ampuloso en el mensaje, más guignolesco, grandilocuente y refinado.Matinee es una disfrazada sátira burlesca de una sociedad agitada a caballo entre el susto nuclear ( Bahía de Cochinos, los misiles cubanos, los soviéticos en las playas de California como amenaza suprema ) y la cicatrización de las heridas de la Segunda Guerra Mundial. Y el cine contribuye espléndidamente a que nada traumatice en exceso. Lo que Woosley hace es lo que Dante, en el fondo, pretende, aunque éstos sean otros tiempos y las amenazas y los miedos sean también otros y tengan otros disfraces. Dante es un obrero inspirado al que se le ha encomendado entretener a la tropa mientras se arman las barricadas: entretener es distraer, conmover, sugerir, emocionar, enseñar y, en todo caso, procurarnos el júbilo que nos roban los teletipos.
Matinee es un retrato costumbrista muy atinado de la América “fría” salpimentado con la sal gorda del humor más burdo ( el que se ve en la película en blanco y negro de Woosley ) y con otro humor, corrosivo esta vez, duro, aunque no hiriente, que explica la patología de un pueblo atrincherado en el estupor por el porvenir.Durante el desarrollo de la historia es posible oler a un Vietnam en ciernes y descubrir que los adolescentes que protagonizan la sesión no tienen ni puñetera idea de lo que es el comunismo y si esa ideología puede desmontar el american way of life que sus padres han edificado con sangre, sudor, barras y muchas estrellas.
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