Hay quien admira al ya tristemente finado Robert Altman por su heroica actitud de cineasta a contracorriente, ácrata, decadente, y no atinan a ver que por encima de esa politización de su cine late, hermosa, una mirada pulcra, singularísima que elude toda concesión a la gratuidad ( salvo la muy lamentable Pret-a.porter ) y se ofrece libre, complejo, intelectualizado sin ser hermético en ningún momento.
Short cuts ( Vidas cruzadas ) es un alambique de historias hábilmente engarzadas: el entramado argumental es de una urdimbre espesa, pero el puzzle ensambla con precisión y el cuenta-historias de Altman nos da en la conciencia con una historia llena de vida, que exhala vida, que nos toca a todos y que todos podemos considerar parte de nuestra historia, fragmento de nuestra propia vida.
La rutina de los personajes, que son muchos y de muy variado pelaje, deviene en épica: rutina y épica hermanadas, confundidas, son la fotografía gris de la plomiza patria del director, a la que fustiga como un Michael Moore más lírico, menos frío.
Por Vidas cruzadas desfila una decena larga de seres errabundos, anodinos, perdedores, signados por el fracaso, baluartes involuntarios de una moral bragada en batallas diarias contra la soledad y contra el desencanto. Y de una u otra forma, el mundo de Altman ( o de las historias cortas de Raymond Carver en las que se basa el film se abastece de gente quebrada por el dolor, pero ajena a veces a su evidencia en sus vidas: sólo al final terminan por reconocerlo, como el toxicómano que únicamente se pone serio con su adicción cuando sufre un viaje demasiado voltaico.
Aquí hay pérdidas irreparables y pequeños abandonos más frívolos, pero están barnizados por la fina indiferencia de un director que no mete la mano en lo que cuenta y deja que todo fluya con naturalidad: lo que hace pasmosa la visión de esta película es la capacidad de un genio para montar todas las historias y que sean, al final, una.
El cine coral de Robert Altman es la referencia en la que Paul Haggis ( Crash ) debió beber antes de abordar su oscarizado ( injustamente ) film. O Paul Thomas Anderson y su muy superior Magnolia ( con el mejor Tom Cruise delante de una cámara que yo haya visto ).Altman no deja a nadie solo: ni un pastelero, aparentemente inconsustancial, innecesario, nos parece obviable, aunque sólo salga en pantalla escasos diez minutos. Hasta el terremoto del final es un personaje.
Vidas cruzadas o Short Cuts ( Cortes cortos o atajos, un título de una sonancia estupenda en castellano ) es un collage prodigioso de historias: la deliberada atomización de su trama, la excesiva maquinaria actoral, se resuelve después en un bien engrasado ascenso al desenlace, que trae también su moralina, pero no digamos lo que no debemos.
En estos tiempos de cine desguionizado ( ésa es mi reclamación en el desierto de un espectador solitario ), Vidas cruzadas es alegato ácido de la importancia de contar con un texto de altura. No he leído en su totalidad la obra de Carver, pero sí algunos de los relatos que orientan el film. Luego cada uno cogerá la historia que más le guste ( o que más le conmocione, en fin... ) Yo me quedo con la del policía que interpreta Tim Robbins, detestable, cabronazo hasta el paroxismo, y su historia de reconciliación conyugal por vías verdaderamente insólitas.Consiguió el León de Oro en la Mostra de Venecia, que además concedió, inusualmente, el premio de mejor interpretación a todo el elenco. . En los Globos de Oro crearon para Vidas Cruzadas una categoría especial que daba también al reparto el premio interpretativo. Altman aspiró ( fracasando ) al Oscar a mejor director.
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