Babel es un primoroso ejercicio de investigación sobre la incomunicación. Emotiva y conmovedora, a ratos grandilocuente, esta tercera película de González Iñarritu completa lo que el autor llamó "la trilogía del dolor" junto a Amores perros y 21 gramos.
La narrativa quebradiza de su argumento subraya el carácter también fragmentario de la condición humana: el bien y el mal no existen como nomenclatura sistematizable, todo se amolda y se deshace arbitrado por sutiles y, en ocasiones, intangibles hilos. Un suceso ocurrido en el pasado puede condicionar inevitablemente el futuro.
Un gesto fortuito ( el regalo de un Winchester que un turista japonés hace a un guía marroquí ) puede condicionar un abanico inmenso de otros hechos, también fortuitos, años después. Este efecto mariposa adquiere en Babel dimensiones dramáticas enormes, fundamentadas sobre sentimientos universales y desarrolladas con contundencia, sin ternura, espléndidamente reposadas sobre un discurso sincero que habla, entre otras muchas cosas, del dolor y de la felicidad fugada ( el matrimonio que va a Marruecos a ver si allí, estando solos, se encuentran ) o la improbable concatenación de casualidades que pueden descontrolar nuestra plácida vida y nuestro mullido entorno.
Para contar todo esto, González Iñarritu monta tres películas en una: no es nada nuevo ya que Amores perros o 21 gramos también desarrollaban esta técnica narrativa con distintos resultados. Marruecos, Japón y la frontera de Méjico y los Estados Unidos son los escenarios para colocar las piezas de este crucigrama racial, intercultural, globalizado y babélico que termina por apoderarse de toda nuestra capacidad de asombro hasta dejarnos desconcertados por la levedad del ser, como decía Kundera, y por la ampulosa magnificencia del azar. Todos los personajes de Babel están marcados por un error: los niños marroquíes y el disparo trágico, la chacha mexicana que no se lleva la autorización paterna para sacar de EEUU a los niños, la muchacha sordomuda japonesa que no ha superado su incomunicación y la pérdida de su madre, el matrimonio americano que pretende reflotar su amor en la gris postal del Atlas.
Este cine no tiene fecha de caducidad: se atrinchera en unas virtudes imperfectas, pero emotivas. Es cierto que González Iñarritu ya está cargante con este modelo narrativo excesivamente anclado en un patrón formal y lingüísticamente superado, pero todavía sentimos una comezón, un dulce arrebato en las imágenes perfectas de este artista mexicano que igual sabe meterse en el neón de Tokyo que arrastrar su cámara golosa por los caminos de polvo del Magreb.
En su demérito, algún episodio alargado ( la boda en México ) o el tiempo excesivo que le dedica a la muchacha japonesa, cuyo concurso ( siendo relevante ) no marca el tono de los acontecimientos sobre los que se apoya la película. Esto no perjudica la impresión general: la de que estamos asistiendo a una pieza magistral orquestada con oficio y sentimiento y que explicita, mal que nos pese, las barbaries del mundo, su desencanto....
En un aparte necesario, hago constar el agradable sentimiento de rebaja de caché que han ofrecido divos como Brad Pitt o Cate Blanchett para hacerse cargo de sus personajes y hacerlo de una forma honrada y exenta del glamour al que nos acostumbran.
El támden González Iñárritu-Arriaga, director y guionista, parece que han pactado una separación. Igual conviene. El combinado dolor-emoción-tragedia está ya suficientemente explotado.
Únicamente por el muy metódico proceso de montaje del film ya merecería capítulo consistente en la Historia del Cine con indepedencia de que esté siendo nutrida por tanto premio y esté ahí abocada ( luego habrá que corregir o aumentar el post ) a tumbar a pesos pesados ( Eastwood, Scorsese ) en los Óscars por venir.
3 comentarios:
Sin duda alguna la mejor película del año. Una torre de Babel que tiene el acierto de mezclar los sonidos con el silencio, la tolerancia con el horror, los padres con los hijos. Espero que se lo lleve todo en los oscars.
Una pelicula que no deja indiferente. Hay una escena entre el matrimonio en crisis que me parece tan humana como real. Ella esta herida, tumbada en el suelo sucio de esa casa perdida en una aldea de las montañas, le dice a su marido que se ha orinado encima, el se acerca, la abraza, le quita con cuidado su ropa interior, la ayuda a incorporarse y le pone un cazo bajo sus piernas. Ellos se miran, en un momento de desesperacion extrema, en el que la vida de ella pende de un hilo, en una situacion mas penosa que romantica, se miran y se besan. Creo que hacia tiempo que no veia en el cine una escena de amor como esa, de verdadero amor, sin florituras, ni musiquita, ni paseos por el parque.
Este tipo siempre ruedala misma peli. Insufrible.
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