Klimt es una desapasionada visita a la Historia del Arte reciente: un viaje amateur, sin visos de perdurabilidad en la memoria, a la mente de un obseso del color, del erotismo refinado de ninfas rodeadas de oro y de flores.
No hay casi nada memorable en este telefilm vistoso que llega a las pantallas con el reclamo de John Malkovich, creíble, aunque excesivamente perdido en un personaje también excesivo. Raoul Ruiz establece un juego de lentes muy original: factura un film extraño, subyugante, conciso en su brillantez involuntaria, pero deja una impresión tan etérea como los limbos de esos cuadros oníricos y flambeados de sueños.
Se presupone un interés por el personaje que luego deriva en un interés por lo que el personaje representa: el erotismo, la cordura fugada, la presencia de gente importante en ese convulso principio de siglo ( Melies, por ejemplo ).
El academicismo, la ortodoxia y la corrección formal de la que huía Klimt se refleja perceptiblemente en la ausencia de ortodoxia y de corrección formal de esta película que desatenderá muchas esperanzas y abrirá, no lo dudo, otras, pletóricas de deseos de saber más sobre el pintor austríaco porque este biopic es pobre en información y rico ( desgradaciadamente rico ) en florituras de biógrafo enamorado de su biografiado.
Mal aconsejado, Ruiz se reviste de una intelectualidad forzada que pretende ( y consigue a medias ) recrear un periodo de la historia del siglo XX trascendente y relevante en aspectos sociales y artísticos.Cierta incontinencia en el uso del desnudo femenino podría inducir que se trata de una película erótica con ínfulas de biopic convenientemente documentado, pero no hay lucimiento ni empeño en las escenas meramente sensuales ni en la plasmación de una época o en la explicitación de las razones de un genio.
La sífilis que devastó el tino de este pintor ha desastrado también el pulso cinematográfico de un director en posesión de un material convincente, válido para levantar un tributo al Arte, del que el cine escasea. Malkovich tampoco es el buen actor que conocemos: como si entendiese que no es ésta la película por la que va a ser recordado. No es la propuesta que hubiésemos deseado porque se manifiestan muy a las claras formas inequívocamente neutras de ofrecer lo que, en principio, se supone apasionado.
Acudí en busca de suntuosidad y salí embadurnado de tedio. Me quedó, en materia de vida de pintores, con El loco del pelo rojo o con Sobreviviendo a Picasso, que sin ser nada del otro mundo, explicaba con mesura e interés la vida del artista malagueño con un apoteósico Anthony Hopkins. Malkovich, ajeno a este mundillo de Belle Epoque transmutada en gris paleta de emociones mutiladas, sobrevive, como Picasso, pero no más.
Addenda: y las mujeres, como si fuesen modelos niponas, tienen un cuidado rasurado del pubis que en nada corresponde a aquellos tiempos... (pero, vamos, esto es una apreciación muy personal...)
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