25.12.22

Ho ho ho


 No hay nadie que difiera de otro más que de lo que se aleja de sí mismo en el transcurso de un solo día. Nadie que no querría ser otro, aunque ese deseo durase el tiempo en el que de pronto no se reconociera y echase de menos el que fue. Nadie a quien no le importaría enmascararse y no tener que ser alguien en concreto, alguien deseado, a quien emular. sino un fantasma: una creación nebulosa, invisible incluso; un cuerpo ajeno del que tuviéramos la misma propiedad del que lo observa. Papá Noel puede esperar el metro junto a un señor que le ignore, pensar en si ha dejado en casa la cocina sin recoger o en si alguien en el vagón se le acercará para pedirle algo especial. Le dirá lo que se le ocurra. Impostará la voz para improvisar una respuesta que no deshaga la magia de las palabras, la de las máscaras, la de los fantasmas. Por la noche, cuando se le crea en su trineo trazando un mapa sobre los tejados de la ciudad, estará ocupado en recordar el tiempo en el que esperaba la visita de la felicidad, cerraba los ojos con el deseo bien adentro de que el tiempo pasara rápido y pudiera ver bajo el árbol los regalos. Ahora, en los momentos en que el ánimo decae, pronuncia el ho ho ho con impostada distancia. Como si no le incumbiera. Como si fuese otro el que se oculta bajo la carga del disfraz. 



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