18.12.22

Breviario de vidas excéntricas / 42 / Lucas de la Dehesa

 

Hay días mal abotonados al alma. Días de vértigo y de óxido muy pulcro. Días de disentir. Días de vago fulgor o de pálido fuego. Días perdidos. Huecos. Iguales. Porque el que está perdido posee, al menos, la certeza de su errático ir y se mueve en un mapa íntimo, uno que ha estado dibujando pacientemente. Hay más asombro si no se sabe adónde ir. Lucas de la Dehesa vagó catorce meses por los prados de la campiña inglesa con su novia de toda la vida. Eran felices, eran Moisés extendiendo sus manos sobre las aguas para que cruzara el pueblo elegido, eran la sublime comparecencia de la divinidad en un verso ilegible. Porque nadie los vio amarse ni hubo quien registrara en regios endecasílabos esa proeza sobrenatural. No sabemos si al final ese plano minucioso construye las líneas de su cara, la de su novia, pero hay quien sostiene que en realidad lo único que hacemos en esta vida es irnos encontrando, zafándonos de los gestos inútiles, lampando porque alguien se nos acerque y nos guíe  en la oscuridad. Hay caminos esquivos a la luz. En cierto modo los días del vértigo y los días del óxido hacen que seamos lo que en verdad somos. Faros torpes. Brújulas locas. Los otros, los felices, los días de la luz en el alféizar del alma, poseen un valor menor. Se aplauden y anhelan, pero no cuentan. Se los aprecia por lo insólitos que son, pero el intérprete de nuestra trama se siente más a gusto bajo la lluvia, fatigando las calles, pulsando las cuerdas de su tristeza. Luego vuelve a casa, enciende el brasero bajo la cómplice mesa camilla, mira los muebles del salón y recuerda cómo fue comprando cada uno y el mimo con que los dispuso. Lucas es de mucho mirar. Tiene los ojos de los grandes profetas. Le duelen cuando recuerda. Ojos con memoria. 

Los recuerdos, por ahí adentro, también traen cosas que uno disfrutó  y que rememora después con mimo. Por eso el hombre, por eso la luz. Después de haber estado bajo la lluvia, ha cogido un bolígrafo, un triste bolígrafo al que nunca había prestado atención, y está escribiendo en una hoja improvisada el relato sencillo de lo que está sintiendo. Los prados. La novia abrazada. Los días mal abotonados, los del desaliento puro. El vértigo. Toda ese óxido de una verdad escandalosa. Y se siente solo de una manera brutal y sabe que quizá, al tiempo que escribe, encuentre un modo de volver a casa. 

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