A mí también me gusta la literatura del mar. Da igual que sea de índole fantástica o aureolada de tesoros de bergantínes españoles. Importa escasamente que al final el tesoro sea el mcguffin de Hitchcock o que las escenas submarinas no estén a la altura de las de a bordo. El mar produce un efecto balsámico comparable al sueño. El mar, en la pantalla grande, es como esas praderas en las películas de William A. Wellman o John Ford. Uno imagina que el paisaje condiciona la trama tanto o más que los personajes. No es que yo quisiera que La carta esférica me deslumbrase como lo hizo El hidalgo de los mares en mi porosa adolescencia cinéfila. Tiempos en los que lo veía todo y todo alimentaba por igual mi hambre de cine. Esos años de cómplice tolerancia no son éstos: ahora uno exige algo más. Y hay ocasiones en las que el cine marítimo encuentra su historia y su pulso. Entonces el prodigio es absoluto.
Master and commander era una cinta magnífica, una que recuperó el género a la Historia y reconcilió al espectador con su particular descubrimiento del cine como cofre de aventuras. Puede que influya en esto haber leído La isla del tesoro, la novela que fundamenta y organiza la lectura de todas las demás. No se olvida nunca a Jim Hawkins, al capital Flint o a Long John Silver, aunque luego uno vaya coleccionando historias y personajes, frases y gestos. Como sé que a Arturo Pérez Reverte le fascina el mar, estoy seguro que no la habrá gustado esta historia suya, llevada a la pantalla por Imanol Uribe (lo cual es una garantía) e interpretada por dos buenos actores (que no aquí) de nuestro cine patrio, Aitana Sánchez Gijón y Carmelo Gómez. No convence esta historia deshilachada de pecios, cartas, bombonas de oxígenes y mafiosos de la cartografía que dejan en evidencia la credibilidad de lo contado. La fantástica banda sonora (Bingen Mendizábal) y la soberbia fotografía (Javier Aguirresarobe) no salvan el descalabro. Jamás entra uno en el juego de las esmeraldas del bergantín hundido, y no por falta de ganas. Diálogos impostados y personajes perdidos distraen una trama que bien pudiera haber despertado mejores resultados. La novela se paladea más sin que eso signifique que este cronista de sus vicios tenga a Pérez Reverte entre sus debilidades literarias.
Ya la voz en off disuade de todo empeño en fijar una atención seria. Tampoco contribuye a ese condición el hecho de que todo esté tan domésticamente mascado que es imposible no intuir que la femme fatale va a dejarlos tirados a todos o que los perdedores tienen sus minutos de gloria antes del apoteósico (por esperado) The End.
Al final (hora y media de empalago dramático) nada nuevo que contar.Que igual tiro de estantería y saco la edición en DVD del motín de la Bounty. Me gusta muchísimo la de Charles Laughton, que es uno de mis actores favoritos de todos los tiempos. Me entretuvo la versión de Anthony Hopkins y Mel Gibson y no me emocionó (pero vi con mucho agrado) la de Marlon Brando y Richard Harris. Están las tres a mano. Nada más que publicar esto en mi página me zambullo en los mares del Sur. Y eso que soy de tierra firme. Naufragio de rato, oigan.