I
La política es uno más de los rehenes de la fe. O viceversa. A Dios lo reclutan para la campaña electoral y los administradores de la cosa pública buscan teólogos y agitadores sociales para contrarrestrar las puyas de los otros, que opositan para recuperar el cetro de mando perdido. Todos los partidos políticos agitan la misma bandera: el voto cautivo de cuatro o cinco ideas básicas que se airean a pie de calle y enardecen a la masa hasta que abreva en la urna y deposita religiosamente la papeleta, que le ha costado al contribuyente una pasta. Y debe ser así: no hay otra forma y no habría otra mejor caso de que alguien la encuentre para montar un Gobierno, una Oposición y una guarnición legítima de partidos que no son una cosa ni la otra, pero buscan público y hasta levantan el fervor de los entendidos. Una cadena inglesa de siglas obviables ha formulado una encuesta de la que se deriva que el 23% de la población inglesa cree que Winston Churchill nunca existió. O que Sherlock Holmes, el mítico detective fabulado por la pluma de Sir Arthur Conan Doyle, sí que patrulló el Soho a la caza de Moriarty. Esto último lo sostiene un 58% de la masa encuestada. Otros damnificados de esta infamia cultural son Charles Dickens y Cleopatra, que al discurrir de esta tropa de iletrados son personajes de novela, a lo sumo, y muy importantes, eso sí.
II
En política la población exhibe comportamientos erráticos al modo en que los ingleses razonan su patrimonio cultural. Hay gente que vota a la Derecha porque cree que la Izquierda no existe. Que es un cuento ruso. O gente que vota a la Izquierda porque ha llegado a la conclusión de que la Derecha es un monstruo de dos cabezas y que Franco no ha muerto y lo tienen hibernado en el programa electoral de su afínes. Mientras esto sucede, el paro sube en 132.000 personas en Enero y la Conferencia Episcopal pone a Zapatero embrutecido, que es un estado de ánimo óptimo para arrancar la Precampaña y levantar al electorado durmiente y dar al insobornable un ración extra de líder carismático. Cañizares, el arzobispo de Toledo, coloca graciosamente a Dios como avalista del documento que ofrece orientación al elector dubitativo. Scarlett O'Hara se limitaba a ponerlo por testigo, pero los tiempos requieren otros compromisos y los discursos nunca son lo bastante incendiarios y precisan de estos reclamos antológicos, apocalípticos, destinados a abastecer de militancia a los que ya van sobrados de ella y a encolerizar a quienes, faltos de fe, se toman la cosa religiosa como algo ya estrictamente personal. Que esto es lo que está pasando últimamente como consecuencia directa del enconado litigio Estado-Iglesia.
III
Los guionistas de Hollywood cesan su hostilidad y retoman la pluma. Ahora a ver qué escriben. Si eso pasara en España las consecuencias serían desastrosas. Aquí somos muy belicistas y en cuanto nos dan micrófono soltamos toxinas en form de discurso fundamentalista. De lo que se trata, me ha dicho mi amigo K., es de que todo el mundo sepa que tenemos una opinión formada y que tenemos madera de polemista. Anoche en la sosa y bochornosa por momentos entrega de los Premios del Cine hubo agasajados que en la tarima del éxito soltaron soflamas contra lo que les vino en gana. No fue tan excesivo como en otras ocasiones (Manos blancas, Aznar, Bush, Guerras, ETA) pero no faltó un ataque frontal e imprevisto: Alberto San Juan agradeció el Goya como mejor actor principal por su papel en Bajo las estrellas, rindió tributo al maestro Landa, parco en palabras en su salutación, y sacó la pólvora semántica pidiendo la disolución de la Conferencia Episcopal. Si le dan cinco minutos dinamita las Sagradas Escrituras y se ofrece voluntario para convencer al pueblo indeciso de la conveniencia del laicismo puro y de la apostasía como modelo de coherencia moral. Los obispos tiene argumentario tras este mandoble homicida que ocupa hoy todos los titulares. Zapatero resta y el set concluye en mes y poco. La red decidirá los puntos. Aquí, al menos, sabemos que Winston Churchill era un político gordo que fumaba puros. Lo de Yalta es materia reservada todavía.
2 comentarios:
Es que Sherlock Holmes existió, Emilio. Nuestro querido Juan Antonio Cebrián le dedicó uno de sus retratos en una ocasión. Contó que cuando Conan Doyle decidió matar al famoso detective, se sorprendió al comprobar que la gente (especialmente los más jóvenes) vestía de luto en su honor. Conmovido, le resucitó. Sherlock forma parte de la iconografía social. Y si no fue así, si no existió, nos gusta creer que pisoteó las calles de Londres alguna vez.
Sí que fue aburrida la ceremonia (aunque sólo vi el último tercio) y qué merecido fue el premio para San Juan. Una mediocre cinta y una interpretación notable y esforzada. Su discurso sobraba. No se vence a la sinrazón mediante la provocación. Hay otros métodos y otros lugares para reivindicar.
Como apolítico que odia las militancias y nunca ha votado, escribí hace más de dos años mi experiencia un 14 de marzo de 2004. Lo recuperaré si puedo.
Un entarimado, un micrófono, un público: ahí se puede desbarrar a gusto. Se tenga o no la razón, que este hombre algo de razón llevaba, pero no era el lugar, no, y tal vez tampoco era el formato.
Sherlock es más real que Winston. Tarzán más que Aznar.
Como militante de mis vicios y de mis fobias, he votado siempre, pero respeto - y cómo - a quien susbscriba su apatía con la negación del gesto. No deja de ser un símbolo también. Uno de coherencia con eso, con uno mismo.
Recupere pronto eso, my friend.
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