13.2.08

Donde el cronista vuelve a hablar apasionadamente de sus vicios


Alguien me contó una vez que los libros tienen un agujero negro por el que puedes despeñarte. Hay quien jamás regresa, aunque cierra el libro e incluso tenga la torpe certeza de que lo ha olvidado. Quien cae en uno de esas simas carece después de la cordura que requiere el razonamiento científico. No vale argüir que es imposible despeñarse en un libro. Yo sé que es mentira. Yo he abismado mi sentido común en Lovecraft, en Cortázar, en Borges, en Benedetti, en Nabokov. Tardé un mes en salir de Lolita, mi Lo-li-ta. Tal vez más de un mes. Terminé de leerlo (o debo decir releerlo: la primera lectura fue pésima, obligada, adolescente casi) en un hospital mientras mi suegra moría de cáncer. Recuerdo como si fuese ayer los momentos en que cerraba el libro y me acercaba a la cama porque me hablaba o me pedía que la ayudase a algo. Los buenos libros te marcan como lo hace el amor o un hierro al rojo en la mejilla. Los cuentos de Poe fueron saldados en la playa de Fuengirola, que es el sitio menos adecuado para descubrir el descenso al Maelstrom o el extraño caso del señor Valdemar. Ahora cuando regreso a esos cuentos oigo ruido de bañistas y hasta percibo en la prosa nítida y fogosa de Poe ecos de un naufragio imposible frente a mis adolescentes ojos. Tal vez toda la adolescencia sea una especie de naufragio mentido. Así que es cierto que los libros, una vez que te atrapan, no te sueltan jamás. Igual pasa con el cine. Hay películas que progresan en nuestra memoria y se van adaptando a las circunstancias en las que las recordamos. Mi recuerdo de Lo que el viento se llevó es una tarde de sábado en casa de mis padres. Mesa camilla. Lluvia infinita en la calle. Tara era el universo y yo un tímido invitado al festín fastuoso de los sentidos. Cuando la reví ( yo tengo el cuidado de apuntar todas las películas que veo desde 1.991) recordaba la lluvia y hasta el tazón de leche con galletas que me escoltó al desastre de la guerra. Absurdo. Como el embrujo de las letras. Como vivir. Escuché por primera vez Foxtrot, una de las obras magnas de los primeros Genesis de Gabriel en casa de mi amigo Rafa. Finales de los setenta. Me impresionó la presión sonora. Todavía tengo la claridad de los instrumentos alojada en mi memoria. La voz del maestro de ceremonias conduciendo al respetable público por las calles sórdidas de la Inglaterra victoriana de Supper's ready, aquella pieza larguísima que ocupaba casi una cara completa del L.P. ¿Alguien se acuerda de los Lp's? Sí, es verdad que en los libros, en los discos, en las pelìcula hay agujeros negros. Lugares donde despeñarse y sentir el placer absoluto, la dicha completa, la sensación de vivir únicamente para percibir todo eso y hacerlo durar en nuestro corazón. El mío todavía se deja perturbar por estos efluvios.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

"...And it's hello babe with your guardian eyes so blue
Hey my baby don't you know our love is true."

Todavía me estremezco cuando la escucho...

Anónimo dijo...

Una pieza magistral, ya no se hacen cosas así. Y no es nostalgia. O lo es. Un abrazo. Gracias por entrar en mi página,sr. del suri...

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