China prohíbe las películas de terror y misterio, que es como si yo mismo me prohibiese el aire o como ese frase de Groucho Marx a propósito de no entrar en clubs en donde dejan entrar a gente como él. Yo siempre he visto al gran gigante asiático como una película de terror y de misterio, una especie de fortaleza inexpugnable que los occidentales miramos desde una lejanía. Veía a Fu-Manchú y a Bruce Lee y también historias milenarias de jarrones que esconden la ceniza de un dignatario nobilísimo y ajeno a las perturbaciones de lo terreno. Mitologías y épica de andar por casa cuando tienes doce años y el mundo es una página de un cómic. La medida del gobierno chino pretende "proteger el desarrollo psicológico de niños y adolescentes" y a mí, como espectador europeo, me ha dejado fuera de onda. Noqueado. Leo que esta censura china ha borrado de un plumazo ( o quizá un palillo de arroz valdría) todas las historias de fantasmas. Los fantasmas deben estar en castillos ingleses. Ya veremos qué será de los actuales niños ingleses cuando crezcan y tengan edad de censurar a sus hijos. Igual les prohíben las canciones de Tom Jones o las películas de Jerry Lewis. Razones siempre tendrán: es cosa de buscarlas y de publicarlas con convicción sin que en ningún momento del comunicado tiemble la voz o se atisbe un resto de incertidumbre. Antes del tema mistérico ya los chinos arramblaron con la temática erótica. Que le cuenten a Ang Lee y su Deseo, peligro. Sus vecinos japoneses rasuran los pubis y pixelan los órganos genitales. Son cosas que tampoco aquí entendemos, pero los japoneses están un palmo por delante en cuestiones tecnológicas y nos han parecido siempre seres amables y honrados, estajanovistas de la banda ancha y de los gadgets de primerísima calidad. Eso hace que no demos excesiva importancia a exabruptos culturales tipo rasurado púbico o esos concursos absurdos que pone Cuatro cuando voy pillando el dulce arrobo de la sacrosanta siesta. Bien mirado igual ellos consideran la costumbre de la siesta un acto reprobable y condenan nuestras tradiciones con encendidos reproches. Tampoco les entendemos.
Volvemos a China: han censurado el terror y el misterio. Lo publica hoy el diario Shangai Daily. La otra noticia china del día es que Steven Spielberg ha declinado la oferta de ser asesor artístico de las Olimpiadas de Peking de este verano. Arguye que no puede olvidar Darfur y la pasividad del gobierno chino con esa esquina del continente africano azotada por la miseria y el caos: China tiene una influencia enorme en el gobierno sudanés por ser el principal comprador de sus reservas petrolíferas. A la vez le vende armas. Spielberg apela a su conciencia. Me estoy preguntando qué pasaría si alguna disciplina olímpica se asemeje a los contenidos de las películas de terror y de misterio. A mí el salto con pértiga me produce más zozobra y resquemor que observar en pantalla las piruetas sanguinarias de Leatherface por las carreteras perdidas de Texas, pero eso porque yo me he criado en el balsámico territorio del cine yankee, que me entregaba nítidos héroes para mis sueños infantiles y adolescentes. Empezamos por Tárzán y terminamos por John McClane. Cuentos chinos como preámbulo al cuento más grande jamás contado por ese milenario pueblo a ojos del resto de asombrado mundo: las Olimpiadas de Pekín, pero sin terror ni fantasmas. Ah, ni sexo. Eso cae siempre al principio. Después inexorablemente cae todo lo demás. Hasta la demolición completa del respeto y el sistema de libertades que rige el progreso cívico de un pueblo.
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